Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Historia económica del Perú
Historia económica del Perú
Historia económica del Perú
Libro electrónico838 páginas16 horas

Historia económica del Perú

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Este libro recorre la historia del Perú como una vía para entender la naturaleza de su economía y el tenor de sus desafíos en esta coyuntura de conmemoración del bicentenario de la independencia. Con tal propósito examina la forma como se constituyó la economía en la época del virreinato y cómo dicha organización condicionó la evolución que hubo en los dos siglos cumplidos de vida independiente. Los patrones de continuidad con que el autor enlaza los sucesos vividos en el país a lo largo de quinientos años ayudan a esclarecer los problemas de la economía de nuestros días y, así, a proponer fórmulas realistas para su superación.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 jun 2022
ISBN9786123261719
Historia económica del Perú

Relacionado con Historia económica del Perú

Libros electrónicos relacionados

Historia de América Latina para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Historia económica del Perú

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Historia económica del Perú - Carlos Contreras Carranza

    CAPÍTULO 1

    La invasión hispana: la irrupción de elementos e instituciones económicas europeos en el Perú del siglo XVI

    orla

    La conquista o invasión española trajo profundos cambios en la organización económica de lo que había sido hasta entonces un imperio o confederación de reinos indígenas. Los invasores europeos se toparon con una sociedad que practicaba la agricultura y la ganadería como vía principal para la obtención de alimentos. Tubérculos como la papa y el olluco, y cereales como la quinua, el frejol y el maíz, se complementaban con el zapallo y la carne de llama y de cuy como fuentes de subsistencia para los pobladores. En la costa la recolección de mariscos y la pesca eran otras fuentes alimenticias para una población que había llegado a conformar núcleos demográficos densos en los valles ubicados en la desembocadura de los ríos que daban al océano Pacífico. La agricultura y la ganadería se practicaban con instrumentos de madera y de piedra. Para la pesca se construían botes de totora y redes de algodón. Entre los metales se conocía el cobre y el bronce. También se tenía una producción textil y de alfarería avanzada.

    El excedente de alimentos y otros bienes fluía por la vía del tributo que los productores alcanzaban a las autoridades de las aldeas, y estas, a las ubicadas en niveles más altos. Diversos estudiosos de la sociedad andina, como el antropólogo John Murra, han sostenido que el tributo se pagaba principalmente en forma de energía o trabajo: los pueblos concurrían a trabajar para el Estado en las obras que este designase. Así se habrían levantado los templos y fortalezas prehispánicos que hoy se conservan y admiramos. Según el arqueólogo Terence D’Altroy, la existencia de un gran número de colcas o depósitos de alimentos en diversas regiones hace ver que, en todo caso, el tributo en trabajo se complementaba con el tributo en bienes, que quizás iban destinados a niveles diferentes de la organización del Estado. De cualquier manera, la presencia de una práctica tributaria en la sociedad indígena fue uno de los recursos más valiosos con que la hueste colonizadora transatlántica pudo toparse en estas tierras.

    La irrupción europea trajo una transformación sustancial en la organización económica. Cambiaron no solamente las cosas que se producían, sino también la forma como se producían y repartían. Cambió la manera de asignar los recursos productivos: la tierra, el agua, los yacimientos mineros y, desde luego, el trabajo y el modo como se asociaban los hombres para la producción. Naturalmente, no todo cambió ni ocurrió de forma súbita; durante un largo tiempo la producción más importante siguió siendo la de productos nativos, como la papa o el maíz, y las prácticas económicas, como los trabajos colectivos de las organizaciones indígenas, pervivieron; pero, incluso en estos casos, lo hicieron dentro de una estructura económica distinta u orientada hacia nuevos fines.

    La invasión europea insertó al país en la economía mundial, orientando su producción hacia los bienes que esta demandaba, como los metales preciosos, al tiempo que atrajo mano de obra africana para complementar la indígena, así como productos europeos y asiáticos de difícil o nula producción local, como el hierro o el papel. De este modo, nació en el país un sector que producía para la exportación, o para el mercado ultramarino, como se decía por entonces.

