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Regalo De Luz Para Fátima
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Libro electrónico374 páginas5 horas

Regalo De Luz Para Fátima

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Est crnica no necesita de prlogo: lo que requiere es advertir al lector que no est escrita, como no lo est ningn libro de su gnero, para caer en manos de quienes acostumbran hacer anlisis profundos. La obra que tienes en tus manos contiene la experiencia de un hombre y no est dirigida a comprenderse puesto que el misterio del amor se escapa al conocimiento al igual que el misterio de cada vida no se puede explicar nunca y aqu se propone rescatar la mayora de las escenas del panorama intenso en el que se desarrollaron todos estos momentos en la vida del Autor.

Al escribir estas palabras reflexiono en el Jorge que siempre he conocido: alguien fuera de lo ordinario, con mucho en especial para quienes lo conocemos de verdad. Est por cumplir los cuarenta y dos, complexin gruesa, blanco, alegre. Me atrevo a decir que algo o alguien parece haberle devuelto la vida a Jorge y le ha ido quitando la carga de la gran tristeza.

Aunque es bastante bueno para la comunicacin verbal, a Jorge no le satisface su habilidad para escribir. Quera una narracin que no solo le ayudara a manifestar la profundidad de su amor, sino que tambin le ayudara a dar a conocer lo que estaba ocurriendo en su mundo interior.

El nombre que se ha dado a este libro se explica por su contenido. Por su parte el calificativo de Luz en el ttulo es elegido como smbolo del brillo que la protagonista dio a su Autor por un breve periodo de tiempo y que ha quedado marcado en su vida como una pelcula imborrable y con la intencin de que alumbre siempre el camino de ese fruto que produjo esta historia.

Pbro. Guillermo Coronado Duarte.
El padre Memo
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento5 feb 2014
ISBN9781463377762
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    Regalo De Luz Para Fátima - Regalo de Luz para Fátima

    El muchacho del taller

    M iré hacia la calle, hacia el poniente. Venías caminando y, como en otras ocasiones, te vi mucho. Te encaminé con la mirada y no me viste, pero te traje de la mano desde la distancia donde apareciste y te solté hasta que llegaste a tu casa. Ya te había visto otras veces. Te parecías a todas y eras única a la vez.

    No sé exactamente la fecha cuándo sucedió. El día que me di cuenta que todos los días pasaba una niña, joven y hermosa, precisamente por ahí donde yo estaba —frente al taller de mi hermano—, en ese momento mi vida cambió. Y es ahí cuando inicia esta historia de amor.

    Fue en una maravillosa primavera. Trabajaba todos los días por la tarde de ayudante del ayudante en el taller de mi hermano, el Güero, y esperaba ansiosamente que pasara esa joven preciosa que en ese entonces no sabía ni su nombre.

    Contaba con varias pistas: sabía exactamente la hora en la que pasaría, que vivía en una de las casas de enfrente y que venía de la escuela porque traía útiles escolares. También sabía que tenía una sonrisa maravillosa y que cuando ella me miraba me venían a la mente muchos pensamientos: que si qué tal andaba vestido, si mis ropas llenas de grasa me dibujaban bien o mal ante esa belleza que venía, etcétera.

    Aún no sabía si volteabas a verme a mí o si solamente pasabas la mirada por el rumbo donde estaba. De cualquier forma yo erguía el cuerpo y me sacudía un poco esa tierra que seguramente traía en la ropa. Trataba de quitarme las manchas de grasa de la cara para verme los más atractivo y agradable que pudiera, lo menos chorreado y descuidado.

    Disfrutaba de tus ojos preciosos y esa expresión de ángel en tu cara que me encantaba. Con el paso del tiempo esa expresión se hizo más bonita, como la de un ángel más bonito.

    En esos días, cuando aún no cruzaba palabra contigo, le dije a mi comadre Mimí, la esposa del Güero, mi hermano.

    —Estoy enamorado de una joven preciosa… es una de las vecinas de enfrente.

    —Se ven muy apretadas, como que son medio sangronas, ¿no cree, compadre?

    —Claro que no —le dije interrumpiéndola rápidamente, sintiéndome un poco agredido y agregué—, esta niña tiene la cara limpia y la mirada dulce, no puede ser sangrona. Se ve como una persona muy bien educada, precisamente por eso me cohíbo al hablarle.

