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Víctimas y política penitenciaria: Claves, experiencias y retos de futuro
Víctimas y política penitenciaria: Claves, experiencias y retos de futuro
Víctimas y política penitenciaria: Claves, experiencias y retos de futuro
Libro electrónico234 páginas2 horas

Víctimas y política penitenciaria: Claves, experiencias y retos de futuro

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“Es mucho lo que muere cuando se mata”. Una afirmación, como observa el filósofo Reyes Mate, que, si bien puede aplicarse a cualquier crimen, es especialmente cierta cuando este se comete por una pretendida motivación política, recurriendo a la violencia terrorista y bajo el amparo de las “comunidades de muerte” que respaldan y alientan a sus perpetradores. Cuando el terrorismo termina no todo desaparece: quedan los presos condenados y quedan las víctimas y su dolor. Unos y otras se relacionan inevitablemente; un vínculo, además, que supera la dimensión personal de los individuos afectados para involucrar a determinadas comunidades, al conjunto de la sociedad y a las instituciones públicas. ¿Qué hacer y cómo hacer con lo que queda después de la violencia? ¿Qué estrategias, técnicas y políticas es necesario concebir y promover? Este libro trata de las políticas penitenciarias y de la consideración que acerca de ellas tengan las víctimas del terrorismo. Filósofos, historiadores, víctimas, expresos de ETA, jueces, profesionales de la justicia penal y de las instituciones penitenciarias reflexionan sobre políticas antiterroristas y de reinserción, y sobre sus resultados, en España y el País Vasco, pero también en Irlanda del Norte o Italia durante los “años de plomo”. Igualmente, lo hacen sobre la legalidad que rige en el Estado de derecho y sobre las alternativas desarrolladas en el marco de la justicia restaurativa (vía Nanclares) y su valoración por parte de víctimas y victimarios. Con ello, se pretende abrir un debate sobre un proceso enormemente complejo y problemático, pero que ha de adquirir mayor significación y presencia para tratar de recomponer en lo posible la convivencia individual y social en nuestro país.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 may 2019
ISBN9788490976982
Víctimas y política penitenciaria: Claves, experiencias y retos de futuro
Autor

Eduardo Mateo

Licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración por la Universidad del País Vasco. Actualmente es responsable de proyectos y comunicación de la Fundación Fernando Buesa Blanco Fundazioa. Ganó el VII Premio de investigación victimológica “Antonio Beristain” con el trabajo “La contribución del movimiento asociativo y fundacional a la visibilidad de las víctimas del terrorismo”. Ha coeditado con Antonio Rivera Verdaderos creyentes. Pensamiento sectario, radicalización y violencia (2018) y Victimas y política penitenciaria (2019).

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    Víctimas y política penitenciaria - Eduardo Mateo

    autoría.

    Introducción

    ¿Hay algo más allá de la justicia penal?

    Una reflexión necesaria

    Erramos al suponer que, cuando tiene lugar un crimen, el criminal y su víctima dejan de tener que ver. Nada más lejos de la realidad. Podríamos pensar que el primero no quiere volver a tener enfrente la mirada acusatoria por lo hecho y que la segunda no desea volver a ver repetida la escena que le causó tanto dolor y quebranto. Es así, pero media una fuerza inconsciente e irresistible que vincula durante un tiempo a ambos, hasta que se es capaz de deshacer la relación, de desvanecerla. Como en las novelas, el criminal siempre regresa al lugar del crimen y su víctima también, empujados por una fuerza superior a sus propios deseos. Es tan enorme la significación del acto que solo la inconsciencia o el nihilismo absoluto llevarían a olvidar para siempre el instante en que las respectivas vidas comenzaron a ser diferentes de lo vivido hasta entonces. La ligazón profunda entre uno y otra resulta irresistible, superior a la razón que animaría a romper el nudo relacional. En ese empeño de resolver sin superar, la víctima puede llenarse de odio y de venganza, mientras el victimario se imagina como un protagonista más de la historia, y por eso ajeno a su responsabilidad personal. Desanudar la tóxica relación exige un proceso más complejo y capaz de desarmar en lo posible las emociones que suscita cualquier crimen que, aunque diferentes en una y otra parte, son iguales en tanto que pulsiones poco controlables.

