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El silencio de las golondrinas: Relatos de desplazamiento en el barrio Voces de Esperanza
El silencio de las golondrinas: Relatos de desplazamiento en el barrio Voces de Esperanza
El silencio de las golondrinas: Relatos de desplazamiento en el barrio Voces de Esperanza
Libro electrónico69 páginas56 minutos

El silencio de las golondrinas: Relatos de desplazamiento en el barrio Voces de Esperanza

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En el suroccidente colombiano hay un barrio entre las montañas verdes del Cauca. Su nombre, "Voces de Esperanza", refleja lo que sus hombres, mujeres y niños llevan construyendo hace más de 10 años con sus casas de tabla, su cancha y su caseta comunal. Sin distinguir de dónde provienen ni por qué llegaron ahí, todos encontraron en ese pedacito de tierra un hogar, unos amigos, y una nueva oportunidad para vivir. Estos relatos, crónicas periodísticas y testimonios, buscan narrar el barrio, la vida después de la guerra, y qué es lo que tienen que decir las mujeres y niños para abandonar ese silencio. En este barrio Tatiana cuenta para vencer el pasado, en algún rincón suena "El día de mi suerte" de Héctor Lavoe, aparecen los criollos protectores, siempre atentos, y hay niños a los que le brotan las palabras y sienten la muerte en el cuerpo. Este libro es un viaje fascinante al corazón de los barrios populares, al juego y la alegría, pero también al dolor del desarraigo y de un pasado que se deja atrás pero nunca se olvida por completo.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 nov 2021
ISBN9798201268039
El silencio de las golondrinas: Relatos de desplazamiento en el barrio Voces de Esperanza

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    El silencio de las golondrinas - Isabella Rendón Barros

    Tres golondrinas no hacen llover

    ¿Cuándo seré como una golondrina, así podré dejar de estar en silencio?

    T. S. Eliot

    ––––––––

    –Miedo hay que tenerle solo a Dios –responde Arnol Vergara, presidente de la Junta de la Fundación Voces de Esperanza, cuando alguien le reclama porque la gente tiene miedo a hablar.

    Una multitud alrededor de una casa de tabla de dos pisos, que sirve de tienda, llegó a discutir la elección del tesorero y la construcción de la caseta, pero llevan dos horas haciendo y deshaciendo chismes y rumores. Que alguien dijo que la junta se iba a separar, que están actuando sin informar, que los menospreciados son muchos y todos son pobres y necesitados, que el balastro alcanza solo para algunos.

    –Hay errores de las juntas pasadas con los que todavía cargamos, y de las amenazas nadie se acuerda –replica Arnol.

    De la multitud sobresale Carlosama, un hombre mayor que sentencia:

    –Si hablan dos o tres no vale, se sabe que tres golondrinas no hacen llover.

    ***

    El primer vuelo

    Se iban a tomar el Bambú, esa era la decisión que habían tomado casi dos mil personas provenientes de diferentes lugares del país. La idea era tomar parte de terreno y convertirlo en invasión. La misión la dirigía Miguel Morales, hasta ese momento el líder de la comunidad. Morales había ganado popularidad por su poder de palabra: a muchos les gustaba escuchar sus largos discursos: Miguel Morales hablaba y la gente lloraba. Las mujeres también lo preferían, lo admiraban, lo buscaban.

    –Era un hombre simpático, inteligente. Tenía un cuerpazo, entonces las mujeres le llovían. En las noches uno las veía pasar por el monte silenciosas, visitándolo en su cambuche – recuerda Rosa Mosquera, una de las primeras mujeres que se unió al proyecto.

    De él se sabía muy poco, solo que su familia estaba asentada en Popayán. Por mucho tiempo se le asoció con grupos guerrilleros, esta es la razón por la que siempre estaba acompañado de escoltas armados. La misma comunidad se había encargado de protegerlo, la gente lo seguía, tenía mucha credibilidad.

    En febrero de 2010, Miguel Morales llamó a más gente a unirse a la toma del terreno en el Bambú. Muchos más asistieron, empezaron a prometerse lotes. En el lugar, la fuerza pública intentó sacarlos y unos huyeron por temor a los gases, otros se quedaron para pelear. Freddy Paz, en ese momento secretario de gobierno en el mandato de alcaldía de Ramiro Navia, habló con la junta que se había establecido en el momento y el líder de la comunidad. Con ellos se acordó la compra de una finca, la administración pagaría la mitad y la comunidad se encargaría del dinero restante. Esto nunca llegó a ocurrir. En ese momento nadie se imaginó que la gente continuaría y decidiera marchar. Ese día, mujeres, niños y hombres salieron hacia los quioscos ubicados en el barrio Lomas de Granada. Fue un camino largo, no habían dormido y no llevaban nada de comer, se llamaba a hacer vigilancia a las doce de la noche y seis de la mañana.

    –En el camino solo pensábamos en el hambre, hicimos entre todos algo de limonada para aguantarla. El Estado nos había abandonado y engañado, pero no teníamos otra opción que seguir buscando tierra. Yo le cuento a mis hijos esta historia, para que sepan que todo lo ganamos a punta de pelea –replica Hortensia Fernández mientras habla de los primeros días de la fundación.

    Ya en el lugar, entre todos decidieron buscar una finca para comprarla, algunos irían a buscar a Puelenje, a Timbío. En la finca que encontraron vivieron más de dos meses, el barrizal no los dejaba hacer nada. La búsqueda de tierra continuó, se acordó que la comunidad daría un aporte de quinientos mil pesos por familia. Muy pocos pudieron darlos por lo que muchos desistieron en la búsqueda y otros colaboraron con menos dinero. Visitaron terrenos cerca de la Penitenciaría de San Isidro y cerca de Santa Bárbara donde un grupo de hombres armados los volvió a desplazar.

    Fue en mayo del 2010 cuando encontraron una finca cerca de Cajete, una vereda que hace parte de Popayán. Estaba cerca de la ciudad, esa es la razón por la que la mayoría la eligió. Sin embargo, no había mucho más que monte y loma. Aun así reunieron cien millones de pesos y la compraron. A las cinco de la mañana la comunidad estaba esperando en la entrada. No había vías, ni mucho menos servicios básicos. Pero decidieron quedarse. Ya muchos habían desistido en la búsqueda, otros no tenían recursos para pagar ninguna cuota, de los miles que habían iniciado el proyecto quedaron algunos cientos. Al final, el

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