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Rostros y personajes de las ciencias penales
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Rostros y personajes de las ciencias penales
Libro electrónico676 páginas9 horas

Rostros y personajes de las ciencias penales

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Marco Tulio Cicerón - Ambroise Paré - Edward Coke -Thomas Hobbes - Montesquieu -Cesare Beccaria - Jeremy Bentham - Elizabeth Fry - Manuel Montesinos y Molina -Francesco Carrara - Rudolf von Ihering - Concepción Arenal - Cesare Lombroso - Hans Gross Eliseo - Franz von Liszt - Raffaele Garofalo - Alphonse Bertillon - Enrico Ferri - Clarence Darrow -
IdiomaEspañol
EditorialINACIPE
Fecha de lanzamiento1 sept 2021
ISBN9786075600673
Rostros y personajes de las ciencias penales
Autor

Gerardo Laveaga

Nació en la Ciudad de México. Es abogado por la Escuela Libre de Derecho y obtuvo un doctorado en la UNAM. Es profesor de Derecho Constitucional en el ITAM y, entre sus libros, destacan La cultura de la legalidad (1998) y Hombres de Gobierno (2008). Ha sido acreedor a algunas distinciones, como el Premio Nacional de Periodismo “José Pagés Llergo“ (2006) y la Orden del Mérito, otorgada por el Gobierno de Francia (2012). Ha ocupado diversos cargos públicos. Entre ellos, la presidencia del Instituto Nacional de Acceso a la Información (INAI). Actualmente, es Director del Instituto Nacional de Ciencias Penales (INACIPE).

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    Rostros y personajes de las ciencias penales - Gerardo Laveaga

    cover-rostros.pngGerardo

    Gerardo Laveaga

    Nació en la Ciudad de México. Es abogado por la Escuela Libre de Derecho y obtuvo un doctorado en la unam. Es profesor de Derecho Constitucional en el

    itam

    y, entre sus libros, destacan La cultura de la legalidad (1998) y Hombres de Gobierno (2008).

    Ha sido acreedor a algunas distinciones, como el Premio Nacional de Periodismo José Pagés Llergo (2006) y la Orden del Mérito, otorgada por el Gobierno de Francia (2012). Ha ocupado diversos cargos públicos. Entre ellos, la presidencia del Instituto Nacional de Acceso a la Información (

    inai

    ). Actualmente, es Director del Instituto Nacional de Ciencias Penales (

    inacipe

    ).

    Rostros y personajes de las ciencias penales

    DIRECTORIO

    Alejandro Gertz Manero

    Fiscal General de la República

    y Presidente de la H. Junta de Gobierno del

    inacipe

    Gerardo Laveaga

    Director General del

    Instituto Nacional de Ciencias Penales

    inacipe

    Rafael Ruiz Mena

    Secretario General Académico

    Gabriela Alejandra Rosales Hernández

    Secretaria General de Extensión

    Alejandra Silva Carreras

    Directora de Publicaciones y Biblioteca

    Portadilla

    Rostros y personajes de las ciencias penales

    © Gerardo Laveaga (coordinador)

    © Instituto Nacional de Ciencias Penales (inacipe)

    Instituto Nacional de Ciencias Penales,

    Magisterio Nacional núm. 113, Col. Tlalpan,

    Alcaldía Tlalpan, C.P. 14000,

    Ciudad de México.

    Primera edición, 2003

    Segunda edición, 2006

    Tercera edición, 2020

    ISBN: 978-607-560-067-3

    Aviso legal inacipe

    Se prohíbe la reproducción parcial o total, sin importar el medio, de cualquier capítulo o información de esta obra, sin previa y expresa autorización del Instituto Nacional de Ciencias Penales, titular de todos los derechos.

    Esta obra es producto del esfuerzo de investigadores, profesores y especialistas en la materia, cuyos textos están dirigidos a estudiantes, expertos y público en general. Considere que fotocopiarla es una falta de respeto a los participantes en la misma y una violación a sus derechos.

    Las opiniones expresadas en esta obra son responsabilidad exclusiva del autor y no necesariamente reflejan la postura del Instituto Nacional de Ciencias Penales.

    Invitación a la lectura

    Hace unos 4 mil años, entre los antiguos babilonios, era frecuente recurrir a las ordalías , juicios de dios, que pretendían determinar si una persona era culpable o no del delito que se le imputaba.

    En alguna de sus modalidades, las ordalías consistían en sumergir a una persona en el agua de un río durante un tiempo determinado. Si al cabo de éste no se ahogaba, había que entender que la deidad fluvial lo había hallado inocente. Si, por el contrario, la persona no resistía la prueba, su responsabilidad se volvía evidente.

    Algunos abogados contemporáneos se burlan de estos juicios. Sólo medían la capacidad pulmonar de la persona, aducen. Celebran, en cambio, los métodos modernos. Pero, ¿de veras son tan eficaces los métodos modernos?

    El polígrafo, por ejemplo, no revela si una persona miente o no. Apenas mide su capacidad para controlar sus reacciones. Aquellos psicópatas, que presentan una desconexión entre amígdala y corteza prefrontal, pueden declarar lo que se les antoje sin que su corazón lata con mayor rapidez. Una persona timorata, en cambio, sufriría una taquicardia por el sólo hecho de verse conectada a un detector de la verdad.

