Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Mamá, no estoy muerta: La increíble historia de Mariela, secuestrada al nacer
Mamá, no estoy muerta: La increíble historia de Mariela, secuestrada al nacer
Mamá, no estoy muerta: La increíble historia de Mariela, secuestrada al nacer
Libro electrónico229 páginas4 horas

Mamá, no estoy muerta: La increíble historia de Mariela, secuestrada al nacer

Calificación: 5 de 5 estrellas

5/5

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Libro autobiográfico que no solo se revela como un texto testimonial, sino también como uno de denuncia, de reencuentro y de posibilidad. Mariela-Coline nos invita a acompañarla en su viaje de autodescubrimiento, al mismo tiempo que provoca y convoca a la acción. La autora nos sumerge en la historia no solo suya sino de muchos otros niños que, como ella, fueron arrancados de su hogar para ser vendidos en la forma de una adopción. A lo largo de su investigación logra hacer las paces con su pasado, lo que le permite dar el paso de crear la Fundación "Racines Perdues-Raíces Perdidas" cuyo propósito es dar el último grito de justicia que ayudará a otros a reencontrarse con sus raíces. "Prefiero morir de pie y denunciando, que arrodillada y callada", dice Mariela-Coline en referencia a su lucha.
La obra nos permite asomarnos también a los aspectos psicológicos de las adopciones irregulares, tales como las disociaciones que vivieron en su primera infancia muchas de las personas adoptadas, así como a la indecible emoción de los reencuentros y a la búsqueda de la identidad que les sigue.
"En cada paso que avanza dentro de su propia historia, una nueva puerta se abre lentamente y un gozne mal aceitado chilla dentro del relato, mientras conocidos nombres de tratantes y traficantes van asomándose entre las páginas, las casas abandonadas, los álbumes y los reencuentros familiares, las prisiones y los caminos redescubiertos, develando complicidades entre quienes ya han muerto sin enfrentar la justicia, y quienes siguen vivos y caminando entre nosotros, sin que nadie los toque" (Carolina Escobar Sarti).
IdiomaEspañol
EditorialPiedrasanta
Fecha de lanzamiento9 feb 2022
ISBN9789929562677
Mamá, no estoy muerta: La increíble historia de Mariela, secuestrada al nacer

Relacionado con Mamá, no estoy muerta

Libros electrónicos relacionados

Biografías culturales, étnicas y regionales para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para Mamá, no estoy muerta

Calificación: 5 de 5 estrellas
5/5

1 clasificación0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Mamá, no estoy muerta - Mariela SR Coline Fanon

    MAMA_NO_ESTOY_MUERTA.png

    92

    800

    M334 Mariela SR-Coline Fanon, 1986

    Mamá, no estoy muerta

    Guatemala: Piedrasanta, 2022

    244 p. : 21 cm

    Cuidado de la edición

    Francisco Morales Santos

    Luisa Fernanda Bran Alegría

    Versión al castellano

    Carol Zardetto

    Diseño de interiores

    José Javier Pinto Gaitán

    Coordinación gráfica

    Michelle Orozco

    Gerente de producción editorial

    Daniel Caciá

    Directora

    Irene Piedrasanta

    ISBN impreso: 978-9929-562-65-3

    ISBN digital: 978-9929-562-67-7

    Primera edición: 2022

    © 2022 Mariela SR - Coline Fanon

    © 2022 Kennes Editions

    © 2022 Traducción y versión al castellano Editorial Piedrasanta

    © 2022 para la presente edición

    Editorial Piedrasanta.

    5. calle 7-55 zona 1

    Guatemala Ciudad.

    PBX: (502) 2422-7676

    5966-2271

    www.piedrasanta.com

    EditorialPiedraSanta

    @editorialpiedrasanta

    Prohibida la reproducción parcial o total de este libro por cualquier método, digital, fotográfico y fotomecánico sin la autorización de Editorial Piedrasanta.

