Placer en el paraíso
Por Natalie Anderson
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Emerald Jones era tal y como Javier Torres recordaba de su única noche de pasión, pero el despiadado inversor no tenía tiempo de hacerse el amable. Había vuelto a las islas Galápagos por trabajo. Por sorprendente que le resultara descubrir que Emmy seguía allí, lo fue aún más su secreto…
Lo único que Emmy quería era que Javier le prometiese que no iba a desaparecer de la vida de su hijo como había desaparecido de la de ella. Javier había insistido en que pasasen unos días en su yate privado, pero era un lugar demasiado íntimo… y Emmy no iba a poder evitar volver a caer en la tentación.
Natalie Anderson
USA Today bestselling author Natalie Anderson writes emotional contemporary romance full of sparkling banter, sizzling heat and uplifting endings–perfect for readers who love to escape with empowered heroines and arrogant alphas who are too sexy for their own good. When not writing you'll find her wrangling her 4 children, 3 cats, 2 goldish and 1 dog… and snuggled in a heap on the sofa with her husband at the end of the day. Follow her at www.natalie-anderson.com.
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Placer en el paraíso - Natalie Anderson
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2020 Natalie Anderson
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Placer en el paraíso, n.º 2843 - abril 2021
Título original: Secrets Made in Paradise
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-344-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
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Capítulo 1
JAVIER Torres ignoró el montón de papeles que tenía sobre el regazo y miró por la ventanilla del todoterreno para observar distraídamente cómo su chófer entraba en una tienda a comprar algunos refrigerios. Era última hora de la tarde, hacía un tiempo maravilloso y él debía haberse sentido como un rey. Estaba a las puertas del paraíso, en Santa Cruz, la más poblada de las islas Galápagos y, sin duda, uno de los lugares más aislados y fascinantes del planeta. Había ido a supervisar la remodelación del hotel en el que había invertido hacía poco tiempo. No obstante, en vez de sentirse satisfecho, tenía una sensación incómoda que lo estaba distrayendo. Por mucho que lo intentase, no podía evitar recordar lo ocurrido la última vez que había estado allí. Más en concreto, a la pelirroja a la que había devorado. Porque esa era la mejor palabra para describir lo que había ocurrido entre ambos. Se habían devorado el uno al otro con una intensidad que había atormentado después sus sueños, todas las noches desde hacía año y medio.
No había sido su primera aventura de una noche. En general, solo tenía aventuras de una noche. Todo lo contrario que ella, que aquella noche había hecho varias cosas por primera vez. Ella había estado de viaje, recién llegada de Australia, y en esos momentos podía estar en cualquier otro lugar del mundo. Ni idea de dónde. Al despertar a la mañana siguiente, ya no la había encontrado a su lado y él había tenido que volver a la parte continental de Ecuador a tiempo para tomar un vuelo que lo llevaría de vuelta a casa, en Nueva York.
El encuentro no debía haber ocurrido. A él no debía haberle importado. Pero había sido incapaz de olvidarlo. De hecho, los recuerdos lo habían atormentado de día y de noche, y habían tenido un terrible impacto en su vida sexual. De hecho, aquella era su época más extensa de abstinencia. Se decía que era porque tenía mucho trabajo, pero lo cierto era que, desde entonces, ninguna otra mujer lo había atraído. La situación era exasperante. Le habría venido bien una noche de placer físico y relajarse, pero la vuelta a la isla solo le había hecho recordar todavía más.
Entonces la vio saliendo de la tienda, fue una imagen completamente erótica, con aquella melena del color del sol y sus generosas curvas. Javier gimió. Tenía que ser producto de su atormentado cerebro, pero el caso es que se quedó inmóvil, sentado en el coche, admirando aquel espejismo. La primera vez que la había visto, saliendo del agua, ataviada con un bikini verde, ajena a él, le había parecido la imagen más sensual que había presenciado jamás. En esos momentos, se giró hacia una pareja joven que había salido de la tienda detrás de ella. Señaló hacia la carretera y la otra mujer le dio un teléfono. La pareja posó delante de la tienda mientras ella les tomaba una fotografía. Entonces, el chófer de Javier salió también, ella lo miró y él sonrió de oreja a oreja. Cómo no, era una mujer impresionante. Toda aquella interacción significaba que no se trataba de una alucinación. Javier sintió que el universo se detenía a su alrededor, dejó de parpadear y de respirar. Se le detuvo el corazón. La observó mientras echaba a andar, enfundada en unos vaqueros muy ajustados. Se le secó la boca. Llevaba una camisa de lino color caqui desabrochada y una camiseta de tirantes blanca debajo, y una cinta roja que recogía a duras penas su melena y enfatizaba los pómulos marcados y una piel salpicada de pecas. Javier sintió calor.
Su chófer abrió la puerta.