    Si esto es así en la llamada criminalidad común u ordinaria, la que se pretende de dimensiones políticas suma además otro tipo de ingredientes. Dice bien el filósofo Reyes Mate al asegurar en las primeras líneas de su texto que muere algo más que una persona cuando se mata en nombre de un ideal. Y esto porque el criminal viene sostenido en su acción por una comunidad de muerte sin la que el hecho protagonizado no tiene sentido. Por eso, después de cometido este, el criminal no sigue solo, no recupera el libre albedrío, sino que los suyos lo acompañan, a no ser que rompa con ellos, para siempre. De manera que la ligazón inevitable entre victimario y víctima es ahora también entre la comunidad del primero y esta segunda; también entre la comunidad del primero y la sociedad cuando las víctimas han logrado convertirse en agente social y arrastrar hacia su justa causa la atención, la disposición y el apoyo de la mayoría ciudadana. Otro tanto cabe decir, antes o después, según los casos, de las instituciones públicas y siempre cuando se trata de la Justicia.

    Entonces, devolver a víctima y victimario a sus respectivos lugares implica en el caso del terrorismo a cuerpos sociales que superan con mucho lo íntimo e inmediato de las personas afectadas y sus círculos más próximos. Recomponer en la medida de lo posible la convivencia individual y colectiva hasta que criminal y víctima puedan romper inconscientemente sus vínculos, también inconscientes, obliga a pensar en estrategias, técnicas y políticas que hagan posible algo tan problemático. Porque no se aborda particularmente en las páginas que van a continuación el asunto de la culpabilidad personal y la responsabilidad colectiva que, por partes, nunca en aplicación genérica, son inherentes al hecho terrorista y a sus consecuencias. Se habla de ello, pero no es ese el tema. Aquí se trata de qué se puede hacer y cómo con lo que queda después de que se haya desvanecido el humo del último disparo, de la última bomba: las víctimas y los terroristas presos, los daños y los que penan por haberlos causado. Aquí se habla de políticas penitenciarias y de lo que puedan decir ante ellas las víctimas del terrorismo de ETA.

    Hay un planteamiento de partida que ofrece la posibilidad de destejer. La urgencia de la violencia de los años pasados —originalmente su incontrolable letalidad y capacidad de destrucción, su profunda amenaza— invitó a desarrollar políticas antiterroristas que, quizá ahora, derrotada y desaparecida la banda, dejan de tener sentido. La venganza, como coinciden todos los autores y autoras de esta obra colectiva, no es un argumento. Se trata, al contrario, de valorar si medidas como la dispersión y el alejamiento de presos, formuladas para evitar el control de estos por parte de la dirección de su organización y sus satélites, son operativas cuando ya no hay tal cosa; incluso más, cuando los presos han sido autorizados por esa dirección, en una de sus últimas decisiones, para obrar por cuenta propia. Una decisión, por cierto, que ellos mismos refrendaron.

    Pero se va más allá en estas páginas. Se plantea abiertamente la cuestión de la reinserción de presos y las exigencias que para ello demandan tanto las víctimas como la sociedad, sin perder de vista tampoco la propia legalidad, expresión precisa de la posición del Estado de derecho en ese punto y en este instante. Víctimas, expresos de ETA, jueces, profesionales de la justicia penal y de las instituciones penitenciarias hablan de las posibilidades de la ley, del ser y el deber ser, y también de las ex­­periencias vividas en ese sentido y de su valoración. Antes, un filósofo, dos historiadores y un protagonista nos presentan el marco general de reflexión y las experiencias tan diferentes que se han dado en cuanto a qué hacer con los presos terroristas en sitios como Italia o Irlanda del Norte, o en el propio País Vasco de los primeros años ochenta del siglo XX. Experiencias las tres que se trata de no repetir porque en todos los casos se saldaron sin que mediara la petición de perdón a las víctimas, la expresión de arrepentimiento o proceso alguno que pueda asemejarse a una reinserción con todos sus atributos. Las medidas aplicadas en esos lugares y tiempos, lejanos para nosotros hoy, fueron eficaces para contribuir al final del terrorismo y de sus organizaciones. Pero nada aportan como guía a seguir; si acaso, su consideración como experiencia en negativo, donde lo que más pesó fue el pragmatismo y la imperiosa necesidad de dar solución al problema que tenían solo los implicados en aquellas violencias, no sus víctimas ni tampoco sus sociedades, ni mucho menos unos principios nobles sobre los que asentar el futuro de estas. Las circunstancias del presente en el País Vasco y España son radicalmente distintas de las de Italia, el Ulster o el País Vasco en los años de plomo. Aquí tenemos una normativa legal que reglamenta las posibilidades de reinserción, no hay ya organización terrorista y las víctimas están presentes y organizadas para velar por un final apropiado de nuestro ciclo de violencia. Por eso resulta imposible una salida mirando solo por los victimarios. De ahí la conciencia de contar con un suelo firme que permite reflexionar y especular hasta lo debido acerca de posibles alternativas que nos lleven más allá de la simple punición del delito.

