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Espiral
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Libro electrónico128 páginas1 hora

Espiral

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Información de este libro electrónico

Un exitoso emigrante en la ciudad de Nueva York emprende una carrera para desprenderse de
todo lo que ha logrado y escapar del aparente mundo perfecto en el que vive. En esta lucha
contra el estrés, la ansiedad y todos los males sicológicos y espirituales, que causa enfrentarse a
un sistema que está cada vez más lejos del ser humano, descubrirá que
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 feb 2021
ISBN9789585162136
Espiral
Autor

Harold Trompetero

Harold Trompetero nació en 1971, es comunicador social, publicista y maestro en escrituras creativas. Su gran pasión es la creatividad, por esto ha desarrollado múltiples proyectos en diversas áreas, en las que se cuentan: libros de humor, novelas, obras de video arte, más de veinte largometrajes y una larga trayectoria como publicista, en el que ha logrado los premios más importantes del mundo, entre los que se cuenta el gran León De Oro del festival de publicidad de Cannes. Esto último lo llevó a desempeñarse como director creativo en la ciudad de Nueva York de una de las empresas de publicidad más reconocidas del mercado hispano de los Estados Unidos. De sus muchos años de vida en esa ciudad y del conocimiento que tuvo de los altos círculos ejecutivos de la gran manzana, nace Espiral.

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    Espiral - Harold Trompetero

    Corbusier

    1

    Margarita, en invierno, saca de entre sus hojas una flor blanca que dura radiante hasta el final del verano, cuando se marchita. Está en esa ventana desde el día en que María me la trajo de regalo, antes de que se despidiera de mí para irse a morir. Yo creía que era una metáfora romántica, eso de venir a despedirse antes de irse a morir. Tres días después, de regreso en su país, se fue a un pueblo perdido en la selva que ardía en calor todo el año, y luego de meditar ocho horas en ayunas, se metió por las narices toda la cocaína que pudo y bailó hasta que se detuvo su corazón. Era budista, una budista punk; murió meditando, meditando a su manera. Es, más o menos, lo que yo quiero hacer ahora. Lo que pasa es que no soy tan punk y no me gusta bailar, así me haya roto una pierna saltando al ritmo de Satisfaction , de los Rolling Stones; además detesto la cocaína, nunca la he probado, si lo hiciera no podría parar de meterla en mis narices, la terminaría necesitando más que el aire para respirar.

    De la planta será fácil deshacerse, la voy a llevar al Central Park y la sembraré allá, en una montaña, en la misma que me fui a llorar esa tarde de domingo en la que murió mi papá, a seis mil kilómetros de distancia.

    Me va a doler mucho dejar a Margarita, pero el verdadero problema es ¿qué voy a hacer con la gata?

    Rusalka, ella me entiende; bueno, Margarita también. La una necesita que le cambie la tierra y la otra que le eche agua, es lo único que piden de mí, y eso, porque no sé en cuántos de mis viajes he olvidado que las dos existen. Cuando regreso siempre están ahí, sobreviviendo por la gracia de la vida, sin agua, sin comida, con algo de luz, con aire y sin mí.

    ***

    Una noche, Rusalka me trajo una rata, me la puso de regalo en la almohada. Otro día, en el mismo sitio, me dejó una plasta de mierda. Cuando pasó lo de la rata, me pareció bonito que me demostrara su amor trayéndome el producto de su cacería. Recuerdo que la rata tenía las tripas afuera, la cosa más asquerosa, pero igual era una bella imagen. Siempre había pensado que las mataba asfixiándolas, no sé cómo Rusalka le sacó las vísceras y las dejó esparcidas en mi cama. La segunda vez la quería matar, el reguero de mierda que me dejó también era por amor; sí, por amor. Me di cuenta de que lo había hecho porque estaba celosa, en esos días yo tenía una amante que se quedaba en mi casa de vez en cuando, y justo se cagó al lado de la cama, donde a ella le gustaba dormir.

    ¿Qué voy a hacer con la gata? Ese sí es un problema.

    ***

    Ya pagué los saldos de las tarjetas de crédito, estoy limpio, no les debo ni un centavo a los bancos, soy libre. Bueno, casi libre. Es casi imposible cerrarlas, imponen más requisitos que para abrirlas, pero como no las voy a usar, no importa. Las dejaré abiertas, tampoco creo que pueda cerrar las cuentas de los bancos, igual voy a sacar todo el dinero. Lo que no sé es dónde voy a poner todo ese efectivo. Andar con miles de dólares encima no es práctico y genera mucha inseguridad. Ahora entiendo el real beneficio de los bancos: crean la idea de que el dinero está en un lugar seguro y no en tus bolsillos, en tu billetera o debajo del colchón, donde un ladrón te puede dejar en la ruina de la noche a la mañana o, quizás por culpa de una colilla de cigarrillo, se puede esfumar, en todo el sentido de la palabra, todo lo que has hecho en una vida. Menos mal ahora existen los cigarrillos electrónicos.