    El debido proceso, por su parte —con sus innegables ventajas en materia de Derechos Humanos— establece las reglas del juego y, a menudo, basta con que éstas se cumplan para concluir que se hizo justicia. Si el inocente va a prisión o el culpable queda libre tras cumplir con estas reglas, ese ya es otro tema. Así, lo que acaba evaluándose, a menudo, son los malabarismos verbales y la destreza del fiscal, al acusar, o la del abogado postulante al defender.

    Afortunadamente, las ciencias penales están cambiando. Los nuevos conocimientos —la huella genética a la cabeza— permiten descubrir qué ocurrió, cómo y cuándo. Los casos exitosos en que se identifica el ADN en sangre o semen de un inculpado son cada vez más frecuentes. Pero si las técnicas criminalísticas han evolucionado, también lo han ido haciendo conceptos como justicia y castigo. Nuevas y audaces políticas públicas nos hacen concebir crecientes esperanzas en el sistema de justicia penal.

    De aquí que parezca relevante conocer la historia de las ciencias penales a través de las mujeres y los hombres que las han ido desarrollando. No lean historia, recomendaba Benjamín Disraeli: lean biografías. Académicos, jueces, fiscales, postulantes y políticos fueron los que, al fin y al cabo, construyeron los sistemas que hoy nos parecen normales. Someter a juicio a quien cometió un delito, por ejemplo. Esto no siempre fue así.

    Algunas disposiciones que hoy conforman nuestro marco constitucional y legal se antojarán ridículas para las próximas generaciones. Encerrar en una celda a un delincuente, por citar una. Si se trata de un defraudador ¿no sería mejor obligarle a reparar el daño causado y exigirle un trabajo en beneficio de la comunidad? Si hablamos de un homicida múltiple, por creer que actuaba bajo su libre albedrío ¿no sería mejor atender sus alteraciones neuronales y considerar la posibilidad de apoyarlo médicamente? Como lo he afirmado en otras ocasiones, creo que, cuando mis nietos tengan la edad que hoy tengo, el delito violento será un tema de salud pública.

    Consciente de esto, invité a algunos académicos a escribir los perfiles de aquellos protagonistas de las ciencias penales que más se identificaran con ellos. La respuesta es la que el lector tiene ante su vista: textos en que algunos destacados protagonistas de las ciencias penales hablan de los maestros de cuya obra abrevaron: Ambrosio Paré, Cesare Beccaria, Concepción Arenal, Cesare Lombroso, Franz Von Liszt, Enrico Ferri, Hanz Welzel y Alec Jeffreys, entre otros.

    Aunque estos protagonistas fueron muy diferentes entre sí —algunos idealistas y otros pragmáticos, unos metódicos, casi obsesivos, y otros geniales—, sus críticas y propuestas se convirtieron en puntos de referencia para descifrar los alcances y límites del Derecho penal, la criminología, la criminalística, la filosofía, la sociología, la victimología, la neurociencia y todas aquellas disciplinas que se encaminan a explicar y dar vida a la pena, ultima ratio a la que un gobierno echa mano para mantener orden y cohesión social.

    En cuanto a los autores, pertenecen a generaciones distintas y echan mano de estilos muy diferentes entre sí. Algunos disfrutan la especulación teórica y se interesan por la dogmática; otros dan prioridad a los resultados. Algunos son académicos de pura cepa en tanto que otros han tenido la oportunidad de pelear en el ruedo o diseñar políticas públicas. Sus enfoques también varían. Mientras hay quienes describen la vida del personaje, otros prefieren analizar su obra. Todos, eso sí, consideran que las ciencias penales deben contribuir al desarrollo político, económico y social de las naciones y que poseen un carácter dinámico. Por ello, deben ponerse al día de manera continua.

    La primer edición de Rostros y personajes de las ciencias penales se publicó en 2003. Luego vino otra, en 2006. Ahora, con nuevos participante y nuevos perfiles, la tercera. De entonces a la fecha, cuatro autores —Manuel Borjón, Álvaro Bunster, Rafael Márquez Piñero y Antonio Sánchez Galindo— han fallecido.

    Habría que decir, finalmente, que la edición de este libro fue posible gracias al respaldo de la Academia Mexicana de Ciencias Penales, institución que reúne a algunos de las mejores mentes del país en sus respectivos campos.

    La relación entre el inacipe y la Academia ha sido siempre afortunada. Este Centro Público de Investigación debe mucho a la Academia que, en 2020, cumplió 80 años de existencia. Hay que desearle larga vida y que siga siendo tan crítica y propositiva como lo ha sido. En un Estado Democrático de Derecho, su voz es cada día más necesaria.

    Gerardo Laveaga

    Director del Instituto Nacional

    de Ciencias Penales

    El vivir bien y dichosamente no es otra cosa

    que el vivir honesta y rectamente.

    Cicerón¹

    Marco Tulio Cicerón (106-43 a.n.e.) nació en Arpino y murió en Formia, ambas provincias romanas. Su biografía es la del niño nacido en el seno de una familia ecuestre que se convirtió en uno de los personajes más influyentes de la historia, cultura y tradición occidental. ² Como todos, fue un ser humano de contrastes: lo mismo aceptaba la esclavitud, que promovía la libertad republicana contra las dictaduras. Debido a la forma en que condujo su existencia, sus biógrafos coinciden en atribuirle las artes de orador, escritor, político y filósofo, así como las de jurisconsulto y litigante en el foro; lo conceptúan un abogado implacable.

