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Deja Vu
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Libro electrónico423 páginas6 horas

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Dj vu, compendio de maravillosas novelas de ficcin fantstico realistas con que la autora evita que el leyente deje de evocarla y al titularlo Dj vu que traducido al espaol Ya visto ella sutil y deliciosamente se delata.
Ha dado por nombre Thas al personaje que se contonea en las ficciones narradas con drama, tragedia, realismo, fbula y hasta lrica expresiva en las novelas que quiz un da pasaran a ser leyendas de la literatura.
Podemos decir entonces que Dj vu pertenece al gnero de narracin hecha novela.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento30 dic 2015
ISBN9781506510132
Deja Vu
Autor

Maria Isabel Mathieu

Maria Isabel Mathieu nació en 1953 en Bogotá Colombia. Luego de tres décadas se trasladó a Los Estados Unidos en donde se convirtió en la escritora mayormente de ficción que hoy por hoy, ha publicado con este, 9 libros. Con su forma exquisita de narrar atrapa al lector al punto de hacerle soltar una carcajada como también una furtiva lágrima.

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    Deja Vu - Maria Isabel Mathieu

    Déjà vu

    Maria Isabel Mathieu

    Copyright © 2016 por Maria Isabel Mathieu.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2015920268

    ISBN:   Tapa Blanda           978-1-5065-1012-5

                 Libro Electrónico   978-1-5065-1013-2

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 23/12/2015

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    729531

    ÍNDICE

    Amor de ojos verdes

    Shantall

    Simplemente un….Rayo De Luz

    Mi vida entre tus brazos

    Sardina

    La Voz del Otoño

    Bastardo

    Ella es mi prima

    Gris parece dormir

    Mi niño

    ¡Ay hombe!

    Música

    Una corbata para papá

    El Silencio de las Campanas

    Lucerito

    Inmaculado Corazón de María

    Amor de ojos verdes

    Hacia el colegio caminaba la niña que, con la natural belleza de sus once años llamaba la atención de todos los adolescentes del barrio llamados en ese entonces cocacolos. De tez blanca, castaños sus cabellos como castaña su triste mirada enmarcada por grandes y profundas ojeras; una virgen con el cuerpo y el alma coloreados por la misma gama pura con que lo estaba su alma, y de gran ayuda le era, el pertenecer a una familia en la cual, si algo abundaba, era el amor.

    Siempre tomaba la misma ruta esta infanta quien ignoraba que existían unos ojos verdes que a diario la miraban con embeleso y un tierno deseo.

    Jaime, el dueño de aquellos ojos y, quien al no resistir la ansiedad acompañada por una gran timidez, pidió a uno de sus hermanitos hablar con la niña y preguntarle si quería ser su novia. Este obedeció y acercándose a la joven dio el recado señalándole el lugar en donde se encontraba su hermano, quien sentado en la verja que encerraba el jardín de su casa, les miraba a distancia como queriendo escuchar la respuesta de la bella quien a su vez preguntó al mensajero el nombre y la edad, del que no muy lejos le contemplaba, y escuchó:

    - Se llama Jaime y tiene trece.

    Ella dijo entonces:

    - Dile, que mi nombre es Thaís, y que en trece días le contestaré si lo acepto, o no.

    Continuó su camino sintiendo el corazón un poco acelerado. La emoción de lo acontecido no le permitía concentrarse muy bien en la clase y, así sucedieron los trece días; mientras tanto él, se conformaba con verla pasar por el frente de su casa cuatro veces al día, pues su horario estudiantil le daba esa oportunidad.

    Se llegó el día tan esperado. Jaime parado en una esquina que seguía pasando el colegio y en donde quedaba el teatro del barrio, esperaba inquieto por ella para conocer la respuesta, que no se hizo aguardar demasiado.

    La niña vestía con su uniforme y sosteniendo los libros se le acercó y, una sola palabra salió de entre una sonrisa.

    - ¡Sí!

    Fue así como comenzó una linda historia de amor en el que el máximo acercamiento era, tomarse de la mano siempre a las escondidas de cualquier adulto que pudiera escandalizarse y enterar a la familia de la muchachita, que era muy distinguida en el vecindario.

    Los dos por igual, todas las tardes al llegar a sus respectivos hogares, escuchaban la misma cadena radial Radio quince, a la que llamaban la emisora de la juventud y, sostenían largas conversaciones telefónicas para decirse todo lo que no eran capaces en persona. Tonterías, pero que la timidez tanto como la mutua inmadurez, no les permitía.