    ***

    Es raro haber pagado todas las deudas, una sensación real de paz y libertad, como la que venden en los anuncios de planes turísticos a paraísos naturales: por unos días te damos la posibilidad de que vuelvas a ser lo que tú eres, con todo confort y sin ningún peligro. O, si lo prefieres, también puedes tener todo el peligro, depende del presupuesto que tengas y de lo que quieras vivir. Llama a tu agente de viajes, o sigue este link, o arma tu propio paquete entrando a esta página…

    ***

    Estuve pensando y no tengo ropa adecuada para mi escape: aparte de la pantaloneta, los tenis y las camisetas para correr, solo tengo en mi armario trajes en gris, azul y negro, camisas blancas y corbatas negras. Uno debe verse ridículo subiéndose a un bus, o a un avión, o a un tren, vestido con traje de ejecutivo, mochila y la barba sin afeitar de tres días. Podría parecer un modelo de catálogo de ropa para hombre que huyó con lo que le dieron para hacer la sesión fotográfica.

    ***

    El dinero no me va a alcanzar para toda la vida, ¿de qué voy a vivir cuando se me acabe? Con lo que tengo, dándome gusto en todo, como siempre, podría durar unos tres años; hasta unos seis si me aprieto el cinturón. También podría alcanzarme para un día, si me da por alguna extravagancia. A fin de cuentas, podría subsistir con cualquier cosa, podría ser mendigo, pedir no es difícil; incluso podría ser ladrón, debe ser excitante, claro que ser ladrón es un trabajo bastante complejo. Yo creo que los rateros se parecen a los médicos por lo menos en un aspecto: para tener un ingreso digno tienen que especializarse en algo, y para eso hay que prepararse, estudiar. Para robar un banco seguro es necesario hacer muchos estudios, y para ser carterista se debe tener que practicar mucho también. En fin, para robar cualquier cosa está claro que hay que pensar mucho y yo no quiero volver a pensar nunca más.

    ***

    —Un baby beef término medio, casi crudo, que se le vea la sangre, con ensalada César y una copa de vino, por favor.

    ¿Y si viviera con un pie allá y otro acá? Podría desaparecerme durante un par de años y dejar el dinero en acciones. Regresaría, de vez en cuando, a jugar unos meses en la bolsa, me capitalizaría y volvería a desaparecer. Sería perfecto. Dicen que en la India se puede vivir con diez dólares al día, viajando, con comida y dormida incluida; con lo que tengo podría durar como mil ochocientos cincuenta años o más, no sería necesario volver, pero debe ser muy aburrido estar así, pensando cómo subsistir cada día con esa cantidad de dinero. El 90 % de la población del planeta vive pensando cómo mantenerse con menos de diez dólares al día. Debe ser una desgracia.

    —Señor, esta carne está pasada de término, le dije que ensangrentada y mire, está seca. ¿Sabe qué? Mejor llévesela, solo quiero la ensalada y el vino.

    ***

    Voy a extrañar mi bicicleta también. Desde que llegué a Nueva York las bicicletas han sido mi instrumento de libertad. Me han robado muchas, pero no importa, compraré todas las que sean necesarias con tal de no tener que meterme al metro. En una ocasión, compré una en un mercado de las pulgas de Williamsburg. Me encantaba esa bicicleta, era totalmente negra, el manubrio era grande y me permitía ir erguido; se frenaba pedaleándola hacia atrás. En otoño me gustaba ponerme mi abrigo negro de invierno e irme a pasear en ella sin rumbo ni destino. Un día, una patrulla de la policía me cerró el paso y me hicieron caer. Ya en el piso, con el garrote del policía en el cuello, me preguntaron de dónde había sacado la bicicleta, les dije que del mercado de las pulgas, pero dijeron que era robada y me la quitaron. Se la dieron a un hombre que venía con ellos en la patrulla. Al parecer me venían siguiendo desde hacía rato y aseguraron que él era el dueño, que me fuera y no volviera a comprar cosas en la calle. Me dio mucha tristeza perder esa bicicleta, de hecho, tiempo después vi un par de veces al tipo ese montándola, iba vestido también con abrigo negro, y muy erguido.

    Creo que podría contar con los dedos de una mano las veces que he usado el metro, me siento como una rata andando por debajo de la tierra. Caminar también ha sido bello: los pensamientos se aclaran, la cabeza retumba y el corazón se siente palpitar, pero montar en bici limpia el alma. Me encanta pedalear a toda velocidad, grito y el viento silencia mis aullidos, el aire entra por la nariz en sobredosis, la piel se eriza con el frío, y la cabeza solo ordena avanzar a los pies, que giran y giran.

    ¿Y si me voy a dar la vuelta al mundo en bici? Sería perfecto andar ocho horas al día pedaleando, recorriendo caminos sobre dos ruedas, mientras rompo la

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