    Desde el principio de su formación intelectual, estudió filosofía griega y la impulsó vigorosamente en Roma. Inscrito en la corriente del estoicismo —cuyo principal postulado propone que la virtud es en sí misma autosuficiente para una vida feliz—, admiró, tradujo e incluso imitó a Platón y a Aristóteles. La reflexión sobre los asuntos más trascendentales de las cosas y de la vida misma fue una actividad que lo acompañó siempre. Su pensamiento filosófico más acabado se desarrolló en los últimos años de vida. Este estuvo invadido por un desánimo profundo que se debió a las derrotas de los pompeyanos y la consecuente capitulación de republicanismo, así como la muerte de su hija Tulia. Su pensamiento filosófico —cuyo análisis escapa de los objetivos de esta colaboración— tiene una influencia definitiva en la ciencia latina, como reconoce la generalidad de los filósofos subsecuentes.

    Para provecho nuestro, y muy probablemente debido a la influencia de su padre —dedicado a la literatura—, fue un escritor profuso y prolijo. Dejó escritas gran cantidad de lecciones que recibió o leyó de quienes consideraba sus maestros o que fueron resultado de sus propias reflexiones. Publicó la inmensa mayoría de sus discursos y cartas. Con ello estableció una escuela oratoria que sigue siendo modelo de composición y de expresión argumentativa en las generaciones actuales. "Todo lo escribió y publicó. Si lo hizo por mera egolatría o no, es tema aparte. La verdad es que todos los que nos acercamos a él, hemos recibido algún beneficio de sus enseñanzas".³

    Además de los múltiples escritos, discursos y cartas, entre sus obras sobre retórica destacan sus libros: De la invención retórica, Acerca del orador, Bruto: de los oradores ilustres, El orador perfecto, Del género óptimo de los oradores y De la partición oratoria. Entre sus tratados filosóficos sobresalen: Sobre el deber, Sobre la naturaleza de los dioses, Sobre la vejez, Sobre la amistad, Paradojas de los estoicos y Disputaciones tusculanas. En cambio, sus libros: De las leyes, De la república y Tópicos son, sobre todo, de carácter político y jurídico. Claro está que resultaría en vano limitar las obras escritas de Cicerón a materias específicas; como escritor combinó sus distintos conocimientos en la composición de sus textos.

    Partidario elocuente del republicanismo y simpatizante invariable de Pompeyo, realizó una exitosa carrera política merced a la cual logró elevadas distinciones y los cargos públicos más significativos a los que podía aspirar: edil, pretor, cónsul de Roma y senador. Tuvo sus altas y sus bajas, pero aún en los momentos más aciagos mantuvo firmes sus ideales libertarios. En el último tramo de su vida y tras regresar de una pausa que dedicó a la producción filosófica, estando más deseoso que nunca de ver la restauración de la República, apoyó a Octavio y más tarde al emperador Augusto en sus luchas contra Marco Antonio. A pesar de todo, Octavio y Marco Antonio se reconciliaron y Cicerón fue decapitado como enemigo del Estado.

    Cómo habrá influido en la vida política de Roma a través de la palabra que, tras su ejecución, Fulvia, esposa de Marco Antonio, cogió la cabeza de Cicerón y, escupiéndole furiosamente, le arrancó la lengua y la atravesó con las horquillas que llevaba en el cabello.

    La ambición política de Cicerón y la mala fortuna le costó el desprecio político y la vida misma; pero ello no le restó importancia a su persona y obras. Otro hubiera sido su destino ante la derrota de Marco Antonio; pero la historia da unas por otras. El mismo Marco Tulio pareciera haber escrito su epitafio: la muerte es terrible para aquellos con cuya vida todo se extingue, no para aquellos cuya gloria no puede morir.

    Marco Tulio Cicerón ha influido al mundo occidental por más de 2 mil años; es bien conocido como filósofo, escritor y político, pero su legado en el mundo del derecho y de la abogacía también es digno de análisis. Hay una faceta apasionante del abogado Cicerón, del más brillante y exitoso litigante en el foro romano del que la historia latina haya dado cuenta jamás, estudiado e imitado por generaciones de abogados en todo el mundo.

    I

    Cicerón aprendió derecho desde muy joven. Debido a su adhesión a las doctrinas estoicas sobre la ley natural, insistió en la primacía de las normas morales sobre las leyes gubernamentales y propugnó que el gobierno está obligado a proteger la vida humana y la propiedad privada. Era devoto de la Constitución de Roma y de la Ley de las Doce Tablas. En De las leyes habló sobre la ley suprema que ha existido eternamente, antes de cualquier ley escrita o Estado establecido. También se refirió a la ley de la naturaleza como fuente del derecho humano. Más aun, en La Republica escribió que la verdadera ley es universal, inmutable y eterna. También refirió que hay un supremo gobernante, Dios, quien es el autor de esta ley. Cabe considerar que las ideas estoicas sobre la ley moral influyeron en los juristas romanos de los siglos ii y iii y, por lo tanto, ayudaron a dar forma a las grandes estructuras de la ley romana que se extendieron a la civilización occidental. En ese sentido, sin lugar a duda los escritos de Marco Tulio sirvieron de referente.