    En la ciudad de Bogotá vivían, luego de que la familia de Jaime emigrara de Medellín y, estaban también próximos a trasladarse a la ciudad de Manizales en donde fijarían su nueva residencia. Su padre era un médico, nómada incansable y había que seguirlo.

    El tema de la partida se tocaba muy poco entre los niños enamorados que ya se habían prometido, escribirse a diario y sin parar, pues también pensaban que diariamente, el uno del otro recibiría correspondencia y esto era como hablar todos los días. Muchos planes para el futuro de los dos.

    - Júrame que cuando seamos grandes serás mi esposa.

    Le pedía Jaime de la forma más dulce.

    - Te lo juro. Pero… ¿cómo cuántos años tendremos que tener?

    El piensa un momento y responde:

    - Humm. Bueno, pues creo que yo, como diecisiete. Y tú, como quince ¡tendrás que esperarme!

    Jaime selló la respuesta entregando a Thaís un Caduceo (emblema de los médicos) mientras explicaba:

    - ¿Ves este alfiler ? Es de oro; es el escudo de papá. Lo tenía en la solapa de su saco y lo agarré para ti. Esta, es una foto de las que me tomaron para la tarjeta de identidad; quiero que conserves estas dos cosas como un recuerdo y, cuando nos juntemos otra vez, todavía las tengas.

    La niña con mucha delicadeza recibió el regalo que agradeció con su mejor sonrisa y prosiguió:

    - Mira. Esta soy yo con papá, en una playa de Cartagena; y ese bebe es mi hermanito; yo tenía dos años cuando me la tomaron. Pero en esta otra ya estoy grande, y fue cuando hice la primera comunión… bueno ya te das cuenta por el vestido. Un día, yo te mostraré tu foto con el escudo, y tu tendrás que mostrarme las mías también.

    Jaime continúa diciendo:

    -Cuando escuches la canción de Enrique Guzmán Yo te seguiré acuérdate siempre de mi. A veces creo que yo me la inventé, porque es exactamente lo que yo te quiero decir.

    Parecía que con la mirada el chico le pedía a su amada que cantase la canción, cuando ella comenzó:

    «Yo te seguiré… a través del mundo entero;

    mil valles yo he de cruzar

    mares he de navegar… yo por ti»

    Con los ojos empañados termina la estrofa, dando pie para que él continúe con la siguiente:

    «Te perseguiré… como sombra junto a ti yo iré

    Por que nací para ti, y siempre contigo soñé

    noche a noche anhelé…oír de ti »

    Terminando su estrofa, Jaime le besa la mejilla y, ella sonrojándose, hecha a correr hacia su casa envuelta en una sensación extraña, pero deliciosamente agradable. Fue un beso sublime del cual hubo un testigo; el hermano de Thaís quien se aprovechó para chantajearla, con la amenaza siempre de contarle a sus padres, y ella tenía que ver en televisión el canal que él quisiera.

    Dora María una hermana de Jaime, contaba con quince años de edad y también tenía su noviecito llamado Miller; ella estudiaba en el mismo colegio al que Thaís asistía.

    Cierto día caminaban las dos chicuelas y Thaís pregunta a su amiga:

    - ¿A ti no te da dolor irte lejos y dejar a Miller?

    Dora, con el tono un tanto indiferente le responde:

    - Hum, yo estoy muy contenta por el viaje. Hay veces que siento pena por él ¿pero qué le vamos a hacer?

    Thaís un tanto incomprensible continúa:

    - Yo en cambio, cuando pienso en eso… siento que el corazón se me encoge y también siento… que me duele algo aquí en mi garganta; es algo muy feo y me dan muchas ganas de llorar. Hay veces que estoy sola y lloro, pero hay otras, que no puedo porque me pueden ver en mi casa o en el colegio y yo no sé que voy a decir si me preguntan; además, a papá no le gusta verme llorar.

    Sollozaba, mientras proseguía:

    - Pero también… cuando me acuerdo de todas las promesas que nos hemos hecho Jaime y yo, me siento mejor, y me lleno de… creo que eso es lo que los grandes llaman… ilusiones.