    En este capítulo describiremos los nuevos elementos aportados por la presencia española que fueron importantes para la evolución económica del país, tanto si se trató de bienes o productos, cuanto de herramientas y tecnología. También nos referiremos a las nuevas instituciones que llegaron con los invasores, muchas de las cuales transformaron la forma de entender y practicar la economía de los nativos andinos. Aunque estos productos, herramientas e instituciones inicialmente fueron usados solamente por la pequeña población de colonos, relativamente pronto se difundieron entre la población conquistada, ya fuese porque se les impuso su producción como forma de tributo que debían entregar a los nuevos señores, o porque les acomodase para su propia necesidad y conveniencia.

    1/ Nuevas especies y nuevas instituciones

    Comencemos por describir los nuevos elementos materiales y las nuevas prácticas en las actividades económicas que, entre las que arribaron con los conquistadores, tuvieron mayor trascendencia. Con la hueste de Pizarro y las partidas de colonos que trajeron los barcos que, a través de Panamá, llegaron al Perú a partir de 1532, desembarcaron criaturas y plantas jamás vistas por estos parajes. Algunas de ellas tuvieron una presencia solamente episódica, pero otras arraigaron hasta convertirse en elementos importantes de la economía local.

    La organización económica prehispánica

    "En un territorio con tantas diferencias de altura, sequedad y bruscas alternancias de temperatura —desde el calor tropical diurno hasta 275 noches anuales de heladas—, es de esperar que haya grandes diferencias entre las zonas ecológicas o de producción. Si a eso añadimos la dimensión de una densa población asentada (según los arqueólogos) tanto en la costa irrigada como en el Altiplano, desde el mar hasta Chavín y Chuquisaca, el acceso a la productividad de zonas contrastantes se vuelve indispensable. Esta complementariedad se podría haber logrado estableciendo una serie de mercados a distintas alturas, cada uno de ellos en manos de distintos grupos, los cuales controlarían su propio nicho geográfico. Resulta que esta no fue la solución andina.

    Allí se optó por el acceso simultáneo de un grupo étnico dado, a la productividad de varios microclimas: desde los oasis costeños hasta la puna y también hacia el oriente, hasta la selva. Tal distribución se logró intentando establecer su propia gente en un máximo de pisos dispersos unidos por caravanas y usando lazos de parentesco, religiosos y militares. Aunque este acceso complementario se encuentra bien documentado, también es útil tener en cuenta la posibilidad de que hubiese incursiones de piratas contra las caravanas. Todavía quedan por elucidar la variedad y los detalles de los lazos sociales y económicos que ligaban a zonas geográficas y de producción tan diversas como los reinos lupaca y los charcas en un solo sistema."

    Fuente: J. V. Murra, ¿Existieron el tributo y los mercados en los Andes antes de la invasión europea?. En J. V. Murra, El mundo andino. Población, medio ambiente y economía. Lima: IEP y Fondo Editorial de la PUCP, 2002, pp. 240-241.

    Seguramente, lo que más impresionó a los nativos fueron los grandes animales de tiro y transporte, como los bueyes, caballos y burros. Cada uno de los primeros pesaba lo mismo que varios hombres, y debían ser alimentados con una cantidad apreciable de forraje al día. Criaturas de esa envergadura eran desconocidas por estas tierras y su fuerza motriz fue un aporte importante como fuente de energía y medio de transporte. En los Andes, el animal más grande domesticado por los hombres era la llama, empleada por los nativos como animal de carga (además de como fuente de lana, leche y carne), pero carecía de la fuerza de los vacunos y de la velocidad de los equinos.

