Dramas judiciales
El Delito
Existen diferentes clases de juicios y son muy diferentes también las maneras en las que el cine los afronta. Nosotros nos centraremos sobre todo en las denuncias penales y las demandas civiles. Cierto es también que, en ocasiones, los primeros se mezclan con otros delitos, como los de guerra y lesa humanidad, tipo Vencedores o vencidos (Judgement at Nuremberg, 1961), de Stanley Kramer, en la que, como justicia metonímica, se acusa a una parte por el todo. En El lector (The Reader, 2008), de hecho, uno de los jóvenes personajes denuncia el cinismo de estas farsas en las que se juzga a unos pocos nazis por aquel infame genocidio. Este peliagudo dilema es precisamente el que deberá soportar Jessica Lange en La caja de música (Music Box, 1989): defender a su anciano padre de la acusación de crímenes cometidos contra los judíos en su juventud, cuando era gendarme de la Policía húngara. A su activista director, Costa-Gavras, parece que le interesa, sin embargo, airear otra tesis: la infame impunidad de la que gozaron los monstruos del nazismo, ocultos en comunidades que ignoraron indicios y sospecharon hacia otro lado.
La demanda
Las demandas civiles se suelen iniciar desde el ámbito laboral, pero el cine se entromete cuando se origina una disputa a favor de los derechos humanos. En ese preciso momento, la maquinaria de Hollywood se moviliza de inmediato para sensibilizar al público sobre lacras sociales, y en aras de una taquilla mayor, claro. Tom Hanks logró el Oscar de 1994 por su extraordinaria interpretación de un enfermo de sida despedido de forma improcedente por el poderoso bufete de abogados en el que empezaba a despuntar. ¿Merecía menos la preciada estatuilla Denzel Washington en el rol del humilde abogado que lo defenderá en el larguísimo proceso de ? Por supuesto que no. Sí se lo dieron, sin embargo, al abogado defensor de (, 1962), de Robert Mulligan. Mr. Finch jamás pierde los nervios pese a que le provocan no pocas veces. No tuerce el gesto ni cuando se planta en medio de una caterva de racistas deseosos de linchar a su defendido. Y precisamente porque estamos ante un hombre íntegro, ponderado y valiente, un ser humano admirable, quedamos perplejos ante la actitud de su defendido, Tom Robinson, instantes después de haber sido condenado por una agresión que no cometió: le ignora, y cuando Atticus le habla, su mirada es de indiferencia, casi de desprecio. Por supuesto que no lo merece, pero Mulligan le hace pagar por los pecados de nuestra raza. A pesar de las muestras de racismo con las que nos hieren durante todo el metraje, esa mirada de Tom a Atticus Finch es la auténtica invocación al título de la película…, es como matar a un ruiseñor.
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