    Dora María riendo le dice:

    - ¡Qué va! La distancia es causa del olvido; eso fue lo que escuché que decía mamá a Jaime el otro día, que estaba muy triste y le preguntaba a ella, que cuándo regresaríamos a Bogotá. ¡Imagínate no nos hemos ido, y el otro ya quiere regresar!

    Thaís, con tristeza bajó la cabeza y al notarlo Dora, le puso la mano en su hombro y murmuró bajito:

    - ¡Perdona. Yo no quiero ponerte triste. Lo que pasa es, que yo no quiero tanto a Miller, como tú a mi hermano. ¡El también te quiere mucho!

    La hora de la partida se acercaba. Un día la parejita de la historia caminaba tomados de la mano y Jaime pregunta a su amada:

    - ¿Tú conoces a un tal Jairo Perdomo?

    A lo que ella contestó casi sin pensar:

    - ¿Sí, porqué?

    Jaime, un poco confundido contestó:

    - No. ¡Por nada… por nada!

    Esta fue la última vez que hablaron; luego de aquella tarde el chico no volvió a esperarla en la esquina del teatro como de costumbre, para luego acompañarla hasta una esquina cerca de su casa. Tampoco pasaba al teléfono cuando ella le llamaba. Ni siquiera de lejos le veía.

    Por Dora María, se enteró del diálogo entre, el tal Jairo Perdomo y su Jaime del alma, cuando aquel le dijo:

    - Thaís era mi novia hasta que tu llegaste al barrio y me la quitaste. Pero ya ella me prometió volver conmigo en cuanto tú desaparezcas y será pronto. ¡Tú viajas a Manizales, ya sé!

    Al escuchar Thaís el relato de su amiga, comprendió que había cometido un grave error y corrió a escribirle a Jaime explicándole que había mentido tontamente y, que ni sabía quien era ese chico, como verdaderamente sucedía, pero fue en vano, pues el orgulloso rompía las cartas sin leerlas siquiera. La niña recurrió a la madre de éste para que con su intervención Jaime la escuchara, pero perdió su tiempo; ni las amenazas de su madre con darle una paliza si no le demostraba a la niña que era un caballero, hicieron que el rebelde diera la cara a la apesadumbrada.

    Lloraba en soledad y hasta renunció a pedirle a Dora que interviniera desde que ésta le dijese un día:

    - ¡Ya no llevo más recados a mi hermano, porque él no quiere saber más de ti; si insisto, él se va a enojar conmigo!

    Pasaron así varios días en que la pequeña se tragaba sola su dolor sin tener con quien hablar al respecto, hasta que se llegó el día en que Jaime se marcharía de la capital con su familia. Ese mismo día, Thaís se levantó muy temprano y fue derecho a casa de su amor. Quería despedirse de aquella querida familia, pero en especial de él. No sirvieron las lágrimas que salían del alma de la dulce y arrepentida criatura, que por haber mentido con una palabra, sufría tanto. El muy orgulloso hizo caso omiso, incluso a los regaños de sus hermanos mayores que le amenazaban con no volverle a hablar, ni a las peticiones insistentes de su madre, para que saliera de su habitación y se despidiera de la niña. Mientras, Thaís lloraba sin consuelo sobre el pecho de la disgustada madre del ojiverde.

    Pasaron muchos minutos antes de que se escuchara la campana del colegio avisando la entrada. A la segunda campanada, habiéndose despedido de la familia Thaís salió de la casa y caminando hacia el plantel con dilatados pasos dejando que sus lágrimas rodaran por sus rosadas mejillas, mientras que a su paso susurraba una de tantas canciones que escuchara en Radio quince, tarde a tarde por el lapso de varios meses.

    «Es lluvia….gotas de lluvia yo siento como lluvia

    saliendo de mis ojos, sólo eso puede ser.

    Cuando me dejaste… me sentí morir;

    tú me abandonaste… te tengo que hacer volver »

    Al llegar a la esquina del teatro y precisamente antes de voltear para el colegio, escuchó una voz que fuertemente pronunció su nombre haciéndola cortar el paso y mirar hacia atrás:

    - ¡Thaís!

    Era Jaime. La distancia le cubría las facciones, pero no las acciones. Levantando su brazo, decía, adiós desde lo largo de una cuadra. Solo él sabía lo que estaba sintiendo para despedirse así nada más, pues sus piernas no se movieron ni un ápice. Thaís, sabía que era él, pero también sabía que lo había perdido para siempre, cuando escuchó la tercera campanada, que la hizo esta vez, dejar de llorar por un momento y continuar su camino.

