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Riquezas del Perú
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Libro electrónico84 páginas59 minutos

Riquezas del Perú

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Garcilaso de la Vega realizó uno de los más extensos y detallados retratos del mundo inca peruano. En estas páginas se abren algunas vistas a la maravillosa riqueza del paisaje del Perú anterior al arribo de los españoles.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 ene 2018
ISBN9786071653611
Riquezas del Perú
Autor

Inca Garcilaso de la Vega

Cuzco, 12 de abril de 1539 - Córdoba, 23 de abril de 1616 Garcilaso de la Vega, apodado El Inca, fue bautizado como Gómez Suárez de Figueroa, nombre que heredó de antepasados por la rama paterna. Era hijo del capitán extremeño del ejército español Sebastián Garcilaso de la Vega Vargas y de la noble inca Palla Chimpu Ocllo, bautizada como Isabel. De pequeño tuvo mucha relación con la cultura materna, siendo el quechua su primera lengua. Más tarde recibió una esmerada educación latina y cristiana junto a los nobles mestizos de su tierra. Sufrió amargamente la separación de sus padres, impulsada por la Corona de Castilla, que instaba a los gobernantes y mandos de su ejército a abandonar las relaciones con los descendientes de la nobleza incaica, y contraer matrimonio con mujeres españolas. Así su padre se casó con Luisa Martel de los Ríos, y poco tiempo después, Isabel, abandonada y ya bautizada, contrajo enlace con Juan del Pedroche, modesto mercader o tratante. Tras la muerte de su padre, en 1559 viajó a España para estudiar y reclamar su herencia, siendo acogido en Montilla, Granada, por sus tíos Alonso de Vargas y Luisa Ponce de León (tía del poeta Luis de Góngora y Argote). Pasó más de un año en la corte de Madrid, con la intención de obtener el reconocimiento por los servicios que su padre había prestado a la corona y por la descendencia real de su madre. Pero sus pretensiones fueron denegadas por el Consejo de Indias, al considerar a su padre como traidor por haber ayudado al rebelde Gonzalo Pizarro, hecho que Garcilaso trató en vano de justificar y aclarar. Cuando los intentos por lograr sus demandas fracasaron, el joven Garcilaso, decepcionado, solicitó permiso para volver al Perú. Pero por algún motivo, quizás por la persecución a la que estaban siendo sometidos los mestizos descendientes de la nobleza inca, no tomó el barco que salía del puerto de Sevilla y volvió a Montilla con sus tíos. En ese momento se supone que adoptó su nuevo nombre, pasando de Gómez Suárez a Garcilaso de la Vega. Poco tiempo después se enroló en el ejército y combatió contra los moriscos en las Alpujarras, obteniendo el grado de capitán. Sin embargo no está satisfecho con el escaso reconocimiento y el trato frío que recibe y cambia las armas por las letras, y regresa de nuevo con sus tíos. En Montilla empieza a desarrollar su obra literaria, realizando primero traducciones e interpretaciones, y continuando luego con su particular visión historiográfica. Ya en sus primeras obras se pone de manifiesto su gran capacidad narrativa y estilística. Allí recibe la noticia de la muerte de su madre, en 1971, y ese hecho despierta en una nostalgia de su infancia y de su origen que nunca le habia abandonado. En 1591, asentada su condición de escritor, se traslada a la vecina Córdoba, ciudad que le proporciona el acceso a una vasta cultura y relaciones con los círculos intelectuales de la época. Allí desarrolla el resto de su obra y mantiene correspondencia con sus amigos y familiares del Perú. Siempre crítico con la visión que se daba de las conquistas y las culturas precolombinas, decidió tomar cartas en el asunto con su proyecto de los Comentarios Reales. Alcanzó cierta fama y reconocimiento, que unido a la herencia que le dejaron sus tíos de Montilla, le permite vivir sin estrecheces, de una forma modesta y reposada. Al poco de cumplir los 71 años fallece en su casa de Córdoba, en 1616, mermado en su condición física pero lúcido de pensamiento. El Inca demostró como nadie la posibilidad unificadora y positiva del dramático choque entre dos culturas. En una época de enfrentamiento y luchas de poder supo anteponer el espíritu crítico y conciliador, erigiéndose en custodio y defensor de su rica cultura inca y aprovechando la formación humanística y los lazos que le unían a la intelectualidad europea. En la rama genealógica de Garcilaso se encuentran tanto el emperador Túpac Inca Yupanqui, los hermanos y rivales Huáscar y Atahualpa, últimos emperadores del Tahuantinsuyo, y el insigne Huayna Cápac, bajo cuyo gobierno alcanzo el Impero Inca su mayor extensión geográfica, como el Marqués de Santillana, Íñigo López de Mendoza, insigne de las letras castellanas, Garcilaso de la Vega, el poeta toledano, Jorge Manrique, autor de las Coplas a la muerte de su padre, Diego Ponce de León, con quien tuvo estrecha relación. Hasta su padrino de confirmación, Diego de Silva, era también escritor, hijo del famoso Feliciano de Silva, autor de novelas de caballerías, citado y satirizado en el Quijote de Cervantes, cuya Segunda Celestina también incluimos en esta misma colección. Con estas mimbres seria difícil imaginar otro destino para El Inca, que germina en los Comentarios Reales. Sin embargo ser mestizo en los siglos XVI y XVII no era la mejor posición que a uno podía tocarle en suerte. Fue el cariño de su madre y sus familiares incas, y el fuerte aprecio que le tuvo su padre, quien veló siempre por su educación y cuidados, enconmendándole a sus amigos y familiares, disponiendo en ese sentido su testamento, lo que fortaleció en Garcilaso una sensibilidad única que le permitió sobreponerse a las dificultades y trascender a los dogmas de la época. No sólo aprendió el quechua, sino que estudió y recopiló dialectos y otras lenguas americanas, estudió castellano y latín, y aprendió por su cuenta el italiano, demostrando una amplitud de pensamiento y unas capacidades sorprendentes. Por eso puede considerársele sin duda, no sólo como el primer escritor americano, si no como el primer pensador y humanista de su continente.

