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Todas mis Raíces: Rancho Jackson #1, #1
Todas mis Raíces: Rancho Jackson #1, #1
Todas mis Raíces: Rancho Jackson #1, #1
Libro electrónico299 páginas4 horas

Todas mis Raíces: Rancho Jackson #1, #1

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Medio, controlado y apasionado.
Einar Jackson lleva demasiados años viviendo en Seattle y el rancho de su familia es lo único que echa de menos.
Cuando regresa a Wyoming, no espere empezar a creer de nuevo en el amor, redescubrir la pasión que ha mantenido enterrada durante años y encontrarla en Ilia.
Y no debería desearla... porque es su hermana.

Seria, salvaje e intratable. Pocas sonrisas y cero muecas.
Ilia es una chica que vive el momento, es capaz de aislarse en un grupo de gente, pero de responder impulsivamente ante cualquiera.
A costa de proteger a sus seres queridos, se ve obligado a tomar decisiones difíciles. No podía prever que redescubriría sentimientos y atracción que había mantenido ocultos durante muchos años.

Obligados a vivir en el rancho, podran construir una nueva relacion y echar nuevas raices.
Confidencias, pasión y un pasado que parece perseguirles les llevarán a entrelazar sus vidas como nunca antes.

IdiomaEspañol
EditorialSara Mangione
Fecha de lanzamiento19 jun 2023
ISBN9781667458755
Todas mis Raíces: Rancho Jackson #1, #1

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    Todas mis Raíces - Sara Mangione

    TRAMA

    Medido, controlado y apasionado.

    Einar Jackson lleva demasiados años viviendo en Seattle y el rancho de su familia es lo único que echa de menos.

    Cuando regresa a Wyoming, no espera empezar a creer de nuevo en el amor, redescubrir la pasión que llevaba años enterrada y encontrarla en Ilia.

    Y no debería desearla... porque es su hermana.

    Seria, salvaje e intratable. Pocas sonrisas y cero muecas.

    Ilia es una chica que vive el momento, es capaz de aislarse en un grupo de personas, pero responde impulsivamente ante cualquiera.

    A costa de proteger a sus seres queridos, se ve obligada a tomar decisiones difíciles. No podía prever que redescubriría sentimientos y atracciones que había mantenido ocultos durante muchos años.

    Obligados a vivir en el rancho, pueden construir una nueva relación y echar nuevas raíces.

    Confidencias, pasión y un pasado que parece perseguirles les llevarán a entrelazar sus vidas como nunca antes.

    Capítulo 1

    Ilia

    Todo iba mal en mi vida.

    Mi novio había roto conmigo, me había quedado sin trabajo, había descubierto que estaba embarazada y el casero, al que debía dos meses de alquiler, me había dado con la puerta en las narices.

    Cuando creía que no podía caer más bajo, me encontré con Miranda White.

    Era esa persona que el destino pone en el camino de toda chica para que toque fondo: su antagonista. Fue, en la época del instituto, la reina perfecta del baile, la animadora por excelencia, la niña rubia mimada a la que todo el mundo quería. Incluido mi hermano, Milo. Todos menos yo.

    Con la mochila a cuestas y arrastrando una maleta gigante en la que había metido todas mis cosas antes de que me echaran del piso, llegué por fin a mi coche.

    - ¿Problemas con el alojamiento, Ilia?

    Resoplé.

    - Hola Miranda, me estoy mudando, - respondí sin esforzar una sonrisa y señalando las cosas que había tirado al suelo y que de alguna manera debía meter en mi coche.

    - Siempre tienes la misma mueca. Desde el instituto siempre has querido demostrar que eres superior al resto sin encajar nunca realmente. ¿Fiestas de cumpleaños? Soy Ilia y no voy. ¿Grupos de estudio? No quiero pasar mi tiempo con vosotros, pobres ilusos. - Me dijo bruscamente y yo puse los ojos en blanco. - Pero la verdad es que ni siquiera sabes quien eres.

