La noche y yo
()
Información de este libro electrónico
Juan Carlos Méndez Guédez
Juan Carlos Méndez Guédez (Barquisimeto, Venezuela, 1967) es doctor en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Salamanca y escritor afincado en Madrid. Como novelista es autor de: Arena Negra (Libro del Año en Venezuela en 2013), Chulapos mambo, Tal vez la lluvia (Premio Internacional de Novela Ciudad de Barbastro), Una tarde con campanas, Árbol de luna, El Libro de Esther y Retrato de Abel con isla volcánica al fondo. También ha publicado volúmenes de cuentos: Ideogramas, Hasta luego, Míster Salinger y Tan nítido en el recuerdo. Varios de sus relatos y novelas han sido traducidos en Suiza y en Francia.Twitter: @mendezguedez
Lee más de Juan Carlos Méndez Guédez
Voces / Literatura
Relacionado con La noche y yo
Títulos en esta serie (100)
Los pájaros Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Helarte de amar: y otras historias de ciencia-fricción Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El juego del diábolo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLas otras vidas Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El lector de Spinoza Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El síndrome Chéjov Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa mitad del diablo Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Inquisiciones peruanas Calificación: 3 de 5 estrellas3/5España, aparta de mí estos premios Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El androide y las quimeras Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El otro fuego Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMirar al agua: Cuentos plásticos Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La vida ausente Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Alumbramiento Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesQuédate donde estás Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesVoces de humo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesTemporada de fantasmas Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La glorieta de los fugitivos: Minificción completa Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Las puertas de lo posible: Cuentos de pasado mañana Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Las elipsis del cronista Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAjuar funerario Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Hasta luego, mister Salinger Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Propuesta imposible Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesOficios ejemplares Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La señora Rojo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDistorsiones Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Con la soga al cuello Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCuentos completos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl mundo de los Cabezas Vacías Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCovers. En soledad y compañía Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Libros electrónicos relacionados
Mientras nieva sobre el mar Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl mundo de los Cabezas Vacías Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesPropuesta imposible Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa trama oculta: Cuentos de los dos lados con una silva mínima Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesQuédate donde estás Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesVoces de humo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesIdeogramas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLos maletines Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesFábrica de prodigios Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDesguace americano Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCiudad y otros relatos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa vuelta al día Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDesencuentros Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesBulevar Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesNuestra historia Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLas buenas intenciones: y otros cuentos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLuz de tormenta Calificación: 1 de 5 estrellas1/5Tú también vencerás Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLos reflejos y la escarcha Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLas Inviernas Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Alto contraste Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMirar al agua: Cuentos plásticos Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Ocho centímetros Calificación: 2 de 5 estrellas2/5Las antípodas y el siglo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAventuras e invenciones del Profesor Souto Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl otro fuego Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesHaz memoria Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesInvierno Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa lucecita Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesX se escribe con J: Cartas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Relatos cortos para usted
Vamos a tener sexo juntos - Historias de sexo: Historias eróticas Novela erótica Romance erótico sin censura español Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Las cosas que perdimos en el fuego Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Colección de Gustavo Adolfo Bécquer: Clásicos de la literatura Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El llano en llamas Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Colección de Edgar Allan Poe: Clásicos de la literatura Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Hechizos de pasión, amor y magia Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El profeta Calificación: 4 de 5 estrellas4/5¿Buscando sexo? - novela erótica: Historias de sexo español sin censura erotismo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El psicólogo en casa Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El reino de los cielos Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Cuentos de León Tolstoi: Clásicos de la literatura Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl gallo de oro y otros relatos Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Selección de relatos de horror de Edgar Allan Poe Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Me encanta el sexo - mujeres hermosas y eroticas calientes: Kinky historias eróticas Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Donantes de sueño Calificación: 4 de 5 estrellas4/5EL GATO NEGRO Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Cuentos de Canterbury: Clásicos de la literatura Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Los peligros de fumar en la cama Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Cómo besa: Serie Contrato con un multimillonario, #1 Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Los divagantes Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Hasta la locura, hasta la muerte Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCuentos Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El Caballero Carmelo y otros cuentos Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El señor presidente Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Hombres duros y sexo duro - Romance gay: Historias-gay sin censura español Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Relatos de lo inesperado Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El diablo en la botella (Un clásico de terror) ( AtoZ Classics ) Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La metamorfosis: Clásicos de la literatura Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La paciencia del agua sobre cada piedra Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El césped Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Comentarios para La noche y yo
0 clasificaciones0 comentarios
Vista previa del libro
La noche y yo - Juan Carlos Méndez Guédez
Juan Carlos Méndez Guédez
La noche y yo
Juan Carlos Méndez Guédez, La noche y yo
Primera edición digital: octubre de 2016
ISBN epub: 978-84-8393-588-0
© Juan Carlos Méndez Guédez, 2016
c/o Silvia Bastos Agencia Literaria
© De esta portada, maqueta y edición: Editorial Páginas de Espuma, S. L., 2016
Voces / Literatura 234
Nuestro fondo editorial en www.paginasdeespuma.com
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.
