Silencios del pasado
Por Melanie Milburne
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Cuando él se enteró del embarazo de Isla, decidió llevársela a Sicilia con la intención de casarse con ella. Más allá del deseo, la idea resultaba tentadora, pero, ¿se atrevería Isla a convertirse en la señora Angeliri?
Melanie Milburne
Melanie Milburne read her first Harlequin at age seventeen in between studying for her final exams. After completing a Masters Degree in Education she decided to write a novel and thus her career as a romance author was born. Melanie is an ambassador for the Australian Childhood Foundation and is a keen dog lover and trainer and enjoys long walks in the Tasmanian bush. In 2015 Melanie won the HOLT Medallion, a prestigous award honouring outstanding literary talent.
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Silencios del pasado - Melanie Milburne
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2019 Melanie Milburne
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Silencios del pasado, n.º 2765 - marzo 2020
Título original: Cinderella’s Scandalous Secret
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-049-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
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Capítulo 1
LA SUITE del ático del grandioso y antiguo Edinburgh Hotel era la última del turno de Isla. Resultaba irónico que tuviera que ganarse la vida limpiando áticos en vez de vivir en ellos.
Llamó a la puerta y dijo:
–Servicio de limpieza.
Al ver que no había respuesta, deslizó su tarjeta por la cerradura de la suite y abrió la puerta.
Se sintió como si hubiera pisado en otro mundo, un mundo al que ella había pertenecido brevemente y al que había creído que podría pertenecer. ¿Era posible que solo hubieran pasado cinco meses de aquello?
Se colocó una protectora mano sobre el ligero abultamiento del vientre, donde sintió un ligero aleteo que le recordó que, tan solo cuatro meses más tarde, su vida volvería a cambiar. Para siempre.
Cerró la puerta de la suite y trató de hacer lo mismo con sus pensamientos, pero le resultó imposible. Le flotaban alrededor de la cabeza, como si fueran cuervos sobrevolando por encima de un cadáver, el de la breve relación que había tenido con el padre de su bebé.
Rafe Angeliri, que ni siquiera sabía que iba a ser padre.
Reconoció que, considerar una relación lo que había experimentado con Rafe era probablemente una definición demasiado generosa. Una aventura. Un ligue. Dos meses de locura. Una locura mágica y arrolladora. Dos meses en los que se había olvidado de quién era, de dónde venía y lo que representaba. Se habían conocido en un bar y, en menos de una hora, ella había terminado en la cama con él. Había sido su primera aventura de una noche, aunque no había sido una noche porque Rafe le había pedido volverla a ver. Otra vez. Y una vez más. A los pocos días, estaban inmersos en una apasionada relación que ella no hubiera querido que terminara nunca.
Sin embargo, el fin llegó. Y fue ella quien lo provocó.
Miró el lujo de la suite. Durante su relación con Rafe, pasar la noche entre tales lujos era la norma. Dormir entre sábanas de algodón egipcio; beber champán francés en elegantes copas de cristal, comer en restaurantes con estrella Michelin, lucir ropa y zapatos de importantes diseñadores, llevar joyas que costaban más que un coche, ir a fiestas benéficas y a los mejores espectáculos y premieres vestida como una supermodelo en vez de ser una niña de acogida de los barrios más marginados de la ciudad. Una chica de barrio engalanada para parecer una princesa.
Alguien había dormido en la suite la noche anterior. La cama estaba deshecha por un lado. El modo en el que se había apartado la sábana le pinchó como si fuera la espina de una rosa. Incluso el aire olía vagamente familiar con una sutil mezcla de bergamota y cítricos que le puso a Isla el vello de punta. La suite parecía poseer una extraña energía, como si la presencia de una fuerte personalidad hubiera turbado recientemente las partículas de aire y estas aún no se hubieran recuperado.
Isla suspiró y se dirigió a la cama para quitar las sábanas. Tenía trabajo que hacer y no podía permitir que su imaginación se adueñara de ella. Ella había decidido su destino y no le importaba afrontar las consecuencias.