    - ¡Y tú la misma zorra de siempre! - Admití sin remordimientos, cruzando los brazos bajo los pechos y arqueando las cejas. Miranda me había mirado por última vez antes de darse la vuelta y seguir su camino.

    No era la primera persona que me decía que tenía cara de apestada. Estaba acostumbrada a que me trataran de remilgada por mi expresión perpetuamente seria, además mi cara delgada de piel pálida, mi pelo oscuro y mis cejas nunca habían ayudado.

    Las únicas personas que me habían visto reír eran las más cercanas a mí, e incluso con ellas era raro que me soltara en una carcajada generosa. Siempre me había sentido cómoda y en confianza con pocos. Y no era una cuestión de inseguridad, porque me sentía segura de quien era, era solo una cuestión de falta de confianza en los seres humanos. Había vivido suficientes años en casas de acogida como para saber que la gente no te debe nada y en cuanto puede te traiciona.

    El egoísmo está en el corazón de la vida de todos, o de la mayoría al menos.

    Mi familia es la parte de mi vida en la que más confío y a la que le debo todo.

    Tenía once años cuando los Jackson me acogieron y todos mis hermanos estaban allí, dispuestos a apoyarme y a conocerme.

    Al principio era una familia de acogida más, luego decidieron adoptarme legalmente. Tanto yo como Joel, que había llegado a su casa un año antes, estábamos allí. Luego estaban sus hijos «naturales». Einar, Nolan y Milo, todos mayores que yo. Yo era la única chica y la más joven.

    Una vez en el coche, decidí llamar a Vince, mi padre.

    - Cariño, ¿cómo estás?, - sonreí ante el tono cariñoso hacia mí.

    - ¡Hola, Vince! ¿Bien, tú? - Nunca había podido llamar «mamá y papá» a Brenda y Vince cuando era más joven, y mucho menos a mis veintitantos.

    A menudo pensaba si alguna vez les había defraudado, pero ellos me enseñaron a no sentirme culpable y a hacer lo que sentía que era correcto para mí. Por eso he seguido llamándoles por sus nombres sin demasiado remordimiento.

    - Bajo el sol siempre cansa trabajar. - Podía oír la falta de aliento en su voz. Trabajaba con sus hijos de la mañana a la noche, en cualquier estación y con cualquier temperatura. Era un hombre fuerte y duro que pensé que nunca se quebraría, aunque durante unos años había temido por lo que pasaría cuando nos dejara.

    - Tienes razón, Vince. Te llamé porque quería hablarte de algo...

    - Um... ¿qué hiciste? - Sonreí antes de suspirar, y por los ruidos de fondo pude darme cuenta de que se estaba alejando de los demás para escucharme mejor. No me había sorprendido su pregunta.

    Solo era un año más joven que Milo y Joel, que, por otra parte, tenían la misma edad y con los que mantenía una relación más estrecha. Tal vez fuera porque habíamos crecido juntos y habíamos pasado la mayor parte de nuestros años escolares al mismo tiempo, o tal vez porque éramos los cabezotas de la familia. Si había algún problema, mis padres podían estar seguros de que los tres teníamos algo que ver.

    Tragué la saliva que tenía atascada en la garganta y dejé a un lado mi orgullo.

    - ¿Puedo volver a casa?

    - Ilia, puedes volver cuando quieras, sabes que no tienes que pedirlo. Esta es tu casa tanto como la mía, pero ¿qué ha pasado?

    - Te lo explicaré todo en cuanto llegue. Y... gracias Vince. - Me despedí de él, omitiendo el hecho de que probablemente no volvería a salir del rancho en los próximos meses.

    Me había enterado de que estaba embarazada un par de semanas antes y cuando se lo había comunicado a mi novio, Brad, con el que convivía, él me había informado pensativo de que no quería oír hablar de ello. Un par de horas después se había llevado sus cosas y se había despedido de mí con un beso en la cabeza y una sonrisa perezosa e insegura.

    No estaba segura de que hubiera sido amor lo nuestro y de que le quisiera, mi corazón en ese momento no me dolía como cabría esperar y, por tanto, la respuesta era obvia: no le quería.

