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Cuentos de Limville
Cuentos de Limville
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Libro electrónico206 páginas3 horas

Cuentos de Limville

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"«Los cuentos de Limville» involucran a un extraño y amable personaje conocido como «El hombre  del sombrero». Él busca niños que hayan cometido crímenes imperdonables para llevárselos en su maleta o devorarlos. Hermanos que por envidia se deshacen del otro, bailarinas ambiciosas que son capace
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 oct 2021
ISBN9789585162815
Cuentos de Limville
Autor

Lina María Correa Avendaño

Psicóloga y tecnóloga en escritura de productos audiovisuales.  Trabajó con diseño de test psicológicos con IA. Participó con el SENA en investigación de videojuegos educativos. De forma independiente escribió historias para comic y series. Fue contratada por la empresa Bombillo Amarillo, donde participó creando guiones en proyectos que involucraban animación. Actualmente continúa trabajando en la producción de varios de sus libros.

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    Cuentos de Limville - Lina María Correa Avendaño

    LOS DOS HERMANOS

    El tren proseguía su curso. El constante resonar de las ruedas metálicas contra los rieles se convertía en una canción de cuna que sumergía a los pasajeros del tren de las diez en un pesado letargo. La hilera de anónimos vagones deambulaban entre las montañas y el bosque, escurriéndose por los caminos que solo unos cuantos sabían hacia dónde conducían. La luna en su menguante era lo único que centellaba en el cielo, como una sonrisa que parecía anticipar con malicia lo que pasaría aquella noche, mas, antes de que sus rayos pudieran alcanzar algo en la superficie, las nubes la cubrieron y sumieron todo en una profunda oscuridad.

    En uno de los cubículos aún se veía una luz, como una diminuta estrella brillando en aquel mar de penumbra, resistiéndose a sucumbir al silencio circundante.

    Los ocupantes del solitario recinto trataban de conciliar el sueño, pero las voces impedían cualquier intento de descanso.

    —¡Para! —dijo el más pequeño mientras tocaba adolorido su hombro—. ¡Deja de hacerlo! —exclamó enojado cuando el otro le asestó un nuevo golpe.

    —¡Ey, pero si no estoy haciendo nada! —replicó el hermano mayor levantando sus manos de forma inocente con una sonrisa socarrona.

    Tan pronto volvió la cabeza, el más grande le dio un puñetazo, lo que logró que su víctima perdiera la paciencia y se lanzara a defenderse, pero su contrincante era mucho más grande y fuerte que él.

    —¡Ya basta! ¡Deténganse los dos! —los reprendió una mujer de rostro pálido, algo delgado y ojeroso, que llevaba un peinado de moño alto y desordenado. Se veía como alguien que acabara de salir de una zona de desastre.

    Había sido un viaje largo y la mujer solo quería dormir unas horas, pero sus hijos se empeñaban en lo contrario. El padre de los niños, por su parte, emitía profundos resoplidos, dando una sonora señal de que nada podía despertarlo, a tal punto de que, si el tren llegaba a volcarse, sus ronquidos se hubieran seguido oyendo a pesar de la catástrofe.

    La madre había tratado de hacer dormir a los niños, pero como era costumbre, las peleas de ambos hacían imposible aquella misión; temía que la maravillosa experiencia de visitar a su familia al otro lado del país fuera en realidad una terrible idea.

    —¡Daniel y André, ustedes se comportan ya! —al decir esto, sus dientes rechinaron a causa de la frustración que sentía al perder por completo el control de sus hijos, quienes estaban empeñados en golpearse el uno al otro; resultaba muy difícil separarlos sin que ella misma recibiera algunos golpes a cambio—. Estoy cansada, siempre es la misma cosa —El agudo tono de esa frase provocó que ambos niños se alertaran, más porque sabían que aquello indicaba que su madre había llegado al límite y era posible que se acercara un castigo—. ¿Por qué siempre tienen que pelearse? —les reprendió enojada en un intento de no levantar demasiado la voz.

    —¡Pero si André comenzó! —se defendió el más joven, de cabello ordenado y ojos grandes y castaños, que aguantaba las lágrimas para que su hermano no se burlara de él por ser un llorón.

    —¡No es cierto, no es cierto! Yo no hice nada. ¡Danny es un mentiroso! —contestó el de cabello oscuro, indignado por la vil calumnia que sabía cierta y que luego se cobraría.

    —No sé qué hice para merecer esto… —La mujer llevó sus manos a la frente, en un intento por menguar el dolor de cabeza que la discusión le estaba causando—. No entiendo por qué, aunque sea un solo día, no pueden llevársela bien como hermanos, no es tan difícil, ¿cierto?, además van a despertar a todos… ¡qué vergüenza!, ¿qué va a pensar la gente de nosotros? —Su vista se dirigió al hombre de sombrero de copa y capa negra que dormitaba en una esquina y que se perdía al lado del enorme cuerpo de su esposo, donde a sus pies se encontraba su maleta de viaje. El extraño pareció ignorar lo sucedido y solo se acomodó lo mejor que pudo entre las sombras para hundirse en los pliegues de su enorme capa. Al ver que los dos hombres continuaban su sueño de forma tranquila, suspiró con desaliento—. Creo que necesito algo para este dolor….