–Espere un momento, por favor –le pidió él con voz ronca.
La pelirroja sonrió todavía más y Javier se puso todavía más tenso mientras esperaba a descubrir a quién iba dedicado semejante recibimiento. Se tranquilizó al ver aparecer a una señora mayor con un bebé en los brazos, un pequeño de pelo moreno, sonriente, que alargaba los brazos hacia la pelirroja.
Javier volvió a escuchar ruidos a su alrededor mientras observaba la escena. Tomó aire mientras su cerebro se ponía de nuevo a funcionar y absorbía la escena, calculaba el paso del tiempo con precisión y llegaba a una conclusión terrible.
De repente, sintió pánico mezclado con horror. Porque estaba seguro de que aquella pelirroja era la mujer a la que había seducido meses atrás, Emerald, la dulce sirena de la playa. Y que aquel bebé era, sin duda, hijo de ella. Y también suyo.
Entonces se sintió culpable. El niño había nacido sin que él supiese nada. Porque Emerald no había podido encontrarlo. No había podido encontrarlo porque él ni siquiera le había dicho su verdadero nombre.
La observó, pero ya no vio las sensuales curvas de su cuerpo ni el maravilloso color de su pelo, sino que la camisa que llevaba puesta parecía vieja, que los pantalones estaban rotos, y que tenía ojeras. Y Javier se sintió todavía más culpable.
Él nunca había querido tener hijos. Ni casarse. Él mismo había sido un daño colateral de aquellas guerras íntimas. Así que, no, su vida estaba completa con su trabajo y sus viajes. No necesitaba ni deseaba relaciones estables ni responsabilidades emocionales. Y le parecía imposible ser un padre decente no habiendo tenido un buen ejemplo de ello. De hecho, no había tenido ningún ejemplo.
Nunca había querido que un pobre niño se sintiese rechazado y descuidado como se había sentido él. Y, sin embargo, eso era lo que había hecho con aquel niño sin querer. Aquello lo enfadó. Sintió la necesidad de protegerlo, de hacer las cosas bien. Apretó la mandíbula y contuvo la decepción que tenía consigo mismo. No era ningún héroe, pero le daría al niño lo que pudiese, en cuanto pudiese. Solo tenía que decidir cuál era la mejor manera.
Emerald Jones se miró el reloj. Faltaban menos de veinte minutos para reunirse con Luke. Solo había pasado una hora sin él, pero ya lo echaba de menos. Le resultaba muy duro pasar tanto tiempo trabajando en la tienda, aunque estaba muy agradecida a su jefa, Connie, que le había dado la oportunidad de conservar su dignidad y que adoraba pasar algo de tiempo con Luke por las tardes. El resto del tiempo, Emmy conseguía mantenerlo ocupado detrás del mostrador, aunque no sabía durante cuánto tiempo podría tenerlo allí, ya que el pequeño era muy curioso y se movía cada vez más. No obstante, aquel era un problema en el que ya pensaría en su momento. Entretanto iba sobreviviendo día a día.
Levantó la vista al ver entrar a alguien. Y se quedó de piedra.
El mundo se había tambaleado para ella dieciocho meses atrás y, en ese instante, se volvió a tambalear.
–¿Ramon? –susurró.
Los ojos marrones oscuros de este se clavaron en su alma. Ella se fijó vagamente en sus pantalones de lino oscuros, en la camisa blanca, remangada, pero fueron sus ojos los que la impactaron. Tembló de la cabeza a los pies. Le había ocurrido lo mismo la primera vez que lo había visto. Nunca alguien había llamado tanto su atención. Y eso había tenido consecuencias.
Había sido todo culpa de sus hormonas. Entonces recordó que, en realidad, no se llamaba Ramón. La había engañado. No le había dicho su verdadero nombre ni qué hacía allí, en la isla. Nada había sido real. La había utilizado.
Pero, al mismo tiempo, recordó todos aquellos secretos que había intentado enterrar durante meses. Había sido ella quien le había entregado su cuerpo, su virginidad. El momento le había parecido tan mágico que nunca lo había considerado un error, ni siquiera cuando había descubierto que él la había mentido. Además, aquel hombre le había dado lo mejor de su vida.
A Luke.
A su hijo.
Se sintió aterrorizada al pensar que aquel hombre se lo podía quitar todo como le había quitado la inocencia aquella noche. Se le aceleró el corazón de miedo. Se sintió culpable. Tenía que habérselo contado, tenía que contárselo, pero aquel no era el momento ni el lugar.
–Emmy –dijo él, sonriendo tensamente.
Ella parpadeó. No podía dejarse llevar por la atracción. Sobre todo, sabiendo la verdad. Porque se había enterado de que Ramón era en realidad Javier Torres, un inversor multimillonario, un playboy, un cretino.
Cuando se había enterado de su verdadera identidad, varios meses después