Editorial Páginas de Espuma
Madera 3, 1.º izquierda
28004 Madrid
Teléfono: 91 522 72 51
Correo electrónico: info@paginasdeespuma.com
A Esperanza Guédez,
que me abraza y se ríe al oírme cantar,
que silba y toca el cuatro.
A Consuelo Guédez, que me abraza
por teléfono cuando Barquisimeto
ruge y bellamente revira.
A Papabuelo,
que me enseñaba las letras,
allá en el número 7 de la calle Maury,
otra forma de abrazo.
Escribiste: «Estos muros se hacen transparentes cuando te siento.
Mañana traigo los libros.
Te besa».
Mi libertad había nacido tras aquellas paredes. El calabozo núm. 3
se extendía como un amanecer. Su día era vasto.
El pobre carcelero se creía libre porque cerraba la reja, pero
a través de ti yo era innumerable.
Rafael Cadenas
La renovada muerte de la noche
en la que ya no nos queda
sino la breve luz de la conciencia
y tendernos al lado de los libros…
Salvador Novo
Un círculo para Ainhoa
En el principio fue el círculo. Del círculo venimos. Al círculo volveremos.
Y en el principio fue Ainhoa.
Ainhoa y el aviso del tiempo que acabo de escuchar anunciando terribles lluvias y tormentas para esta noche. Así suceden los aviones que deberían volar a Wellington y una biblioteca llena de hongos y una infinita tarde, pero principalmente sucede Ainhoa. Porque a las personas nos suceden nombres; nombres que leemos, nombres que dejamos de leer. Una historia antigua, repetida, solo que en esta también suceden círculos, y ya lo dije: en el principio fue el círculo, del círculo venimos, al círculo volveremos.
El paseo será largo. Largo y quizás inolvidable porque al verme la gente suelta la carcajada. Varios me señalan; un par de niños me lanzan una piedra y una anciana parece ahogarse con sus risas cuando paso a su lado. Incluso un hombre se detiene y hace una fotografía. Camino con torpeza; no soporto el dolor de los talones. La ropa se me pega al cuerpo. Respiro acezante y voy caminando por el Bulevar Uslar Pietri hacia la calle Sucre.
Sí. La gente me mira. Me mira mucho. Voy razonablemente limpio, pero a mi alrededor crece un murmullo, como si el mundo estuviese presenciando la inauguración de una inofensiva locura. Avanzo por la ciudad vestido con una gorra de béisbol, una larga bufanda verde, unas botas mexicanas y un kimono.
¿Qué será lo que les resulta más perturbador? ¿La gorra? No creo. Mucha gente utiliza gorras de béisbol en Caracas. ¿Las botas mexicanas? Tampoco creo que sean tan extrañas; a muchas personas les gusta ir en botas; los hacen sentir poderosamente telúricos, rurales, sofisticadamente rurales. ¿La bufanda? Hace mucho calor y parece que con ella me estuviese asfixiando, pero una persona resfriada necesitaría llevarla ¿El kimono? Tal vez. No es tan común que la gente camine en ropa de karateca, pero cerca de los gimnasios pueden contemplarse ropas blancas, coloridas cintas. Por lo tanto tampoco puede ser el kimono.
