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El espejo en que me vi
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El espejo en que me vi
Libro electrónico322 páginas4 horas

El espejo en que me vi

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«Una punzada se le acomoda en el corazón. El tiempo no tiene sentido, hay días eternos y años fugaces. La voz vuelve a indicarle que es hora de levantarse. La llama con ternura, con la dulzura con que se habla a los pequeños. Ella no es una niña, de eso está segura».

La vida se va deprisa, hay cierta urgencia por ponerla en pausa para atraparla.

Las fotografías son el recurso más común para hacerlo, ellas traen a nuestra mente recuerdos de experiencias vividas que muchas veces están moldeadas de acuerdo a la percepción de la realidad. Una misma imagen puede representar recuerdos distintos entre las personas que vivieron la misma experiencia.

Las imágenes de mentira para las que fingimos ante una cámara, tratan de engañar al recuerdo enmascarando los verdaderos sentimientos. Hoy más que nunca la percepción de nosotros mismos está distorsionada por filtros para presentarnos como la persona que quisiéramos ser pero tal vezno somos.

Nada más honesto que un espejo. Nada más real que plasmar nuestros momentos en letras para recordarnos lo que hemos vivido. De esos momentos están llenas las historias de este libro.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento9 sept 2020
ISBN9788418238628
El espejo en que me vi
Autor

Ana Bonilla

Ana Bonilla nació en la Ciudad de México, el 26 de diciembre de 1968. Es graduada de la Universidad Iberoamericana en Administración de Empresas y Mercadotecnia. Realizó estudios de literatura y arte en la Fundación Ortega y Gasset en Toledo (España). Esposa y madre de tres hijos. Profesora de preescolar desde el 2000. Desde niña descubrió su fascinación por las letras, en las que ha encontrado la manera más honesta y fácil de expresarse. Colaboradora para Key Biscayne Portal. Autora de De dulce, de sal y de chile (2008). El espejo en que me vi es su segunda obra publicada. En la actualidad, reside en Key Biscayne (Florida).

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    El espejo en que me vi - Ana Bonilla

    Prólogo

    Una tarde cualquiera, una noche más. Ese ínfimo detalle que irrumpió en el momento menos pensado y nos cambió el rumbo de un día.

    El cruce del destino que nos encuentra nos separa y nos vuelve a encontrar cada tanto, cada día. Estamos hechos de rutinas y sorpresas. De descubrimientos que nos abren ventanas a nuevos horizontes, a nuevos caminos y fantasías.

    Ana Bonilla tiene el gran don, el talento, de poder ver donde otros no vemos. En lo imperceptible, en lo cotidiano, ella encuentra un mundo y nos lo va contando.

    Sus cuentos están llenos de emociones y vivencias, de ella y de todos. En sus relatos, valientes en la autorreferencia, sabe ponerse por delante y llevarnos en un paseo colorido, picante y delicioso, como un buen plato mexicano que uno no se cansa de saborear.

    Juan Castro Olivera

    Key Biscayne Portal

    Hirviendo a fuego lento

    Con la sensación de haber dejado algo inconcluso me desperté la mañana del sábado. Saludé cordialmente a mi novio, que ya se encontraba conectado a la tecnología, y tomé el libro abierto de la mesa de noche.

    Leí sin interrupción las pocas páginas que me quedaban de Los cuadernos de Maya, de Isabel Allende. Siempre es difícil un gran final para una gran novela.

    Estaba a punto de abrir un libro que paciente esperaba lectura cuando me detuvo una proposición.

    —¿Hacemos algo? —me preguntó emocionado.

    Dejé sin abrir el nuevo libro, sorprendida ante la inesperada pregunta. Y me lancé a su cuello.

    —¡Sí! —contesté ilusionada sin saber aún de lo que se trataba.

    Mi hijo entró en la habitación para preguntarnos si podía ir a casa de su amigo, la pequeña de los tres también tenía plan fuera de casa y la mayor estaba ya con sus compañeras revisando por enésima vez el ensayo para completar la solicitud de entrada a la universidad.

    —Vamos a cocinar algo rico.

    —¡Bullabesa! —contesté de lo más animada para que no sugiriera otra receta.

