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El Hijo de Madame Butterfly
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Libro electrónico213 páginas3 horas

El Hijo de Madame Butterfly

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Esta es la historia de lo que ocurrió con el hijo del Teniente Pinkerton, Tom, de la historia de 'Madame Butterfly'. Tom creció creyendo que su madre había muerto al nacer él, pero la historia lo llevará a descubrir una verdad que le había ocultado su padre, su madrastra y como más adelante se enteró, su propia madre. 

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento10 nov 2018
ISBN9781547557141
El Hijo de Madame Butterfly
Autor

Harlan Hague

Harlan Hague, Ph.D., is a retired history professor. He has traveled around the world, visiting sixty or seventy countries and dependencies. He has published history, fiction, travel and prize-winning biography. His screenplays are making the rounds. More at http://harlanhague.us

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    El Hijo de Madame Butterfly - Harlan Hague

    El hijo de Madame Butterfly

    Novela

    Harlan Hague

    Traducción: Elizabeth Garay

    Graycatbird Books

    Derechos de autor © 2017 por Harlan Hague

    ISBN-13: 978-1977983213

    ISBN-10: 1977983219

    Butterfly’s Child (El Hijo de Madame Butterfly) es una obra protegida y todos los derechos están reservados. Este libro no puede ser copiado, escaneado, impreso o masterizado digitalmente para su reventa. Pequeñas partes pueden ser citadas para su uso en promociones, críticas y con propósitos educativos, mencionando el crédito correspondiente al autor. Para obtener permiso para cualquier otro uso, contacte al autor para solicitar autorización por escrito.

    Este es un libro de ficción, inspirado libremente en eventos reales e imaginarios. Se mencionan los nombres de ciudades reales, de ubicaciones y de eventos, pero muchos otros eventos y lugares fueron inventos del autor.

    Las similitudes de personajes en la historia con cualquier persona viva o fallecida, son coincidencia, excepto cuando personas reales se incluyen como parte de la línea narrativa y son abordados imaginativamente.

    El diseño de la cubierta es creación de Donna Yee.

    El amor se compone de una sola alma que habita en dos cuerpos

    Aristóteles

    El amor es una grave enfermedad mental

    Platón

    Prólogo

    Desde hace mucho tiempo me ha cautivado la historia de la joven artista japonesa, Cio-Cio-san y de Pinkerton, el teniente de la armada de los Estados Unidos,  misma que fue inmortalizada en la obra de Madama Butterfly de Giacomo Puccini. Vi la ópera por primera vez en la Ciudad de Nueva York y me entristeció profundamente el trágico final. Conozco algo de la historia y de la cultura japonesas y puedo entender porqué Cio-Cio-san deseó morir, incluso bajo su propia mano.

    De nuevo, volví a ver la ópera en Londres, con cierta renuencia. ¿Por qué alguien desearía volver a revivir la tragedia, especialmente cuando es presentada como entretenimiento? Pero mi amiga no la había visto y tenía muchas ganas de verla y no pude negarme.

    Al final, dejé el teatro con tanto desánimo que mi compañera preguntó si me sentía enfermo. Contesté que no estaba enfermo, que tan solo me sentía muy extraño. Que en realidad era una tonta respuesta y me disculpé y volví a mi hotel.

    Me senté en el vestíbulo del hotel, me encontraba solo frente a la chimenea, sorbiendo una copa de vino, miraba las brasas intentando entender lo que había ocurrido en el teatro. De repente la respuesta fue clara. Era como abrir la puerta de una habitación oscura, permitiendo que la luz entrara.

    La real tragedia de la historia no es la muerte de Cio-Cio-san, sino el destino de su hijo. ¿Qué ocurrió con su hijo? ¿Cómo fue su vida, privado del amor de su madre y apenas reconocido por su padre?

    En ese momento decidí que tenía que saber lo que había ocurrido con el niño. Tenía poco tiempo de haberme retirado como maestro y apenas el mes anterior había enviado mi último manuscrito a mi editor. Estaba evaluando un nuevo tema de investigación, pero aún no lo había iniciado. Este podía esperar.

