Maniático engendro
Por Marco Cala
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Marco Cala
Dizque abogado de la UNAB, eso dice el diploma. Ha publicado de manera independiente las novelas: «Matar a Bukowski», «Sexo con extraños» y «Atentado contra Shakira y su vida después del holocausto nuclear» (finalista al Premio de Novela Ángel Miguel Pozanco, España, 2009). Ha sido publicado en México en la antología de cuento breve «Voces con vida» (2009). Le gusta no trabajar, los perros, los gatos, come pescado y cabro en cualquier presentación y practica el boxeo y el Muay Thai.
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Maniático engendro - Marco Cala
Sr.
Bucaramanga, abril de 2051
Todos los seres humanos, unos más que otros, a través de nuestras vidas, vamos acumulando secretos: misterios personales, manías, cosas que nos han sucedido, acciones que hemos realizado o deseos reprimidos que no hemos querido contar nunca. Incluso las personas más sinceras y extrovertidas se han reservado en un momento de su vida algún asunto privado. Querer blindar estas verdades de la publicidad, cuando implican energías negativas represadas y quien las mantiene ocultas tiene conciencia o se ve asediado por sus secretos, puede resultar en un detrimento de la salud mental y física del portador que soporta esa carga emocional, como quien vive con un defecto físico permanente: el cojo, el jorobado, el impotente. Como estos aprenden a vivir con su condición, yo aprendí a vivir manteniendo algunos secretos, pero solo uno me atormenta hasta estos días de mi vejez por ser de verdad relevante, tan trascendental que si se hubiera sabido, mi vida se habría ido al estanco. De pronto no hubiera sido destruido como artista porque podía demostrar ser uno íntegro, pero sí habría terminado en la cárcel. Aclaro de una vez, no soy un asesino ni un ser despiadado, pero me vi involucrado en hechos horribles en los cuales perdieron la vida animales y personas.
Cuando uno se deshace del peso de un secreto la sensación es de liberación. Aquello que no contamos suelen ser cosas que están mal vistas desde una perspectiva social o ética: guardamos secretos, principalmente, para prevenir la vergüenza, la estigmatización o el castigo. En mi caso, mantener durante tantos años en secreto la verdad de los hechos que he callado, obedece a resguardar mi integridad como artista, pero, sobre todo, a escapar del castigo legal que me hubiera acarreado las consecuencias de la espiral de locura en la que caí al ser manipulado y extorsionado, podría decirse, por mi propia conciencia, por mí mismo, o por la peor parte de mí que no era yo.
A mi edad, setenta y cuatro años, sin hijos, sin esposa o compañera sentimental, con la seguridad y satisfacción de haber logrado la más importante de mis metas y anhelos de mi vida, a sabiendas de que mi nombre perdurará en el mundo por medio de mis libros, no me importa lo que piensen de mí después de muerto si alguien se llegara a enterar de los hechos que con tanto celo he callado durante décadas. Si voy a hacer esta confesión es porque hace mucho no escribo y me hace falta escribir un último libro, estas memorias, libro sin intención alguna de publicación o divulgación, porque a nadie le interesa, salvo a aquellos que se vieron afectados de manera directa e indirecta por mis acciones, que en realidad no eran mías, pues las llevó a cabo un ser que podría ser identificado como mi persona pero no era yo, a pesar de que el ácido desoxirribonucleico desmiente mi decir, no era yo, lo aseguro: ese no era yo. Los que se vieron afectados directamente sufrieron horribles muertes a manos del ser que podría ser yo pero no era yo; y los que se vieron afectados indirectamente, creo que a estas alturas sufrirán de Alzheimer o ya no existen.
Siempre sentí dentro de mí estar destinado a ser reconocido debido a mi oficio. Tardé mucho tiempo en encontrar ese talento que me otorgara el tan soñado reconocimiento. De joven –trece, catorce años– lo intenté con la música. Mi primera guitarra eléctrica la adquirí, como dicen los informáticos, por defecto. Un día vi en televisión una carrera de motocross y me dio por entusiasmarme con las motos. Miraba las carreras y compraba las revistas importadas sobre el tema, estas se conseguían en el centro, en un quiosco de un señor que era el único que vendía revistas importadas en la ciudad. En ese tiempo la Internet no existía, si uno quería aprender acerca de algo le tocaba ir a la biblioteca municipal o si las conseguía sobre el tema, comprar revistas. A mi papá lo molesté durante meses rogándole que me comprara una moto. Siempre me contestaba que mejor me compraba un revólver y el ataúd, la moto era un peligro y costaba un montón de plata. Cuando vi imposible convencerlo, dejé de comprar revistas de motocross y hasta de mirar las carreras por televisión.