    Todavía estaba aturdida por haberme enterado de que esperaba un bebé... Un bebé. Yo, que no había tenido padres hasta los once años, ¿cómo iba a criarlo?

    Pero en el fondo era feliz y estaba segura de que mi familia estaría a mi lado. Me querían y yo era consciente de ello, aunque siempre temía decepcionarles.

    ¿Qué chica de 25 años que vivía con un tío en paro, demasiado ocupado vendiendo hierba para conseguir un trabajo serio, se quedaría preñada? Aquí estaba yo, la chica más tonta de todo Wyoming.

    No había terminado la universidad, las clases me parecían tan lejanas. Aquella vida estaba a años luz. Yo misma me sentía diferente, adulta, cambiada.

    Cuando había conseguido un trabajo de cajera en el supermercado local parecía un sueño. Luego la realidad se precipitó sobre mí y me di cuenta de que con ese sueldo nunca podría permitirme mi propia casa ni todo lo que quería comprar. Para eso, Brad estaba ahí.

    Apenas nos conocíamos, se puede decir que solo a nivel físico, cuando nos fuimos a vivir juntos y enseguida me había dado cuenta de lo vago que era. Así que tuve que contentarme con mi trabajo y con poder pagar las facturas a tiempo.

    Un trabajo que se había evaporado cuando le había pedido al jefe un anticipo. Por enésima vez. Si Brad no hubiera malgastado su parte del alquiler, tal vez habría podido seguir viviendo en el piso y aplazar mi despido un tiempo más. A mi jefe no le había gustado la constante demanda excesiva de dinero y había optado por despedirme.

    En cuanto me enteré de que estaba embarazada, me di cuenta de que no podría vivir sola y que, de todos modos, tendría que volver a casa durante un tiempo. Digamos que en mi imaginación, sin embargo, esperaba que ocurriera un poco más tarde.

    Había tardado un par de horas en llegar a casa de mis padres. El rancho estaba situado en el Parque Nacional de Yellowstone, justo en la frontera con Montana, en la base de las Montañas Rocosas, en la América Real. Así lo llamaban todos los turistas. Al parecer, las zonas de aquí conservaban la misma cara del Viejo Oeste.

    Regentaban un rancho con varios rebaños, tenían muchos empleados además de los miembros de la familia. Todos trabajaban juntos, excepto Einar.

    Era el mayor y también el único que había decidido, después de ir a la universidad, marcharse de Wyoming, aparte de mí. Queríamos experimentar la vida en pueblos pequeños que no estuvieran repletos de campos, árboles y caballos.

    Einar era el único de mis hermanos, incluso de adolescente, al que tenía que recordarme que estaba fuera de mis límites.

    Desde el principio, él y yo nos entendimos de forma distinta. Todos eran simpáticos, pero el hecho de que Einar fuera el mayor le hacía ser muy protector conmigo.

    Luego todo había cambiado.

    Nos habíamos hecho daño y ahora él me odiaba y apenas nos hablábamos cuando volvía al rancho en sus vacaciones.

    Capítulo 2

    Ilia

    El cartel que se alzaba sobre la carretera me recibió con una mezcla de ansiedad. Las palabras Rancho Jackson estaban grabadas, talladas y esculpidas en la madera y se alzaban entre los campos de mi familia. La valla toscamente labrada estaba pintada de blanco, y las alambradas se difuminaban en la distancia.

    El Rancho Jackson era uno de los más grandes de la zona, en él trabajaba mucha gente, era una granja que también criaba ganado vacuno, caballos y toros, produciendo y exportando la carne.

    Vince era el propietario y mis hermanos a lo largo de los años se habían repartido las tareas de gestión. Como habían nacido y crecido allí conocían cada rincón escondido de aquellas tierras.

    Mi padre no era un hombre que se quedara de brazos cruzados, era práctico. Todos los días estaba en el campo al pie del cañón y quizás ese fuera su secreto para ser querido por todos sus empleados. Era imposible no quererles, tanto a él como a Brenda, porque eran gente de buen corazón y todo el mundo les respetaba.