    Por su parte, mi compadre Noé —que en ese entonces todavía no era— me decía:

    —Llégale, se ve buena onda, además que entre más inocente, más facilito, ¿no crees?

    Al igual, también me sentí agredido. Yo te veía como una de esas musas con las que se inspiran los artistas. Veía la belleza que otros no. Y reparaba ante las opiniones, defendiendo algo que no era mío pero ilusionado al pensar que así fuera.

    Mientras mi mente me decía que me acercara, mi corazón me gritaba ¡cuidado!, no vayas a lastimar a esta niña hermosa, y agregaba: si haces las cosas como es debido, tal vez sea lo mejor que hagas en toda tu vida. Doy gracias a Dios por haber escuchado esas palabras y no haber tomado a la ligera la relación, la forma inicial de abordar a mi ángel, de abordarte.

    Cohibido por mi ambiente, nada formal, me ponía barreras. Seguramente me rechazará, pensaba… Luego desfilaban por mi mente mis amigos y pensaba en los tuyos: no eran ni siquiera parecidos. Mientras los tuyos parecían estudiosos y serios, los míos no. Los conocí a ellos mucho tiempo después y efectivamente tenía razón. Justifico mi falta de seguridad, ya que mis complejos de cantinero hacían que me sintiera indigno de ti, una niña buena y limpia.

    Hábilmente, mi cerebro estaba confeccionando un ángel, como el pintor que va creando su obra, plasmándola en su cerebro antes que en alguna parte, antes que nadie: el artista ama su obra desde su mente.

    Con pantalón de mezclilla, chamarra de lana color vino y mangas de piel color negro —de esas que usan los universitarios—, con un contoneo natural al caminar, erguida, con la frente en alto —como la llevan las personas que no tienen prisa, las que tienen el alma lista para ver de frente—, así te veía pasar. Con todos esos elementos, fue muy fácil armar lo que faltaba.

    La mirada de mi ángel, es decir, la tuya, raras veces se dirigía a mí o hacia donde yo estaba. Tú ibas directo, caminando con la mirada fija en tu casa, como si ya hubieras llegado y supieras qué es lo que estarías haciendo. Caminabas pensando en cómo ordenarías los quehaceres domésticos, o bien, te imaginabas qué comerías; llegar y disfrutar esa comida que alimenta a los ángeles. Nunca supe realmente si había comida especial en esas fechas, pero mi mente, la de alguien que no se anima a preguntar, es libre y complementa todo lo que no sabe.

    Cuando caminabas rumbo al poniente, en sentido contrario al de tu casa, en dirección a tu escuela, siempre ibas frotándote las manos, poniéndote crema; de ahí a la escuela no se te ensuciarían. El dinero para el camión o la combi que tomabas en la esquina lo llevabas envuelto en un papelito. Igual, con la mirada hacia enfrente: en el camión, en la escuela, en las clases, en las tareas, en todo, menos en el lugar en el que me encontraba.

    Tu mochila, además de servirte para llevar tus útiles escolares, te ayudaba a disimular esas alas que debías tener en algún lugar de tu espalda. Así sucede con todos los ángeles que aún no les cortan las alas, tienen que disimularlas para no llamar mucho la atención.

    ***

    Entre los cofres abiertos de los carros o desde la fosa donde se revisan por abajo, me daba cuenta cuando ibas o venías. Salía corriendo, me acercaba al cerco —el lugar más próximo a tu paso— y me ponía a buscar alguna tuerca —o al menos eso intentaba figurar—, o bien me iba a lavar cualquier cosa en la llave cerca de la puerta: el lugar más prudente. Desde ahí no se daban cuenta los demás. En mi mundo, trataba de hacer que las cosas se vieran naturales.

    La forma como inició nuestra comunicación fue con intentos de llamar la atención de mi parte, saludos improvisados que muy lejos estaban de ser naturales: se notaba que estaban preparados y nunca parecieron casuales.

    Estas frases eran algunas como: ¡adioooós!, ¡hoooola!, ¡buenas noooches!, ¡buenas taaaardes!, etcétera. Todas estas frases llegaron a molestarte: algunos años después me lo comentaste varias veces.