    Quedé sorprendida por la aceptación sin chistar de preparar la tradicional sopa marsellesa.

    Salté de la cama a la ducha con la energía de adolescente y antes de que terminara de arreglarme teníamos la lista de los ingredientes y la casa sola para los dos.

    Llegamos al mercado de Coconut Grove, uno de mis sitios favoritos. Los colores de las flores, las frutas y las verduras; los aromas de las distintas especias; la frescura del pan recién hecho; la belleza de los pescados y mariscos que se exhiben tras las vitrinas; la variedad de vinos; las texturas de los quesos, y los cientos de productos expuestos en perfecto orden tienen en mí un efecto de dulce embriaguez.

    Nuestra lista de compras incluía treinta ingredientes entre especias, pescados, verduras y mariscos. No quisimos dejar fuera el vino y el pan, por aquello de que la receta no resultara lo que esperábamos.

    Pasamos largo rato en la pescadería, necesitábamos cuatro tipos de pescado blanco, mejillones, almejas, ostiones, cola de langosta y camarones. El amable dependiente tuvo la paciencia de un consejero matrimonial ante nuestra indecisión en las cantidades. Yo siempre he sido más medida y él más bien derrochador, tuve que recordarle con frecuencia que cocinábamos solo para dos.

    No compramos nada más que lo necesario para nuestro almuerzo de sábado, pero al llegar a la caja comprobé alarmada y hasta con cierta culpa que hubiera salido más económico irnos a cenar a París. Él insistía en que no era el costo de la comida sino el proceso lo que valía todo.

    No quise decir más porque el antojo había aumentado con la simple vista de los ingredientes que lo integrarían.

    Estoy llegando a la penosa edad en la que tengo que reconocer que todos aquellos esfuerzos por bajar de peso, hacer ejercicio y conservar la línea van perdiendo valor.

    Soy débil de paladar, qué le vamos a hacer. Por las mañanas juro empezar dieta, corro al gimnasio a trepar una escalera infinita que me hace sudar calorías, desayuno toronja, almuerzo ensalada, pero al caer la tarde me convenzo de que la harina, en cualquiera de sus formas, combinada con azúcar o, mejor aún, con chocolate, es por lo que uno vive. Sucumbo ante una rica cena a la delicia del vino, el queso, el helado y el pan.

    Llena de remordimiento recibo la mañana trepando esa escalera hacia ningún lugar. Debatiéndome entre relajar la conciencia o elevar la culpa.

    Pero entre las bondades de mis sábados se pasea el olvido de la dieta, el ejercicio y los horarios. Por eso me puse feliz de pasarlo acompañada en la cocina, concentrada en saborear.

    He dedicado largas horas de mis días entre tablas, cuchillos, tomates, cebollas y música. Aunque algunas veces me quejo, me gusta mucho cocinar. Preferiría solo hacerlo cuando quiero y no todos los días, pero esa es otra historia.

    La bullabesa es una sopa de Provenza, concretamente es un plato tradicional de Marsella. Su nombre francés está compuesto por dos palabras: bouillir, «hervir», y baisser, «reducir». Requiere de mucha paciencia.

    Al llegar a casa sacamos todos los ingredientes y los preparamos de acuerdo con la receta: picamos, cortamos, licuamos y mezclamos. Una vez que teníamos todo listo, comenzó el proceso de cocción.

    El primer paso era hacer la base de la sopa con los distintos vegetales. He aprendido que un buen ingrediente y paciencia son la base del éxito en cualquier platillo, por eso me tocó a mí sancochar las cebollas, los chalotas, los ajos y el resto de las verduras a fuego lento y sin dejar de mirarlos.

    Cocinar es fascinante porque involucra todos los sentidos, hay que escuchar el sonido de los ingredientes al incorporarse al aceite hirviendo, comprobar la suavidad de la textura, ver cambiar sus colores, probar las combinaciones y, sobre todo, sentir su olor.

    Mi casa se fue inundando con distintos aromas: clavo, laurel, naranja, tomillo y azafrán.