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    Riquezas del Perú - Inca Garcilaso de la Vega

    Mexico

    En 1609 apareció publicada, en Lisboa, por la imprenta de Pedro Crasbeeck, una monumental, historia del imperio incaico, repartida en ocho libros y 262 capítulos, bajo el título Comentaríos reales, que tratan del origen de los incas, reyes que fueron del Perú, de su idolatría, leyes y gobierno en paz y en guerra; de sus vidas y conquistas y de todo lo que fue aquel Imperio y su República antes que los españoles pasaran a él. Este inmenso tesoro historiográfico iba firmado por Inca Garcilaso de la Vega y ahora circula, gracias al Fondo de Cultura Económica, en una accesible edición en dos tomos publicada en 1991.

    De dicha obra, FONDO 2000 presenta aquí algunos capítulos del libro VIII, donde aparecen las maravillosas descripciones que el autor realiza en torno a la flora y fauna del majestuoso paisaje del Perú, tal y como debió ser antes de la conquista española. Sabemos que el Inca Garcilaso de la Vega nació el 12 de abril de 1539 en Cuzco, y que fue hijo del caballero español Sebastián Garcilaso de la Vega y la princesa Isabel Chimpu Ocllo, hija del Inca Huallpa-Túpac. El joven Inca Garcilaso aprendió español y latín al tiempo que crecía en el cultivo de sus referencias incaicas. Mestizo ejemplar, el autor presenció las guerras del siglo XVI, que más tarde vertiría en su Historia General del Perú y en la Historia de la Florida y jornada que a ella hizo el gobernador Hernando de Soto.