    Podrían haber disfrutado de todos los beneficios, pero en lugar de eso eligieron ensuciarse las manos con la tierra que, según ellos, era capaz de devolverles todos los esfuerzos.

    Al ver la granja donde me había criado, sentí que el corazón me daba un vuelco.

    No me sentía preparada para decirles que estaba embarazada, aunque sin duda tendría que hacerlo pronto. Mi barriga aún no se había manifestado, así que sería más fácil mantener mi estado oculto un poco más.

    Aparqué delante del patio levantando una nube de tierra y polvo y bajé del coche, el olor de la primavera en los campos llenaba mis pulmones. Aquel lugar, incluso la primera vez que lo había pisado, me recordaba la serenidad que parecía buscar en todas partes.

    Abrí la puerta principal como solía hacer cuando los visitaba, pero esta vez me sentí diferente.

    Todos los días daba las gracias a Brenda y Vince por acogerme cuando no era más que una niña que iba de una familia a otra, pero estar allí de nuevo, entre aquellas paredes, me traía de vuelta.

    Sentía que me aprovechaba de la bondad que habían mostrado hacia mí cuando me adoptaron legalmente. Sin duda les estaba agradecida, pero al mismo tiempo no quería que se aprovecharan de mí. Y volver a vivir bajo su techo, a mis ojos, me convertía en tal.

    - ¿Brenda?, - llamé en voz alta. No entendía adonde había ido. Había ido directamente a la cocina, segura de encontrarla allí, pero no. Que raro, pensé, Brenda nos preparaba a todos una comida estupenda todos los días.

    Acaricié la madera de la mesa, era muy larga precisamente porque éramos una familia numerosa y en la comida algunos de los empleados también comían lo que ella preparaba.

    Era una empresa, pero también una familia.

    Muchos empleados vivían en las casitas diseminadas por el rancho, Vince ofrecía trabajo y alojamiento a quien lo deseara.

    El rancho era muy grande y si los trabajadores no vivían cerca tardarían demasiado en llegar, así que residir en la propiedad era la mejor solución.

    - ¡En la lavandería! - Seguí la voz y la encontré sonriéndome desde el interior de la habitación.

    Brenda seguía cuidando de todos mis hermanos, ya no vivían en casa, pero seguía mimándolos y no creía que eso fuera a cambiar pronto.

    Vince también nos había asignado bungalows a cada uno, nos había dicho que cuando quisiéramos los haría más grandes.

    El mío siempre había estado vacío y no había dormido ni una sola noche en él, actualmente estaba ocupado por un par de empleados y siempre me había alegrado de que lo tuvieran.

    Nolan, el segundo hijo, parecía el más serio de mis hermanos que vivían en el rancho. Se vestía solo con camisa y se encargaba de las cuentas de la empresa. Era el único que siempre había trabajado para el rancho detrás de un escritorio. Incluso antes de licenciarse en Económicas, había empezado a gestionar las cuentas de la empresa tomando clases por Internet. Milo y Joel, en cambio, eran los más ocupados. Se pasaban el día al sol o cubiertos de nieve, según la estación, y solo utilizaban sus bungalows para dormir y acostarse con las chicas que conocían cuando iban a la ciudad los fines de semana.

    Brenda me abrazó y me estrechó durante unos segundos. Hacía un par de meses que no venía, aunque tenía noticias de ellos a menudo por teléfono.

    - Vince me llamó y me dijo que vendrías.

    - Sí, en pocas palabras necesito estar en casa. - Y al decirlo me di cuenta de que sí. Necesitaba rodearme de los olores y las vistas del que había sido el único hogar de verdad en el que había vivido, donde me había sentido segura y protegida.

    Volvimos a la cocina y miré por la ventana. El olor de la tierra, el piar de los pájaros como único ruido llenaban mis sentidos. Brenda tenía una gran sonrisa en la cara, yo apenas mostraba mis sentimientos y gratitud, sabía que incluso el mero hecho de hablar de casa y de la familia les hacía felices.