    Las consultas en la Oficina de Personal de la Armada de los Estados Unidos revelaron que Pinkerton había vivido con su esposa estadounidense en Los Ángeles y que se había retirado al final de su carrera en la armada. Busqué en expedientes públicos de la ciudad y encontré una dirección, pero no era la de los Pinkerton. Los vecinos dijeron que ellos se habían mudado hacía muchos años atrás y que habían perdido el contacto.

    Algunos recordaban al niño. Un brillante y hermoso niño pequeño, popular entre la chiquillada del vecindario, sensible ante cualquier atención a su ascendencia mixta. Aquellos que deseaban hablar al respecto, mencionaban que nunca habían cuestionado ni a él ni a sus padres, acerca de la identidad de su madre.

    Un vecino platicador compartió que su propio hijo había conocido al chico en la universidad. Ellos habían estado en la misma clase en la Universidad del Sur de California (USC). Esto había ocurrido después de que los Pinkerton se habían mudado.

    La oficina de registros de la USC era reacia a dar información a extraños acerca de los estudiantes y exestudiantes, pero yo contaba con cierto prestigio en la comunidad académica y fui capaz de convencerlos de que me dieran algunas pistas.

    Las pistas me llevaron por un camino tortuoso hacia el destino que buscaba. Encontré la dirección de un tal Thomas Pinkerton. Le escribí, sin obtener resultado. Después de un largo tiempo, decidí que era el hombre equivocado o que tenía al hombre correcto y que no deseaba ser reconocido.

    Después recibí una respuesta. Él aceptaba ser el hijo del teniente Pinkerton, pero se preguntaba porqué me interesaba la descendencia del teniente. 

    Le conté mi fascinación con la historia de la ópera y que la tragedia de sus orígenes me cautivaba. Me había obsesionado. Necesitaba saber qué había ocurrido con él. Necesitaba conocer la verdad.

    ¿La verdad? No debería ver la historia de Puccini para conocer la verdad, me dijo. Casi podía sentir la intensidad, la furia en sus palabras. Me dijo que Puccini no tenía interés en conocer la verdad. Tan solo había querido narrar una hermosa historia para entretener, para emocionar. ¿Usted dice que desea la verdad?, me dijo.

    Sí, respondí. Necesito conocer la verdad.

    Dijo que se encontraría conmigo.

    Capítulo 1

    Abrió sus ojos y se preguntó si este seguía siendo un sueño.

    Parecía bastante real. Se encontraba en una pequeña habitación con paredes de paneles de madera. El piso era un tatami formado de tapetes de junco de 6x3 pies, elaborados con un tejido apretado y paja de arroz. Cada tapete estaba cosido con un borde de tela negra y estos estaban atados con un cordón. La habitación estaba en silencio. Pensó que alcanzaba a escuchar los latidos de su corazón.

    Un cofre tallado ligeramente en madera descansaba contra el muro que se encontraba detrás de él. A un lado del cofre había un pequeño tokonoma, empotrado en la pared. Era un pergamino colgante con una delicada caligrafía, al fondo del espacio.

    En el piso del tokonoma, debajo del pergamino, se encontraba un pequeño recipiente negro laqueado. Junto a este, un arreglo de ramas, hojas y botones frescos se exhibían en un jarrón sin pintura.

    Tom se sentó en el piso con las piernas cruzadas, de frente a las puertas shoji abiertas, hechas con paneles de madera natural y papel de arroz. Llevaba puesto un yukata, un ligero kimono de algodón para el verano, decorado con caracteres kanji que deseaban a su portador una larga y feliz vida. Fuera de las puertas, corría a lo largo de la habitación un estrecho pasillo de madera dura pulida. Más allá se encontraba un pequeño hermoso jardín en medio de una cerca elevada de láminas verticales desgastadas.

    El jardín pudo haber estado en el campo en lugar de encontrarse en el extremo de un distrito comercial de un concurrido puerto de la ciudad. A pesar de la ubicación, había silencio, el único sonido era el de un arroyo poco profundo que formaba burbujas sobre las piedras del estanque al fondo del jardín. Una docena de coloridos koi vagaba perezosamente en el agua clara, enviando débiles ondulaciones que apenas perturbaban la superficie cristalina. Un huerto con tres arces miniaturizados formaban el frente de la cerca. El camino que se inclinaba desde la cerca hacia el arroyo y el estanque era una cuidadosa formación de piedras y musgo.

