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La Chancla Voladora
La Chancla Voladora
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Libro electrónico201 páginas3 horas

La Chancla Voladora

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“La Chancla Voladora”, ese elemento que sin tener un efecto represor, se convirtió en el mejor método por medio del cual nos formamos como personas útiles a la sociedad, a las autoridades y a nuestras propias vidas. “La Chancla Voladora” fue y yo creo que aún la es en muchas partes, la manera más efectiva con que se nos impartió e imparte la mejor las disciplinas.

Muy posible es que algunos de ustedes hayan “probado” el poder educativo de “La Chancla Voladora”, la que no deja huella, fomenta la obediencia y, como dije antes, es el mejor psicólogo para disciplinar si lo aplican apropiadamente. Yo soy “pro Chancla Voladora” y por ende estoy consciente que tras su aplicación viene la obediencia.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento29 may 2019
ISBN9781506528892
La Chancla Voladora
Autor

Mary Escamilla

Dra. Mary Escamilla *Escritora, guionista y compositora *Doctora en Naturopata y Filosofa *Consejera de Salud Natural *Licenciada y Especialista en Adicciones *Ministro ordenado del Evangelio Mary Escamilla es una dama Mxico-Americana autora de veintitrs libros con diferentes temas y ttulos. Ha escrito seis guiones de pelculas y tiene en su haber ms de tres mil temas de canciones, algunos de ellos grabados por cantantes solistas o agrupaciones musicales de fama internacional. Mary Escamilla es doctora en Naturopata, graduada del Trinity College of Indiana; doctora en Filosofa y Herbologa de la Progressive Universal Life Church de Sacramento, California; certificada en Iridiologa y Herbologa en la International School of Natural Health; certificate in Instruction Food Handling Education and Safety Training in Los Angeles County Department of Health Services; certificate in the Course of Instruction Designed to Assist Interested Participants in Learning how to Improve the Diets of Their Families in University of California; certificada en Iridiologa del International Institute of Health Recuperation, de Miami, Florida, y es miembro activo del Naturopathic Board USA. Ella es miembro distinguido de Who is Who?, el libro del National Registers Executives and Professionals, que reconoce a personalidades destacadas en el mbito empresarial; asimismo, es miembro de la International Chamber of Commerce, California. Adems es la fundadora de Marys House Foundation, una organizacin altruista sin fines de lucro (non profit organization) la cual apoya a nios maltratados o abandonados por sus padres. Ha sido consejera de salud por ms de veinte aos en la prensa escrita, as como en sus programas de radio y televisin, cuyas recomendaciones y consejos nutricionales tienen como objetivo ensearle al pblico en general cmo lograr una mejor forma de vida. Su informacin ha cambiado el estilo de muchsima gente respecto a cmo llevar una alimentacin ms sana y una comida rpida con aprovechamiento de todos los nutrientes. Mary Escamilla ha recibido innumerables galardones por parte de la comunidad en la que se desenvuelve, reconocimientos de organismos gubernamentales, privados y medios de prensa. Su imagen es ampliamente conocida por sus apariciones en promociones, en medios escritos, radio y televisin, as como por las mltiples entrevistas que le han dedicado distintos canales de televisin locales e internacionales.

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    La Chancla Voladora - Mary Escamilla

    Copyright © 2019 por Mary Escamilla.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2019941888

    ISBN:           Tapa Dura              978-1-5065-2890-8

             Tapa Blanda           978-1-5065-2891-5

                         Libro Electrónico   978-1-5065-2889-2

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Usted no debe realizar ninguna dieta, régimen o ejercicio, ni tampoco seguir las sugerencias contenidas en este libro, sin antes consultar a su médico personal. Ni el autor ni el editor de la obra se hacen responsables por cualquier pérdida o daño que supuestamente se deriven como consecuencia del uso o aplicación de cualquier información o sugerencias contenidas en este libro.

    Fecha de revisión: 10/05/2019

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    ÍNDICE

    Prólogo:

    Inicio de la historia

    Epílogo:

    PRÓLOGO:

    ¡Hola!, mi nombre es Juan Pérez, un nombre que no es muy común, ¿verdad? Vendría a ser el equivalente a John Smith en Norteamérica, ¡no cree usted? Desde que era niño, mis padres, mi familia y mis amigos cariñosamente me han llamado Juanito. Y ahora que soy adulto, me siguen diciendo igual.

    Queridos lectores, hoy quiero relatarles cómo fue mi infancia, la de mis hermanos y la de mis amigos, mediante recuerdos muy vívidos que llevo en mi mente.