    - Ilia, lo has hecho bien...

    - Gracias, - susurré. Habían aprendido que yo no era una persona expansiva, no daba abrazos ni besos cariñosos por voluntad propia.

    ¿Cambiaría con mi hijo? Esa era la pregunta que más me atormentaba.

    Brenda empezaba a calentar la comida y yo la ayudaba a poner la mesa. Entonces recordé que tenía que traer mis cosas, pero ella me detuvo cuando estaba en el porche.

    - Tus hermanos vendrán ahora, ellos lo harán. - Sonreí y pensé que podía dejarles ese inminente trabajo a ellos. No tenía ningún deseo de arrastrar por las escaleras una maleta que pesaba casi tanto como yo, en la que había encerrado los últimos años de mi vida.

    - ¿Puedo volver a mi habitación?

    - Claro, está tal y como la dejaste. - Asentí. Estaba profundamente agradecida de tener familia.

    Nolan llegó primero, me abrazó y me dio un beso en la cabeza. Era el más tímido y calmado en sus modales. Le sonreí antes de oír el jeep aparcar y asomarse al patio.

    - ¿Ilia? - Joel parecía realmente asombrado.

    - ¿Eres tú de verdad? ¿No estamos soñando? - Milo aprovechó la oportunidad para burlarse de mí.

    - Idiotas... - Hice ademán de volver a entrar cuando me atrajeron hacia sus enormes cuerpos y se dedicaron a apretarme en el centro.

    - ¡Dejadme! Apestáis. - No pude hacer nada contra esos dos, seguí retorciéndome en vano.

    - Chicos, ¿dónde están vuestros modales? Inmediatamente a lavarse las manos! - Brenda, como siempre, intervino justo a tiempo antes de que sintiera que me ahogaba hasta morir.

    Cuando estábamos poniendo la comida en la mesa, Vince también entró, me miró y abrió los brazos para que corriera hacia él. Me acerqué y le abracé.

    - Ahí está mi pequeño Robot. - Me dio un beso en la coronilla y me alborotó el pelo como si aún tuviera once años y no veinticinco. Robot era el apodo que me había puesto desde el principio, solo me llamaba por ese apelativo y eso lo hacía de alguna manera especial.

    En la mesa los temas eran variados, también había cinco o seis empleados así que no se abrió ninguna discusión sobre mí. Eso se reservaba para la familia.

    Cuando Brenda y yo estábamos recogiendo la mesa, listas para empezar a fregar los platos, sentí muchos pares de ojos a mi espalda. Cuando me di la vuelta, esperé a que dijeran algo.

    - ¿No tienes nada que decir? - El primero en entablar conversación fue Milo. Directo como siempre.

    - ¿Podrías coger mi maleta del coche y llevarla a mi habitación? Ah, ¡también hay una mochila grande!

    - Cariño, ¿ha pasado algo? - Vince parecía preocupado, así que negué con la cabeza.

    - He tenido que dejar el piso, me han despedido.

    - ¿Y el gilipollas de Brad? - Joel era el más protector, después de Einar. Siempre se las arreglaba para asustar a los chicos con los que salía desde el instituto. También era el que se notaba que era adoptado; su tez era más oscura que la de todos los demás. La mía era diáfana en perfecto contraste con el pelo castaño, pero la suya tenía un tono parecido al color del caramelo con leche. Fuera del rancho vestía como un gánster de la gran ciudad y esto intimidaba a la mayoría de los residentes de Wyoming. Sus orígenes afroamericanos eran tan indiscutibles como que había sufrido de niño.

    - Brad se fue hace un par de semanas, - murmuré con indiferencia.

    - ¿Por qué?, - inquirió Milo.

    - ¡Porque es un gilipollas!, - respondí como si fuera obvio, encogiéndome de hombros. Nunca había presentado a Brad a mi familia, no lo había pensado ni por un segundo, pero Milo y Joel lo conocían por su fama mediocre. Parecían conocer a todos los chicos de la zona.

    - ¡Cuida tu lenguaje, jovencita!