    Entró al colegio con la congoja a cuestas. Ya no volvería a encontrar a su amiga Dora María a la hora del recreo, para conversar o para pedirle que sirviera de mediadora para conseguir el perdón de su hermano. Ya no podía ser la niña feliz que llena de ilusiones y conociendo el amor, comenzó el bachillerato. Era una tierna triste que ya ni escondía su llanto, despertando curiosidad de sus profesores que al verle en ese estado, y al no lograr saber la causa de su desazón, tuvieron que llamar a sus padres, ponerles al tanto sobre la situación de la alumna, y por ellos fue llevada a diferentes médicos, sin que pudieran estos, encontrar algo diferente a una gran depresión.

    Un primo del padre de Thaís triunfante en el ramo de la medicina, acababa de llegar de Francia en donde llegó a ser el decano de esa facultad, en una muy importante Universidad de París, y propuso al padre de la niña, llevársela a su casa por un fin de semana para así poder observarla; allí estaría en compañía de tíos y primos, que a su vez, eran los padres y hermanos del doctor quien estaba seguro, que en ese lapso encontraría la causa del problema que aquejaba a aquella pequeña, miembro de la familia.

    Muy callada, se limitaba a escuchar la música en francés que deleitaba a Pablo el ex - decano, mostrándose interesada en una canción en particular, cuyo título traducido al español Mi amor lejano ella ignoraba.

    El señor le pregunta:

    - ¿Te gusta esa canción ?

    Thaís asintió con la cabeza:

    -¿Entiendes un poco de francés?

    También con su cabeza negó.

    - Pues te regalo ese disco primita…

    - ¿Pero… y tú ?

    - ¡No te preocupes lo tengo repetido!

    Ella lo miró incrédula, por cuanto él le mostró la copia del mismo. Thaís sonrió a medias, y, aceptando el disco de 78 revoluciones, fue enseguida a guardarlo en su maleta. Pablo suspiró satisfecho, creyendo haber dado el primer paso, o quizá pensando que había triunfado en su primera batalla, ganándose la confianza de la niña, por lo que un rato más tarde le preguntó:

    - ¿Vas a decirme qué es lo que te pasa ? Porque algo pasa contigo y es lo que me propongo averiguar.

    La triste habla con la carita muy melancólica y descompuesta:

    - ¡Nada… nada! Es que no quiero ir al colegio porque me pongo triste. No quiero escuchar la radio, porque, me da tristeza.

    - Esta bien. Ahora dime ¿qué te produce esa tristeza?

    - ¿Qué hace que te dé melancolía ir al colegio?

    Con voz entrecortada responde:

    - ¡El camino… el camino!

    Irrumpió en un llanto que era totalmente injusto en un ser de su edad, por lo que Pablo la tomó en sus brazos y consolándola le dijo:

    - Ya… ya pasará. Eres una niña muy linda para estar tan triste; por éste año ya le insinué a tu papá, que no te mande más al colegio y también, que no te atormente con preguntas, pero vas a prometerme que si esta tristeza persiste, me llamarás y me contarás, qué es lo que te pasa. ¿Estamos de acuerdo?

    Thaís asintió nuevamente con la cabeza, mientras con un poco de vergüenza hacia el brillante profesional le escuchaba:

    - Hay nena. ¿Ves todos estos diplomas? y aún tengo más; ¿has escuchado decir que soy una persona muy importante en el campo de la medicina y, además, que he sido profesor en lo mismo, por mucho tiempo?

    Ella afirma con su cabeza, mientras el continúa:

    - Pues hasta yo lo creía. He estudiado y trabajado mucho para llegar hasta donde creí haber llegado. Pero ahora, una pequeñita como tú, me hace dudar de lo que puedo hacer. No sé que decirle a tu papá, Te tengo ya, por tres días en observación y…

    La niña lo interrumpe:

    Solamente dile… que no se preocupe y que si de repente, me ve llorando, pues…que no me pregunte nada; que llorar no es malo… ¡te juro que nada malo me pasa! nada, que pueda hacerle daño a alguien más. Sólo me da tristeza y ya.

    Luego de aquel fin de semana Thaís ya no regresó al colegio. Trataba de no ser vista llorando y en soledad contemplaba la fotografía y el alfiler de oro que Jaime le regalara. Era como la depresión personificada la que trataba de escuchar Radio quince, pero no conseguía oír una canción completa sin que el dolor la embargara totalmente, haciéndole llorar a mares.