    Fuimos añadiendo poco a poco el consomé, los cuatro tipos de pescado, el vino, los mariscos. Esperamos con paciencia que cada uno se fuera integrando a su tiempo y en la cantidad exacta para que ninguno dominara el sabor. Fue un proceso delicioso, disfrutamos cada paso, cada nuevo aroma, sorprendidos por el sabor de la integración de los ingredientes.

    Estábamos perfectamente coordinados, a él le tocó sacar los ostiones de sus conchas, pelar los camarones y la cola de langosta; a mí cortar en perfectos cuadros los pescados.

    Mientras yo sabía exactamente cuándo cada ingrediente estaba listo, él iba cortando con maestría el hinojo. No había duda de que yo sería la responsable de poner la sal y él de pasarme a tiempo las especias.

    Los dos íbamos probando, admirados por la lucha de cada ingrediente por hacerse notar en nuestros paladares.

    Hubiera preferido música con letras, pero él, sabiamente, inundó mi cocina con Vivaldi.

    Ambos nos dejamos acompañar por una copa de vino o dos. El tiempo pasó sin que lo notáramos, estábamos creando en equipo, besándonos de vez en vez.

    Platicando de temas tan profundos como el descubrimiento de la pimienta y tan triviales como la primera vez que comimos juntos bullabesa.

    Fue hirviendo nuestra sopa a fuego lento, reduciéndose para captar la esencia de cada uno de sus ingredientes. Después la dejamos reposar, sin prisa, hasta que llegó a su punto ideal.

    Modestia aparte, el platillo ameritaba manteles largos, pero, en confianza, solo dos platos hondos y cucharas.

    Comimos en la sala en completo silencio, sentados en el piso, disfrutando con cada cucharada la riqueza de nuestra sopa. La adulamos sin mesura. El resultado era una comunión de aromas y sabores en la que ya no se sabía distinguir cuál ingrediente predominaba o enriquecía el sabor del otro.

    No solo habíamos creado una sopa deliciosa, habíamos logrado convivir sin distracción de terceros, platicando, riendo, trabajando juntos para lograr algo que ambos disfrutaríamos.

    Nuestra vida suele estar tan llena de ruido, prisas y distracciones que a veces olvidamos el simple placer de convivir.

    Tenemos veinticinco años de compartir como pareja; veinticinco años combinando en la sopa de nuestra relación ingredientes amargos, dulces, fuertes, débiles, intensos, suaves, simples, complicados. Que por sí solos no nos identifican pero que juntos nos definen. Hemos ido hirviendo y dejando reposar.

    El amor debe de ser esa unión de virtudes cocinadas a fuego lento, donde sin perder nuestra esencia resaltamos las cualidades del ser amado.

    Una cama para Many

    Hace algunos años me invitaron a participar en un proyecto maravilloso, desde entonces cada Navidad ha adquirido para mí un sentido distinto.

    El proyecto es muy sencillo. Una trabajadora social de RCMA (Redlands Christian Migrant Association) en el área de Homestead, Florida, nos da los datos de alguna familia de inmigrantes que esté pasando dificultades.

    Yo me pongo en contacto con la persona indicada, generalmente la madre de dicha familia, y después de una breve charla introductoria la incito a que haga una lista de Navidad.

    Es difícil convencerlas de que pidan algo, al principio solo se animan a comentar que les gustaría cualquier regalo para sus hijos.

    Seguimos hablando de diversos temas y en poco tiempo se forma una especie de amistad entre nosotras, porque las madres de cualquier sitio siempre tenemos algo en común. Entradas ya en confianza me hacen una lista de las necesidades que tiene la familia, que puede ir desde comida hasta muebles.

    Este año hablé con Araceli, una profesora encantadora que es madre soltera de tres niños y una niña.

    No podía creer que la estuviera llamando para que hiciera su lista de Navidad, tampoco pudo decirme qué querían sus hijos de regalo porque días antes les había dicho que este año no habría regalos.

    Hablamos largo rato, durante la conversación me contó parte de su historia, la cual me conmovió profundamente.

    Uno de sus hijos, Many, tuvo un terrible accidente cuando tenía menos de dos años de edad. Estando al cuidado de un pariente, el bebé confundió ácido por agua y se lo bebió.