    Así y todo, no puede decirse que Cicerón haya sido creador de derecho o de postreras instituciones jurídicas novedosas. Tales tampoco fueron sus pretensiones. Cabe recordar que en la época de Cicerón, los juristas romanos se dividían en dos clases principales: los jurisconsultos y los abogados. Los primeros eran los científicos del derecho romano y de vez en cuando fungían como asesores de magistrados, abogados y particulares y solo aparecían ocasionalmente en los juicios. Normalmente, se mantenían alejados de la política y en realidad fueron los hacedores de la jurisprudencia romana. Los abogados, en cambio, también conocidos como oratores o patronus, como Marco Tulio, eran los litigantes reales, los que representaban la causa de otro en el foro a través de la oratoria. Claro que tenían que conocer el derecho aplicable, como era el caso de Cicerón; y mientras más, mejor, o apoyarse en juristas, pero no eran los científicos de la ley. El propio Marco Tulio no se consideraba a sí mismo un jurisconsulto.

    Lo que sí es un hecho documentado considerablemente es que promovió la práctica del derecho como ninguno otro de sus contemporáneos, no solo por su ejercicio cotidiano a través de la oratoria, con la que defendía vigorosamente las causas de la justicia que emprendía, sino también por convicción. En una carta dirigida a Trebacio, con la que le envió el manuscrito de sus Tópicos, le escribió que:

    ninguna arte puede ser percibida por las letras sin intérprete y sin algún ejercicio… ¿acaso el derecho civil vuestro puede conocerse de libros? Éstos, aunque hay muchos, sin embargo, desean profesor y luz…cuando se [te] proponga una cuestión, lo conseguirás con ejercicio.

    Tampoco es que negara la necesidad de conocer el derecho, pero en todo caso proponía un saber popular: el derecho civil es la equidad constituida para que aquellos que son de la misma ciudad, retengan sus cosas; empero, útil es el conocimiento de esa equidad; útil, por consiguiente, es la ciencia [el conocimiento] del derecho civil.⁷ Tenía razón. ¿Qué sería de la sapiencia del derecho sin su realización práctica? Solo prosa vana e inútil. Qué mejor forma de recordárnoslo, que las palabras de Alan M. Dershowitz:

    lo cierto es que un graduado con honores y egresado de una de las más selectas escuelas de derecho puede emprender el ejercicio de la profesión sin tener la más mínima noción de lo que se requiere para triunfar como abogado".

    La sola teoría no basta, pareciera decirnos Marco Tulio.

    Cicerón ejerció la oratoria jurídica con gran dominio y superioridad. En el año 70 a.n.e., aceptó defender a los sicilianos oprimidos por C. Verres quien, en el ejercicio de su consulado en Sicilia, los explotó y humilló irracionalmente. Marco Tulio denunció a Verres y, debido a la fuerza de sus argumentos, recogidos en sus famosas Verrinas, logró la condena del acusado a pesar de que su defensa estaba encomendada a Hortensio Ortalo —el más célebre orador del momento—, lo cual acrecentó su popularidad y prestigio como abogado.⁹ Las Verrinas elevaron a Cicerón al primer puesto entre los oradores latinos; fue entonces que alguien le habría dicho: Demóstenes te ha impedido ser el primer orador, pero tú le impediste ser el único.¹⁰

    Son famosas, además, entre muchas otras piezas, su defensa a Licinio Murena para que conservara sus derechos de cónsul y de ciudadano y la forma en que logró la simpatía de los acusadores:

    pero como yo, al cumplir el deber que tengo con L. Murena he incurrido en la censura de sus acusadores, que me recriminan por salir a su defensa, debo por necesidad, antes de hablar en su favor, de hablar algunos momentos de mí mismo; no porque en tal ocasión dé yo más importancia a mi justificación que a salvar a mi cliente del riesgo que le amenaza, sino porque necesito que aprobéis ante todo mi conducta para rechazar con más autoridad los cargos que sus enemigos dirigen a su honor y a su buen nombre.¹¹

    Qué decir de sus cuatro Catilinarias, de gran poder emotivo, pronunciadas ante el senado cuando en su condición de cónsul descubrió y desbarató un intento revolucionario encabezado por Lucio Sergio Catilina que tenía como objetivo final la subversión total de las estructuras del Estado romano e incluso la destrucción de Roma y el asesinato de los ciudadanos más representativos del partido aristocrático: márchate, pues, Catilina, para bien de la república, para desdicha y perdición tuya y de cuantos son tus cómplices en toda clase de maldades y en el parricidio.¹² O de sus célebres catorce Filípicas o Antonianas,¹³ que al final le costaron la vida, con las que buscó detener los intentos hegemónicos de Marco Antonio y promover la restauración del régimen republicano:

    y tú, el más estúpido de los mortales, ¿no conoces que si fuera un crimen, del cual me acusas, el desear la muerte de Cesare, también lo sería haberse alegrado de ella? ¿Qué diferencia hay entre el que aconseja una acción y el que la aplaude? ¿No es igual que haya deseado su muerte o que me haya alegrado de ella? ¿Había alguien, fuera de ti y de los interesados en que Cesare reinase, que no quisiera su muerte, o una vez hecha, la desaprobase? Luego todos fueron culpables, porque todos los buenos en cuanto estuvo de su parte mataron a Cesare. Faltóles a unos los medios, el valor a otros, la ocasión a muchos; la voluntad, a ninguno.¹⁴