    Cerró sus ojos. ¿Estoy meditando o la falta de sueño finalmente me ha pillado? Abrió sus ojos y sacudió su cabeza. Una multitud de emociones lo invadió. Enojo, abandono, desesperanza. Culpa. Esperanza. Volvió a sacudir su cabeza, mirando hacia el estanque, apretó los ojos, los abrió, volvió a ver el jardín.

    ¿Realmente solo habían transcurrido seis semanas desde que había hablado con el cónsul? Parecía que habían pasado más de seis años. O, seis vidas.

    El Gran Despertar,  lo había llamado su profesor de historia. Un fervor religioso que se extendió por Europa y las colonias a principios del siglo XVIII, cuando sus ojos que habían estado cerrados por mucho tiempo, se abrieron para revelar nuevas perspectivas, una nueva oportunidad. Había abandonado la clase corriendo, metiendo los libros en su mochila, jalando su rompevientos. Durante muchos años, volvería a mirar atrás este día, maravillándose de la coincidencia.

    Subió corriendo las escaleras hacia el interior del aula, siguiendo a otro par de rezagados a través de las puertas dobles. La amplia sala estaba abarrotada. El lugar contenía sillas para 200 personas, todas estaban ocupadas. Tom se unió a la multitud que se alineaba en las paredes. Era miembro de la Liga japonesa-estadounidense de la Universidad del Sur de California y recibía sus correos, pero tan solo hasta esa mañana se había enterado de quién sería el orador del evento de la tarde.

    Daniel Sharpless no era particularmente una figura notable en el servicio diplomático de los Estados Unidos, pero había sido el cónsul estadounidense en Nagasaki durante doce años y el mensaje era que tenía interesantes historias para contar del exótico Japón. La ciudad costera en el sur de Japón era un puerto de escala de embarcaciones mercantes estadounidenses y de barcos de guerra, y Sharpless a menudo había participado como contacto e intervenía cuando los estadounidenses visitantes necesitaban orientación.

    El cónsul era un buen orador y la audiencia, en su mayoría estudiantes, estuvo atenta. Habló en general acerca de Japón, pero se enfocó en Nagasaki. Narró acerca de la vida de la ciudad y de sus habitantes, destacando particularmente lo que era diferente y fascinante. Habló acerca de las relaciones entre los visitantes estadounidenses y los locales.

    Su forma de hablar era tan refinada que era obvio que ha menudo hablaba acerca de sus experiencias en concurrencias como esta.

    Al final de la presentación, una docena de asistentes se apresuró hacia el podio para hablar con Sharpless y tomar una copia de su libro. Él se encontraba feliz de dedicarlo a quien el comprador lo solicitara. Paguen en el vestíbulo, decía.

    Otros deambularon hacia la terraza, donde en las mesas se ofrecía ponche, vino y hojaldres. Tom tomó una copa de vino tinto y caminó por la terraza. Sorbió el vino, se recargó en la barandilla, mirando la puesta del sol dorada sobre las palmeras y edificios del campus, que rápidamente se convertían en siluetas.

    Inclinó su copa y terminó el vino. Necesitaba hablar con el cónsul. Giró y casi choca con Sharpless.

    Hermoso, ¿no es cierto? Aunque no podemos ver mucho, dijo el cónsul.

    Tom frunció el ceño. Relajado, sonrió. ¡Ah! El atardecer, sí, sí, lo es.

    Kanpai, dijo Sharpless, levantando su copa.

    ¿Perdón?.

    Salud.

    Sí, gracias. Tom levantó su copa vacía y la chocó contra la de Sharpless. Realmente disfruté su presentación. Primera vez que escucho algo de Nagasaki desde hace años.

    ¿Usted conoce algo acerca de Nagasaki? Muchas personas con las que hablo acerca de mis experiencias diplomáticas piensan que fui cónsul de algún planeta lejano en los confines del sistema solar. Sharpless sonrió. Volteó a un lado y vio a una joven que lo miraba, inquieta, sosteniendo un libro, con una bolsa que pendía de su hombro.

    Yo no, dijo Tom, aunque han pasado años desde que tuve alguna conversación al respecto.