    Fue así que cualquier día contemplando la foto de carnet de su amado, pensó que si algún día pudiera perderla sería terrible y decidió tragársela. Adelgazó el papel y tomando un vaso de agua, la pasó muy fácilmente.

    - ¡Así te quedarás dentro de mi, y nunca te perderé!

    Luego, mirando detalladamente el alfiler de oro, recordó las palabras de una amiguita:

    Cuando una se pincha con una espina, hay que sacarla pues si no, esa se va por las venas hasta que llega al corazón y una se muere del pinchazo.

    Tenía sueño, pero continuaba observando el caduceo y una idea le llegó:

    - Pues, si ya nunca lo voy a volver a ver ni en foto, ¿para qué quiero vivir?

    Sirvió más agua de la jarra que tenía sobre su mesita de noche, e hizo exactamente igual, que con la fotografía, desapareciendo el escudo con la misma facilidad, con que se hubiese tomado una píldora. Como ya era hora de dormir, cepillo su cabellera y se organizó en la cama; para el amanecer ya debería estar muerta y no quería que la encontraran desarreglada y fea. Cerró sus ojos y mientras sonreía, pensaba:

    - ¡Esta noche … es perfecta para morir!

    Se dispuso a morir entonces, y fue vencida por un tranquilo sueño, pero para su sorpresa cuando amaneció, aún seguía con vida, y se dio cuenta cuando escuchó la voz de su madre, que desde la otra habitación, y en voz alta le decía:

    -¡Thaís, levántate! Debes ir al colegio a retirar los certificados de estudios, acuérdate que te vas de vacaciones y es mejor dejar todo en orden.

    La joven estaba más que sorprendida y así contestó:

    - ¡Si mamá, espera un ratito!

    Sin embargo, no se movía de su lecho y su mente seguía trabajando:

    Debo esperar un rato más; otro poquito, tengo que morirme.

    Pasados unos cuantos minutos, volvió a escuchar la voz de su madre que le insistía, por lo que rápidamente se vistió sin siquiera bañarse y presurosa salió rumbo al colegio. Habría de regresar rápido; no quería morir en la calle, pero no pudo evitar tardar el paso, cuando pasó por la casa en la que vivió su rubio del alma y por lo tanto, tampoco pudo trancar las lágrimas, aún así al llegar a la esquina luego de haber pasado aquella fachada que la llenaba de recuerdos, apresuró llegando al teatro, cuando escuchó una voz masculina pronunciar su nombre. Era Miller, el novio de Dora María, que acercándose le informó:

    - Te tengo una carta de Jaime, ven a mi casa para entregártela.

    Ella muy nerviosa sintiendo su corazón un tanto acelerado, le respondió.

    - Tengo que ir al colegio por unos papeles, pero a mi regreso, arrimo a tu casa.

    Un gran toque de contento le iluminó su rostro y corrió hacia el colegio a completar la diligencia de sus papeles. Una vez terminada ésta, se dirigió a casa de Miller llena de esperanzas. El muchacho la esperaba en el jardín y, con un sobre en la mano.

    - ¡Miller, por favor entrégame la carta, pronto estoy muy apurada!

    El, muy cínico se pronunció:

    - ¡Cálmate, cálmate! Yo te daré tu carta pero con una condición. ¡Deseo que me dejes darte un beso en la boca!

    Thaís lo miró asombrada y negando con su cabeza, expresó con voz asustadiza:

    - ¡Tú eres el novio de Dora María, no puedes hacer esto!

    El muchacho con una sonrisa descarada prosiguió:

    - Dorita ya no está aquí, y Jaime tampoco. ¡Estamos tú y yo! Además, amor de lejos…es amor de pendejos. Tú siempre me has gustado. ¡Me dejas besarte… o no hay carta!

    Thaís, con sus ojos llenos de lágrimas, retrocedió y dando media vuelta echó a correr, hasta llegar a su casa, mientras acertaba a pensar:

    - De todas formas ya es muy tarde. En un rato voy a morir; el alfiler debe estar llegando a mi corazón; ya que importa.

    Así fueron pasando los días, las noches, y la niña de la historia no se moría; y siempre mientras esperaba la muerte, continuamente sonaba en su mente una estrofa musical que perteneciera a Los Beatles.