    Marco Tulio encontró en la abogacía un sentido de vida, del que se ocupó tenazmente una auténtica vocación. Así lo muestra, por ejemplo, un fragmento escrito a Bruto, en la última etapa de su vida, antes de participar en el intento de restauración del republicanismo que le costó la vida:

    habiéndome liberado por fin, si no por completo, al menos en gran parte, de las fatigas de la abogacía y de mis deberes de senador, he regresado, Bruto, atendiendo a tus insistentes exhortaciones, a estos estudios [filosóficos] que, postergados por las circunstancias pero siempre presentes en mi ánimo, he vuelto a reemprender ahora, después de haberlos interrumpido durante un largo periodo de tiempo.¹⁵

    Es un hecho que había dedicado buena parte de su vida a las defensionum laboribus, como él mismo decía; a los discursos de acusación o de defensa que además tuvo a bien legar por su escritura. Por ello, es exacto decir que, si bien Cicerón es una figura referente cuando se habla de los grandes filósofos, escritores y políticos romanos, no menos lo es que también cuando se trata de los más potentes e importantes abogados latinos, en la precisa significación de la palabra abogado: litigante.

    Pero ¿es la vida y obra del abogado Cicerón vigente en nuestros días?, ¿influye en el derecho procesal mexicano del siglo xxi?

    II

    Se puede traducir el legado de Cicerón en el México de hoy a través de las técnicas oratorias que propuso en sus textos y que son aplicables en los procesos judiciales que, cada vez en mayor cantidad, establecen el método oral en la exposición, argumentación, contradicción y resolución de conflictos, especialmente, los penales. Claro está que no se trata de una oratoria vacua, superficial, meramente emocional, sino de una dotada de argumentación jurídica persuasiva, como la que practicó con maestría Marco Tulio y dejó establecida en De la partición oratoria, Acerca del orador y La invención de la retórica, entre otras de sus obras, y que grosso modo —pues resultaría imposible en esta oportunidad analizar con la debida amplitud la oratoria ciceroniana—, podría resumirse en la forma siguiente:

    El discurso forense descansa en tres elementos: (i) la fuerza misma del orador: voz, movimiento, rostro, dominio del lenguaje, ademanes y conocimiento del tipo de oyente; (ii) en lo que propiamente expresa: narración, confirmación, ritmo o deleite; y (iii) en la búsqueda: preparación y documentación. Así, el esquema del discurso comprende los momentos de exordio, narración, división, confirmación, refutación, y peroración.

    El discurso cambia cuando se trata de acusador o acusado. En el primer caso, se debe seguir un orden cronológico en la exposición de los hechos, una argumentación individual, la confirmación con apoyo en normas y pruebas, así como incitar los ánimos del tribunal en contra del acusado. En cambio, este debe ante todo buscar, con su oratoria, la simpatía, inclinación o benevolencia del tribunal y diluir los fundamentos en contra, y

    En cualquier caso, las palabras deben convencer, persuadir, a través de deducciones derivadas de las cosas, del conocimiento (pruebas) y de las propias deducciones (juicios lógicos).

    Si consideramos los principios y derechos que se aplican en el procedimiento penal acusatorio, por tomar un ejemplo, se verá la necesidad de seguir las técnicas oratorias propuestas por Cicerón: el Ministerio Público es un órgano técnico que debe operar bajo los principios de profesionalismo y la defensa debe descansar en un aspecto formal —ejercerse por abogado— y uno material —ejercerse con conocimiento técnico debido—, bajo pena de destitución. Aquí la búsqueda. Las partes deben descubrir sus argumentos y pruebas, en garantía de la preparación y documentación del debate. En la imputación, así como en la audiencia intermedia, los alegatos de apertura y los de clausura, el litigante deberá expresar la teoría del caso compuesta por un apartado fáctico (narración), un apartado jurídico y uno probatorio (confirmación). La prueba del hecho típico y de la culpabilidad del acusado corresponde al órgano de la acusación (persuasión) y, de no encontrarse acreditada más allá de toda duda razonable o en caso de duda o prueba de alguna causa de exclusión del delito, deberá absolverse al acusado (benevolencia). En fin, en cualquier intervención de los litigantes, necesariamente oral, deberá exponerse la cuestión en términos tales que logren convencer al tribunal de otorgar lo que se le solicita, así se trate de cuestiones menores, como de la propia sentencia. La oralidad es mucho más que prescindir del argumento por escrito.

    Es así como la estructura oratoria de Marco Tulio Cicerón lo ha convertido en un autor esencial en el estudio y práctica de la retórica latina aplicada a los procesos jurisdiccionales.¹⁶ Y aunque es verdad que la adecuada resolución de los conflictos no depende exclusivamente de la oratoria forense, también es innegable que mucho del éxito en los juicios orales está subordinado a lo apropiado o erróneo de la técnica oratoria que se aplique. Por ello, seguir las enseñanzas de Cicerón en el campo de la argumentación forense en el México de nuestros días constituye un buen principio en favor del profesionalismo, eficiencia y eficacia de los operadores jurídicos en los procesos orales de cualquier materia.

