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Los crímenes del servicio de habitaciones
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Libro electrónico101 páginas1 hora

Los crímenes del servicio de habitaciones

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Información de este libro electrónico

España año 2044. Una serie de asesinatos se van produciendo de manera misteriosa. Un inspector de policía con síndrome narcoléptico es designado directamente por el ministro para su investigación. Novela de intriga, satírica y humor negrísimo.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 jul 2022
ISBN9781005748685
Los crímenes del servicio de habitaciones
Autor

José Gurpegui

José Gurpegui Illarramendi (San Sebastián - Gipuzkoa) es un escritor independiente autor de numerosas novelas. Si bien sus actividades creativas, como el cine, la fotografía y la escritura narrativa comenzaron en su juventud, no es hasta comienzos de este siglo, cuando, sumándose al auge de los medios digitales de comunicación, publica sus trabajos literarios cuyo estilo satírico, se manifiesta plenamente a través de los protagonistas de sus novelas.

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    Los crímenes del servicio de habitaciones - José Gurpegui

    Los crímenes del servicio de habitaciones

    José Gurpegui

    Copyright © 2016 José Gurpegui Illarramendi

    Todos los derechos reservados

    Portada: Zizahori

    Los personajes, hechos, situaciones y nombres citados en esta novela corresponden a la ficción literaria. De existir coincidencias con la realidad, deberá entenderse como fruto de la casualidad. Asimismo, las referencias históricas, literarias o cinematográficas o de cualquier otra índole, han sido utilizadas únicamente para contextualizar las narraciones, dentro de los periodos de tiempo en que se desarrollan.

    el autor

    Contents

    Title Page

    Copyright

    Epigraph

    JABE

    VACACIONES

    ELIEL

    NARCOLEPSIA

    CARRIZO

    LAMEC

    PESQUISAS

    ROMÁN

    CEBO

    OPERATIVOS

    BAIPÁS

    PARÍS

    ALTERNANCIA

    JABE

    Se retiró el primero, pero salió a saludar varias veces para corresponder al aplauso ininterrumpido del público. Estaba agotado. En el trascenio se bebió tres latas seguidas de una bebida isotónica. Se cambió de ropa y declinó su asistencia a la fiesta que iba a tener lugar tras el concierto, aduciendo estar indispuesto. Los excesos de la actuación podían alterar la salud y el equilibrio emocional a cualquiera, pero en realidad era una excusa para verse a solas con Maca y Vany en la habitación del hotel que el mánager del grupo había reservado para Jabe y sus chicas.

    Su esposa iba a asistir a la fiesta de despedida, antes de la tournée que iban a iniciar por la UE. En ese momento, esperaba para subir al autobús del grupo que los iba a llevar hasta la sala Galaxy Underground, donde tendría lugar la fiesta de despedida. Jabe la beso y se excusó, diciéndole que se encontraba mareado. « Es el 'mono' cariño, me voy a casa » —le engañó una vez más.

    Comprobó que las dos chicas se habían enterado de que iba a salir. Era fácil saberlo; simplemente tenían que observar que el mánager le entregaba a Jabe el estuche con su guitarra; una Gibson de la que nunca se separaba. Fue su primera guitarra y su talismán. Con ella, según decía, lo tendrían que enterrar.

    Alberto, su asistente, no sólo le había limpiado la guitarra y guardado celosamente en su estuche. También se había ocupado de pedir un taxi y encargar al hotel que, a determinada hora, le sirvieran champán y fruta fresca.

    Jabe tendría tiempo de echar una cabezada antes de entregarse a la lujuria formando trío con Maca y su compañera Vany; dos de las chicas del coro con las que, tras cada concierto, remataba su actuación. Pero tendría que ir con cuidado, porque Lila, su esposa, aunque presumiblemente estuviese entretenida en la fiesta hasta el amanecer, podría presentarse de improviso. Pero todo estaba organizado: Alberto llamaría a su teléfono en cuanto supiese que Lila tenía intención de retirarse. Era el encargado de acompañarla hasta el domicilio de la pareja, y, por lo tanto, podía ajustar el tiempo dando margen a Jabe para llegar a su casa y meterse en la cama. Lo habían ensayado varias veces y estaba todo perfectamente controlado por el fiel asistente.