    En la actualidad, cuando conversamos con compañeros a quienes conocemos desde hace tantos años, decimos y concluimos que el pasado, que nuestro pasado, fue mejor en muchos aspectos, incluyendo la armonía, la unidad y el compañerismo que conformamos un puñado de niños conviviendo sanamente, en conjunto, como un solo equipo, con el que le sacamos jugo a la vida, eso significa que fuimos felices durante esa gran etapa de nuestra niñez y que aprovechamos todo el tiempo sin desperdiciar nada de él.

    No pretendo hacer comparaciones porque al final éstas resultan no ser agradables, tampoco deseo criticar las diferencias existentes en el antes y en el ahora, simple y sencillamente porque en nuestra época, en mi época, aún no iniciaba la incitante y creciente carrera tecnológica como la que hay ahora, esa que hacia el futuro no tiene límites.

    Simple y llanamente quiero relatarles algunas vivencias que tuvimos siendo niños, contando con una marejada de juegos con los cuales nos divertimos, muchos de los que las nuevas generaciones quizá no conocen o jamás las habían escuchado nombrar.

    Esa es la finalidad de este libro, rememorar aquellos años gloriosos y a la vez retomar algunas de esas formas de entretenimiento que difícilmente hoy podemos ver que nuestros niños pongan en práctica, simplemente porque son otros tiempos.

    De la misma manera, también es recordar un objeto que nuestras madres y abuelas utilizaron, en ocasiones muy a menudo, que consistía simple y sencillamente en una de sus sandalias a la que conocíamos como la chancla voladora, esa que era el mejor psicólogo, la terapia adecuada y el correctivo indicado, con la cual ellas nos disciplinaban, esa que tenían a su mano y manejaban con destreza y habilidad a la hora de hacerla volar.

    Mary Escamilla.

    ¡Ahhh!, qué tiempos aquellos de mi feliz infancia, aún recuerdo fantásticos momentos de mis vivencias cuando era apenas un niño de 5 años. Tal y como mis padres y mi abuelita me enseñaron, al despertarme levantaba las manos al cielo y aún sin saber lo que significaba la palabra agradecimiento, decía: Gracias Dios por dejarnos vivir un día más a mí y a toda mi familia. Lo tengo muy grabado en mi memoria, eso lo hacía a diario, dar gracias a Dios era parte de la herencia que mi familia me había inculcado.

    A continuación me levantaba de la cama y sin pensar en otra cosa iba directamente al baño para realizar mi primera necesidad fisiológica del día, luego de lavarme las manos iba a la cocina en donde encontraba a mi amada abuelita Panchita (diminutivo de Francisca), esa dulce viejecita que ya cansada, casi sin fuerzas, con las marcas del paso de los años en su rostro y su cabello encanecido, me recibía con un gran amor, el mismo que prodigaba a todos sus nietos, mis hermanos, así como a mis primos.

    Aún no sé de dónde ella sacaba fuerzas, pero las tenía para levantarse todas las mañanas muy de madrugada para preparar un delicioso atole de masa, un rico café con piloncillo, o simplemente un té de canela o de manzanilla. Era la hora de desayunar y mi abuelita como todas las mañanas ya había torteado, hecho, ayudada con las palmas de sus manos, unas exquisitas tortillas de maíz que despedían un olor muy peculiar pues acababan de ser retiradas del comal y estaban vaporosas, calientitas. Por lo regular nuestro desayuno eran huevos revueltos, esos que yo mismo iba a recoger al corral en el sitio en que las gallinas los ponían, y unos ricos frijoles de la olla bien blanditos, muchas veces simplemente agregábamos queso fresco a nuestros frijoles que nunca faltaban. En la mesa siempre veíamos aquel molcajete (mortero) de piedra tallada en el que mi abuelita había molido con el tejolote (otra piedra tallada) una sabrosísima salsa de chiles verdes con jitomate, cebolla y ajo asados, así como un poco de sal. ¡Mmm, qué rico! El complemento de nuestro primer alimento del día era alguna pieza de pan dulce al que llamábamos una concha o un cuerno, pero a mí en lo personal me gustaban las chilindrinas, un exquisito pan al que ponen azúcar encima. ¡Ah!, qué mañanas tan inolvidables y qué ricos desayunos, qué aromas y sabores que se nos quedaban impregnados durante gran parte del día.

    Después de agradecer al Señor por los alimentos que nos había dado y a mi abuelita porque los había guisado, también había deberes que hacer en la casa. Por ejemplo, uno como niño se encargaba de llevar los platos, tazas y cucharas que habíamos usado durante el desayuno, para que otro miembro de mi familia los lavara, mientras que otro barría el piso. Sí, era una vida disciplinada, de orden, de ayuda, de colaboración y de esa manera un hogar en donde todos participábamos. Qué lindo era quedar con el estómago satisfecho y el placer de haber ayudado en los quehaceres de la casa, era una excelente dinámica.

