Un credo y una subsistencia
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Esta búsqueda del objetivo de la existencia, unida a la lucha contra los patrones de comportamiento que imponen las religiones y la sociedad, se reúnen en una pequeña pieza de teatro al final del libro, donde la rebeldía y la necesidad de explorar el mundo de acuerdo con las propias inquietudes, unidas a la fidelidad que cada ser humano le debe a su propio ser, se convierten en la filosofía de vida que se comparte con el lector.
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Un credo y una subsistencia - Valobert Osias Charles
UN CREDO Y UNA SUBSISTENCIA
Valobert Osias Charles
Logo_ALSello_calidad_ALPRIMERA EDICIÓN
Enero 2021
Editado por Aguja Literaria
Noruega 6655, departamento 132
Las Condes - Santiago - Chile
Fono fijo: +56 227896753
E-Mail: agujaliteraria@gmail.com
Sitio web: www.agujaliteraria.com
Facebook: Aguja Literaria
Instagram @agujaliteraria
ISBN: 9789566039709
DERECHOS RESERVADOS
Nº inscripción: 2021-A-682
Valobert Osias Charles
Un credo y una subsistencia
Queda rigurosamente prohibida sin la autorización escrita del autor,
bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra
por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático
Los contenidos de los textos editados por Aguja Literaria son de la exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan el pensamiento de la Agencia
TAPAS
Imagen: Sandro Tsitskhvaia
Diseño: Josefina Gaete Silva
Mis más sinceros agradecimientos
a la profesora Alejandra Medina Salazar
ÍNDICE
Parte I
La religión me quitó a mi familia
Mi papá y su relación con las mujeres
La instrucción de mis padres
La mujer que nació en proceso de morir
La rebeldía de mi hermano
Un nuevo camino
Parte II
Dios no quiere ser asesino
Imaginar la vida sin esperanza
¿Qué ocurre en veinticuatro horas lejos del ser?
De la religión a mi ser
Amor propio
La inteligencia me ha hecho sufrir
No existe rebelión sin inteligencia
Mi mente, mi mejor religión
Existir sin agregados
Seres extraordinarios
Perseguir la luz
¿Qué hace falta en el mundo?
Si la religión es calidad de vida, la rebeldía es respiración
Renacer
¿Cómo sería una sociedad antagónica, sin religiones?
La potencia del ser
Parte III
Quisiera vivir como un muerto
PARTE I
LA RELIGIÓN ME QUITÓ A MI FAMILIA
Aquello que se percibe como normalidad individual
, ¿está conformado por el conjunto de percepciones que se tienen sobre la acciones de otra persona, o solo por las razones que desarrolla una mente antes de actuar?
Para mí, aquello que en mi entorno es llamado normalidad
constituye un estado de sofocamiento mental, considero que mi vida ha sido tan distinta a la de otras personas, que no sé qué es normal. Lo que experimenté quizá fue un sueño hecho real: como no existen imposibles, lo que parecía irrealizable se hizo posible. Aquel que maneja las fuerzas invisibles de este viaje llamado vida quería experimentar conmigo un sueño, sin haber tenido un deseo claro en la mente. La búsqueda de la locura
(aquellas cosas que tanto me prohibieron) y la lucha por lograr la estabilidad de cada persona de mi entorno fueron las misiones más largas con las que me comprometí, aunque abandoné ese ambiente porque no respondió las preguntas que me planteaba ante cada experiencia.
La religión es un personaje a quien se le ha olvidado que actúa, aunque en cada escena hace llorar a la mitad de su público. El demonio, en cambio, siempre ha representado la ignorancia, la hipocresía, la envidia y el engaño. Lo que no sé es por qué la actuación de la religión siempre gira en torno a la espiritualidad. En realidad, ella ha interpretado al demonio que desea estrangular a las personas, repartir el mismo castigo sufrido por el sacerdote troyano Laocoonte tras permitirse recelar del caballo de Troya.
Nací en 1992 en una familia cristiana de origen haitiano. Mi papá era pastor, y mi mamá, misionera de un cuerpo de evangelización. A temprana edad me di cuenta de que cada ser humano es responsable de sus actos, sufrimientos, experiencias y crecimiento. El problema radica en que me inculcaron lo contrario.
Hasta grandecito pensé que solo podía dedicarme a ser profesor, pastor, médico o padre. Desconozco si fue el destino o alguna fuerza del universo lo que me regaló la capacidad de entender muchas cosas por mí mismo, pues sentía una fuerte inquietud y consideraba que el mundo era más amplio. Eran infinitas las posibilidades, pero mi entorno se limitaba a una cajita de fósforos. Me sentía siempre como un zapato extraviado, cuyo par, en aquel momento, jamás encontré.
Al salir del colegio, concurría a la iglesia de mi papá y luego iba a mi casa a estudiar. Mi mente no paraba de pensar, sobre todo mientras el profesor particular que pagó mi papá estaba en a casa. Después de que terminaba de retarme, le hacía preguntas sobre su vida personal que consideraba un tanto profundas. Pueden decir que era la curiosidad de todos los niños, pero mi intención era otra: hacer notar que no estaba conforme con lo que me daban, con eso que formaba parte de mis rutinas. Por este motivo, cuestionaba sus razones para tratar de enseñarme, ya que no tenía buenas notas y solo pasaba rabia conmigo. También le preguntaba si, como a mí, no le gustaba su familia, si cuando era pequeño le pegaban porque salía a jugar, o si golpeaba a sus hijos. En lugar de preocuparme por aprender la lección, pasaba el tiempo mentalizándome para recibir el castigo en la mano que me dolía menos.
No sacaba buenas notas ni era un estudiante ejemplar. Sin embargo, tenía capacidad para captar información, actuar por mi cuenta y hacer cosas manuales. Siempre he sido inquieto, pero solo me daban teoría
sobre cómo ser un buen niño y una buena persona. Leía la Biblia y, antes de hacer algo, me decían que revisara qué decía el libro sagrado al respecto. No podía tener amistades ni ver televisión, pues aseguraban que me impulsarían a ser desobediente. Tenía miedo de todo, hasta en el recreo, pues pensaba que los adultos me pegarían al verme jugar. Temía conversar con otras personas, divertirme o ir al parque, incluso jugar fútbol. Si en la calle me cruzaba con un amigo de mi papá, aunque no me viera, debía encontrar la manera de saludarlo, por temor a que otro adulto notara que había pasado sin saludar. De esta manera, mis hermanos y yo vivíamos en una prisión mental que nos impedía crecer. Ninguno de ellos fue un alumno destacado, pese a que mis hermanas siempre fueron sumisas, un poco más tranquilas que yo.
No sé si en todas partes del mundo existía el método de pegarle a los niños en la mano, pero en mi infancia ese era el castigo cuando alguien se portaba mal. Yo salía en las tardes, no estudiaba e iba a jugar con otros niños, incluso sabiendo que me pegarían. Estaba pendiente de la hora en que llegaba mi papá para simular que estudiaba y evitar que me castigara, pero estaban los vecinos, a quienes