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La novia rebelde
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Libro electrónico150 páginas2 horas

La novia rebelde

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Información de este libro electrónico

Ella no era precisamente la esposa modelo.
Melinda Ethridge aceptó aquel matrimonio de conveniencia con Etienne Hurst con el fin de impedir que vendieran Raspberry Hill, la propiedad en la que vivía toda su familia. Sin embargo, no podía evitar sentir algo de rabia por tener que renunciar a su libertad. Mel decidió que la solución era ser una esposa poco convencional que mantendría su independencia por completo... incluyendo en el dormitorio. Pero estar casada con Etienne resultó ser muy diferente a lo que ella había esperado. Él la deseaba y ella sentía lo mismo por él. ¿Debería olvidarse de las normas que ella misma se había impuesto y convertirse en una esposa en todos los sentidos?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 may 2018
ISBN9788491882060
La novia rebelde
Autor

Lindsay Armstrong

Lindsay Armstrong was born in South Africa. She grew up with three ambitions: to become a writer, to travel the world, and to be a game ranger. She managed two out of three! When Lindsay went to work it was in travel and this started her on the road to seeing the world. It wasn't until her youngest child started school that Lindsay sat down at the kitchen table determined to tackle her other ambition — to stop dreaming about writing and do it! She hasn't stopped since.

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    Vista previa del libro

    La novia rebelde - Lindsay Armstrong

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2003 Lindsay Armstrong

    © 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    La novia rebelde, n.º 1469 - mayo 2018

    Título original: The Unconventional Bride

    Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-9188-206-0

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    Etienne Hurst, de pie contra el viento frío de un día gris de invierno, se asombró al percibir que en ese momento la visión de la mujer lo excitaba.

    «Una chica, para ser más preciso», reflexionó. Y una que no le había hecho demasiado caso, aunque no la veía hacía más de un año. ¿Habría cambiado su actitud como había cambiado su físico? Calculó que en la actualidad tendría diecinueve años. Se había hecho mayor, pero ¿quién podría haber pensado que se convertiría en esa esbelta y fascinante criatura, con una figura cautivadora, que esa mañana despedía a su padre y a su madrastra muertos en un accidente aéreo?

    De pie, inmóvil, vestida de negro, pero con la maravillosa cabellera castaña al descubierto, parecía estar sumida en su propio mundo. No lloraba, aunque el rostro ovalado y pálido reflejaba una gran aflicción. La pureza de la línea de su garganta era especialmente vulnerable. Con todo, su figura alta estaba erguida, incluso orgullosa, mientras el viento hacía revolotear la larga falda negra alrededor de las piernas y le alborotaba el cabello.

    Con cierta irritación pensó que también otras mujeres lo habían impactado antes y que esos pensamientos no podían ser más inoportunos en el instante en que él mismo se despedía de Margot, su hermana mayor, que había sido la madrastra de Melinda. Aunque, universalmente conocida como Mel, nunca se había llevado bien con su madrastra y, por extensión, había incluido al otro miembro de la familia Hurst bajo el paraguas de su antipatía.

    Sin embargo, la extrema juventud de Mel tendría que ser otra razón para alejarlo de esos pensamientos. Pensaba que a sus treinta años no podía sentirse interesado por brillantes y ansiosas jovencitas que se enamoran locamente a primera vista.

    En ese punto, detuvo sus reflexiones para dedicarle un pensamiento a su hermana Margot. Hacía cuatro años que se había casado con el padre de Mel y había aportado glamour, sofisticación y un estilo de vida muy refinado a Raspberry Hill, propiedad de la familia Ethridge. «Pero ¿a qué precio?», se preguntó.

    En otras palabras: si, como sospechaba, la bella mariposa de sociedad que había sido su hermana había agotado las finanzas de la familia, ¿qué iba a ser de Mel Ethridge y de sus tres hermanos menores, y cuál era su propia responsabilidad en el asunto?

    «Otra razón más para ignorar este repentino ardor», pensó con ironía.

    Entonces ella levantó la vista y lo miró. Sus ojos tenían un color de terciopelo, profundamente azules. Él percibió que esos ojos lo reconocían y que se agrandaban, atrapados en su mirada, hasta que de pronto ella parpadeó y saludó gravemente con la cabeza. Y él no hizo caso a sus propios consejos respecto a esa chica, aunque ella se volviera a sus hermanos y empezara a guiarlos hacia los coches sin dirigirle ni una palabra.

    Capítulo 2

    Tres semanas más tarde, Mel Ethridge conducía un tractor con el remolque cargado de piñas hacia el almacén. Era una mañana agradablemente soleada. Había llegado la primavera y se sentía mejor, más repuesta, entregada a su trabajo en Raspberry Hill.

    Habían sido tres semanas muy difíciles en más de un sentido. No solo había perdido a su querido padre, sino que también había descubierto que Raspberry Hill, una hacienda dedicada al cultivo de la piña y a la crianza de ganado, el único hogar que había conocido, pasaba por graves apuros económicos.

    Entonces se fijó en un vehículo plateado y lustroso que le era familiar estacionado junto al cobertizo: el coche de Etienne Hurst.

    Dejó escapar un suspiro, pero no había nada que hacer. Etienne estaba apoyado contra el coche y era obvio que ambos se habían visto. No era la primera vez que se veían tras el funeral, aunque antes del accidente él se encontraba fuera del país y solo había vuelto a casa a tiempo para las exequias fúnebres.