    Bueno, en realidad era muy simple porque existía respeto hacia las personas mayores y acatábamos sus indicaciones realizando las labores encomendadas con la mayor diligencia y esmero. Era una vida sencilla y sana porque estaba llena de valores y de amor, de calidez y unión familiar.

    ¡Ah!, pero recuerdo cierto día en que mi abuelita aparte del desayuno cotidiano nos llevó chicharrón y aguacates para que nos hiciéramos unos tacos. Y allí estaba yo muy a gusto saboreando mi taquito, cuando me distraje viendo la portada de una revista de la época y en eso pasó el Firulais, un perro que mi abuelita quería y consentía mucho, y yo también, era un buen amigo mi Firulais, cómo lo quería, era un perro fiel, pero ese día arrebató de mi mano aquel taco. ¡Imagínense!, me levanté como de rayo y fui tras de él lleno de frustración, como estaba tan enojado le di una patada y entonces el Firulais dio tremendos y lastimeros aullidos. ¡Uyyy!, no hubiera hecho eso, porque entonces la dulce viejecita que tanto me amaba y que caminaba con dificultad, sí, mi abuelita, prácticamente me correteó derrochando agilidad, me alcanzó y me asestó dos escobazos. Todo por culpa del Firulais, bueno, o por culpa mía, por ser tan menso y permitir que me quitara mi taco, quizá al verlo en mi mano el Firulais creyó que se lo estaba dando. ¡Ah!, qué cosas tan divertidas, todavía me acuerdo y me dan mucha risa aquellas escenas tan cómicas de mi abuelita Panchita corriendo tras de mí, dándome de escobazos.

    Era un niño y me conformaba con muy poco porque aprendí a ser feliz con lo que tenía y no con lo que quería. Aunque no tuve juguetes sofisticados fui muy feliz, claro, no había crecido tanto la tecnología como lo está en la actualidad, pero me las ingeniaba con los recursos que había entonces y qué divertidas nos dábamos mis hermanos y yo. Hacíamos ejercicio jugando a los Encantados pues corríamos y corríamos tratando de esquivar al encantador, porque si él nos alcanzaba y nos tocaba al grito de: ¡Encantado o Encantada!, quedábamos congelados, sin podernos mover de ese sitio hasta que otro nos pudiera tocar desencantándonos y de esa manera podíamos seguir jugando y correteando a nuestros compañeros. ¡Wow, qué ejercicio!, casi dos horas o a veces más corriendo y divirtiéndonos.

    En aquel tiempo no existían juegos electrónicos ni tabletas, era un ambiente de crecimiento más sano, más cordial y de equipo. ¡Ah!, pero pobre de mí cuando me pasaba del tiempo que me habían dado mis padres para jugar, aunque fueran 5 minutos más tarde, y yo como niño que era se me pasaba el tiempo jugando, pero en cuanto entraba a mi casa me disciplinaban y venía la chancliza, o sea que me tocaba otra correteada por parte de mi mamá, ya que si ella me alcanzaba me daba de chanclazos primordialmente en las pompas y, si no me alcanzaba, entonces me aventaba la chancla voladora y qué creen, que siempre tenía buen tino, parecía ser una buena pitcher o lanzadora entrenada en el tiro al blanco porque siempre nos atinaba a mis hermanos o a mí. ¡Mi mamá no fallaba! Les confieso que un golpe con la chancla voladora dolía y por eso corríamos tratando de no recibir el chanclazo de manera directa. Bueno, en realidad la chancla era una sandalia de mi mamá y era de plástico, así es que los chanclazos en manos de mi mamá dolían, pero la chancla voladora nos provocaba más dolor si nos pegaba, ya que había sido lanzada con mucha fuerza.

    ¡Oh!, pero un castigo mayor, si había razón para recibirlo, venía de parte de mi papá y éste era con su cinturón; sí, él se quitaba su cinturón, fajo o cinto, y nos daba dos cinturonazos bien puestos en los glúteos, pero no crean que esto era muy frecuente, si acaso 2 o 3 veces al año y con eso teníamos para comportarnos bien durante mucho tiempo. Por ello fue que aprendimos a decir de manera respetuosa; sí papá o sí mamá, como usted lo prefiera, pero esa fue la mejor sicología aplicada en mi vida porque no me abusaron, no me marcaron, únicamente me disciplinaron y así aprendí a ser un buen niño, un mejor joven, adolescente educado, y un ciudadano comprometido y respetuoso con mis familiares, con las demás personas, con las autoridades, con las leyes y con la sociedad en sí. Por eso, de verdad les digo, que aquella famosa chancla voladora fue un excelente método correctivo en mi vida, en la de mis hermanos y en las vidas de muchos de nosotros, ahora adolescentes o adultos.