    «Volverás, otra vez…

    por que sé que tú me quieres,

    y tu orgullo ha de caer… frente de mi… »

    Fue de vacaciones la enamorada, regresó y aún cargaba a cuestas su pena. Fueron muchas las mañanas despertando viva hasta que ella misma optó por sacar sus propias conclusiones.

    ¡Ah…claro! Primero me tragué la fotografía y ahora recuerdo que parecía engomada; seguro se me quedó pegada en el corazón, y luego al tragarme el escudo, éste se enganchó en la foto. Es por eso que no me he muerto. O sea, que siempre él va a estar allí prendido en mi corazón, con ese alfiler de oro.

    Entre otras las tantas cosas que el padre de Thaís hizo para sacar a su hija del estado depresivo en que ésta se encontraba, fue cambiar de casa. En un nuevo y diferente vecindario, lejos de aquel lugar que le producía tanta tristeza a su hija. Una tristeza de la cual nunca supieron cual era la causa que la generaba.

    Pasaban los días y los meses, no sin que Thaís tratara dentro de sus posibilidades, de averiguar el paradero del niño de ojos verdes, con cualquier persona que ella escuchara, viajaba a Manizales, o con gente que tenían el acento de los nativos manizalitas, pero aunque todo le era en vano, guardaba siempre la esperanza de encontrarlo un día, y mientras continuaba triste, con el único ser que desahogaba su penar era con Beauty; un ordinario perro negro. Su fiel amigo que sabía escuchar los lamentos de su ama, como la historia de aquel niño rubio de ojos verdes que se marchó, dejándole el corazón partido en mil pedazos.

    Oscar, un joven que fuera a pasar vacaciones a Bogotá, tuvo la oportunidad de conocer a Thaís quien ya a sus trece años de edad, logró sin proponérselo, impresionar al joven turista hasta el punto de sentirse enamorado de ella. El muchacho vivía en la ciudad de Manizales y fue esa la razón principal por la cual Thaís, aceptó su amistad y galanteos. Próximo a dar por culminadas sus vacaciones, Oscar arrimó a casa de su admirada para despedirse, y fue cuando ella aprovechó para narrarle la historia de un niño de ojos verdes que se había ido a vivir a Manizales un par de años atrás, pidiéndole al forastero le ayudara a encontrarlo. Por supuesto que a Oscar no le agradó escuchar ese relato, sin embargo puso condición para hacer la diligencia.

    - Averiguaré el paradero de ese, pero con una condición y es, que me dejes darte un beso en la boca.

    Thaís retrocedió en el tiempo y recordó a Miller. Entonces, dando marcha atrás, entró en su casa y cerró la puerta dejando rodar las lágrimas por sus mejillas.

    ¿Porqué… porqué? Nadie me ayuda a encontrarlo.

    ¿Hasta cuándo… hasta cuándo?

    Se retiró a su habitación a llorar su desilusión hasta quedarse dormida.

    Cualquier día sus padres deciden dar a sus hijos una noticia:

    - Vamos a tener una perrita Pastor Collie; entonces hemos regalado a Beauty, pues no podrán quedarse los dos en casa.

    Era idea de la madre, que quizá ni por un momento pensó en el dolor que causaba a sus hijos aquella nueva, pero ya estaba decidido. Beauty se iría al día siguiente para una finca en donde lo iban a querer mucho, según la señora.

    En horas de la noche Thaís aprovechando que todos dormían, bajó a la primera planta de la casa para despedirse de su perro. Abrazada al canino, lloraba amargamente mientras le decía muy cerca al oído:

    - ¡Oh! Mi Beauty. ¿Por qué será que todo lo que quiero lo voy perdiendo? Tú al igual que Jaime te me vas, y no puedes decir que no. Te mandan y ya. Tú, que eres el único que sabe todo lo que tengo por dentro. Te voy a extrañar mucho; y a esa perra que van a traer, juro… ¡que no la voy a querer nunca, nunca!

    Una nueva ilusión en la vida de Thaís, la llevo al matrimonio. Una larga década duró la unión de la cual quedaron tres hijos, entre ellos una mujercita. Muchos años al lado de su esposo, pero siempre alimentando la esperanza de encontrar a Jaime, de quien no había podido olvidarse.

