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Grandeza de los Incas
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Grandeza de los Incas
Libro electrónico80 páginas1 hora

Grandeza de los Incas

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Pedro Cieza de León, al igual que Bernal Díaz del Castillo, fue un joven soldado español que escribió una crónica histórica de los acontecimientos que vivió. En estas páginas se recogen los capítulos más significativos de su Crónica del Perú, donde describe costumbres, personajes y paisajes que enmarcaron al gran Imperio Inca.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 ene 2019
ISBN9786071659163
Grandeza de los Incas

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    Grandeza de los Incas - Pedro Cieza de León

    prehispánica.

    De cómo fue muy grande la riqueza que tuvieron y poseyeron los reyes del Perú y cómo mandaban asistir siempre hijos de los Señores en su Corte

    Por la gran riqueza que habemos visto en estas partes podremos creer ser verdad lo que se dice de las muchas que tuvieron los Incas; porque yo creo, lo que ya muchas veces tengo afirmado, que en el mundo no hay tan rico reyno de metal, pues cada día se descubren tan grandes veneros, así de oro como de plata; y como en muchas partes de las provincias cogiesen en los ríos oro y en los cerros sacasen plata y todo era por un rey, pudo tener y poseer tanta grandeza; y dello yo no me espanto de estas cosas, sino cómo toda la ciudad del Cuzco y los templos suyos no eran hechos los edificios de oro puro. Porque lo que hace a los príncipes tener necesidad y no poder atesorar dineros es la guerra; y desto tenemos claro ejemplo en lo que el Emperador ha gastado desdel año que se coronó hasta éste; pues aviendo más plata y oro que ovieron los reyes d’España desde el rey don Rodrigo hasta él, ninguno dellos tuvo tanta necesidad como S. M.; y si no tuviera guerras y su asiento fuera en España, verdaderamente, con sus rentas y con lo que ha venido de las Indias, toda España estuviera tan llena de tesoros como lo estaba el Perú en tiempo de sus reyes.

    Y esto tráigolo a comparación, que todo lo que los Incas habían lo gastaban no en otra cosa que arreos de su persona y ornamento de los templos y servicio de sus casas y aposentos; porque en las guerras las provincias les daban toda la gente, armas y mantenimientos que fuese necesario, y si a alguno de los mitimaes daban algunas pagas de oro en alguna guerra que ellos tuviesen por dificultosa era poca y que en un día lo sacaban de las minas; y como preciaron tanto la plata y oro, y por ellos fuese tan estimada, mandaban sacar en muchas partes de las provincias cantidad grande della, de la manera y con la orden que adelante se dirá.

    Y sacando tanta suma y no podiendo el hijo dejar que la memoria del padre, que se entiende su casa y familiares con su bulto, estuviese siempre entera, estaban de muchos años allegados tesoros, tanto que todo el servicio de la casa del rey, así de cántaros para su uso* como de cocina, todo era oro y plata; y esto no en un lugar y en una parte lo tenía, sino en muchas, especialmente en las cabeceras de las provincias, donde había muchos plateros, los cuales trabajaban en hacer estas piezas; y en los palacios y aposentos suyos había planchas destos metales y sus ropas llenas de argentería y desmeraldas y turquesas y otras piedras preciosas de gran valor. Pues para sus mugeres tenían mayores riquezas para ornamento y servicio de sus personas y sus andas todas estaban engastonadas en oro y plata y pedrería. Sin esto, en los depósitos había grandísima cantidad de oro en tejuelos y de plata en pasta y tenían mucha chaquira, ques en estremo menuda, y otras joyas muchas y grandes para sus taquis y borracheras; y para los sacrificios eran más lo que tenían destos tesoros; y como tenían y guardaban aquella ceguedad de enterrar con los difuntos tesoros es de creer que, cuando se hazían los osequias y entierros destos reyes, que sería increíble lo que meterían en las sepulturas. En fin, sus atambores y asentamientos y estrumentos de música y armas para ellos eran deste metal; y por engrandecer su señorío, paresciéndoles que lo mucho que digo era poco, mandaban por ley que ningún oro ni plata que entrase en la ciudad del Cuzco della pudiese salir, so pena de muerte, lo cual ejecutaban luego en quien lo quebrantaba; y con esta ley, siendo lo que entraba mucho y no saliendo nada, había tanto que, si cuando entraron los españoles se dieran otras mañas y tan presto no ejecutaran su crueldad en dar la muerte a Atahuallpa, no sé qué navíos bastaran a traer a las Españas tan grandes tesoros como están perdidos en las entrañas de la tierra y estarán, por ser ya muertos los que lo enterraron.

    Y como se tuviesen en tanto estos Incas, mandaron más, que en todo el año residiesen en su corte hijos de los señores de las provincias de todo el reino, porque entendiesen la orden della y viesen su magestad grande y fuesen avisados cómo le habían de servir y obedecer de[s]que heredasen sus señoríos y curacazgos; y si iban los de unas provincias, venían los de otras. De tal manera se hacía esto que siempre estaba su corte muy rica y acompañada; porque, sin esto, nunca dejaban destar con él muchos caballeros de los orejones y señores de los ancianos, para tomar consejo en lo que se había

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