    Había un viejo y cínico dicho que hablaba de que los pobres resultaban de mucha utilidad a los ricos, por muchos motivos. A semejanza de ello, y pensando seriamente, los victimarios pueden ser de mucha utilidad a las víctimas y a la sociedad. De ahí la necesidad de mantener todavía la relación para deshacerla adecuadamente. Primero, porque los criminales pueden hacerse responsables de sus acciones y, reelaborando su pasado, inaugurar un tiempo con unas lógicas harto diferentes de las del violento pasado. Segundo, porque podrían proporcionar la información suficiente como para resolver casos inconclusos y cooperar así a humanizar su crimen. Tercero —y habría más ra­­zones que se desgranan en las páginas que siguen—, porque en el diálogo con sus víctimas directas descosificarían inevitablemente a estas, al verlas por fin como lo que son, personas. En esa conversación, si acaso se llegara a la petición de perdón, ello supondría cambiar la historia al deshacer la relación causa-efecto que sostuvo la lógica terrorista.

    Como se ve, las posibilidades son muchas y los efectos de un proceso de reinserción de presos resultan altamente positivos y sanadores en todos los casos. Víctimas y criminales expresan en su percepción de lo ocurrido y en su disposición hacia el futuro la profunda complejidad de nuestras sociedades. Pero la reinserción, como nos recuerda alguna autora en este libro, no responde sino a la lógica y necesidad de sociedades inclusivas construidas sobre la idea de ciudadanía, precisamente, plural y compleja. Claro que, para que sea posible, necesita la intervención de víctimas y victimarios. Las primeras han expresado criterios diversos, pero en su mayoría vienen coincidiendo —se puede volver a comprobar en estas páginas— en su confianza en las posibilidades de la ley y en una gestión leal y transparente de cualquier proceso de reinserción. Por el contrario, el camino por andar parece corresponder a la responsabilidad de los criminales, remisos todavía a asumirla, a desautorizar inequívoca y sinceramente su pasado y a apostar por deslegitimar por completo el recurso a la violencia, en cualquier coyuntura y supuesto. Desde su tradicional resistencia a reconocer el llamado suelo ético hasta su reciente desmarque de una definición del terrorismo como algo injusto se pueden contabilizar docenas de manifestaciones (y recibimientos de exreclusos terroristas) que dicen muy poco de su voluntad sincera por afrontar un proceso de reinserción. Y no queda claro si la resistencia es más de los presos que de su comunidad de muerte. Es ahí donde encalla en estos momentos la posibilidad de una salida generosa, pero necesariamente exigente, a su situación.

    Mientras, entre las experiencias de reinserción ensayadas, la llamada vía Nanclares aparece casi como la única a considerar, con todo lo que conllevó: reconocimiento del mal causado, petición de perdón, apartamiento de la banda y de su disciplina, afirmación del nunca más, encuentro de víctimas y victimarios y, finalmente, si acaso, beneficios penitenciarios en el marco de la ley. Una justicia restaurativa que funcionó por un tiempo, pero que, desde hace un lustro, parece rea de amnesia. Una experiencia que, quizá no necesariamente con las mismas formas, puede ser una guía para abordar un problema que pasa, inevitablemente, por la reinserción efectiva y sincera, no por la venganza o por la inocuización, pero tampoco por la ilusoria expectativa de una excarcelación general e inmediata, argumentando algo tan peregrino como que al acabar una supuesta guerra se procede a vaciar las cárceles de contendientes.

    Los textos de este libro informan de un debate todavía velado que, sin embargo, necesita cobrar significación y presencia para que contribuya, con su buen desarrollo, a recomponer la convivencia individual y colectiva en el País Vasco. Un proceso sin duda de enorme complejidad, con grandes posibilidades de llevarse a cabo mal, por la vía rápida y fácil, e injustamente. Y, por eso, un proceso que demanda mayor transparencia y debate abierto, que evite su manipulación y desbordamiento, como garantizan tanto el imperio de la ley como la presencia vigilante de las víctimas y de sus asociaciones. Teníamos la certeza, por eso, de que las preguntas que planteábamos en el XVI Seminario Fernando Buesa, en 2018 —cuyas respuestas han dado lugar a este libro¹—, no eran gratuitas ni innecesariamente provocadoras, sino dispuestas para avanzar en el momento que estamos viviendo: ¿hay posibilidades más allá, aunque dentro, de la justicia penal?, ¿cuáles y cómo? Teníamos esa seguridad porque, como bien reflexiona Adela Asúa en este libro, y es algo que nos reconforta extraordinariamente, es sorprendente contemplar cómo la experiencia del dolor y la rabia de las víctimas y sus familiares puede convertirse en fertilizante de un futuro con memoria donde no quepa resquicio de legitimación de la violencia como instrumento político.