    Jabe llegó al hotel, se identificó y el conserje le entregó la llave de la habitación 122. Se mostró cauteloso ante las cámaras de seguridad. No quería dejar pruebas visuales de su estancia, por eso evitó el ascensor.

    Nada más entrar a la habitación, se desnudó y se metió en la ducha. Estuvo varios minutos bajo el chorro de agua caliente, mientras en su mente se proyectaban en pequeñas secuencias, alguno de los momentos vividos con el grupo en los últimos cinco años; precisamente los que le habían llevado al éxito. Tuvieron mucho camino que recorrer, pero no se apartaron de él.

    El nombre de Grapas estaba unido a la canción Ya es hora, cambia de una vez, cuya machacona sintonía podía oírse en todas las emisiones de radio, en la publicidad de Internet y en todos los canales de televisión. Todo el mundo la tarareaba, pero Jabe no estaba satisfecho con el estilo tan comercial y oportunista del que se aprovechaban gracias a las simpatías de sus miembros, hacia el partido que lideraba el actual cambio político.

    Se consideraba prostituido si bien de manera muy generosa, porque nunca en la historia de la música, habían ganado en tampoco tiempo, tal cantidad de dinero en concepto de derechos de autor, como lo hizo con esa canción.

    Jabe hubiese querido que su banda se hubiese parecido a Rolles 2.0, pero sólo consiguió que su música se pareciese a la de Fórmula Vich o a la de Los Demonios. Hacían un buen papel en el entramado de grupos musicales ibéricos del momento, sobre todo entre los españoles Kunfú, Juanetes, Petisuis, Badajo… a los que, indudablemente, Grapas los ensombrecía.

    El nombre se le ocurrió al propio Jabe, siempre tan trascendental… Dijo que sus componentes; Satur, Jorge, Dioni y él mismo, «estaban cosidos a la historia de la música ibérica, con grapas de oro y sólo se disolvería el grupo, si a alguno de sus componentes, la muerte lo descosía»

    Llamaron a la puerta. Se extrañó, porque había quedado con las chicas para dos horas después. Aún no había salido de la ducha. Preguntó y contestaron: «Servicio de habitaciones», anunció una voz masculina cansina y poco amable.

    Jabe se extrañó, porque Alberto no hubiese podido cometer tal error de coordinación; el champán y la fruta debía conectar con la llegada de las chicas. Así lo habían acordado.

    « Déjelo ahí mismo », gritó desde el baño.

    Escuchó cómo el camarero abría la puerta y seguidamente se marchaba. No era eso lo que había indicado. « Por mucha llave maestra que tenga, nadie le ha autorizado a entrar en la habitación » —pensó. Quizás hubiera tenido que ser más explícito y advertirle que dejara el carrito fuera.

    Se secó utilizando las cuatro toallas que había. En eso era bastante maniático. Se puso el albornoz cortesía del hotel y buscó en la canastilla del baño, alguna colonia que le gustase y encontró su preferida: Gonzalez Marquez. Alberto había dado en el clavo. Incluso también había dos muestras de los perfumes Sun of Lesbos y Pasión violeta que eran los que usaban Maca y Vany respectivamente. También había incluido preservativos y varios juguetes sexuales.

    A la manera de los míticos «Pureta», «Lictor», «Mano sucia», a Jaime Beltrán de Hurones se le conocía por el apelativo de «Jabe». Era un tipo bajito y rechoncho. Sobrepasaba la cuarentena y era calvo. Nunca asumió tal condición, por eso, siempre llevaba puesta una boina militar que, según decía, se la había regalado el general Pasiega a su padre, cuando este dirigía operaciones de espionaje en Centroamérica.

    Evidentemente no era cierto; fue un montaje que se le había ocurrido a Alberto cuando recogió dicha prenda del escenario tras un delirante concierto. Siempre le lanzaban cosas, principalmente prendas intimas femeninas. Hasta entonces, solía actuar cubierto con una típica y campera gorra de paño. Pensaba que le confería cierto toque británico, pero se dio cuenta que se parecía más al capataz de un cortijo que al propietario de un Cottage en las Midlands. Desde entonces, utilizó la boina militar para el escenario y para diario. Nadie, excepto sus allegados, le habían visto con la cabeza descubierta.

    Daba la impresión de que su cabello había ido cayendo

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