    Por costumbre Thaís contaba a sus hijitos historietas antes de dormir. A los niños historias de piratas actuadas y cantadas. A la niña en cambio, siempre le contaba la misma historia:

    - Erase una vez un niñito rubio de ojos verdes que encantó a una niñita que por tonta, le dijo una mentira y no lo volvió a ver nunca más, quedando ella triste para siempre.

    A la niña le encantaba el cuento y siempre conmovida preguntaba a su madre:

    - ¿Mami, crees que el niñito, un día va a volver?

    - ¡Sí! Algún día… algún día.

    Y así era como en muchas ocasiones, la niña se dormía escuchando a su mamá e ignorando muchos más detalles de la historia incluyendo sus lágrimas; y sucedió noche tras noche y por varios años, hasta que llegó el tiempo en que las madres dejan de contar cuentos a sus hijos.

    Sin embargo Thaís, siempre encontraba a alguien a quien narrarle lo que parecía una leyenda, de su experiencia de cuando pasaba de niña a adolescente, no, sin dejarle conocer a quien escuchara, su viva esperanza de algún día encontrar a aquel niño de ojos verdes, que le robó el corazón.

    Fue así, como al paso de los años viviendo Thaís en los Estados Unidos y, encontrándose trabajando un día, repitió la historia a sus compañeras, quienes estaban de acuerdo en que Thaís era una soñadora empedernida.

    En ese mismo momento Thaís, toma un directorio telefónico de la ciudad de Medellín Colombia y dijo:

    - Quiero mirar aquí. Bueno es que he visto directorios de Bogotá, de Manizales y nunca encuentro a Jaime; pero nunca había visto el de Medellín.

    Con un dedo apuntando en una de sus páginas, Thaís mira a sus compañeras diciendo:

    - ¡Chicas, creo que lo encontré!

    Tomó el teléfono y, ante las miradas incrédulas de sus amigas, marcó el número, esperó un momento y comenzó a dejar un mensaje, luego de que la voz masculina que hablara en la grabación, callara.

    - Mi nombre es Thaís. Deseo hablar con Jaime Upegui; estoy llamando desde la ciudad de Richmond Hill en los Estados Unidos. Mi número de teléfono es…

    Dejó grabado el número de su oficina, colgando el auricular al tiempo que comentó a las curiosas:

    - Bueno; he esperado treinta años. ¿Por qué no, unas cuantas horas más?

    Fueron 48 horas en las cuales Thaís, por sus múltiples ocupaciones no pensaba mucho en aquella llamada que le debería ser contestada desde tan lejos. Fue así, que pasado ese lapso una de sus compañeras le transfirió una llamada de larga distancia, que ella recibió con desinterés:

    - ¡Thaís! Te habla Jaime Upegui de Medellín Colombia.

    A pesar de identificarse con nombre y apellido, ella creyó por la confusión y el exceso de trabajo, que se trataba de un cliente y le dijo:

    - ¡Sí! ¿En qué puedo ayudarte?

    Al otro lado de la línea las mismas palabras se repiten:

    - ¡Te habla Jaime Upegui, de Medellín Colombia!

    Thaís, que desconocía la voz de quien le hablaba, saltó de la silla en que encontraba sentada y, ante la curiosa mirada de clientes y compañeras prosiguió:

    - ¡Jaime, yo te llamé, pero no sé… si tú eres el mismo! ¿Te dice algo mi nombre?

    - Estoy temblando desde hace dos días que recibí el mensaje. Te llamé, pero ignoraba que hora era allá, y preciso llamaba a horas en que nadie me contestaba, pero hoy quise intentar más temprano. ¡Llevo dos días en que no puedo casi ni comer! Casi no puedo sostenerme de pié. Tuve que ir a casa de mi hermana Dora María, para contarle y llorar en su compañía.

    - ¡Oh! Thaís… Thaís, me has levantado del piso. ¡Te amo, te amo… siempre te ame!

    Thaís le interrumpe:

    - ¡Jaime, perdóname; yo te mentí! Nunca conocí al tal Jairo Perdomo. ¡Te mentí, y por eso te perdí!

    - ¡No! Tú nunca me has perdido; siempre has estado en mi mente y en mi corazón. Te busqué en Bogotá, pero ya no vivías en la misma casa. Siempre tuve la esperanza de encontrarte, y, crecí siendo un niño triste. Por favor no te me pierdas, dame la dirección de tu casa y el número de tu teléfono… ahora mismo.