    También arribó la mula, que era resultado del cruce de yegua y burro. Fuerte como el caballo y paciente como el burro, este animal se convirtió en el vehículo de transporte más socorrido, hasta la llegada de los ferrocarriles y camiones hacia 1900. Los bueyes y mulas podían llegar a tirar de carros de varias toneladas, aunque para ello había que construir anchos caminos de poca pendiente (caminos carreteros), que fueron difíciles de abrir en el territorio del país. Los que se multiplicaron fueron los así llamados caminos de herradura, por los que circulaban mulas y burros transportando cargas de alrededor de cien kilos por animal. Los bueyes podían halar los pesados arados de madera y fierro capaces de roturar el suelo con mayor profundidad que la chaquitacclla indígena, y las mulas eran útiles para mover trapiches (pequeños molinos para triturar la caña de azúcar u otros frutos de la naturaleza) y cabrestantes (tornos para izar verticalmente grandes pesos, que serían usados en la minería).

    Con ellos arribaron el resto de ejemplares de la ganadería vacuna, ovina, caprina y porcina; también los animales de corral, como las gallinas, patos, pavos (traídos de México) y liebres; nuevas plantas de cultivo, que incluyeron la caña de azúcar, la vid y el olivo; cereales como el trigo, la cebada y el arroz; y verduras y frutas, como los cítricos (la naranja, el limón, la lima y la mandarina), entre otras. No todas las nuevas plantas lograron desarrollarse en gran escala en nuestra economía, pero algunas como la caña de azúcar y el arroz alcanzaron a convertirse en épocas posteriores en productos importantes, tanto para el consumo interno como para la exportación. La dieta dominante en las ciudades peruanas incluye hoy la carne de los animales que trajeron los europeos, así como sus cereales y verduras (ajos, cebollas, zanahorias, arvejas y tomates, traídos estos últimos de México).

    2/ Nuevas herramientas y tecnología

    La conquista también significó la llegada de nuevas herramientas y técnicas, como los instrumentos de hierro para la agricultura, la carpintería y la minería, entre los que figuraron el ya mencionado arado de arrastre, la sierra, el pico, la barreta, la comba o martillo, los clavos y la pata de cabra. Estas herramientas transformaron la producción y permitieron nuevas actividades económicas, como la minería, en una escala hasta entonces no practicada.

    Sin duda, habría que mencionar la rueda, pero esta no logró ser usada para el transporte, como en Europa, por la dificultad del territorio peruano, demasiado arenoso en la costa, y desigual, fragoso y lleno de pendientes en la sierra, hasta el punto de que un cronista lo describiera en España como un papel arrugado. La rueda fue importante, sin embargo, por otras aplicaciones, como las ruedas de molinos talladas en piedra utilizadas para convertir en harina los cereales, las norias usadas para elevar el agua, y las poleas y cabrestantes empleados para izar verticalmente las cargas.

    E:\2010-05 (May)\escanear0007.jpg

    En esta figura (tomada del libro de Teresa Cañedo-Argüelles, Potosí: la versión aymara de un mito europeo) pueden apreciarse diversas herramientas de hierro traídas de Europa por los colonos españoles y utilizadas por la minería andina de la época colonial temprana, como barretas, martillos y palas.

    Entre los animales, fueron el cerdo, la oveja y la gallina quienes mejor desarrollo tuvieron en el país, diseminándose por el campo en prácticamente todas las regiones hasta convertirse en una parte importante de la economía de los pueblos rurales. Su alimentación era sencilla y podían criarse en pequeña escala, por cada familia u hogar. De acuerdo con los trabajos del antropólogo rumano John Murra (La organización, El mundo andino), durante la vigencia del imperio inca los rebaños de llamas y de otros camélidos andinos habían sido un monopolio estatal. De haber sido así, la llegada de las ovejas y cerdos puso en manos de los indios del común unas especies de fácil arraigo y manejo dentro de su economía. Las gallinas y los cerdos vinieron a competir con los cuyes en los pueblos indios, como animales domésticos cuya alimentación permitía reciclar los insumos de la dieta campesina, al tiempo que dotaba a esta de nuevas posibilidades de consumo. Los huevos y la manteca enriquecieron las posibilidades alimenticias de los hogares, complementando la dieta tradicional andina, basada en el maíz y los tubérculos.