    Mariela SR - Coline Fanon

    no estoy

    muerta

    La increíble

    historia de Mariela,

    secuestrada al nacer

    La lealtad hace familia, la sangre hace parientes

    Prólogo

    Tengo 34 años, dos hijos —una niña traviesa y un niño muy vivaz—, un esposo estupendo y un buen trabajo. Vengo de una familia muy cariñosa y atenta. Me encanta tocar el piano y me apasiona la fotografía. Soy casi una mujer común y corriente. Digo casi, pues soy adoptada. Por fin me atrevo a decirlo. De niña, mis rasgos faciales y mi vida en Bélgica no delataban que hubiera nacido en otro lugar. A pesar de ello, a medida que crecía, deseaba saber de dónde venía.

    Me contaron la historia de que mi madre biológica era demasiado pobre y que por eso me abandonó. Una historia clásica de adopción y, sin duda, la razón más moral y honorable para separarse de una hija. Intento imaginar la tristeza y la angustia, mezcladas con el coraje, de una decisión así. La adopción significa, con frecuencia, no tener otra opción más que entregar a un niño a lo desconocido después de haberlo llevado en el vientre y darle vida, para ofrecerle una oportunidad de sobrevivencia. En cierto modo, es renunciar a la propia sangre para desafiar un destino adverso. En mi caso, fue diferente.

    Un ser humano, vivo o muerto, no tiene precio. Pero la demanda crea la oferta. Surgen oportunidades, nacen intereses y comienza el tráfico. De ser invaluable, un niño pasa a ser una mercancía que se cotiza en dinero.

    No estoy en contra de la adopción. De eso, ni duda cabe. Más bien, lo que deseo es sensibilizar a las personas para que se les permita a los niños adoptados disfrutar de su derecho fundamental a reunirse con su familia biológica si así lo desean; realizar activismo en favor de que se revisen y modifiquen en profundidad las leyes, acuerdos y convenios internacionales que rigen las adopciones. Como el país de origen a menudo no puede garantizar la autenticidad de los certificados de nacimiento, el país adoptante debiera poder realizar todas las comprobaciones necesarias. No tendría que haber lagunas ni presunciones en los procesos de adopción. Utilicemos la genética y los perfiles de ADN para probar la paternidad, en el caso de la adopción voluntaria. La humanidad es preciosa, invaluable. Adoptarla es respetarla. Mercadearla es burlar ese respeto.

    Gracias a la meticulosa costumbre de mi madre adoptiva de hacerme un hermoso álbum de recuerdos, hoy tengo la oportunidad de disponer de un expediente completo, escrupulosamente conservado y acompañado de mil y una fotos, numerosas cartas y otras notas. Estos preciosos elementos me han permitido desandar el hilo de mi vida hasta encontrar mis raíces. Deseaba compartir en un libro esta increíble búsqueda de la verdad.

    Este libro es mi historia, un legado para mis hijos, la verdad sobre nuestra familia. Es una forma de hacer justicia a mis padres de sangre, de honrar el extraordinario valor de mi madre y el lugar que mi padre me ha hecho en su corazón y en su vida desde nuestro reencuentro. Es también un homenaje a mis padres de corazón, de toda la vida, a quienes amo profunda e incondicionalmente. Por último, es un deber de memoria que llevo a cabo con la Fundación Racines Perdues-Raíces Perdidas (RP-RP), que representa a varios centenares de personas que se enfrentaron al horror de la trata de seres humanos cuando fueron adoptadas y que siguen buscando a sus familias por todo el mundo. Evitemos que mi historia, nuestras historias, se repitan.

    ¡Nunca más! ¡Plus jamais ça!

    PARTE I

    Los inicios de una conmoción

    1.

    Una familia que no es como cualquier otra

    Mis padres nunca me ocultaron las circunstancias de mi llegada a Bélgica y siempre me contaron, a grandes rasgos, la historia de mi primera infancia. Esto es, que mi madre biológica se llamaba Lorena y que fueron a buscarme a Guatemala cuando yo tenía once meses, tras una larga batalla administrativa mitigada por la alegría que les produjo mi presencia.

    Al igual que muchos de nosotros, tengo vagos recuerdos de mi tierna infancia. Recuerdo nuestra gran casa de las Ardenas, así como los olores de la deliciosa cocina de mi madre Colette y las notas de jazz, blues o rock que mi padre Yves solía escuchar en el salón. También recuerdo haber sido madrugadora; siempre me levantaba al amanecer, para disgusto de mis padres.