    No había pasado mucho tiempo de haberte visto por primera vez cuando supe tu nombre. Un nombre precioso que te quedaba como anillo al dedo: Dora Luz (del latín Regalo de Luz o Don de Luz).

    Para mi suerte, Aracely, una compañera de la universidad resultó ser tu prima. Ahí supe que sería fácil poder establecer una relación de amistad contigo. Claro, en esos momentos no me imaginaba que serías el amor de mi vida.

    En esos días sólo podía aspirar a intercambiar algunas palabras contigo: ¿Cómo estás? ¿Cómo te fue en el día? Asimismo, las respuestas también eran muy breves. Con el tiempo supe que el muchacho del taller —así fue como me titularon en casa donde vivían tú y tus hermanas— no era muy bien visto, precisamente por esos saludos que, más que ayudar a establecer una relación, fueron haciendo una distancia entre nosotros.

    Un día, al llegar a tu casa, encontraste la desagradable noticia de que habían entrado a robar. Violaron una de las puertas y se llevaron algunas cosas: ropa, libros y artículos que no tenían tanto valor para otras personas… así son los robos, inexplicables.

    Aracely, que casualmente venía de la escuela esa noche, te sugirió que hablaras por teléfono desde el taller. Cuando llegaron, me emocioné tanto que trataba de ocultar mi gusto por el robo. En esa ocasión no estuvimos frente a frente solo por un momento fugaz, sino que platicamos buen rato, aunque el tema era algo desagradable.

    Esa noche venía de dar clases en la Universidad, vestido diferente al muchacho del taller hasta entonces conocido, con ropa casual y evidentemente bañado: hubo un favorable cambio de impresión.

    Con aquel robo se puede decir que inició nuestra relación de amistad. Todavía distaba mucho de lo que llegaríamos a construir en algunos años de relación como amigos. Fue entonces cuando lo que antes era un saludo breve y tal vez apurado, después eran pláticas de un minuto o a veces más. A partir de ahí me enteré de los nombres de tus hermanas… al principio se me confundían. Llegué a pensar que iba a ser muy difícil saber si ya había saludado a una o a otra. Pero en fin, con el paso del tiempo y platicando un poco más pude distinguir a cada una.

    ***

    Mi niña, todo este relato lo tenemos que ubicar en un entorno donde no existían los teléfonos celulares, no había Internet (al menos no de forma comercial ni tan de fácil acceso como es actualmente). Sé que puede ser difícil imaginarte el mundo sin la comunicación como está ahora, pero antes la vida era más lenta y el intercambio de pláticas eran reales, a viva voz, cara a cara, visitábamos a las personas en sus casas, existía la opción del teléfono de casa o también podría utilizarse algún medio de correo postal. Los más atrevidos y románticos mandaban saludos, recados o felicitaciones por programas de radio.

    Poco tiempo después me ofrecieron una oportunidad de trabajo en Mexicali, B. C., y a como estaban las cosas económicamente, fue realmente una excelente oportunidad para aportar algo de dinero en la casa de tus abuelos, mis padres. Pero por otro lado, fue una lamentable separación entre tu madre y yo. De hecho no pude ni siquiera despedirme de ella, ni decirle que saldría de la ciudad por mucho tiempo. Hasta pensé que no era prudente decirle algo, ya que no era tan amigo de ella: nuestra amistad había avanzado solamente a unas pláticas casuales de lado a lado de la calle… Y en fin, tuvo que pasar casi año y medio para regresar a Hermosillo y verla de nuevo.

    Al regresar de Mexicali, me encontré con la mala sorpresa que tu mamá ya no estaba sola. Andaba de novia y realmente me causó mucha tristeza tener que respetar esa relación que no me gustaba nada. Lo bueno de esta etapa fue que me relacioné con la familia. Conocí y me hice amigo de tu tía Rosa Amelia, conocí también a algunos primos y primas de ellas. Me di cuenta que la familia era muy buena, existía un respeto entre ellos que pocas veces se ve entre hermanos. La forma de como hacían referencia de sus padres era con un toque de admiración que sólo se ve en esas familias, las cuales han logrado cultivar y cosechar los valores y principios en el hogar.