    En definitiva, el legado de Marco Tulio Cicerón, el Más Grande Abogado,¹⁷ se nota más vigente hoy que nunca, por lo que sería oportuno popularizar sus textos y contrastarlos a la luz de la postmodernidad del siglo xxi. Su vida y obra siguen —y seguirán— siendo admiradas, estudiadas y aplicadas durante muchas generaciones de abogados por venir.

    1 Las paradojas de los estoicos, Bibliotheca Scriptorvm Graecorvm et Romanorvm Mexicana, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2000,

    p. 7.

    2 El propósito de esta breve participación no es analizar el pensamiento filosófico o la vida política de Cicerón, sino subrayar su importancia como abogado (y orador, dado que en su época el derecho se ejercía por la palabra hablada).

    3 Reyes Coria, Blumaro. Estudio introductorio en Cicerón, Tópicos, Bibliotheca Scriptorvm Graecorvm et Romanorvm Mexicana, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2006, p. IX.

    4 Las paradojas de los estoicos. Op. cit., p. 9.

    5 Levy, Harry L. Cicero the Lawyer as Seen in His Correspondence en The Classical World, vol. 52, no. 5, pp. 147-154. JSTOR, Johns Hopkins University Press, Baltimore, Maryland,

    usa

    , 1959, recuperado de www.jstor.org/stable/4344138 el 26 de abril de 2020.

    6 Reyes Coria, Blumaro, Op. cit., p. XIV.

    7 Tópicos. Bibliotheca Scriptorvm Graecorvm et Romanorvm Mexicana, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2006, p. 3.

    8 Prefacio en Lee Bailey, F. Como se ganan los juicios. Noriega editores, México, 1992, p. 10.

    9 Ruiza, M., Fernández, T. y Tamaro, E. Biografía de Marco Tulio Cicerón en Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea. Barcelona, España, 2004. Recuperado de https://www.biografiasyvidas.com/biografia/c/ciceron.htm, recuperado el 24 de abril de 2020.

    10 Peñalosa, Joaquín Antonio. Estudio introductorio en Cicerón, Los oficios o los deberes, de la vejez, de la amistad. Editorial Porrúa colección Sepan Cuantos, número 230, México, 2006, p. VII.

    11 Marco Tulio Cicerón, Fragmentos de los discursos, disponible en https://www.imperivm.org/cont/textos/txt/ciceron_discursos-fragmentos.html, recuperado el 28 de abril de 2020.

    12 http://bibliotecadigital.tamaulipas.gob.mx/archivos/descargas/31000000278.PDF, recuperado el 28 de abril de 2020.

    13 Filípicas es una imitación del nombre de los discursos pronunciados por Demóstenes contra Filipo II de Macedonia por sus intentos expansionistas sobre Grecia. Siguiendo la lógica a partir de la que se denominan Catilinarias sus discursos contra Catilina, las Filípicas de Cicerón, pronunciadas contra Marco Antonio, se conocen también, aunque con menor divulgación, como Antonianas.

    14 Segunda Filípica, escrita pero no pronunciada. Extracto recuperado el 25 de abril de 2020 de la referencia en Internet consultable en http://www.edu.xunta.gal/centros/iesvalminor/?q=system/files/Filipicas-4%C2%BAeso.pdf

    15 Disputaciones Tusculanas, libro I. Biblioteca Clásica Gredos, editorial Gredos, Madrid, España, 2005, p. 103.

    16 Dehesa Dávila, Gerardo. Introducción a la retórica y la argumentación. Suprema Corte de Justicia de la Nación, México, 2004, p. 52.

    17 Caldwell, Taylor. La columna de hierro. Editorial Océano, México, 1989. Prefacio.

    La historia presenta coincidencias providenciales. En el siglo xvi aparecen Ambroise Paré, el hombre del bisturí mágico, también conocido como el príncipe de los cirujanos, y Pierre Ronsard, el eximio poeta. El primero se ocupó de curar las heridas del cuerpo; el segundo, las del alma. El tiempo los hizo contemporáneos; la historia, amigos; la vida los igualó en gloria y sufrimientos.

    Ambroise Paré, considerado el padre de la medicina forense, así como uno de los principales precursores de la cirugía moderna, nació en 1509 en Burghersent, cerca de Laval, en el Distrito de Main, Francia, y murió en París, el 20 de diciembre de 1590, satisfecho de haber cumplido con la misión de su destino, pues su arte quirúrgico siempre estuvo al servicio de la piedad. Cuando curaba las heridas, nunca presumía su destreza. Si el herido se salvaba, su fórmula era siempre la misma: Je le pasay et Dieu le guarist (yo lo vendé y Dios lo curó). Con cierta frecuencia recomendaba a los cirujanos de su tiempo: tendréis que dar cuenta a Dios, no a los antiguos, de vuestra humanidad y vuestra pericia.