    Cuando llegué a Bélgica, los médicos descubrieron que tenía un ureterocele, lo que explicaba mi fiebre alta y estado apático. No descartaron que esta malformación, caracterizada por una dilatación del extremo inferior del uréter, pudiera ser consecuencia de la introducción tardía de elementos sólidos en mi dieta; ni la posibilidad de que, durante toda mi vida, tendría que estar controlada para evitar una intervención quirúrgica, en caso de que se produjera una disfunción renal. Naturalmente, mi madre decidió dejar de trabajar. Con paciencia, se dedicó a diversificar mi dieta y a enseñarme francés. Subrayo lo de con paciencia porque, aún hoy, sigo prefiriendo los alimentos blandos y líquidos, algo que la hace sonreír.

    En 1989 mis padres fueron a Surinam por Sara, su segunda hija y mi pequeña hermana. Durante este tiempo me quedé con mi abuela materna, con la que establecí un vínculo especial; ella sería mi confidente a lo largo de toda su vida. Sara y yo crecimos en un entorno saludable en el que la cultura era muy importante. Íbamos al cine y a los museos tan a menudo como era posible y visitábamos exposiciones regularmente. Nuestras fiestas de cumpleaños fueron mágicas y nuestras vacaciones siempre soleadas. Aprendí a tocar el piano. Ahora me apasiona el patinaje artístico y la gimnasia. Canto en un coro con mis primos y mi abuela paterna. Bailo hip-hop, bachata, merengue... bailar me libera. En la escuela nos llamaban la tribu de Fanon, yo formo parte de ella y eso me enorgullece.

    El único punto negro de esta bonita foto son las noches. La misma pesadilla me persigue sin descanso: estoy sentada en una barca, en una enorme extensión de agua, una gran sombra negra aparece de repente, derriba la barca lanzándome al aire y, luego, caigo en el vacío. Me despierto sobresaltada, jadeando, asustada, con el corazón a punto de estallar. Durante mucho tiempo, me fue imposible dormir sin la presencia de mis padres o de mi hermana Sara.

    A los 9 años, mi piel empezó a oscurecerse y mi pelo a rizarse, así que lo alisé y amarré para ocultar esa melena poco dócil. También adquirí la costumbre de morderme los labios, que se habían vuelto demasiado carnosos para mi gusto, y rezaba cada noche para no diferenciarme demasiado de las demás chicas de mi clase. Cuando tenía diez años, al principio del año escolar, yo tenía un intenso bronceado, producto de mis vacaciones en Creta, que provocó que una niña me llamara caca. Mi madre me consolaba y me explicaba que un día esa chica pagaría mucho dinero para tener el color de mi piel. En ese momento, ella no sabía que sus palabras se convertirían en una predicción: a los 17 años, me topé con mi antigua compañera de colegio justo cuando salía de un salón de bronceado con la cara toda roja.

    Cuando dejamos la infancia, el divorcio de nuestros padres nos dolió bastante a mi hermana y a mí, pero también nos unió. Estuvimos más cerca que nunca para poder superar esa ruptura, ayudadas por el amor indefectible de nuestros padres.

    A pesar de que me eduqué con tolerancia y serenidad, lo que hace que hoy evite cualquier conflicto, mi adolescencia fue bastante tumultuosa. Mi búsqueda de la libertad y la justicia me empujaron a desafiar lo prohibido, a ponerme en peligro varias veces. Llena de vida e invencible a mis ojos, he llevado siempre en el corazón el afán de defender a todas las víctimas de los abusos y la maldad y a luchar contra las desigualdades. Mis profesores me llamaban la abogada.

    Viví algunos romances y un auténtico flechazo, a los 19 años, personificado en un guapo español de apellido Aguado. Me hizo reencontrarme con mi lengua materna, me presentó a su familia y al instante me sentí como en casa.

    Después de mis estudios de Humanidades me sumergí apasionadamente en el Código de Instrucción Penal y en el Código Penal. En mi tesis mencioné mi intención de trabajar en el ámbito de la lucha contra la trata de seres humanos. Es probable que la premonición sea un rasgo de familia.