    En su calidad de familiar más cercano de la hermana, había estado presente en la lectura del testamento y sabía tan bien como ella la delicada situación en que se encontraba la propiedad. Y no solo eso, si no le hubiera tenido antipatía, habría debido reconocer que se había desvivido por los huérfanos Ethridge.

    El problema era que efectivamente Etienne le era antipático.

    Ella nunca quiso a la hermana que precipitadamente se había casado con el padre viudo, y que había sido la principal causante de muchos problemas. A raíz de eso, tampoco sentía afecto por Etienne. Bueno, más o menos esa era la situación.

    Mel detuvo el tractor y se bajó de un salto.

    –Buenos días –dijo en tanto se quitaba los guantes–. ¿Qué puedo hacer por ti, Etienne?

    La mirada oscura recorrió los vaqueros llenos de polvo, la camisa manchada de grasa y el alegre pañuelo de algodón que le cubría el pelo. Nada de eso disminuía el encanto de su figura en movimiento, la lozanía de su juventud y sus ojos sorprendentes.

    –Solo he venido a ver cómo van las cosas. ¿Buena cosecha este año?

    –No está mal, aunque las ha habido mejores. La calidad es buena, pero la cantidad ha sido menor –dijo al tiempo que sacaba una del carro con su corona de hojas espinosas y se la presentaba–. Llévatela a casa, tiene que estar dulce y jugosa.

    Él la pesó en la mano y luego la puso sobre el capó.

    –Gracias. ¿Cómo va el ganado?

    Mel arrugó la nariz.

    –Me preocupa el forraje. No ha llovido lo suficiente, pero el tiempo lo dirá.

    Él sonrió.

    –¿Sabes lo que dicen de los granjeros, Mel?

    Ella negó con la cabeza.

    –Que siempre están quejándose.

    Mel cruzó los brazos sobre el pecho y lo miró con atención. De facciones delgadas, su cabello ensortijado era oscuro, así como los ojos. En su rostro no solo había fuerza sino también una magnífica combinación de viveza y tranquilidad. Como un cazador, había pensado a veces, aunque también poseía un encanto natural, sin ninguna afectación.

    Mientras más se le conocía más se empezaba a sospechar que esas facciones no lograban ocultar la imperturbable determinación de salirse con la suya.

    Mel intuyó que el hecho de ser tan parecidos en ese aspecto no la ayudaría a tratar con él.

    –Deberías probar hacer este trabajo y entonces comprenderías el porqué de las quejas.

    –Lo siento, solo era una broma –murmuró.

    Sus palabras hicieron que Mel se sintiera presuntuosa y carente de humor.

    Para contrarrestar ese efecto y mostrarle que sabía de lo que hablaba, se ofreció a llevarlo a dar una vuelta por la propiedad.

    –Me gustaría. ¿En mi coche o en el tuyo?

    Ella miró los pantalones vaqueros limpios, la camisa de algodón azul de mangas cortas con bolsillos superpuestos, y luego a sí misma y al destartalado tractor.

    –Tal vez deberíamos ir andando. Estás demasiado limpio para el tractor y yo demasiado sucia para tu coche.

    –Por mí está bien, pero si quieres puedo poner una manta en el asiento del coche.

    –No. Iremos a pie –dijo al tiempo que lo conducía por un sendero tras el cobertizo–. Desde este promontorio se pueden ver los prados para el ganado. Naturalmente que los alternamos y mejoramos. Los de la izquierda están en reposo por el momento y en los de más allá puedes ver el rebaño.

    –¿Cuántas cabezas hay?

    –Cerca de cien.

    –Mmm.

    Él no dijo nada pero luego hizo un cálculo en dólares.

    Mel lo miró sorprendida porque era un cálculo bastante exacto de lo que representaba el rebaño en términos financieros para Raspberry Hill. Luego lo llevó al terreno de cultivo de las piñas, le enseñó los establos donde Rimfire, su caballo, aceptó con afecto un terrón de azúcar que siempre llevaba en el bolsillo. Más tarde, llevó a Etienne a ver sus gallinas de corral de las que vendía solo los huevos.

    –Todavía no saco ningún beneficio, pero a decir verdad no me importa. Estoy absolutamente a favor de la abolición de los criaderos industriales de pollos.

    Etienne le dirigió una intensa mirada.

    –Creo que hay unas cuantas cosas que te apasionan.

    –Sí, creo que sí –convino–. No puedo soportar la crueldad con los animales ni con nadie, así que colaboro con Amnistía Internacional y ayudo a recaudar fondos para la RSPCA, una asociación contra la crueldad con los animales, como sabes. Además me he afiliado a Green Peace porque me preocupan los problemas ecológicos.

    La primera reacción de Etienne fue de burla, pero al verla tan adorable, entregada tan seriamente a la defensa de sus principios, la burla dio paso a un sentimiento afectuoso.

    Su próximo pensamiento le hizo fruncir el ceño.

    –¿Cómo es que decidiste hacerte cargo de toda la hacienda, Mel?

    –Después de acabar el colegio decidí que esto era lo que quería hacer. Así que persuadí a papá para que me dejara ayudarlo, y mientras más viajaban él y Margot, más me responsabilizaba de la marcha de la hacienda. Pero…

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