Mis primeros pinitos en el mundo de la música los di al descubrir grupos como Iron Maiden, AC/DC, Slayer, Megadeth, Metallica, Judas Priest. Me cautivó la energía y el estilo de vida que representaba esta música, y quise aprender a tocar guitarra. Otra vez duré meses molestando a mi papá, rogándole que me comprara una guitarra eléctrica. Para que dejara de fastidiarle la vida todos los días a toda hora, y siendo una compra menos cara y peligrosa que la moto, mi papá me compró la guitarra. No quiero entrar en detalles de mi época de colegial, la adolescencia de la mayoría de las personas transcurre sin logros memorables, uno de adolescente es un idiota que no sabe nada, pero cree que lo sabe todo.
Toqué en dos grupos de metal: Morbidus y Tortura. Un buen día fui a visitar a mi abuelita materna, llevaba conmigo unas fotocopias con las letras de un trabajo de un grupo colombiano llamado Parabellum. Hacían música que era nueva para esa época. Hasta ese momento las agrupaciones de metal colombianas estaban orientadas a imitar grupos de otros países, americanos y europeos. Parabellum, junto a Reencarnación, ambos de Medellín, protagonizaron ese quiebre, crearon por primera vez un sonido más pesado, oscuro y agresivo, además, original; uno los escuchaba y no podía decir que sonaban parecido a otra banda, ni siquiera podía identificar influencias. Ellos fueron quienes con su originalidad influenciaron a muchos, inclusive a grupos de otros países. Su sonido se caracterizaba por su fuerza y contundencia, a pesar de que sus integrantes no poseían técnica ni conocimientos académicos, y las herramientas que utilizaban eran muy precarias, al punto que las distorsiones las hacían amigos de la banda que algo sabían de electrónica, de ahí su sonido tan estridente y crudo.
La fama de Parabellum como un grupo maldito creció cuando terminaron de montar las canciones del que sería su primer disco: Sacrilegio. Se anunciaba como el primer disco de metal extremo producido y grabado en Colombia. La portada era una imagen de la virgen del Carmen, una virgen cadavérica rodeada por dos ángeles con aspecto demoníaco y algunos devotos que clamaban piedad mientras se flagelaban a sí mismos. Pero lo que más destacaba de Parabellum eran las letras de sus canciones que atacaban sin miedo a la iglesia católica y al gobierno: Engendro 666, Madre muerte, Bruja maldita, Mutación por radiación, Tiempos mortis, Maleficio, Venérea/La sucia y el bastardo, Guerra, monopolio y sexo, Alarido de guerra/Mutilación, títulos de sus canciones. Acá algunos apartes de las letras de dos de sus canciones, causantes del patatús sufrido por mi abuelita cuando agarró y leyó las fotocopias que yo había dejado olvidadas en la mesa de estudio de su casa:
«Satán y madre muerte juntos se aparean sobre el altar de una iglesia - madre muerte clava agujas en su vientre - Satán escupe pus de su pene».
«Tiene lengua de serpiente - tiene cuernos de cabro - enano con cara de anciano».
«Y el sublime poeta dedicó sus versos al sol y este con sus rayos de fuego lo quemó - Y la luna con sus frías caricias sanó sus heridas - Y al marica poeta le cortaron su cabeza y quemaron su cuerpo en la hoguera».
«Lamentos en el viento - ángeles del averno se masturban en el cielo».
«Malvada hechicera - rata hambrienta - prostituta medieval eres perra de Satán».
«Se masturba y se orina - grita y vomita, llora y defeca, ríe y es mueca - muerte».
Muy tarde me acordé de haber olvidado esas fotocopias en la casa de mi abuela, cuando regresé a recogerlas ya me querían hacer un exorcismo. Mi papá poco se metía en mi vida desde que le caminara derecho y nunca tuviera la osadía de refutar alguna de sus órdenes. Nunca me dijo nada acerca de la música que escuchaba ni de los personajes con los que tocaba, por lo cual ni se me pasó por la cabeza que pudiera hacer semejante vejamen en mi contra: desapareció mi colección de discos (no eran muchos, unos quince) y mi guitarra. Le reclamé, se formó la de Troya y esa fue