    Esto fue uno de los elementos que más me cautivaron de la familia. Con el paso del tiempo, tuve oportunidad de relacionarme cada vez más con tu mamá y su círculo de amistades; entre más lo hacía, más me entusiasmaba el hecho de ser una parte muy importante en su vida. También fue con el tiempo que pude darme cuenta que esto último sucedió en plenitud, por lo que siempre viviré agradecido.

    Un amigo que sabía

    hacer cosas

    E ncontrar un pretexto para acercarme a ti, cuando no éramos tan amigos, tan conocidos, fue algo divertido. Intentaba identificar tus necesidades, quería que supieras que yo estaba a la orden, que vieras en mí una solución para cualquier cosa. Sabía que tus padres no estaban aquí en la ciudad y, además, en tu casa vivían puras mujeres: el espíritu protector se dibujaba en mis pensamientos como un aliado para acercarme y poder ayudarte en algo, poder resolver cualquier problema que necesitaras.

    La confianza inició en aquel momento de angustia cuando te ayudé con el trámite de hacer la denuncia telefónica por el robo en tu casa. Haciendo gala de mis aptitudes de la palabra, ayudé en el momento. Ese fue el primer pretexto y motivo para iniciar las siguientes pláticas. Así, me mostraba interesado en el seguimiento del robo o en el curso que tomaron las investigaciones. Mientras que no hubo mucho fruto por parte de las autoridades, yo sí tuve un gran avance en la relación. Apenas ahí era el inicio.

    Además de ser el que hizo la llamada esa noche al número de emergencia, te dejé claro que conmigo podrías contar con un guardia vigilante, que estaría cuidando tu casa y observando el bienestar de ti y tus hermanas.

    Poco después los motivos para acercarme a ti fueron otros. Las fallas de tu carro, ese Celebrity color azul que, cuando lo compraste, fue más fácil saber cuándo estabas en tu casa: si el carro estaba ahí, también tú. Ya no te veía caminar desde la esquina porque pasabas en el carro rápidamente. Hacerme el aparecido con algún pretexto casual se convirtió en un problema, a veces no escuchaba ni cuando prendías tu carro.

    Eso me obligó a cambiar de estrategia. Tuve que escuchar con más cuidado el sonido de tu carro para ver si era necesario algún tipo de reparación o servicio. Estuve atento hasta en los detalles (como las luces de los frenos o direccionales) porque ahí podría entrar en acción tu solucionador de problemas, atento y a la orden.

    Para ti, un ruidito extraño en el carro era una preocupación, pero para mí era buena noticia. Inmediatamente te decía que yo lo arreglaría, que lo dejaras en mis manos. No sabía mucho de mecánica pero eso no era problema porque ya buscaría la forma de arreglarlo.

    Con las fallas menores, como cambiar un foco o revisar los niveles del carro, eso trataba de hacerlo frente a ti, para mostrar mis conocimientos y destreza en ese tipo de arreglos.

    En la solución a fallas mayores siempre recurría a mis hermanos, ya que conocen más de carros que yo y siempre estaban dispuestos a colaborar en esa ayuda que siempre quise brindarte.

    Cuando compraste el carro nuevo, orgullosa me dijiste que ya traías un carro del año. Fue uno de tus logros personales. Sin embargo, no me pareció tan buena noticia, ya que tal vez ese carro no tendría necesidades de servicio ni sería el pretexto para vernos.

    Poco tiempo después me tomé la libertad de comprometerme en una reparación de plomería en tu casa. Había que reubicar la instalación de gas y acondicionar la tubería de agua del lavaplatos. Después de que ya teníamos todo a medio arreglar te diste cuenta que la reparación no era cualquier cosa, sino que era realmente un arreglo mayor y que, si quedaba bien, eso podría considerarse como un trabajo de un plomero de verdad. Eso me daba cierta emoción y, al mismo tiempo, me sentía nervioso por la posibilidad de que todo mundo se diera cuenta que las cosas no habían quedado como debían: era realmente un peligro para alguien que quiere quedar bien. Lo bueno de estos arreglos de plomería fue que todo salió muy bien: todavía quince años después esa instalación no presenta fuga alguna.