    Antonio Rivera Blanco y Eduardo Mateo Santamaría

    CAPÍTULO 1

    Esperando a los presos o el reconocimiento de

    un capital moral y político que puede ser o no ser²

    Manuel Reyes Mate

    Los presos de ETA no son presos ordinarios, dicho sea esto en sentido coloquial y no jurídico; son muy diferentes, por ejemplo, de otros condenados por asesinato. Es verdad que todos tienen que responder de la muerte de un ser humano, pero la diferencia es que el homicida ordinario, mate por la razón que mate, se enfrenta a una cultura generalizada que tenemos muy interiorizada y que dice no matarás. El homicida habitual tiene enfrente el quinto mandamiento que forma parte de la cultura occidental, mientras que el que mata por motivaciones políticas cuenta con un medio de benevolencia o complicidad que, en vez de generar rechazo cultural, puede producir comprensión o exaltación. Entonces, hay que tener en cuenta esta trascendencia simbólica del crimen político para poder valorar su alcance.

    Es mucho lo que muere cuando se mata. Si pudiéramos contabilizar la cantidad de amistades rotas, de verdad sacrificada, de justicia ajusticiada, de religión manipulada, de re­­presión de buenos sentimientos, de transformación de actos compasivos en otros de odio, de claudicación de argumentos racionales a manos de simplezas pasionales…, entonces nos daríamos cuenta de lo mucho que muere cuando se produce un crimen por razones políticas.

    Todo esto afecta, evidentemente, al alcance de la violencia terrorista porque genera culpas individuales —las culpas siempre son individuales e intransferibles—, pero también responsabilidades sociales de las que tienen que dar cuenta los ejecutores y, del mismo modo, la parte de la sociedad que les apoya o secunda. Esos daños que produce el terror alcanzan al individuo y a la sociedad de alguna manera, por eso la violencia etarra nos obliga a hablar de culpas personales y de responsabilidades colectivas. Todo esto es doctrina abstracta, conocida, pero que afecta al preso y, por tanto, debería interesar a toda reflexión sobre el destino del preso y, en concreto, del preso de ETA.

    Tenemos que tener en cuenta en qué momento del proceso nos encontramos. Digo esto porque en el terrorismo etarra ha habido un momento de incubación, otro de despliegue y, finalmente, el de desenlace. Nosotros nos hallamos en el momento del desenlace. ETA ha sido derrotada por el Estado de derecho y hasta sus epígonos la han declarado disuelta. Pero algo fundamental queda de esa dura experiencia. Un politólogo italiano, Giorgio Agamben, escribió un gran libro sobre el Holocausto titulado Lo que queda de Auschwitz. Auschwitz dejó de funcionar en enero de 1945, pero hay un resto que sigue. Ese resto, lo que queda, tiene el secreto de todo y, de alguna manera, la clave del futuro.

    También aquí podemos preguntarnos qué queda del terrorismo, cuál es el resto, ese momento que trasciende el pasado y que nos puede orientar sobre el futuro.

    Quedan, en primer lugar, los presos que cumplen condena y, también, quedan consecuencias de los daños causados que sobreviven al fin de la violencia. Quedan presos y quedan daños. Y los dos aspectos están relacionados, de suerte que no podemos preguntarnos por el destino de los presos sin tener en cuenta esos daños personales y sociales que sobreviven tras el final de las armas.

    Y ¿en qué consiste esa relación? En que más allá de las respuestas legales y de la aplicación de las leyes, por ejemplo, a propósito del acercamiento de los presos, queda pendiente la respuesta a esos daños metalegales —daños morales, daños políticos— que solo es posible si el preso interviene.

    El preso y su entorno están convocados a una responsabilidad que va mucho más allá de la pena y del delito. Y, por eso, si nos preguntamos qué podemos decir o qué podemos hacer con los presos de ETA en este momento, hay que tener presente las consecuencias a las que me he referido. Dicho esto, una primera respuesta a la pregunta podría ser: todo aquello que sin caer en la impunidad favorezca la respuesta a los daños causados y, por tanto, ponga las bases de una nueva convivencia, superior a aquella otra que favoreció la aparición del terrorismo.

    Más en concreto, habría que pedir a los presos que hicieran un esfuerzo por entender a las víctimas. Sí, que entiendan, permítaseme la expresión, su resentimiento. El resentimiento es una emoción que tiene mala prensa. Spinoza decía que era la más vil de las pasiones porque es una forma diferida de venganza. Y esa sería la versión mala del resentimiento: desear el mal por el mal; que el preso, el autor del crimen, sufra todo lo que su capacidad aguante, que se pudra en la cárcel; incluso que se cueza en su propia culpa sin el consuelo del arrepentimiento. Este sería el resentimiento

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