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El Encanto De Nicasia
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Libro electrónico67 páginas56 minutos

El Encanto De Nicasia

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Nicasio Zarate es un joven piloto de la marina mercante en prácticas. Debido a un serio percance es hospitalizado en Punta Arenas tras lo cual inicia un periplo exploratorio por la Patagonia, llevándolo finalmente a un pequeño poblado de pescadores en el que se instala durante una larga temporada. Allí vive la primera aventura, iniciando la serie de relatos, protagonizados por este personaje

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 sept 2020
ISBN9781005261825
El Encanto De Nicasia
Autor

José Gurpegui

José Gurpegui Illarramendi (San Sebastián - Gipuzkoa) es un escritor independiente autor de numerosas novelas. Si bien sus actividades creativas, como el cine, la fotografía y la escritura narrativa comenzaron en su juventud, no es hasta comienzos de este siglo, cuando, sumándose al auge de los medios digitales de comunicación, publica sus trabajos literarios cuyo estilo satírico, se manifiesta plenamente a través de los protagonistas de sus novelas.

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    El Encanto De Nicasia - José Gurpegui

    El encanto de Nicasia

    José Gurpegui

    Copyright © 2010, 2013, 2014 José Gurpegui Illarramendi

    Todos los derechos reservados

    Portada: Zizahori

    Todas las referencias literarias, históricas o cinematográficas, fueron usadas para contextualizar la narración dentro de los periodos de tiempo en que se desarrollan. Asimismo, debo advertir, que los personajes y situaciones de esta obra responden a la ficción literaria, por lo tanto: cualquier parecido con la realidad deberá ser considerado mera casualidad.

    El autor

    Nicasio

    Le conocí una noche en el casco viejo, en una pequeña tasca de las que aún servían el vino en vasos de fondo grueso, tan característicos en los bares de la zona. Serían cerca de las nueve de la noche cuando, bajando por la calle de la Ribera, comenzaron los relámpagos. Aceleré el paso y doblé por Barrenkale. Poco después llovía con intensidad, no teniendo más opción que la de refugiarme en el bar.

    No había casi nadie, pedí un txikito y esperé a que escampara. En un extremo de la barra se encontraba un hombre de unos setenta años, vestido con atuendo veraniego de estilo clásico y marca inglesa. Estaba atento al televisor que en ese momento emitía un documental sobre la Patagonia. En cualquier otra circunstancia hubiera servido para provocar sopor, pero el hombre parecía seguirlo con especial atención.

    Giró brevemente la cabeza y pude comprobar que sus ojos estaban enrojecidos. Me llamó la atención el hecho de que ese hombre de rudas facciones, mostrara un semblante desencajado por el llanto contenido. Al darse cuenta de que le observaba, se justificó:

    —Patagonia me trae buenos recuerdos. Allí pasé unos meses difíciles de olvidar.

    Nos presentamos y comenzó a explicarme, según veíamos el reportaje, que ese país lo conocía bien. Se lamentaba de que los indígenas patagones fuesen desapareciendo tras la oleada migratoria europea hacia Argentina y Chile. Me sorprendía con detalles que poco a poco, ganaron mi interés. Cuando parecía que iba a terminar de hablar, le animaba para que continuase. Se dio cuenta de que quería seguir escuchándole y propuso contarme la historia de su aventura.

    Acepté de inmediato. Nos sentamos al fondo del local y Patxi, el tabernero, viendo a su amigo dispuesto para la narración, se unió a nosotros con la compañía de una botella de Marqués de Riscal y unos tacos de queso que yo añadí a la improvisada tertulia. Inmediatamente tomó la iniciativa y de este modo es como Nicasio Zárate comenzó a relatar lo que viene a continuación.

    Rosalía

    Había obtenido mi diplomatura en la Escuela de Náutica —comenzó su relato—. Debía hacer las prácticas para el título de piloto y en aquel momento, mi deseo era encontrar un buen barco donde poderlas realizar. Entonces, allá por 1962, comenzaba a desarrollarse la industria del pescado congelado y se adaptaron muchos buques para practicar esa pesquería. Patagonia y las islas Malvinas eran el destino habitual de las flotas congeladoras. Las condiciones eran duras, pero el trabajo estaba bien pagado.

    Tuve la oportunidad de embarcar como agregado en uno de esos barcos; se llamaba Rosalía. El capitán era de Pasajes y procedía de la flota bacaladera. Era una bellísima persona; se llamaba Telmo Urrialde. En los barcos mercantes, es tradicional que los oficiales jóvenes apodasen al capitán como «el viejo», pero en este caso, a Urrialde lo conocíamos por «San Telmo». El mote se lo puso un oficial de Bermeo que navegaba con él a la pesca del bacalao en aguas de Terranova. «Urrialde es como el fuego de san Telmo; aparece electrizando el ambiente, cuando menos te lo esperas» dijo entonces el bermeano.

    A pesar de su fama, Urrialde era un buen hombre. Se preocupó de mi formación, quizás porque dos de sus hijos también estudiaban náutica. Era una persona muy culta y de conversación amena. Con él aprendí muchísimo, no sólo en temas relacionados con el mar, también otras materias. Llevaba a bordo una buena colección de libros que iba prestándome. Durante la comida o la cena, tenía que hacerle un resumen de lo que había leído y comentar mis impresiones. Por el lado contrario, desperté las antipatías del primer oficial; un tipo llamado Ángel Bueno. Era envidioso y siempre dispuesto a amargarme la vida.

    El patrón de pesca era un gallego con un vocabulario especial. Llamaba al acero inoxidable, «inolvidable». Según él, porque definía mejor las características perdurables del mismo. La leche condensada era leche «condenada», por estar cautiva en una lata y el vinagre, ácido «ascético» por su rudeza y acritud. Se llamaba Anselmo Pazos y para él, solamente había dos cosas importantes en la

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