    Fue en 2006 que decidí abandonar el nido. Vivir sola me sentaba perfectamente, pero las noches seguían siendo difíciles. Me seguían despertando las pesadillas y acababa levantándome para trabajar en mis archivos. Adquirí la costumbre de disimular mi cansancio por la mañana con una bonita sonrisa. Cuatro años más tarde, en 2010, me entregué a la lectura profunda de mi expediente de adopción, guardado celosamente por mis padres y, esporádicamente, me lancé a realizar algunas búsquedas —principalmente en internet— para encontrar a mi madre biológica… pero sin éxito.

    Sin embargo, mi mente se pasea por mis recuerdos y empiezo a notar coincidencias, señales. Uno de los ejemplos más sorprendentes me remite a mis años de exploradora scout. En ese momento, mi prima Marine y yo formábamos parte de la misma manada. A los 12 años, en una conmovedora ceremonia, recibí mi tótem: el Quetzal. Se trata de un pájaro colorido con una larga cola de plumas verdes, pero también es la unidad monetaria de Guatemala y figura en su bandera como símbolo de la libertad. Un año más tarde, en la más pura tradición scout, fui calificada como Todoterreno debido a mi gran capacidad de adaptación a cualquier situación y a mi infinita sed de libertad.

    2.

    Mi turno de ser mamá

    Para mí la maternidad siempre ha sido un concepto bastante enigmático. Por eso, cuando experimento las primeras náuseas, durante el embarazo, no lo veo como el fabuloso milagro de la vida que expresa el cliché. En cambio, la primera vez que siento a mi hija moverse en el vientre, me resulta algo abrumador. Me parece evidente que, en ese momento, despierta el trauma de la primera infancia vinculado a mi adopción, aun cuando este había sido ya mitigado por la protección dulce y amorosa que mis padres adoptivos me ofrecieron desde que nos conocimos. Les agradezco la infancia luminosa que tuve, pues me ha brindado una extraordinaria resiliencia que ha sanado este trauma, a pesar de las pesadillas que aún permanecen.

    A lo largo de los años, mis inquisiciones acerca de los trastornos del apego y mis lecturas de la literatura relacionada con este tema me han aclarado varios puntos. Aprendí que después de siete meses de vida, se califica una adopción como tardía. No todos los niños adoptados después de esta edad tienen la oportunidad de realizar lo que se llama disociación psicológica. La mayoría conserva un trastorno mental relacionado con la ruptura del vínculo materno-filial y padecen síntomas como retrasos graves en el lenguaje, ataques agudos de ansiedad, ira excesiva o comportamientos violentos y regresivos. A medida que el niño crece, estos síntomas pueden derivar en trastornos de atención, bipolaridad, retraimiento, extrema falta de confianza en los demás, autolesiones e intentos de suicidio.

    El trauma de la primera infancia se origina en una ruptura temprana entre madre e hijo. El niño recién nacido, que se considera uno con su madre, experimenta esta separación como la amputación de una parte de sí mismo. Otros factores que también pueden estar en el origen del trastorno: contextos de violencia conyugal, guerras o desastres naturales como tifones, terremotos, etc. Estas diferentes causas traumáticas pueden tener un impacto en la primera infancia, incluso cuando el feto aún se encuentra formándose en el útero.

    En el caluroso verano de 2012, dejo de lado instintiva e inconscientemente todas mis ansiedades para dar a luz a Eva. Desde el principio me encantan sus grandes ojos azules. Tiene una apariencia muy zen y, como un Buda imperturbable, duerme las noches enteras, sin despertar para comer, en la sala de maternidad. Las comadronas son prudentes y me aconsejan que la despierte regularmente para alimentarla.

    No puedo evitar pensar que el hecho de haber dado a luz a las 42 semanas —tras una inducción seguida de una cesárea ocasionada por una pelvis que no es lo suficientemente grande— refleja físicamente que la entrada a la maternidad es un tema difícil para mí. Ser madre es una revolución. Empiezo a dudar de mis percepciones, proyecciones e incluso de mis convicciones, pero, a través del contacto con mi hija, aprendo a relativizar mis preocupaciones y con ello, me llega una forma de sabiduría.

