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La caserita roja
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Libro electrónico234 páginas1 hora

La caserita roja

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Información de este libro electrónico

La Caserita roja no solo te enseña a preparar comidas saludables y nutritivas de manera entretenida y simple, es también una guía para comenzar a vivir de forma saludable. Cambiar de hábitos y sentirse mejor depende de nosotros. Lo más difícil es empezar y este libro puede ser tu ticket de partida". (Marcela Trujillo, Maliki). Cuando hay alimentos de buena calidad, hay nutrientes. Y eso buscamos al alimentarnos; nutrirnos. Lamentablemente la industria alimentaria ha llenado nuestra rutina de golosinas, bebidas, chatarras e incluso alimentos que se venden como saludables ¡pero no lo son!
Luego de años cocinando de manera consciente, generando cambios en sus hábitos y en el de muchas otras personas, la Caserita Roja comparte su experiencia en un manual de cocina que combina una propuesta de alimentación sana con deliciosas recetas. Una cocina que no sigue modas, dietas ni tendencias, sino que respeta y se adapta a todas las opciones de alimentación.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 nov 2020
ISBN9789563244021
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    La caserita roja - Polla Trujillo

    la Caserita Roja

    cocina consciente, sana y fácil

    POLLA TRUJILLO

    LA CASERITA ROJA

    Cocina consciente, sana y fácil

    UNA GUÍA PRÁCTICA

    PARA ALIMENTARSE MEJOR

    AB

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    ÍNDICE

    DSC_0083.JPG

    PRÓLOGO

    bienvenidos

    Nuestra relación con los alimentos

    Qué necesita nuestro cuerpo y dónde encontrarlo

    ¿Qué comemos cuando comemos?

    Cambiando nuestros hábitos: ¿qué comer?

    ¿Cómo reemplazo alimentos?

    DSC_9728.JPG

    Recetario Básico De La Caserita Roja

    RECETAS BREVES, SENCILLAS Y FUNDAMENTALES PARA COMENZAR A COCINAR E INVENTAR TUS PROPIOS PLATOS.

    SOPAS

    LECHES VEGETALES

    HAMBURGESAS

    LEGUMBRES

    DSC_9843.JPG

    Entradas y picoteos

    PARA UNA VIDA SOCIAL MÁS SANA

    DIPS

    SALSAS

    CARPACCIOS

    ROLLS

    DSC_9481_1.JPG

    Platos de Fondo

    LO MEJOR DE MIS ESPECIALIDADESLLEVADAS CON AMOR A LA MESA

    PLATOS VEGANOS

    ACOMPAÑAMIENTOS

    FONDOS DE INVIERNO Y VERANO

    JDP_0846.JPG

    Lo dulce

    AUNQUE NO SOY TAN DULCERA, ¡MIS HIJOS ME EXIGEN POSTRES! AQUÍ ESTÁN MISINFALIBLES PARADEJARLOS CONTENTOS.

    NATURALEZA VIVA

    por Marcela Trujillo,Maliki

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    Ocurrió a principios de los noventa en la casa de La Reina. Mi hermana Polla y yo aún vivíamos con nuestros padres. Compartíamos una buhardilla de madera del segundo piso, muy caliente y oscura, con dos dormitorios y un baño. Yo tenía un taller de pintura en el patio donde pasaba la mayor parte del día y subía al segundo piso cuando quería un recreo, copuchar o reírme un rato. Con la Polla eso siempre estaba garantizado. Un día cualquiera, subí corriendo al baño y la encontré enchufando unas lámparas de escritorio para una toma. Preparaba el examen del ramo más importante de su carrera de fotografía. La Polla tenía conflicto con comer animales muertos desde que era muy chica cuando tuvo su primer gato, la Cuqui. Pero con un abuelo carnicero y la premisa familiar de que toda comida debía llevar carne, no fue sino hasta la adolescencia cuando pudo ejercer su derecho de elegir qué comer y qué no. Ese verano había decidido hacer un diaporama llamado Naturaleza muerta. Sería un trabajo audiovisual atractivo de colores bellos y húmedos que irían desde un desenfoque total hasta ver la cruda realidad: huesos, tripas, interiores y pedazos de animales muertos. La idea era provocar en los espectadores el mismo shock que a ella le daba comérselos. El diaporama tendría un audio de gemidos sexuales reales (grabados con su pololo) que transformarían las imágenes en una verdadera obra de arte conceptual.