    Escritor fecundo y sustancioso, en el prólogo a sus obras completas, el cirujano más famoso de aquel tiempo dejó plasmados sus sentimientos en los siguientes términos:

    El hombre no ha nacido para él solamente, ni para su solo provecho. La naturaleza le ha dado un instinto y una inclinación natural para amar a sus semejantes, y en amando, tratar de socorrerlos en sus desgracias; de tal manera que de esta mutua afección ha venido esta ley no escrita, pero grabada en nuestros corazones: sed con los otros como quisiéramos que fueran con nosotros […] De tal suerte que si alguno no es de esta opinión, merece ser nombrado entre las bestias y no entre los hombres que tienen uso de razón […] Por eso he sido reconocido por encima de los de mi vocación y respetado por aquellos que no me conocían, visto que siempre he tenido esta caridad grabada en mi alma y que la felicidad de mi hermano y de mi prójimo me han sido agradables y que en todas mis acciones me he esforzado en servir a mis semejantes y testimoniar a cada uno lo que yo soy, lo que yo sé cómo lo entiendo, dónde lo he aprendido y en qué forma lo he practicado…

    Paré, hijo de barbero y, por tanto, de origen humilde, no sabía nada de griego ni de latín, solamente de cuchilla y bacía. Fatigado de rasurar barbas y extraer dientes en su país natal, se fue a París y entró como Barbier-chururgien en el Hôtel-Dieu, donde adquirió vasta experiencia.

    En su obra, publicada en 1545, introduce varios recursos terapéuticos, sobre todo, en lo referente a la atención de las heridas producidas por disparo de arma de fuego, en las que aplicaba, en lugar de aceite hirviendo en saúco, un emplasto de yema de huevo, aceite de rosas y trementina, procedimiento que descubrió al azar, después de la batalla del Pas de Susa (1536), cuando ya no disponía de aceite de saúco para curar las heridas de los soldados. Adonc je me déliberai de ne jamais plus brúler ainsi cruellemnt les pauvres blessés d’arquebusades (Fue entonces cuando decide que nunca jamás quemaría tan cruelmente a los pobres heridos de arcabuz).

    Otro recurso terapéutico ideado por él para cohibir las hemorragias, fue ligar los vasos con hilo fino, en lugar de cauterizarlos con hierro candente. Al respecto siglos después escribió el cirujano J. L. Fauré: He ahí cómo por este hilo delicado puesto sobre un vaso, se entra en la eternidad de la historia. Asimismo, señaló que las amputaciones debían efectuarse con vistas a la utilización de prótesis.

    Pierre Ronsard, su contemporáneo y amigo, le dedicó el siguiente soneto como homenaje a su labor científica y humanitaria, que Paré colocó al inicio de sus obras, publicadas en 1575.

    Á Ambroise Paré

    Tout cela que peut faire en quarante ans d’espace

    Le labeur, l’artifice, et le docte savoir;

    Tout cela que la main, l’usage et le devoir

    La raison et l’esprit commandent que l’on fasse;

    Tu le peux voir, Lecteur, comprins en peu de place, En ce livre qu’on doit pour divin recevoir

    Car c’est imiter Dieu, que guérir et pouvoir

    Soulager les malheurs de notre humaine race,

    Si jadis Apollon, pour aider aux mortels,

    Receut en divers lieux et temples et autels,

    Notre France devroit (si la maligne envie

    Ne lui silloit les yeux) célébrer tant bon-heur;

    Poéte et voisin, j‘aurois ma part en ton honneur.

    D’autant que ton laval est prés de ma patrie.

    Ronsard

    A Ambroise Paré

    Todo aquello que se puede hacer en

    Cuarenta años de espacio

    El trabajo, el artificio y el docto saber;

    Todo aquello que la mano, el uso y el deber

    La razón y el espíritu ordenen que se haga;

    Tú lo puedes ver, Lector, comprendido en

    Poco espacio,

    En este libro que por divino se debe recibir

    Pues es imitar a Dios, curar y poder

    Aliviar las desgracias de nuestra raza

    humana

    Si antiguamente Apolo, para ayudar a los mortales,

    Resolvía en diversos lugares y templos y altares,

    Nuestra Francia debería (si la maligna Envidia

    No le hace surco en los ojos) celebrar tanta Felicidad;

    Poeta y vecino, tendré mi parte en tu honor.

    Tanto que tu Laval está cerca de mi patria.

    Ronsard

    Durante los últimos años de su vida, cuando pensaba en el dolor economizado a los pobres y, sobre todo, a los heridos de guerra, o cuando evocaba las innumerables vidas rescatadas de la muerte, una dulce sonrisa de alegría seguramente iluminaba su rostro.

    No hay que olvidar que su modestia hizo de él una de las personalidades más simpáticas y respetadas del mundo médico de todos los tiempos, y que lo distinguió entre sus contemporáneos, modestia nacida de una profunda sencillez, ajena a toda hipocresía. Al igual que Paracelso (1493-1541), autor del volumen Dedicinal Paramirun, escrito en su juventud, creyó siempre que la esencia de la medicina es el amor.

    Paré vivió haciendo el bien al prójimo, y supo reconocer, asimismo, el bien que algunos le habían hecho. Por eso dejó escrito: Tú ves que existen hombres que saben hacer el bien y que existen otros que saben recordar. Que los unos y los otros os sirvan de modelos durante toda la vida.

