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Mi viaje continúa...: Mi viaje continúa, #1
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Libro electrónico105 páginas1 hora

Mi viaje continúa...: Mi viaje continúa, #1

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Los personajes de libros y películas no son los únicos que tienen puntos de inflexión. Usted. Yo. El tipo en la fila de la tienda. La señora en la cafetería de la escuela. El repartidor de UPS. Usted sabe de que estoy hablando. Esos momentos que captan nuestra atención y nuestro corazón y nos hacen detenernos. Nos hacen pensar. Nos hacen sentir. Una mirada personal a mi experiencia de vida, que se centra en los temas de la maternidad, la viudez, las relaciones familiares, la práctica de la gratitud y el redescubrimiento de la alegría a pesar de los días oscuros y los horizontes nublados.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento12 jul 2021
ISBN9781071589342
Mi viaje continúa...: Mi viaje continúa, #1

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    Mi viaje continúa... - A. K. Frailey

    Mi viaje continúa...

    El trayecto del ser espiritual

    Por

    K. Frailey

    Copyright A. K. Frailey 2021 

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede reproducirse de ninguna forma sin el permiso del editor, excepto lo permitido  por las leyes de derechos de autor de los Estados Unidos. Para conseguir los permisos, comuníquese con

    ––––––––

    No somos seres humanos teniendo una experiencia espiritual.

    Somos seres espirituales teniendo una experiencia humana.

    ~ Pierre Teilhard de Chardin

    Puntos de inflexión

    ––––––––

    Así que hoy estaba conduciendo por un largo tramo de carretera rural, los campos de maíz dorado se mecían a ambos lados, la música italiana sonaba (no mía, de mi hija). No sé italiano, pero de cualquier modo disfruto del ritmo. Quizá más. Siento la emoción sin que le letra me ponga a pensar. 

    Y mientras esquivo infinidad de orugas lanudas que cruzan maniáticamente la calle, noto por el rabillo del ojo un largo camino de grava custodiado por leones de piedra. 

    Pero eso no es lo que sobresalta mi corazón.  Entre los leones de piedra había una niña vestida con el que debía ser su mejor vestido, muy colorido, bailando al contenido de su corazón. 

    Acababa de terminar de leer el nuevo libro de Michael Tabb, Prewriting Your Screenplay, y había vuelto a leer la sección sobre puntos de inflexión. 

    Los personajes de libros y películas no son los únicos que tienen puntos de inflexión. Usted. Yo.  El tipo en la fila de la tienda. La señora en la cafetería de la escuela. El repartidor de UPS. Usted sabe de qué estoy hablando.  Esos momentos que captan nuestra atención y nuestro corazón y nos hacen detenernos. Nos hacen pensar.  Nos hacen sentir. 

    ¿Qué sentí mientras corría (sin exceso de velocidad) por la carretera, con el corazón latiendo al ritmo de una cantante pop italiana? Sentí valor. En primer lugar, el valor de quienquiera que pusiera esos leones de piedra. El valor de una niña bailando para que todo el mundo la vea. El valor de los agricultores que, a lo largo de los siglos se atreven a plantar cultivos sin importar lo que el clima y el mundo les depare. 

    En nuestro mundo fracturado, unido por el movimiento del cursor de un ordenador, tenemos que aferrarnos a nuestro valor todos los días. ¿Qué punto de inflexión le llamó la atención esta semana? ¿Qué latido tocó su corazón? 

    ¿De verdad importa? 

    Sí. 

    La imagen perfecta

    ––––––––

    Una de mis actividades favoritas como mamá es leerles a mis hijos. Cuando eran pequeños, me encantaba leer libros con imágenes detalladas, imágenes que son más vívidas que lo real, si sabe a qué me refiero. Tasha Tudor fue una de esas artistas que creó arte que eleva las realidades mundanas a las Esferas Celestiales. 

    Esa mañana cuando miré mi cocina (que había dejado bastante limpia la noche anterior). Vi... una cuchara de café y un chorrito de café sobre el mostrador, una mancha de mermelada en el suelo, una telaraña en la ventana (¡con una araña nada más y nada menos!), y un jarrón de flores marchitas sobre la mesa. 

    Y allí, sobre una silla, yacía el libro de Tasha. 

    Como si no tuviera nada mejor que hacer, lo abrí y me asomé a su mundo por un instante... o varios. 

    Para cuando levanté los ojos y volví a mirar mi cocina, esta había cambiado como por arte de magia. Vi a infantes bien alimentados embelesados en un nuevo libro... a universitarios felices por el buen café que se dirigían a sus aventuras educativas, un aliado arácnido que descansaba un poco después de una larga noche de trabajo y la gloria de las flores silvestres de finales del verano (de acuerdo, no tenían su mejor aspecto) arrancadas por manos amorosas. 

    Supongo que hay muchas formas de ver nuestro mundo. Y aunque es deber de los padres mantener una casa ordenada, siempre es posible ver la cocina... la sala... y... (agregue aquí la estancia que guste) con ojo de artista. 

    Sospecho que Tasha estaría de acuerdo. 

    Ocho niños y agradecida

    ––––––––

    El otro día estaba hablando por teléfono con una mujer, que para abreviar, diré que necesitaba saber un poco más sobre mí y mi familia.  Cuando descubrió que tenía ocho hijos, y peor aún, que mi esposo murió cuando ninguno de ellos había cumplido los 18 años, casi le da un derrame cerebral. Casi me insinuó que debía estar loca. 

    No estoy segura de qué es lo que creyó que yo debí haber hecho — mentir con respecto al número de mis hijos o simplemente no haberlos mencionado, pero su tono sugirió que había cometido un error garrafal con el solo hecho de admitir que tenía ocho hijos. 

    Como una especie de reacción perversa, en lugar de deshacerme en un mar de lágrimas de arrepentimiento, me distancié aún más de la sociedad decente al proclamar que también educo a mis hijos en casa y que disfruto mucho pasar mi tiempo con ellos.

    Su respuesta: ¡Sí, como usted diga! me indicó claramente que yo era para ella un caso perdido. 

    ¿Caí de rodillas para orar por el alma de la pobre mujer?  No. Aunque era una buena idea, no se me ocurrió en ese momento.  Sin duda, mi lástima la desconcertaría, así que la llamaré compasión, pero honestamente, eso es lo que fue, lástima. Compadezco a cualquiera que crea sinceramente que los niños son poco más que una carga, o que nadie podría querer y dar la bienvenida a ocho niños, especialmente bajo circunstancias difíciles. 

    Cuando a mi esposo le diagnosticaron leucemia, mi hijo menor tenía solo siete meses. Además del terrible dolor que sentí por el sufrimiento de mi esposo, también me di cuenta de que nunca conoceríamos la alegría de dar la bienvenida a otro bebé.  Tal como están las cosas, los ocho niños con los que he sido bendecida han compartido su fuerza, su franqueza, su honestidad, su amor, su arduo trabajo, su sentido del honor y su noble espíritu conmigo y con muchos otros. 

    El otro día, mientras miraba dos grandes sacos de alimento que sabía me sería imposible levantar, mi hijo mayor se acercó sin decir una palabra, los abrazó y los colocó donde pertenecían.  Dios sabía lo que estaba haciendo cuando me dio el hijo #1. Y el #2, que tiene un sentido

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