Sin duda es la mezcla. La sintaxis; el orden con que reúno en mi cuerpo cada trozo. Todos esos elementos por separado, todos esos elementos en días distintos del año no ofrecen ninguna perturbación importante, solo juntos resultan perturbadores.
Y les juro que hay una explicación. Es larga de referir pero tiene sentido y si Ainhoa lo viese quizás adivinaría la rara sintaxis que me acompaña. Porque ya se los dije: el asunto va de círculos y a Ainhoa, a mi querida Ainhoa, le encantan los círculos.
La situación parece desesperada. Llevo caminando unos minutos y ya no soporto el dolor de los pies. Voy caminando hacia Ainhoa y por Ainhoa, siempre con la lucidez de que no voy a encontrarla. Tener los cabellos grises y ciertos problemas de tensión sirve al menos para alcanzar fibrosas certezas. Caminar hacia alguien no significa caminar para acercarnos, para producir el encuentro. También caminas hacia alguien alejándote.
No me voy a detener ni un minuto. Comprendan: si paseo bajo este sol cortante y húmedo de Caracas es por Ainhoa, y cuando se realiza algo con la fuerza del convencimiento no resulta posible escuchar la protesta de unos talones aporreados o de unas pantorrillas que hace muchos años abandonaron las bicicletas o el fútbol.
Debo avanzar hacia Sabana Grande. Aprieto los párpados, hago cálculos, murmuro calles o esquinas. Comprendo que el primer punto a donde debo dirigirme es Chacaíto; luego debo seguir hacia el bulevar de Sabana Grande y continuar hasta Plaza Venezuela. Quizás ese es el principio de la ruta. Se trata más bien de una sospecha, una decidida intuición. Con las prisas no me traje un mapa, ni mi teléfono, no traje nada, y a partir de allí, Caracas se transformó en la imprecisión con que mi memoria la va dibujando.
No importa. Las ciudades que amamos son flexibles, son ásperas pero también conocen la tersura y poseen la capacidad de plegarse a nuestro deseo. Irán llegando las calles. A mis ojos. A mis pies. Lo iré logrando. Podré orientarme como si la ciudad misma me estuviese trazando un camino que solo yo podré contemplar. Y nadie se equivoque: no estoy recuperando mis paseos con Ainhoa. Ella y yo jamás caminamos por este sitio. Caracas no es lugar para paseos distraídos. En las venas de quienes aquí habitamos no circula sangre sino espesa gasolina y aceite de motor. No. No recorro lo extraviado. Es otra la intención aunque ahora mismo yo no la comprenda del todo. Necesito caminar. Caminar. Caminar. Si se tratase de retomar un espacio común debería irme a la Biblioteca. Abrir las puertas, mover mi silla y colocarme al otro lado del mostrador y mirar hacia la última mesa, justo en la sección de ensayo histórico. Allí sí coincidimos en muchas ocasiones.
Pero estoy jubilado desde hace cuatro meses. La biblioteca continúa cerrada y Ainhoa se marcha en unas horas de Venezuela. Se muda. Se escapa. Ainhoa vuela hacia Wellington. Y no piensa regresar nunca.
Apoyo el cuerpo en un árbol. Me duelen tanto los pies que han empezado a dejar de dolerme. Me habitúo, me resigno, me comprendo en la molestia de los huesos y los tendones. Apenas siento los tobillos. Buena señal. Mi cuerpo acaba de aceptar que hoy se trata de un momento inusitado, que no hay opciones, que no existe un plan distinto al que acabo de imponerle.
Intento calcular cuánto tiempo necesitaré para hacer completa mi ruta. Imposible saberlo. Seguir; seguir. Avanzar a pie por una ciudad feroz como Caracas: ¿resistencia? ¿desafío? ¿temeridad? No voy a expandirme en palabras. Hay que hacerlo y se hace.