    Bueno, les sigo contando, durante el día las tareas que tenía encomendadas eran ir por tortillas y por masa, según me lo indicaran mis padres o mi abuelita, ya había tirado la basura de mi casa y la de algunos vecinos para ganarme unas monedas, y hasta había cuidado a mi hermanita la más chiquita, quien ya había asistido al jardín de niños en donde había recibido su desayuno escolar que consistía en alguna fruta de la temporada, un emparedado (sándwich o torta), un envase de cartón en forma de triángulo que contenía leche y alguna golosina, entonces ella regresaba a la casa. En ese lapso me preparaba para ir a la escuela, porque yo iba en el segundo turno, en el vespertino, y entraba a las 2 de la tarde. A esa hora ya yo había ayudado en los quehaceres de la casa, ya me había bañado y limpiado mis zapatos, porque en ese tiempo todos los niños cuidábamos nuestros zapatos porque eran los únicos, el único par y hasta que se acababan nos compraban otros, casi nada era reciclable en ese tiempo. Era costumbre que me fuera a la escuela bien comido con una rica y deliciosa sopa de fideos con verduras, arroz y caldo de pollo, así, mi hermanita y yo comíamos juntos. Además, como lunch para la hora del recreo, llevaba una torta de frijoles, de jamón o de huevo, aderezada con rebanadas de tomate, lechuga y rajas de chile jalapeño. También llevaba rodajas de pepino con zumo de limón. Y ahora sí, ya me había puesto el uniforme bien planchado y me iba rumbo al plantel escolar a cumplir con mis obligaciones educativas.

    Al regresar a mi casa iba a comprar el pan, pues llegaba a comer una cena ligera; un vaso con leche o un té con leche y una pieza de pan dulce, después barría el patio y enseguida me ponía a hacer mi tarea escolar. Luego, una vez a la semana, mis hermanos, mis amigos y yo nos íbamos a la casa de Don Trini, un viejecito que tenía una televisión en blanco y negro, esa que como antena tenía un gancho de alambre, de esos para colgar ropa, para que tuviera mejor recepción, que para encenderla lo hacía con un desarmador pues la perilla original ya no estaba en el aparato, tal vez se rompió o se perdió. Don Trini nos permitía ver uno o dos programas a cambio de 20 centavos que cada uno le pagábamos. Si yo me había portado bien, mi mamá y mi papá me dejaban ir y me daban los 20 centavos, si no, pues simplemente no me autorizaban salir.

    Pero qué divertidas nos dábamos, qué películas como aquellas de Santo, el enmascarado de plata, qué programas tan amenos; veíamos Combate, El Teatro Fantástico con Cachirulo, Las aventuras de Viruta y Capulina y muchos otros, a cual más divertidos.

    En mi casa y en la de muchos niños de esa época privaba el buen comportamiento y la disciplina, los deberes más importantes que yo tenía que cumplir eran; respetar a nuestros padres, así como a mis abuelitos y a mis hermanos, lograr buenas calificaciones estudiando y haciendo bien mis tareas, cuidar que mi uniforme no se viera sucio o arrugado y mis zapatos bien lustrados. Claro, no les voy a mentir, también influía que me aplicaran la chancla voladora en caso que yo fallara.

    Desde luego, a mis amigos y a mí nos encantaba jugar de todo, pero en especial el fútbol, así que para obtener el permiso para que saliéramos a la calle a jugar, nuestro deber era lavar los trastes (platos, vasos, cucharas, etc.) que habíamos utilizado durante la comida. Para entonces nuestros amigos ya habían puesto dos piedras grandes a cada lado de la calle a manera de porterías, así que ese día ya se nos quemaban las habas por salir a jugar y se nos ocurrió hacer trampa; metimos algunos trastes sin lavar debajo del lavadero y después nos fuimos a jugar al fútbol. ¡Órale!, a jugar, a sudar, a meter goles y a divertirnos pateando la pelota. Qué divertido era todo aquello, hacíamos deporte callejero y en nuestra vida había sanidad interior con la que crecíamos día a día.

    ¡Ah!, pero aquel día, cuando escuchamos que mi mamá Quirina nos hablaba por nuestros nombres a mis hermanos y a mí, de una manera no muy cordial, comprendimos que ya habían descubierto la trampa de los trastes y que la chancla voladora iba a entrar en acción. Cuando mi mamá nos dijo que entráramos a la casa lo hicimos corriendo a toda velocidad, todos queríamos evitar que ella alcanzara a quitarse la chancla pero mientras luchaba por arrancársela y brincaba sobre un solo pie, mi madre jaló con fuerza la chancla hasta que el broche frontal en forma de botón se rompió y por fin logró quitársela. Y como todos nos reímos al ver aquello tan lleno de comicidad, mi mamá llena de enojo y cojeando por la falta de esa sandalia, nos persiguió dentro de la casa. ¡Ah!, qué cosas nos pasaban. Claro, a mis padres no les gustaba que les

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