    Pero no quisiera poner punto final a esta semblanza, sin transcribir un fragmento de la obra Método para tratar las heridas por arma de fuego, traducida al castellano por J. M. López Piñero. Así serán las palabras del propio Ambroise Paré, el mejor homenaje para quien ejerció la medicina con profunda sabiduría y legítimo humanismo:

    Los soldados del castillo (de Villaine), al ver llegar a nuestros hombres con gran furia, hicieron todo lo posible para defenderse, matando o hiriendo a muchos con alabardas, arcabuces y piedras, lo que significó gran trabajo para los cirujanos. Era yo entonces novel y no tenía experiencia en la primera cura de heridas por armas de fuego. Es verdad que había leído en el capítulo octavo del libro primero de Giovanni da Vigo, dedicado a las heridas en general, que las ocasionadas por arma de fuego se envenenan a causa de la pólvora y que en su cura se deben cauterizar con aceite de saúco hirviendo, mezclado con un poco de triaca. Para no equivocarme, antes de emplear dicho aceite y sabiendo que ocasionaría graves dolores a los heridos, quise enterarme de lo que hacían los otros cirujanos en la primera cura, que consistía en aplicar en la herida el aceite lo más caliente posible mediante sondas y sedales, y decidí hacer lo mismo. Sin embargo, acabó terminándose el aceite y me vi obligado a utilizar en su lugar un emplasto de yema de huevo, aceite rosado y trementina. Aquella noche no pude dormir tranquilo, por el temor de encontrar muertos o envenenados a los que no había puesto el aceite. Ello me condujo a levantarme muy temprano para visitarlos y, al contrario de lo que esperaba, vi que a los que había puesto el emplasto tenían poco dolor, sus heridas carecían de inflamaciones e hinchazones y habían descansado relativamente bien durante la noche, mientras que los heridos que había tratado con aceite hirviendo tenían fiebre y fuertes dolores, así como hichazones en el borde de sus heridas. Decidí entonces no volver nunca a quemar con tanta crueldad a los pobres heridos por arma de fuego.

    Estando en Turín, me encontré con un cirujano famoso por curar mejor que los demás las heridas por arma de fuego y procuré hacerme amigo de él, con el fin de conseguir la receta de lo que llamaba su bálsamo, que empleaba para tratarlas. Se resistió a hacerlo pero, tras dos años de obsequios y regalos, me la dio. Consistía en un cocimiento en aceite de lirios de cachorros de perro recién nacidos y de gusanos de tierra, junto con trementina veneciana. Tuve un gran contento y se me alegró el corazón al tener esta receta, porque era parecida a la que yo había obtenido por casualidad.

    Ésta es la forma en la que aprendí, y no en los libros, a curar las heridas por arma de fuego.

    ¿Qué impulsó a Edward Coke (1552-1634) a lo largo de su vida? ¿La neurosis? ¿La amargura? ¿La acritud de su carácter? Todo cuanto hizo estuvo motivado por una suerte de rabia contra algo, contra alguien… De ser un acérrimo defensor de las prerrogativas reales —como fiscal persiguió a cuantos pusieron en tela de juicio el poder monárquico—, se convirtió en centinela del derecho e hizo cuanto estuvo en sus manos para que ni siquiera el rey estuviera por encima de este.

    Apoyado en sus vastos conocimientos jurídicos, enfrentó a cuanto grupo o individuo pretendía concesiones al margen de la ley. Fue un abogado inmensamente hábil, escribió Antonia Fraser, y, al mismo tiempo, despiadado e inescrupuloso. Su inteligencia quedó probada desde que era estudiante. Como juez, solía llevar una libreta donde anotaba sus observaciones en cada proceso en que le tocaba participar. Dotado de una imaginación envidiable, adaptó las formas medievales del Common Law a su tiempo y a sus convicciones.

    Su temperamento bilioso no le impidió contraer matrimonio en dos ocasiones, ambas con mujeres ricas. Tuvo con ellas diez hijos. Su segunda esposa era hermana del influyente Lord Burghley, lo que le franqueó las puertas del gobierno. Fue designado solicitor general y, más tarde, speaker de la Cámara de los Comunes. Isabel I lo nombró procurador general de Inglaterra. En el cargo, Coke actuó con rigor. Exigió la pena de muerte para el conde de Essex cuando este, después de un pretendido amorío con la reina, conspiró contra ella; logró que los jesuitas fueran expulsados del país por poner en peligro la seguridad nacional y persiguió a Walter Raleigh sin descanso.

    En vista de su eficiencia, Jacobo I, sucesor de Isabel, lo nombró chief justice de la Common Pleas Court. Al principio, el monarca quedó complacido, pues Coke le ayudó a encarcelar y ejecutar a los católicos que pretendían eliminarlo. En el episodio que se conoce en la historia inglesa como la conspiración de la pólvora, Coke demostró que un grupo de católicos había pretendido provocar una explosión para hacer volar al rey y al parlamento y logró que se les condenara a muerte. Su actuación ante los tribunales no solo justificó la persecución que se desencadenó contra quienes no apoyaban a los Estuardo, sino que dio el golpe de gracia a sus aspiraciones de restaurar el catolicismo en Inglaterra. Pero, de repente, Coke se mostró contrario a los valores que había defendido.

    Fue como si hubiera descubierto, inopinadamente, que el poder del monarca provenía de las leyes y que nadie podía estar por encima de ellas. Cuando el rey intentó convertir el adulterio en delito, Coke le hizo frente: el monarca no podía cambiar a su gusto el Common Law. Esto incrementó su prestigio en la comunidad

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