    La emocionada señora lo hizo, y se despidieron para continuar conversando en horas de la noche.

    Thaís tenía que contar a sus hermanos y llamó a Colombia esa misma noche informando a una de sus hermanas sobre lo acontecido, noticia que le alegró mucho y aún ésta, recordaba aunque vagamente a Jaime. Enseguida llamó a otra de sus hermanas que residía en otro Estado de la Unión Americana, quien se puso muy contenta por su hermana y antes de despedirse le encargó:

    - ¡Ah! Thaís por favor, cuéntale a mamá que me enteré esta tarde, que hace dos días murió el doctor Pablo Ospina, el primo de papá; esto fue en Bogotá.

    Thaís colgó pensativa.

    - Pablito. Que coincidencia… exactamente, cuando yo encuentro a Jaime.

    Más tarde cuenta Thaís la historia su hijo menor, cantándole un trocito de aquella canción en francés que Pablo el médico le obsequiara en un disco, y aún sin entender lo que la letra decía, pero pronunciaba tan perfecto, que su hijo, que si entendía esa lengua le explicó lleno de contento y sorpresa:

    - ¡Oh! Man, esto es increíble. La canción se llama, Mi amor lejano y habla de alguien que se fue, dejándola muy triste. Te dejo ahora mamá, tengo que contar esta historia a mis amigos.

    Se retiró dando paso a su hermana quien en ese momento llegaba de la Universidad y entró a saludar a su madre.

    Cuando Thaís vio entrar en su habitación a la hermosa de veinticuatro años, le dijo:

    - Hija. Siéntate que deseo relatarte un cuento.

    La hija un tanto extrañada obedeció silenciosa, teniendo la impresión de haber escuchado esas mismas palabras alguna vez, cuando su madre comenzó:

    - Erase una vez, un niñito rubio de ojos verdes que encantó a una niñita, que por tonta le dijo un mentira; por ello no lo volvió a ver, quedando triste ¡casi para siempre!

    La chica sin interrumpir, observaba a su mamá, como queriéndole decir con la mirada…

    Es la misma historia que me contabas cuando era niña. ¿Por qué ahora?

    Thaís, continuaba, indicándole con la mano, que no la interrumpiera:

    - Pasaron los días, los meses y los años; muchos, pero muchos años, y siempre aquella niña, luego convertida en mujer, con hijos, entre ellos una preciosa mujercita a la que cuando estaba pequeñita le contaba su triste historia antes de dormir. Pues bien. Esta mujer nunca perdió la esperanza de encontrar a aquel chico de ojos verdes. Hace dos días, ella vio su nombre en un directorio de Colombia, le llamó y le dejó un mensaje. Hoy me llamó a la oficina y esta noche me volverá a llamar.

    - ¡Lo encontré… lo encontré!

    Su bella hija, con los cabellos largos revueltos, con los ojos llenos de lágrimas, se llevó las manos a la cara y exclamó:

    - ¡Tú ! ¿Esa niña eras tú ? ¡Oh! ¡Esto es increíblemente maravilloso!

    Abrazó a su madre y luego de esa conmovedora escena se retiró al igual que su hermano, con la intención de contar la historia de amor a sus amigas, dejando a la mamá, en compañía de su felicidad y sus recuerdos.

    Más tarde, luego de Thaís conversar por teléfono con su añorado Jaime quien cumplió con su llamada, en la que a pesar de haber sido bastante extensa, se prometieron escribirse inmediatamente. Se sentó a cumplir con la misiva, y una vez terminó, se recostó a releer la carta que, en un trozo decía:

    - Te me pegaste en el corazón en blanco y negro. Te enganchaste con un alfiler de oro y allí, siempre has estado; E igual, a aquella canción que me dedicaste especialmente, como sombra tras de mi has venido. Por el mundo tu recuerdo me ha perseguido; Mucho tiempo estuve triste porque te perdí; ahora muy feliz, porque te encontré. Te pedí perdón y también sé… que nunca me olvidaste. Sólo deseo estar frente a ti, para mirarme en tus ojos, y que tú puedas verte en los míos. Después de eso, no me importa que el alfiler de oro, surja su efecto.

    Se quedó dormida imaginando la bella escena de amor.

    ***

    Shantall

    Jessica se encontraba feliz al saber que su hija estaba siendo pretendida por un joven de buena familia.

    Hacían una pareja perfecta y

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