Sola.
Jamás se le había pasado por la cabeza decirle a Rafe que estaba embarazada. ¿Cómo podría haberlo hecho? No había querido correr el riesgo de que él la presionara para que abortara o ver cómo la rechazaba a ella y al bebé. A lo largo de su infancia, había experimentado frecuentes rechazos. Su propio padre la había entregado a los servicios sociales para que la criaran otras personas. ¿Cómo iba a permitir que Rafe la rechazara también? Tampoco había deseado que él le ofreciera casarse con ella porque sintiera que era su obligación. Sabía de primera mano cómo salían los matrimonios motivados por el deber: niños no deseados a los que no se le proporcionaba cariño ni cuidados y que terminaban pasando mucho tiempo en casas de acogida.
Hizo la cama con sábanas limpias del carrito y las estiró y colocó a la perfección. Entonces, ahuecó las almohadas y las situó cuidadosamente, poniendo encima los cojines de adorno. Terminó su tarea situando el pie de cama al otro lado del colchón. Acababa de dar un paso atrás para admirar su trabajo cuando oyó que la puerta de la suite se abría a sus espaldas.
Se dio la vuelta con una sonrisa para disculparse con el huésped.
–Lo siento. Aún no he terminado…
La sonrisa se desvaneció inmediatamente y el corazón comenzó a latirle alocadamente. Sintió que se le había hecho un nudo en la garganta. No era capaz de articular palabra ni podía impedir que el corazón le golpeara el pecho con fuerza. El pánico se apoderó de ella y miró de arriba abajo al padre de su bebé sin poder contenerse. Su mirada se veía atraída por una fuerza que el paso del tiempo no había logrado alterar. Debía haber una ley que impidiera a un hombre ser tan guapo, tan atlético y tan viril. Tan irresistible.
Al contrario de ella, Rafe Angeliri apenas había cambiado en los tres meses que habían transcurrido desde la última vez que lo vio. Su traje oscuro, de diseño, y la camisa blanca que llevaba puestos hacían justicia al cuerpo tan perfecto que cubrían. Las largas y musculadas piernas, el amplio torso, tonificados brazos, abdomen firme y liso… El cuello abierto de la camisa dejaba al descubierto el bronceado cuello y sugería el vello que le cubría el pecho. Atractivo como un modelo, alto y esbelto con una pronunciada mandíbula, dominaba una estancia con solo entrar en ella. Tenía el cabello negro y ligeramente ondulado, ni corto ni largo, pero peinado con mucho estilo hacia atrás. A pesar de ser un estilo algo casual, no ocultaba el empuje y la fuerza de su personalidad.
Sin embargo, los ojos castaños sí tenían una expresión incluso más cínica y había líneas de expresión a ambos lados de la boca que no habían estado antes.
–Isla –dijo él con una ligera inclinación de cabeza que resultó tanto formal como insultante–, ¿a qué debo el placer de encontrarte junto a mi cama?
Isla se apartó inmediatamente de la cama, como si esta hubiera prendido en llamas. Estar cerca de una cama cuando Rafe estaba a tan poca distancia era una mala idea. Tentadora, pero muy mala idea. Se habían pasado más tiempo en la cama que fuera de ella durante su breve y volátil romance. El sexo los había unido en medio de una tórrida atracción desde la primera vez que se conocieron. Lo suyo había sido una explosión de lujuria que había sacudido por completo a Isla. No había disfrutado del sexo hasta que lo experimentó con Rafe. Con él, se convirtió en algo increíble e, incluso en aquellos momentos, sentía que los recuerdos de los momentos vividos despertaban su cuerpo.
Tomó unas toallas limpias del carrito, desesperada por ocultar el ligero abultamiento de su cuerpo. Nunca había tenido un abdomen especialmente liso, lo que le hizo esperar que Rafe no se diera cuenta del ligero cambio que se había producido en él. De hecho, siempre le había sorprendido que él la encontrara atractiva. Isla no se parecía en nada a las delgadas y glamurosas mujeres con las que él salía habitualmente. Además, deseaba ocuparse las manos con algo por si ellas sentían la tentación de borrar de un bofetón la mirada que él le estaba dedicando… o de agarrarle el rostro para que ella pudiera besar sus labios y olvidarse de todo menos de sus maravillosos y embriagadores besos.