    En una bolsa de supermercado tenía todo lo necesario para hacer una auténtica parrillada surtida, con cortes clásicos e interiores varios, solo que esta tendría otro destino, uno artístico, y en perspectiva, uno que cambiaría su vida. Pero en ese preciso momento no lo sabía. Horas más tarde cuando subí, el segundo piso olía tan mal que la Polla estaba con un pañuelo amarrado a su muñeca untado con perfume para poner en su nariz entre cada toma. Nuestros dos gatos, el Zapallo y la Zapalla, arañaban el vidrio de la ventana que ella había cerrado para que no se comieran el modelo, que aunque oliera putrefacto a cualquier nariz humana, para ellos olía a chicharrones en aceite.

    La Polla tenía las horas contadas porque las tomas tenían que quedar bien ese mismo día. La incertidumbre de no tener las fotos en pantalla para saber cómo quedaban la hicieron aguantar. Era la era manual, con rollos de 36 fotos y la paciencia de esperar que un laboratorio las revelara. Cuando terminó salió a botar el modelo a un basurero lejos de la casa. La idea de que los gatos se lo comieran la aterraba.

    Pero a pesar del horror que experimentó, dos cosas buenas ocurrieron después de ese día. Las fotos salieron geniales y me sirvieron como referentes para una pintura que estaba haciendo con una tripa voladora, y lo más importante, ese mismo día la Polla le dijo a nuestra mamá que POR FAVOR no le diera carne esa semana. Y esa semana se transformó en dos, en un mes, en tres, en toda la vida.

    La Polla se convirtió en vegetariana. Pero de las que comen pescados y lácteos. En esa época no comer carne en Chile era raro y en nuestra casa hasta los platos de lentejas venían coronados con un bistec. Pero nada de eso la hizo ceder. De a poco todos nos acostumbramos a verla comer sus propios platos y a verla dentro de la cocina preparándolos.

    En el 95 viajamos juntas a Nueva York. Éramos fanáticas de lo japonés, amábamos a Miyazake, Akira y sobre todo el sushi. Entramos a un supermercado japonés en St. Marks Place y la 2da av. Era en un segundo piso. Queríamos comprar un postre japonés, una bolita blanca rellena con algo negro. Se llamaba Mochi. Nos compramos dos mochis. Uno negro y otro blanco. Eran grandes como una manzana. Venían en un paquete transparente lleno de letras japonesas que encontramos tan hermosas que guardamos los envases. Eran pesados y blandos. Dimos la primera mascada esperando encontrar un manjar japonés, pero lo que saboreamos era una goma semi dulce y pegote rellena con legumbre molida. Nos dio ataque de risa. Era como comerse un bol de arroz con porotos negros espolvoreado con azúcar flor. Raro, pero lo comimos igual, éramos fieles fans de todo lo japo. Quedamos tiesas. Más que un postre, era un almuerzo. Los japoneses no comen lácteos y consumen muy poca azúcar.

    Pero en esos años no sabíamos mucho de alimentación sana aparte de haber crecido en una casa con comida casera, sin bebidas gaseosas, sin golosinas, con jugos de fruta natural y muy poca fritura. Para mí el tema no era la salud, era el peso. Así es que me mantenía alejada o hasta el cuello (según la época) de la comida chatarra, de los carbohidratos refinados y de las grasas saturadas. Si engordaba era malo. Tenía tiempos buenos y tiempos malos. Sin embargo, el vegetarianismo de la Polla me llevó a entender que la voluntad también funcionaba si cambiabas tus ideas. Ella no sufría por no comer carne como sufría yo por no poder comer chocolate o papas fritas. Pero come un pedacito, si da lo mismo, le decían a veces en un asado o en un restaurante cuando le traían un plato con algo de carne de vacuno o cerdo. A la Polla no le daba lo mismo. Su elección de no comer carne era importante y debía respetarla y hacerla respetar. Esa lección la aprendí con ella. Si accidentalmente probaba un plato que contenía carne o pollo, se sentía mal. Tan mal que una vez lloró.

    A mí NYC me quedó gustando y al año siguiente del Mochi me mudé a la Gran Manzana, mientras la Polla estudiaba diseño gráfico, y al igual que la era manual de la fotografía, le tocó justo el año antes de que la era digital se instalara para siempre en el ADN de las personas. Las tareas de diseño también eran con olor, pero a neoprén, y con papelitos, tijeras, lápices de color y plumones, con mesones de dibujo, colegas conversando, materiales, estuches, cachureos, revistas, reglas, doble contacto, stickers. Cuando el computador entró a la vida de mi hermana ya era demasiado

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