    El niño fue resucitado en el hospital y desde entonces hasta ahora cada día que vive es un milagro. Ha pasado por múltiples cirugías y los doctores todavía se sorprenden de su capacidad de recuperación.

    Me confesó que, últimamente, gran parte de su sueldo lo invierte en ropa de cama porque Many, que ahora tiene diecisiete años, vomita todas las noches, y que su objetivo era juntar el dinero necesario para comprarle una cama reclinable que con una posición adecuada lo ayude a descansar cómodamente evitando el vómito nocturno.

    En ese momento entendí que, además de llevarles los regalos de Navidad, mi misión era conseguir una cama para Many.

    No tenía idea de lo costosa que era, contacté a un grupo de amigos y en menos de dos días ya había conseguido el dinero suficiente para comprarla.

    Hoy llegó la cama de Many a su casa, me gustaría ser capaz de poner en palabras el agradecimiento de Araceli para compartirles la alegría de mi corazón.

    Una persona muy generosa se me acercó a decirme que ella hubiera podido cubrir el costo total del regalo. Probablemente hubiera sido más fácil que yo misma la fuera pagando a plazos.

    Pero el sentido de esta obra va siempre más allá del dinero. Los amigos a los que contacté estaban agradecidos de la oportunidad que se les presentó para ayudar, me atrevo a decir que todos tienen a Many y a su familia en oración.

    Esa maravillosa fuerza de oración que nos une de manera misteriosa para recordarnos la bondad del ser humano.

    Hace unos días Araceli rezaba pidiéndole a Dios fortaleza, yo rezaba por reconocer el verdadero sentido de la Navidad en un mundo revuelto por las malas noticias en las naciones, en la comunidad, en la familia.

    No sé por qué rezan las personas que tan generosamente me ayudaron. Lo que sé es que un gesto de amor se multiplica y alegra los corazones, aun entre extraños, aun entre personas que jamás se conocerán.

    Confieso que se ha regenerado la esperanza en mi corazón, que creo fielmente que la paz del mundo es posible y empieza a nivel individual.

    Que el mensaje de la Navidad no está en las cosas ni en el saber quién tiene más o quién tiene menos, sino en el sentimiento tan enriquecedor que deja el saber que somos importantes para los demás, que no estamos solos.

    «Con Many vivo solo el presente —me dijo Araceli—, cada día es una bendición a su lado, llevo diecisiete años escuchando que no va a sobrevivir la noche».

    ¿Será posible que yo pueda vivir como Araceli abrazando las bendiciones del presente?

    Bullying

    A principios de diciembre del año pasado el colegio al que asiste mi hija menor invitó a los padres de familia a una conferencia relacionada con el bullying, palabra que puede ser traducida al español como abuso, intimidación o acoso.

    Los estudiantes de hoy comprenden, ejercen, sufren o temen este tipo de comportamiento tan común dentro de los salones de clase, las escuelas, los autobuses escolares, las redes sociales y, en general, cualquier sitio donde se congregan niños, adolescentes y jóvenes.

    Las consecuencias de dicho comportamiento han captado la atención de la prensa y otros medios masivos de comunicación, por lo que no es un tema extraño para la comunidad.

    El bullying ha dejado de ser un problema solamente personal para convertirse además en una gran amenaza social. El daño que provoca este tipo de abusos ha desembocado en matanzas, suicidios, asesinatos, traumas físicos, emocionales y psicológicos que afectan directamente a la sociedad.

    El tema es tan serio que se han creado diversas instituciones que buscan implantar soluciones a través de prácticas eficaces para controlar este comportamiento destructivo dentro nuestra sociedad, especialmente en las escuelas.

    Una de ellas, LMP (Let’s Make Peace, por sus siglas en inglés), fue la encargada de presentar el programa escogido por el colegio para hacerle frente a esta moderna práctica de minimizar a las personas por medio de la fuerza, la difamación, los insultos, las mentiras, las amenazas o las exclusiones.

    Además de hacer una definición clara de lo que significa bullying y las distintas formas que se conocen, nos dieron a conocer algunas de las características del bully, es decir, de la persona que intimida, abusa o acosa a los demás:

    - Tiene más poder o más apoyo social.

    - Proviene de un hogar donde existe este comportamiento.