    Inevitablemente, su primer año de vida me regresa a lo que debió ser el mío, lo cual es difícil, a veces hasta doloroso. Mi asombro diario ante su florecimiento y aprendizaje va acompañado de una lenta e inquietante constatación del vacío que representan los primeros once meses de mi existencia. Poco a poco me doy cuenta de que no sabía nada de esa etapa. En mi caso no existían los recuerdos que todo el mundo construye a partir de un álbum de fotos o de las historias familiares. El abismo es profundo, los sentimientos se agolpan y el malestar crece en total contradicción con la felicidad familiar que se supone debe invadirme con la llegada de un primer hijo.

    En la primavera de 2017, tres semanas antes del tiempo debido y de nuevo por cesárea, doy a luz a Hugo. Vivaz y curioso, este pequeño tiene energía de sobra y, a diferencia de su hermana, dormir nunca ha sido su fuerte. Como en el caso de Eva, la felicidad de su primer año se ve matizada dentro de mí por más momentos de prueba en los que su historia emergente colisiona con la mía.

    La oportunidad que tengo de estar cerca de mis hijos y ellos de estar conmigo, yo no la tuve con mi madre biológica; por eso los fotografío y hago álbumes con la idea de trasmitirles lo mucho que me enseñó mi familia adoptiva a partir de mis once meses de vida. No quiero que el vacío o la nada roben ni un solo momento de sus vidas. Me gustaría que cada una de sus preguntas tuviera una respuesta, una imagen, una conexión.

    Alimentada y tranquila por el infinito amor que siento por mis hijos, pongo mi expediente de adopción en una carpeta plastificada y lo guardo en una caja. Luego atravieso el jardín hasta el cobertizo de piedra y coloco en un estante lo que parece un pequeño sarcófago. Me quedo quieta un largo rato ante el entierro ritual de una parte de mí misma y de la posibilidad de encontrar a la persona con la que estoy unida desde mi nacimiento. Luego vuelvo a la casa para ocultar la foto que he guardado en secreto.

    3.

    Una indígena guatemalteca

    Desde que soy madre nunca he trabajado los miércoles. Los aprovecho para recoger del colegio a Eva a última hora de la mañana y así pasar el resto del día juntos los tres, con Hugo. El miércoles 22 de noviembre de 2017, mientras cuido a su hermano de siete meses, Eva, de cinco años y medio, salta frenética en el sofá, que ella imagina es un trampolín, y grita: ¡Soy una indígena guatemalteca, soy una indígena guatemalteca!. Desde la cocina la oigo cuando me pregunta, todavía saltando: Mamá, si tú eres de Guatemala, ¿soy yo por lo menos una medio indígena? Mi maestra lleva pendientes con plumas, ¡pero yo soy una indígena real! ¿Verdad, mamá? Luego de respirar profundamente, buscando torpemente mis palabras, respondo: Sabes, querida, no soy realmente una indígena y en Gua..., pero Eva me interrumpe y continúa: Oh sí, es cierto, solo conoces el vientre de tu mamá, no sabes quién es ella. ¡Pero un día quiero ir a Guatemala contigo!.

    Esta frase, inofensiva para mi hija, pero dolorosamente cierta, me atraviesa el corazón. Temblorosa y conmocionada, le digo: Si alguna vez vuelvo allá, cariño, será para encontrar a mi madre. Con una mirada de satisfacción, Eva salta de nuevo en el sofá y pide a todo pulmón un caballo para galopar de vuelta a Guatemala con su hermano. En ese momento no pienso en mi padre biológico ni en el expediente enterrado en el jardín, sino solamente en mi madre biológica. Ahora todo está muy claro: quiero encontrarla.

    Entre 2010, año en el que inicié mi primera búsqueda, y 2017, año en el que dejé de hacerlo, había estado en contacto con la asociación francesa La Voz de los Adoptados. Ese miércoles por la tarde, unos minutos después de la conversación con mi hija, vuelvo a comunicarme

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1