    La mujer trató de alejar la molesta sensación de su sien en un masaje insistente, pero, al no lograrlo, decidió ir a buscar algo que le procurara un poco de alivio; una compresa fría no le caería nada mal. Abrió la puerta del compartimento y antes de salir miró a sus hijos con severidad.

    —Se quedan aquí, calladitos, y no molesten más al señor, mucho menos despierten a su padre que ya saben cómo se pone cuando no descansa bien —El dolor de cabeza la sobresalto haciendo que sus ojos le pesaran y no pudo evitar masajearlos con fuerza—. A este paso nos van a sacar del tren a patadas, y créanme que lo entendería —De nuevo miró a sus hijos con severidad—. No quiero más peleas, ya les advertí… —Movió su dedo índice hacia cada uno indicando que no había excepciones—. Saben qué les pasará si se portan mal, no olviden lo que les conté…

    Antes de salir del cubículo, los miró por última vez con algo de desconfianza, pero luego se fue apresurada, como si temiera que al volver la cabeza comenzarían las peleas de nuevo. Continuó su camino hasta el vagón de comidas, con la esperanza de encontrar no solo algo para su terrible jaqueca, sino un poco de merecida paz.

    Los dos niños vieron a través de la ventana de la puerta cómo su madre se retiraba por el delgado pasillo y todo quedaba en silencio, salvo por los ruidosos resoplidos de su padre que se escuchaban de vez en cuando. Tan pronto como esta se perdió de su vista, André le dio un fuerte golpe en la cabeza a Daniel.

    —Es tu culpa… idiota.

    —¡Auch! —El niño cubrió su cabeza con sus manos, adolorido—. Yo no tengo la culpa, tú comenzaste a molestarme. Le diré a mamá que me pegaste otra vez.

    —Eres un sapo —le recriminó enojado—. Si le lloras a mamá, le voy a decir que tú rompiste su jarrón con la pelota.

    —Yo no lo rompí , fuiste tú... —contestó alarmado Daniel.

    —Sí, pero mamá va a hacerme caso porque yo soy el mayor y tú el enano —afirmó confiado.

    —¡No, no lo soy! Siempre me molestas… —El tono de su voz era gangoso y entrecortado, pues sorbía por su nariz el coraje que no sabía cómo expresar.

    —Porque eres un renacuajo —se burló André mientras hacía gestos con su rostro y sus manos de formas ridículas y divertidas que lo único que hacían eran molestar cada vez más a Danny—. Renacuajo, renacuajo… bu, bu, bu…

    —¡Voy a pegarte! —Daniel, sin poder evitar más las lágrimas, persiguió a su hermano por el cubículo sin alcanzarlo, lo que acentuaba su frustración y la satisfacción del otro—. Eres un niño malo y él vendrá por ti —dijo cansado como su último recurso, ya entendía que jamás podría ganarle.

    Al escucharlo, André soltó una carcajada que hasta hizo que le doliera el estómago.

    —¡Todavía crees en esa historia que nos contó mamá! —dijo entre risas—. Es solo un cuento para asustar a niños bobos.

    —¡Mamá no dice mentiras! —levantó la voz, pero luego se acordó de despertarían a los otros—. Él existe —aseguró en un susurro.

    —No creo… solo nos quiere asustar. Lo sé porque soy más grande —explicó con orgullo, golpeando su pecho—. ¿Un monstro que se lleva a los niños que se portan mal? ¡Bah!, mamá se lo inventó, pero a mí no me engaña, yo soy más listo —contestó André, incrédulo, y cruzó sus brazos para mostrar su superioridad y su astucia que le servía para que su madre jamás se enterara de las fechorías que hacía cuando ella no lo miraba.

    —Yo de ti no estaría tan seguro… —interrumpió alguien a sus espaldas, era una voz grave y sombría, aunque amable.

    André se sobresaltó al escucharla y se dio la vuelta para ver quién hablaba. Al parecer, el escándalo de los dos había despertado al delgado hombre que dormía al lado de la ventana y que olvidaron por completo, todo a causa de su padre, que parecía ocupar toda la banca con su voluminosa figura. El portador de aquella voz tan particular, ahora sacudía su maleta con sus largos dedos, dado que en su lucha los niños la habían golpeado por accidente.

    Daniel, por instinto, se escondió detrás de su hermano, temeroso, con los ojos fijos en el extraño.

    —Lamento haberme inmiscuido en su discusión, pero debo admitir que me pareció… digamos, interesante —explicó el hombre, muy gentil desde su esquina.

    André, con recelo, trató de observarlo en detalle, pero la oscuridad del lugar impedía distinguir bien su rostro. Su sombrero cubría más de la mitad de su cabeza, pese a ello, era notable su enorme sonrisa blanca que resultaba bastante inquietante, aunque no era posible saber el porqué.