    - Desea dominar a sus compañeros

    - Necesita sentirse en control.

    - No siente remordimiento.

    - Se niega a tomar responsabilidad de sus actos o de su comportamiento.

    - Suele culpar a la víctima.

    De acuerdo con la LMP, es importante que los adultos veamos en el bully a una persona que necesita de nuestra ayuda, no como a un ser a quien hay que erradicar. Las formas de ayudarlo serían:

    - Ayudar a que reconozca sus acciones.

    - Ayudarle a reconocer las consecuencias de su comportamiento, tanto en el mismo como en los demás.

    -Ayudarle a entender que las consecuencias suelen ser más graves cada vez.

    -Ayudarle a encontrar otras formas para canalizar sus necesidades.

    Durante la conferencia se habló de la importancia del aprendizaje socioemocional, que es el proceso para conocer las actitudes y habilidades que se necesitan para poder:

    - Reconocer y controlar las emociones.

    - Demostrar interés y preocupación por los demás.

    - Establecer relaciones positivas.

    - Tomar decisiones responsables.

    - Enfrentar retos de forma constructiva.

    Este aprendizaje es el arma básica para evitar que nuestros hijos sean víctimas o verdugos.

    El programa de la LMP que se lleva a cabo en el colegio es integral, pues incluye profesores, estudiantes y familias.

    Escuchar a los padres de familia después de la conferencia me dejó una sensación inquietante, pues, a pesar de que todos estábamos de acuerdo en que había bullying en el colegio, ninguno creíamos ser padres del bully. Y es allí donde viene esta reflexión que me ha dado vueltas en la cabeza antes de poder ponerla en papel.

    Desde mi particular punto de vista, creo que la inteligencia emocional se adquiere en casa y, aunque puede ser reforzada en la escuela, es responsabilidad de los padres.

    Desafortunadamente nuestra sociedad y economía demandan mucho de los padres de familia, quitándoles el tiempo, la fuerza o el interés para realizar la esencial tarea de educar, que se delega a empleadas domésticas, profesoras, otros familiares o simplemente no existe.

    Sin embargo, ningún empleado o profesor tiene la autoridad de llamarle la atención a un hijo como lo haría un padre. En repetidas ocasiones he escuchado a pequeñitos retar a las personas que los cuidan: «Tú no eres mi mamá, no tengo por qué hacerte caso» o «Le voy a decir a mi papá que me regañaste». Esta manipulación puede crear la miopía de los padres acerca del comportamiento de los niños. Por otro lado, aunque las profesoras tengan voluntad de inculcar virtudes y algunas veces traten a sus alumnos con cariño, no tienen el poder ni el tiempo de educar a sus alumnos en los valores básicos y cubrir, además, un currículum académico.

    Los niños no suelen tener hoy la docilidad o el respeto a la autoridad que tenían hace treinta años. Tienen acceso a un mundo de información que a la vez que les beneficia puede ser perjudicial, requieren de muchas herramientas para poder sobrevivir y, además, se enfrentan a una gran presión por parte de sus compañeros. No les toca fácil.

    Educar a un hijo es un gran reto al que nos enfrentamos los seres humanos, se requiere mucha paciencia, constancia, sacrificio y tiempo.

    Afortunadamente los padres estamos dotados con una capacidad que supera cualquier adversidad, nos mantiene, nos motiva y nos impulsa a hacer lo imposible: El infinito amor que tenemos por nuestros hijos, esos seres maravillosos que además de dolores de cabeza nos regalan los mejores momentos de nuestra existencia. Vale la pena darles un buen ejemplo. Vale la pena darnos tiempo para conocerlos.