    Otra cosa que me viene a la memoria es cuando pintamos tu casa por dentro y por fuera. Recuerdo perfectamente cuando a ti y tus hermanas se les notaba claramente que andaban pintando: se les veían las gotas de pintura en la cara y la ropa, las manos manchadas y con restos de pintura. Tú no entendías como yo no me manchaba y andaba limpio, incluso de las manos, con la ropa sin ninguna gota de pintura. Lo de las manchas fue algo que con el paso del tiempo y al seguir pintando en diferentes momentos, ya sea tu casa o la de nosotros, siempre sucedía igual. Pintar la casa era una de tus actividades preferidas cuando se trataba de hacer arreglos o reparaciones.

    En una ocasión, tú y tus hermanas se hicieron el propósito de pavimentar un poco la calle con cemento. La idea era eliminar los hoyos que había frente a tu casa, porque se averiaban los carros al estacionarse y además no se podía caminar libremente enfrente. Nos pediste a varios amigos que hiciéramos el trabajo de albañiles y echáramos el cemento. Eso fue un trabajo bastante grande y, también, ya cuando estábamos a medio camino en la obra, te diste cuenta que realmente no era una labor tan sencilla. Todo salió muy bien y se logró el objetivo… pasaron algunos años para que ese cemento fuera reforzado con pavimento de asfalto, trabajado por el Ayuntamiento.

    En fin, ser un todólogo en las labores domésticas o de reparaciones fue algo muy importante en nuestra etapa de amigos, antes de ser novios, ya que tuvimos la oportunidad de convivir mucho tiempo y platicar de diferentes necesidades que una a una se fueron resolviendo.

    Limpieza, pintura, albañilería, soldadura, electricidad, mecánica, plomería… de todo sabía, de todo sé. Y el hecho de saber hacer cosas y siempre tener la mentalidad de que todo se puede hacer, se lo debo a mis padres, que ellos nos lo han repetido toda la vida, por lo que estaré siempre agradecido.

    ***

    Mi niña, en repetidas ocasiones, tu mamá me llenó de orgullo al decir frente a familiares o amigos que yo era una persona que no veía imposibles, y decía: Jorge todo lo puede hacer, mi esposito prefiere comprar la herramienta y hacer las cosas, por eso tenemos mucha herramienta, le gusta saber, le gusta arreglar. Cuando tu madre decía esto, yo me alegraba y entendía que ella aprobaba esa forma de ser y lo presumía con sus amigas.

    Tu mamá y cada una de tus tías son mujeres que saben hacer muchas cosas, tus abuelos les han enseñado de todo, les dieron la mentalidad de resolver las cosas. Esto es de los valores más útiles que puede uno como padre transmitir, es por eso que poco a poco hay que ir enseñando y aprendiendo cosas nuevas, cosas útiles. La vida se resuelve en la mayoría de las ocasiones con conocimiento sencillo, sentido común y con aptitudes también fáciles de aprender, pero es muy importante tener la actitud y voluntad.

    ¡Pásale por arriba!

    Q uitándome la grasa de las manos, tratando de evitar el aroma a gasolina o thinner: la idea era que estuvieran olorosas, no apestosas. El negocio de la mecánica es algo que combina muchos acontecimientos: una personalidad fuerte, se puede disfrutar el aire libre, la creatividad para hacer o inventar cosas, todo eso y más. Pero no se lleva muy bien con la limpieza, menos cuando eres el encargado de limpiar las piezas, es decir, «el ayudante del ayudante». Ese era el puesto que ostentaba orgullosamente, y era difícil andar limpio.

    Todos los carros vistos por abajo son similares, no existen los detalles de lujo y todos los fierros se parecen. El común denominador es la tierra que se va acumulando en los recovecos. De ahí pasa —de manera mágica— a la ropa, cabello y cara de los mecánicos, ayudantes y, sobre todo, al ayudante del ayudante.

    Al limpiarme las manos lo hacía con alegría. Esa mañana era algo especial, estaba contento, pensando que dentro de unos minutos estaría platicando contigo y ayudándote de nuevo, tratando de resolver una de las fallas del carro.

    El carro no andaba bien. Cuando me platicaste que días antes pasé por enfrente de donde estaban tú y Rosa Amelia con el carro descompuesto —en la calle Aburto y López del Castillo—, yo venía de un partido de softbol del estadio que está en el bulevar Solidaridad. Ustedes también venían de ahí, pero se habían regresado antes. El partido era entre el banco donde ustedes trabajaban contra el banco donde yo trabajaba. Me dio coraje conmigo mismo por haber pasado por ahí sin darme cuenta que estaban ahí ustedes: no lo podía creer. Y además, cuando me enteré que habían ido al mismo partido, más emocionante estuvo mi coraje. La casualidad o coincidencia se había manifestado entre nosotros: para mí fue una muy buena señal.