Ahora, al fin, mi día se vuelve musculoso, tangible. Porque antes solo fue una especie de vapor. Cinco minutos después del mediodía llegó el primer mensaje de Ainhoa: «ya nos vemos; estoy enredada con las maletas». Quince minutos después: «no consigo nada, ni siquiera consigo la maleta». Una hora después: «se me está complicando el día; ahora hablamos». Dos horas después: «¿Por error te dejé mi pasaporte?». Dos horas siete minutos después: «Conseguí el pasaporte. Muchos besos. Ahora hablamos». Dos horas y diecinueve minutos después: «Volví a perder el pasaporte». Tres horas después: «Ya lo encontré. Besos».
Luego no hubo más mensajes. No volví a leer a Ainhoa.
Vuelvo a caminar. Llevo buen ritmo y me gusta el sonido de las botas al golpear contra el suelo. Es lo que sucede con los años: te deleitas en un detalle, paladeas las emociones y la desesperación absoluta resulta un lejano territorio. Pienso en Pavese, en esos diarios suyos que leí en la biblioteca: si algo terrible puede ocurrir, ocurrirá. Si algo terrible como que Ainhoa se esfume puede ocurrir, ocurrirá… pero también mis botas harán un bello ritmo sobre la acera.
Cada horror contiene el detalle que lo atenúa.
A mi lado se coloca un hombre que lleva un bastón en la mano izquierda y en la otra sostiene una bandeja llena de dulces. El olor me impregna: coco, canela, azúcar caramelizada. Respiro con hondura. Siento que habito mi cuerpo con un aroma brillante. Continúo mi ruta a toda prisa pero a la vez es como si cerrase los ojos y me extraviase en ese olor remoto. Los dulces resplandecen en la bandeja como trozos de ámbar bajo la luz solar. Algo resulta intrigante. El hombre muestra una barba de varias semanas y tiene las manos retorcidas; se mueve con extremada lentitud, soltando un agónico jadeo con cada paso, y sin embargo, aunque avanzo a toda prisa no logro distanciarme de él.
–Caminando tan rápido no llegarás –suelta y creo comprobar que bajo sus destrozados mocasines Caracas se mueve a otra velocidad.
Encojo los hombros. No le respondo aunque su presencia me resulta familiar.
–Te lo digo en serio. Tanta prisa hará que el lugar a donde te diriges cada vez se encuentre más lejos.
Muevo la cabeza en uno de esos gestos intermedios que son una afirmación, un rechazo, una duda. Al llegar a una esquina me detengo. El hombre sigue a mi lado.
–Pero si es usted –le digo al sentir un escalofrío que baja por mi espalda–. Ya lo recuerdo. El señor que vendía dulces en la Plaza Candelaria hace cuarenta años.
–Los mejores dulces –susurra.
–Es verdad. Los mejores dulces de coco –musito al contemplar esa figura frágil de huesos que parecieran resquebrajarse bajo el sol.
–¿Vas hacia allá? –pregunta el hombre señalando con su bastón hacia Chacaíto.
–Eso creo. Pero quizás no debería hablar con usted. Aquí nunca hablamos con nadie en la calle, ni le decimos qué vamos a hacer. Ahora siempre tenemos miedo, como si Caracas nos hubiese vuelto niños en peligro.
–Pero me conoces. Lo acabas de decir. Me recuerdas con claridad.
–Es cierto.
–Tienes el rostro desencajado. Muy desencajado. Yo diría que vas buscando una mujer que está en esa dirección.
–En cierta forma. Pero no estará allí. No estará en ninguno de los lugares por donde voy a caminar.
–¿Dónde está ahora?
–Mejor no saberlo. Cuando cesan las noticias sobre las personas que queremos, la felicidad es ignorar donde se encuentran.
–En el amor siempre es bueno lo que se ignora –dice el hombre–. El amor es un inmenso peso; un peso en la mirada que termina por destruir.
–Quizás… Ahora Ainhoa estará en Maiquetía esperando su avión o en su casa en La Castellana o en la casa de su novio, un hombre muy joven que usa un peinado extraño. O estará en cualquier sitio.
–Es muy grande Caracas –dice el hombre y golpea el suelo suavemente con su bastón.
–Es grande, pero como decía Bolívar Coronado: una mujer que no vemos está en todos los lugares. Ahora mismo Ainhoa