    Dueño de una magnífica y florida prosa, el Inca Garcilaso se preocupó por plasmar en aquellas memorias todos los eventos, circunstancias, retratos y paisajes del pretérito del Perú. Como un Bernal peruano, fue un hombre de armas y también de letras; de 1560 a 1571 sirvió en el ejército español, alcanzando el rango de capitán, y, posteriormente entró al seminario en pos de una carrera eclesiástica, dentro de la cual alcanzó las órdenes menores en 1597. Murió en Córdoba, España, el 24 de abril de 1616, y su memoria pervive gracias a su invaluable labor con la que salvó de que quedaran en el olvido las tradiciones y costumbres de los pueblos y el paisaje peruano de la época precolombina.

    Capítulo IX.

    Del maíz y lo que llaman arroz. Y de otras semillas

    Los frutos que el Perú tenía, de que se mantenía antes de los españoles, eran de diversas maneras: unas que se crían sobre la tierra y otras debajo de ella.

    De los frutos que se crían encima de la tierra tiene el primer lugar el grano que los mexicanos y los barloventanos llaman maíz y los del Perú zara, porque es el pan que ellos tenían.

    Es de dos maneras: uno es duro (que llaman muruchu) y el otro tierno y de mucho regalo (que llaman capia). Cómenlo en lugar de pan, tostado o cocido en agua simple. La semilla del maíz duro es el que se ha traído a España, la del tierno no ha llegado acá. En unas provincias se cría más tierno y más delicado que en otras, particularmente en la que llaman Rucana.

    Para sus sacrificios solemnes (como ya se ha dicho) hacían pan de maíz, que llaman zancu. Y para su comer, no de ordinario si no de cuando en cuando por vía de regalo, hacían el mismo pan que llaman huminta. Diferenciábase en los nombres no porque el pan fuese diferente sino porque uno era para sacrificios y otro era para comer simple. La harina la molían las mujeres en unas losas anchas donde echaban el grano y encima de él traían otra losa hecha a manera de media luna, no redonda sino algo prolongada, de tres dedos de canto. En los corrijales de la piedra hecha media luna ponían las manos y así la traían de canto de una parte a otra, sobre el maíz. Con esta dificultad molían su grano y cualquier otra cosa que tuviesen que moler, por la cual dejaban de comer pan de ordinario.

    No molían en morteros (aunque los alcanzaron), porque en ellos se muele a fuerza de brazos por los golpes que dan —y la piedra como media luna, con el peso que tiene, muele lo que toma debajo y la india la trae con facilidad por la forma que tiene, subiéndola y bajándola de una parte a otra. Y de cuando en cuando recoge en medio de la losa con una mano lo que está moliendo, para remolerlo. Y con la otra tiene la piedra, la cual con alguna semejanza podríamos llamar batán por los golpes que le hacen dar a una mano y a otra.

    (Todavía se están con esta manera de moler para lo que han menester.)

    También hacían gachas (que llaman apí) y las comían con grandísimo regocijo diciéndoles mil donaires, porque era muy raras veces.

    La harina, para que se diga todo, la apartaban del afrecho echándola sobre una manta de algodón limpia, en la cual la traían con la mano asentándola por toda ella. La flor de la harina, como cosa tan delicada, se pega a la manta. El afrecho, como más grueso se aparta de ella y con facilidad lo quitan. Y vuelven a recoger en medio de la manta la harina que estaba pegada a ella, y quitada aquella echaban otra tanta y así iban cerniendo toda la que habían menester.

    Y el cernir la harina más era para el pan que hacían para los españoles que no para el que los indios comían, porque no eran tan regalados que les ofendiese el afrecho ni el afrecho es tan áspero (principalmente el del maíz tierno) que sea menester quitarlo. Cernían de la manera que hemos dicho por falta de cedazos, que no llegaron allá de España mientras no hubo trigo.

    (Todo lo cual vi con mis ojos, Y me sustenté hasta los nueve o diez años con la zara, que es el maíz. Cuyo pan tiene tres nombres: zancu era el de los sacrificios, buminta el de las fiestas y regalo, y tanta, pronunciada la primera sílaba en el paladar, es el pan común. La zara tostada llaman camcha; quiere decir maíz tostado. Incluye en sí el nombre adjetivo y el sustantivo.

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