    Lo único que yo andaba buscando eran pretextos para resolver necesidades o problemas que se te pudieran presentar. En fin, no pude ser el héroe esa noche. Aunque al otro día por la mañana llevaríamos tu carro a revisar con un especialista que yo conocía.

    La falla en esa ocasión era del motor, del sistema de fuel injection. Algo novedoso en los carros. No cualquier mecánico dominaba ese giro, tenía que ser alguien que estuviera actualizado en eso. Cuando te dije el apodo del mecánico dudaste un poco, pero confiaste en mi criterio y dijiste: si tú dices que él es un buen mecánico, te creo. En ese momento me fui metros hacia arriba, sentía que andaba volando de gusto, porque eran palabras de confianza que estaba deseoso de escuchar. Ahí pensé que poco a poco estábamos consolidando el inicio de una relación de amistad.

    En el trayecto de tu casa a dicho taller, hubo un incidente en el bulevar López Portillo y Monteverde —por cierto, en ese entonces no había bulevar, era una crucero donde se congestionaba mucho el tránsito, no había semáforo—. Esa mañana íbamos tranquilos, no había prisa… ¿cómo iba a tener prisa si lo que yo quería era estar el mayor tiempo posible contigo esa mañana, poder disfrutar de tu compañía, platicar largo y tendido? Y eso iba sucediendo a la perfección, hasta que un conductor que iba bastante estresado —tal vez más apurado que yo—, desesperado en el carro atrás de nosotros, empezó a activar el claxon y a gritar estrepitosamente para que me moviera. En ese momento, de manera impulsiva y sin pensar que venía en un proceso de cortejo, quedando bien contigo (con la mujer preciosa que se convirtió en el amor de mi vida, cosa que en esa mañana ya se estaba gestando), giré mi cara hacia atrás y le dije en voz alta al desesperado conductor: ¡Pásale por arriba, hijo de tu chingada madre!. En ese instante no me percaté de lo que acababa de hacer, sino hasta el momento en que regresé mi mirada hacia delante, con una buena dosis de equilibrio en mis emociones, en reacción al claxon y los gritos. Enfoqué la mirada en tu cara y me di cuenta de una expresión inidentificable: ¿era de pena, extrañeza o temor? Ahí te diste cuenta de mi capacidad de responder con igual o mayor fuerza a una agresión. También de que el joven serio, al menos no era calladito, como hasta entonces me había mostrado. Te quedaste seria y solo preguntaste si estaba enojado. A lo que te contesté que no, que solo había tratado de mostrar cierta exigencia de orden y no dejar que se me tratara de manera violenta. Pero, claro, la violencia no debe atenderse con violencia… en fin, eso pasó ese día. Había iniciado de una manera muy emocionante por el hecho de que andaría buena parte de la mañana ayudándote en eso. Luego del momento bochornoso, llegamos al taller y se diagnosticó la falla del carro. Creo que otro día lo llevamos a arreglar. Tiempo después, en muchas ocasiones, comentaste esta anécdota a tus amigos y familiares como algo que te causó mucha risa (creo que en ese momento te causó muchas cosas, pero no recuerdo tu risa). Tú lo platicabas con alegría, riéndote de la forma en que puse la cara cuando me di cuenta que había metido la pata.

    El hecho de conocer talleres me ayudó a acercarme a ti. Sabías que podría tener una opinión al respecto, o si no era así, existía la posibilidad de que conociera a alguien que pudiera ayudarnos a resolver el problema y, seguramente, esa persona sería de confianza.

    Ese tipo de ayudas comenzaron con el Celebrity y los continuamos con el Pointer rojo que orgullosamente compraste nuevecito. Estabas muy orgullosa de traer tu carro del año. Además que estaba muy apropiado para las necesidades que tú y tus hermanas tenían en ese momento.

    ***

    Ese día, mi niña, tu mamá supo que yo no era el seriecito que hasta entonces pensaba. Creo que ese fue un punto a mi favor, porque a ella no le gustaba que fuera tan tranquilo, porque parecía que no quebraba ni un plato.