    El color volvió de nuevo al joven rostro del niño de doce años y con ello todo el coraje y la altanería que lo caracterizaban.

    —Esa historia es para niños miedosos y le debería dar vergüenza creer en monstruos y en cuentos de hadas. Mi papá dice que eso es de gente ignorante —André lo enfrentó sin importarle que el otro fuera mayor y que, según dictaban las costumbres, le debía respeto; el niño jamás había ido con eso, ni siquiera con sus padres.

    —Oh… ya veo —expresó el hombre con una mueca sorprendida, que en el fondo ocultaba algo de gracia por la fingida entereza del niño insolente—, eres un chico bastante listo y maduro, pero creo que te equivocas en una cosa, al contrario de lo que todos piensan, no todas las historias para niños son fantasía y lo mismo sucede con las historias de terror… —El hombre hablaba con toda tranquilidad desde su esquina oscura mientras jugueteaba con sus largos dedos sobre la maleta de cuero en sus piernas.

    —¡Nah!… usted es tonto como Danny, no le creo nada… ¿o tiene pruebas? —lo retó el niño.

    Daniel, detrás de su hermano, observaba la situación. Algo en todo aquello no le gustaba. Pensaba que lo mejor era no provocar a ese hombre, que algo malo sucedería.

    —André… no… —Tiró de la camisa de su hermano, pero él le golpeó la mano para apartarlo, sin dejar de mirar al extraño en las sombras.

    —Así que buscas pruebas, ¡qué interesante! —La sonrisa del hombre se hizo más pronunciada, al punto de que un escalofrío se propagó por la espalda de Daniel.

    El sujeto levantó su mano huesuda cubierta por un guante y enseñó el dedo índice.

    —Una historia… te contaré una historia.

    —¿Una historia? —preguntó perplejo André—. Un cuento no prueba nada —contestó con confianza y fanfarronería— A los niños malos no se los va a llevar un monstruo solo por hacer cosas divertidas…

    —Vaya, vaya, pero qué impaciente. ¿Cómo sabrás si tengo razón o no si aún no he narrado nada? Solo escucha hasta el final y encontrarás la respuesta que buscas —contestó el extraño, divertido ante la incredulidad del niño.

    Daniel estaba asustado con aquel hombre, pero la posibilidad de escuchar una historia le llamaba más la atención, así que prestó oído sin abandonar la seguridad que le otorgaba el estar detrás de su hermano mayor.

    El hombre tomó aire para comenzar su relato. André, aunque escéptico, estaba pendiente de cada palabra del sujeto, en espera de cualquier debilidad en la narración para llamarlo idiota; estaba seguro de que no se demoraría mucho en hacerlo.

    El extraño individuo comenzó su historia. Su voz refinada se apoderaba poco a poco del lugar, incluso los sonidos del tren parecieron atenuarse para dar paso a sus palabras, en una complicidad que la oscuridad aplaudía a su alrededor.

    —Bobby y Corey —dijo el hombre— eran hermanos gemelos y lo compartían todo… no solo sus cumpleaños, también sus ropas, sus juguetes… todo lo que pudieran imaginar.

    »La gente siempre hablaba de lo parecidos que eran: cabellos rojos, ojos azules, piel blanca y pecosa, y una clara marca de nacimiento en su pie derecho. Sin embargo, dicho parecido era solo físico, ya que Bobby era amable y gentil, mientras que Corey era egoísta y grosero. Bobby siempre salvaba a los animales que Corey utilizaba para sus experimentos grotescos; Bobby era obediente mientras que Corey disfrutaba desobedeciendo. Con los tutores, Corey siempre tenía problemas, contrario a Bobby, quien era aplaudido por sus notables logros. Todos amaban a Bobby, pero no tanto a Corey; decían lo bueno que era Bobby y señalaban lo malo que era Corey…

    Al escuchar aquello, André perdió la paciencia.

    —Esa historia no tiene sentido, Bobby es un tonto y Corey… bueno, no está tan mal. Pero no entiendo cómo eso va a demostrar algo —dijo aburrido.

    —No te impacientes. La historia aún no termina, la mejor parte está por llegar —respondió el hombre con calma y sin perder su sonrisa.

    Daniel ya no se ocultaba detrás de la espalda de su hermano y escuchaba la historia con gran atención e interés.

    —Ahora continuemos… Entre más tiempo pasaba, más frecuente era esta situación. Lo que nadie suponía era que Corey odiaba a su hermano y este odio crecía día a día, a tal punto que comenzó a odiar su propio rostro por ser idéntico al de su hermano y trataba por todos los medios de no estar en el mismo lugar que él. Por otro lado, el gran corazón y su amor por su gemelo, hacía que Bobby quisiera siempre estar a su lado, sin que le importaran los constantes rechazos. Por tal razón, y para terminar su agonía, Corey decidió realizar el acto más cruel de su corta vida.

    »El niño, en su cumpleaños número doce, invitó a su gemelo al sitio más alejado posible y prometió que

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