–Trabajo en este hotel. Ahora, si me dejas que termine tu suite, me marcharé enseguida y…
–Pensaba que ibas a regresar a Londres para seguir con tus estudios de Bellas Artes –comenzó él frunciendo el ceño. Sus ojos marrones verdosos la observaban muy atentamente–. ¿Acaso no era ese el plan?
–Yo… cambié de opinión.
Isla se dirigió al cuarto de baño con las toallas. Las colocó sobre los toalleros y luego recogió las húmedas, colocándolas contra su cuerpo como una barrera. Sus planes habían cambiado en cuanto descubrió que estaba embarazada.
Todo había cambiado.
Rafe la siguió al lujoso cuarto de baño. Su presencia lo hacía parecer tan pequeño como una caja de pañuelos. Isla gruñó para sí mientras se miraba en el espejo. Jamás había sido tan consciente de la falta de maquillaje, de las ojeras que tenía en el rostro y de lo descuidado que llevaba el cabello bajo la cofia. Ni del abultamiento de su vientre bajo el delantal blanco. ¿La estaría Rafe comparando con su última amante? Isla había visto fotos suyas con numerosas mujeres durante los meses que habían pasado desde que terminaron su relación. No había podido evitar preguntarse si habría sido deliberado por parte de Rafe, como si hubiera querido que se le viera con todas las mujeres posibles para demostrar que su ego se había recuperado por el abandono de Isla. Después de todo, había sido ella quien rompió la relación, algo a lo que él, evidentemente, no estaba acostumbrado. Las mujeres se peleaban por estar con él. Nunca lo dejaban.
–Vaya, debió de ser muy repentino. Pensaba que te gustaba vivir en Londres.
Isla metió la tripa todo lo que pudo. Colocó las botellitas de cortesía sobre la encimera de mármol para tener algo que hacer con las manos. Le molestaba que le temblaran más de lo que había deseado.
–Me sentía preparada para cambiar de ambiente. Además, ya no me podía permitir vivir en Londres.
Rafe frunció los labios.
–¿Es que hay alguien más? ¿Por eso terminaste lo que había entre nosotros?
Isla lo miró a través del espejo.
–¿Nosotros? –replicó con amargura–. No había un nosotros y lo sabes. Fue una aventura, eso es todo. Y yo quería que terminara.
–Mentirosa –le espetó él–. Al menos, ten la decencia de ser sincera conmigo.
¿Sincera? ¿Cómo podía ser sincera sobre sí misma? Sobre su pasado. Sobre su vergüenza. No importaba que llevara trajes de alta costura o de segunda mano. La vergüenza ardía como una llama dentro de ella.
–No hay nadie más. Te lo dije en mi nota. Simplemente quería terminar.
Descubrir que estaba embarazada de Rafe había sumido a Isla en una aterradora incertidumbre. Pensar que él podría rechazarla, expulsarla a ella y a su bebé de su vida, como el padre de Isla había hecho con ella hubiera sido demasiado doloroso. No se le ocurría ningún modo de decirle lo del embarazo que no fuera a causar una destrucción irreversible en su vida. No lo conocía desde hacía el tiempo suficiente ni podía estar segura de que él no tratara de presionarla para que abortara. En cualquier caso, ella no lo habría permitido. Ya tenía suficientes dudas sobre su capacidad para ser madre. Había estado en casas de acogida desde que tenía siete años. Los recuerdos que tenía de su propia madre eran escasos y, en algunos casos, dolorosos. ¿Qué clase de madre sería ella? Ese pensamiento la preocupaba constantemente, hasta el punto de mantenerla despierta por las noches. Las dudas y los miedos le golpeaban