    No me jacto de decir malas palabras o groserías. Pero en aquel momento ella sintió mi carácter fuerte y, tal vez, un poco de temor por la impresión. De igual manera también sintió protección, seguridad, se dio cuenta que defendía lo que me parecía justo. Cuando ella recordaba ese momento chusco con los amigos, siempre decía: Jorge no se deja; es muy tranquilo, pero cuando se enoja, se enoja.

    A veces sentía eso como un halago, otras veces como falta de control. Mi niña, creo que uno debe controlar los impulsos y no caer en provocaciones. Siempre es mejor enfrentar la violencia de diferentes formas, y reaccionar con violencia solo como último recurso. Esto es muy fácil decirlo, pero se necesita temple y carácter para no responder de igual manera a una agresión.

    Tu mamá siempre supo contener sus emociones y reacciones, escuchaba de una manera analítica y agregaba generosidad en sus respuestas. La violencia no era una opción, buscaba siempre mediar en cualquier conflicto, equilibrar y mantener siempre la postura de paz en las relaciones con los demás.

    La Familia

    E l mensaje claro que recibí por tu comportamiento y por comentarios, fue: la familia es muy importante.

    Una vez me dijiste que no podrías pasar semanas sin ir a Ures, porque la necesidad de ver a tus padres era tan grande que requerías ir a cargar pilas con ellos. Sentí un poco de exageración en tus palabras pero, con el tiempo, me di cuenta que era muy cierto. Estar cerca de la familia, y no solamente con tus papás, también buscabas tener contacto y noticias de tus hermanos.

    Según yo, un extraño queriendo ser conocido, tu familia se conformaba por tus hermanas. Las veía ocasionalmente y al principio las confundía a todas. Me preguntaba cómo sería el resto de la familia.

    En esos tiempos, solo estaban tu hermana mayor, Rosa Amelia, la que te sigue, Verónica y tú. Eran las que yo veía entrar y salir de tu casa. Pero no eran todas, había un hermano menor, que le sigue a Verónica, y que no ubicaba físicamente. Tal vez lo vi alguna vez, pero eso fue después. Luego siguen las más chicas, Reyna María y Elvia Matilde, un par de cuatitas a las que tú te referías como las niñas.

    Tus papás, tus hermanos y tú, eran un grupo muy sólido, donde hasta en la plática se dejaba ver el amor. El respeto por tu hermana mayor, y el ejemplo y protección para con los menores, algo inusual en muchos grupos de hermanos.

    En muchas familias, antes de buscar el apoyo entre hermanos, existe una rivalidad o competencia que divide o separa. Aquí con ustedes la cosa es diferente, desde siempre ha existido un constante y auténtico apoyo entre todos.

    Empezamos a convivir y hacer más frecuentes las pláticas. Las cosas se ponían mejor poco a poco. Me daba mucho gusto compartir contigo mis experiencias y también me gustaba platicar con tus hermanas. Rosa Amelia se convirtió en una persona muy especial para mí y su amistad creció al mismo tiempo que la nuestra.

    En ocasiones llegaban tus papás a dejar el mandado. Surtían la alacena y le daban una arregladita a la casa. El zacate del jardín lo limpiaba tu papá. Venían también tu mamá y otra señora la Carmen del Melo, supe después.

    Cuando te pregunté por tus papás, me dijiste:

    —Son los que vienen en un pickup rojo, nunca se quedan a dormir, solo vienen y se quedan aquí con nosotros. Mi papá viene a hacer cosas de sus negocios y mi mamá se queda aquí mientras él da sus vueltas, solo vienen a ver cómo está la casa y cómo estamos nosotras… nos visitan regularmente.

    Era para mí una buena señal. Estaban bien supervisadas por tus papás, me pareció muy bueno, no estaban solas. De cualquier forma, tú sabías que no estabas sola, porque para lo que se ofreciera, yo estaba siempre dispuesto y gustoso en ayudarte a ti o a cualquiera de tu familia.

    Ya conocía a Aracely, tu prima; conocía a tus hermanas, y de vista a tus papás —ya tendría la oportunidad de conocerlos en persona—. Agradarles a ellos y que me dejaran seguir en ese

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