    Fotos viejas

    Deja las puertas cerradas y vete a hacer otra cosa. ¡No lo hagas! No las abras que te vas a arrepentir y después a ver quién te aguanta la depresión y los sollozos. Hay otras formas. ¡Qué necia eres! Te digo que no lo hagas. Después no vengas a decir que no te lo advertí. Por lo menos promete que vas a ser valiente y que encuentres lo que encuentres no vas a llorar ni a lamentarte. Acuérdate de la última vez… Bueno, escoge un álbum al azar, lo ves rápido hasta que encuentres lo que buscas y ya. Mira, ese es el de cuando eras soltera. Allí no va a estar la foto de tu hija. Sigue buscando. ¿Lo vas a abrir? ¿Estás segura de que quieres regresar tantos años en la memoria? Busca la foto que te pidieron de la niña cuando tenía cinco años y no te entretengas con las demás. ¿Te das cuenta de que lo estás abrazando? Ya empezaron las mariposas a pasearse por tu interior, signo inequívoco de que te vas a poner nostálgica. ¡Ay!, qué bonita te ves en ese traje de baño, ¡guau! Mira esa barriga plana y esas piernas firmes. Déjalo. Abre mejor este otro ¿A quién tienes en brazos allí? Sí, es tu hijita mayor. ¡Cómo se parece a la chiquita! ¿Puedes creer que ahora tiene tan solo siete años menos de los que tenías en esa foto? Qué rollo ponernos a hacer cuentas ahora. Mejor cierra el álbum, allí no está lo que buscas. ¿Te das cuenta de que ya estas llorando? Sí, se puso grande muy rápido, pero mejor no pienses. Mira este otro. ¿Qué fotos tendrá? ¿Te acuerdas de que compraste muchos álbumes igualitos? Ibas a ponerles fechas y todo. Nunca te creí. Sabía que querrías sorprenderte cuando los abrieras, justo como en este momento. Claro que hoy te arrepientes, sería mejor saber en cuál está la foto y así no tendrías que abrirlos todos. Caíste en tu propia trampa. Ojalá que sea ese el que necesitas, que encuentres rápido la foto de cuando tenía cinco años y cierres de una vez las puertas de ese armario que parece un túnel del tiempo. Claro, tenía que ser el del niño, ¡mira qué carita tan simpática mientras ayuda a su papá a armar ese mueble! ¿Cuál mueble era ese? Creo que fue el que compraste cuando vino la muchacha de México. Entiendo que se te revuelva la barriga. Por esa época te atacó aquella bacteria que te hizo perder tanto peso y creías que te morías. Qué bueno que no te moriste, mírate qué frágil sales en esa otra fotografía. No la pasaste muy bien ese año. Eso es, respira fuerte y siéntete feliz de haber superado esos días de dolor y angustia. Pasa rápido las páginas. ¡Espera, espera, no vayas tan rápido! ¿Reconoces a esas personas? Ese fue el viaje a Puerto Vallarta. ¿Puedes creer el tamaño de tus sobrinos? Ahora son ya unos hombres. ¿Esa eres tú? No. ¡Sí!, eres tú. Luces igualita a tu sobrina pero eres tú. Tenías dos hijos y mira qué bien te veías. Ni rastro de las barrigas de embarazo, ¿y qué tal tus brazos delineados? Qué bonita te veías. ¿Por qué habrás pensado en esa vacación que estabas gordita? Sales preciosa. Qué mal que lo veas ahora y no lo hayas visto entonces. Si tuvieras esa figura ahora… Bueno, son etapas, ahora eres más madura…

    Esas son de uno de los viajes a Grecia, creías que los niños eran tan grandes. Que absorberían toda la historia grecorromana. Qué chulo la pasaste con la familia paseando de un lado a otro. Era bonito cuando lo único que todos querían era solo estar juntos. Ahora los niños prefieren ir al cine con los amigos, incluso viajar con ellos. No pierdas tiempo. Pasa de reojo las hojas y, cuando la veas a los cinco años, sacas la foto y terminas la cena, falta poco para que lleguen los chicos. Qué divertido, ese es el álbum que hiciste con las fotos de las amigas. Quince años compartiendo casi a diario con ellas. Y creías que iba a ser difícil conseguir amigas de verdad en otras tierras. Estabas tan equivocada. ¡Quince años! Crees que porque se conocieron siendo adultos el tiempo no pasaría tan rápido, pero mira qué jóvenes se ven todas allí, era un cumpleaños. Cuántas risas, cuántas reuniones. Y esas de la despedida… Se las tienes que mostrar la próxima reunión. ¡Una bendición! Cuántas mujeres maravillosas han crecido contigo. ¡No puedo

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