    - Lo siento Brenda, pero es así. Me dejó con dos meses de alquiler impagados, me tuve que ir...

    - ¡Gilipollas!, - murmuraron Milo y Joel a la vez. Parecían gemelos al oírlos hablar, sin embargo eran tan diferentes físicamente.

    Vince tomó la palabra y se acercó a mí.

    - Sabes que por nosotros no hay problema, puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras. Y si es para siempre todos seríamos felices.

    - Gracias, sobre eso, quiero ser útil y trabajar. - Todos estallaron en carcajadas.

    - ¡Dejad de ser tan malos! - Por suerte Brenda estaba allí. Para ser un ama de casa de casi sesenta años seguía asustando a todos.

    - Quiero ser útil en algo, Vince, lo que sea.

    - Hay muchas cosas que hacer, déjame pensar, mientras tanto ayuda a Brenda con las comidas. - Parecía pensativo.

    Le miré para ver si hablaba en serio, ¿quería que me pasara el día sentada en la cocina?

    - En menos de un mes empezará la trashumancia estacional, mucha gente estará fuera todo el día y necesitará comida para llevar. - El tono de Vince no admitía réplica esta vez, así que asentí. Llevaba el papel de jefe y le sentaba como un guante.

    Capítulo 3

    Einar

    ¿Qué hacía yo en aquel lugar?

    Mi piso era pequeño y oscuro. Solitario y silencioso. Todavía con la camisa del trabajo puesta miré el regalo de mis compañeros por el ascenso que había recibido.

    Un reloj... que llevaría todos los días.

    Un reloj... que marcaría la hora de cada puto día que pasaría viviendo una vida que no me gustaba.

    Una vida que odiaba.

    Una vida que había empezado a despreciar desde hacía algún tiempo.

    No siempre había sido así, había estudiado mucho y había conseguido un trabajo que muchos habrían envidiado.

    La empresa operaba en el sector aeroespacial, era una de las líderes del país, gracias también a gente como yo: recién salida de la universidad, intentando mejorar las técnicas de producción haciéndolas más respetuosas con el medio ambiente.

    Se habían hecho progresos, pero estábamos lejos de decir que no creábamos contaminación. El respeto por el medio ambiente con el paso de los años parecía haber dejado de ser importante, todo el mundo hablaba de ello, pero nadie hacía nada por salvar el mundo. Era absurdo y surrealista al mismo tiempo.

    Pero aquella vida no era para mí. No era feliz y nadie parecía darse cuenta.

    No volví con mi familia a Wyoming porque temía que me leyeran en la cara que estaba decepcionado conmigo mismo. Me sentía agotado y todas las iniciativas que parecían gustar a mis jefes, me parecían ideas estúpidas que no solucionarían nada ni cambiarían el mundo.

    Era como si en la ciudad solo hubiera una realidad: te levantas cuando suena el despertador, vas al trabajo en transporte público, te tomas un café para llevar, vuelves a casa, pides la cena porque estás demasiado cansado para cocinar, y buenas noches. Lo repetías todos los días. Los fines de semana eran aún más tristes porque la gente se iba de picnic a los jardines públicos, a pasear junto al mar con el ruido de la carretera de fondo. Nadie parecía conocer la realidad.

    Decidí llamar a mi hermano Nolan. Era un año menor que yo y, aparte de su pelo más claro que el mío, éramos muy parecidos en complexión y estatura, cuando incluso yo vestía con camisas almidonadas era difícil no notar el parecido. Hubiera sido perfecto para una ciudad como Seattle, siempre impecable y elegante, nunca un pelo fuera de lugar, incluso en el rancho vestía bien.

    - Hermano, ¿cómo estás?

    - Como una mierda. - Fui directo al grano.

    - ¿Qué ha pasado? - Parecía genuinamente preocupado por el tono que usó.

    - No estoy hecho para todo esto...

    Pude percibir su confusión.

    - ¿Te refieres a tu vida?

    - Claro que sí. - Me tiré del pelo con las manos.

    - Coge tus cosas y

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