    Sharpless giró de nuevo hacia Tom.

    Mi padre estuvo en la armada, dijo Tom, y su barco hizo escala en Nagasaki. Nunca habló mucho del particular. Supongo que pensaba que no me iba a interesar. Creo que en el momento así fue.

    Quizá lo conocí si llegué a estar ahí cuando su barco hizo escala. ¿Cómo se llama?

    Pinkerton. Teniente Pinkerton.

    Sharpless retrocedió, como si hubiera sido golpeado. ¿Teniente Pinkerton... teniente Benjamin... Franklin... Pinkerton?.

    Sí, ese es mi padre. ¿Usted lo conoció?

    ¿Cómo se llama usted?.

    Tom. Tom Pinkerton.

    Sharpless sacudió su cabeza. Disculpe, esta es mi tercera copa. Tomé una antes de la charla. Para fortalecerme, lo entiende. ¿Dónde está su padre?.

    Falleció.

    ¡Oh! Lo siento. Hmm. Miró alrededor. Tom, vayamos....

    Siento interrumpir. La joven que había estado oscilando cerca de Sharpless se aproximó a él. Tengo que partir y de verdad, realmente quería pedirle que firme mi copia de su libro. Miró a Tom, sonriendo. Lo siento.

    Tom asintió.

    Sharpless tomó el libro y una pluma que ella le ofreció, abrió la cubierta y la observó. ¿Cuál es su nombre?.

    Nancy Bannon. Ella soltó una risita.

    Sharpless garabateó una nota en la página del título del libro y firmó. Sonrió, entregó el libro y la pluma a la joven. Gracias por pedirlo. Espero que lo disfrute.

    Ella tomó el libro y la pluma, retrocedió agitada, sonriendo. Muchas gracias, dirigiéndose hacia Tom, aún agitada dijo, lo siento, perdón. Se giró y corriendo descendió de la terraza, asiendo el libro y la bolsa al hombro.

    Tom,  encaminémonos un poco hacia este lado. Sharpless se dirigió hacia la terraza, alejado de las mesas de servicio y de la ligera conversación de los patrocinadores.

    Caminaron hacia una esquina en silencio de la terraza y se detuvieron en la barandilla. Sharpless miró abajo, hacia los oscuros arbustos. Volvió a mirar a Tom, sin sonreír, serio. Sí, conocí a tu padre. ¿Cuándo murió?.

    Cuando cumplí quince años, hace cinco años.

    ¿Y tu madre? ¿Dónde vive?.

    Ella vive en Santa Bárbara. Bueno, ella no es mi madre. Es mi madrastra. Mi madre murió a los pocos meses de que yo nací. Yo nunca la conocí.

    ¡Oh! Bueno, cuéntame...cuéntame acerca de tu madre.

    Tom hizo un gesto. ¿Mi madre? Estamos hablando de mi padreElla y mi padre no estaban casados. Se conocieron en San Diego. Era ahí donde él vivía en ese entonces. Él me contó que la amó. Eso significó mucho para mí.

    San Diego. Hmm. Sharpless se inclinó en la barandilla, mirando durante un largo rato hacia la oscuridad. Tom empezó a preguntarse si Sharpless se había aburrido con su conversación.

    El cónsul se enderezó y miró a Tom. Hay algo que debes saber. No te diría esto si tu padre aún siguiera vivo, pero ahora tienes todo el derecho de saber.

    Tom frunció el ceño. ¿Tenía que responder a eso?

    Tom, tu madre no vivía en San Diego. Tú no naciste en San Diego.

    ¿Qué quiere usted decir?

    Escucha. Esto puede parecerte extraño, pero escúchame. Tú no naciste en San Diego. Tú naciste en Japón. En Nagasaki. Tu madre era una joven japonesa de 15 años de edad. Ellos tuvieron una especie de ceremonia de bodas. Todo esto fue arreglado por una agencia matrimonial".

    Tom giró su cabeza. ¿Qué está usted diciendo? ¿Qué sabe usted de mí? ¿Quién tuvo una ceremonia de bodas?.

    Tu padre y una joven geisha.

    Tom hizo un gesto, miró hacia un lado, después volvió

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