    La ganadería vacuna y equina tuvo un desarrollo más limitado en el país, logrando aclimatarse en algunas regiones específicas, como los valles de Cajamarca y Arequipa; en el resto del territorio careció de los forrajes y el clima adecuado, que se encontraron más abundantes en países como Chile y Argentina. La caprina halló campo propicio en espacios cálidos ubicados en la costa, como Piura e Ica.

    La presencia española aportó también las grandes embarcaciones de madera provistas de velas, capaces de cruzar los océanos llevando decenas de hombres o toneladas de productos. Los galeones y carabelas permitían el tráfico de productos con otras colonias españolas en el continente y con la metrópolis ibérica. Los viajes a Europa duraban meses, y hasta más de un año en el caso de la metrópolis, ya que había que desembarcar en Panamá y cruzar el istmo en caravanas de mulas, hasta llegar a la otra costa, donde debía abordarse otro barco. Solamente productos relativamente fáciles de transportar y capaces de soportar las inclemencias del tiempo durante periodos prolongados podían ser conducidos a los mercados ultramarinos. Estos requisitos eran cumplidos por los metales preciosos, que durante la etapa colonial fueron de los pocos productos peruanos capaces de cruzar comercialmente los océanos Pacífico y Atlántico hasta alcanzar el mercado europeo.

    3/ El protocolo notarial y la moneda

    En la transformación económica ocurrida a partir del siglo XVI, un papel decisivo les cupo a las tecnologías que los españoles trajeron para las transacciones económicas, así como las nuevas prácticas para la producción. Entre aquellas es justo destacar la importancia del protocolo notarial, un procedimiento que le daría una importante dosis de seguridad a las transacciones. Consistía en anotar, en un libro de páginas numeradas, los términos o acuerdos pactados entre dos personas, con la firma de ambas al pie del documento, más la de un notario que actuaba de testigo. Estos libros pasaban a ser de naturaleza pública, de manera que podían ser exhibidos frente a jueces, autoridades o cualquier persona que pagase una pequeña suma por verlos. La compraventa de tierras, casas o animales, así como los préstamos de dinero, el alquiler de fincas o la contratación de obras específicas (viviendas, muebles, máquinas), quedaban registradas en los archivos notariales, adonde podía recurrirse cuando hubiese diferencias entre los pactantes o surgiese algún reclamo. El protocolo notarial no era gratuito, pero otorgaba una seguridad tan importante a las transacciones, que la mayor parte de personas aceptaba asumir el pequeño pago que debía hacerse al notario o escribano que llevaba y resguardaba los libros.

    El uso del protocolo notarial fue tan efectivo, que los indígenas se acogieron progresivamente a él, no solo para los tratos que hicieron con españoles o mestizos, sino también para los pactados entre ellos mismos. Cuando eran analfabetos, como generalmente era el caso, otra persona podía firmar por ellos a ruego. En la década de 1960 el historiador norteamericano James Lockhart pudo escribir un libro entero acerca de los agentes económicos y sociales en el Perú de inicios del virreinato, sobre la base de estos libros notariales, que en muchos casos se conservan hasta hoy en los archivos nacionales o en las oficinas notariales. Aunque tituló su libro El Perú español, 1532-1560, en sus páginas desfilaron no solo los hombres venidos de Europa, como mercaderes, mineros y religiosos, sino también los caciques y artesanos indígenas.

    Perú - “Protocolo ambulante de los conquistadores” o “Libro ...

    Folio del Libro becerro de los conquistadores conservado en el Archivo General de la Nación, en Lima. En él, los hombres de la conquista anotaron las transacciones que hicieron entre sí.

    Otro artefacto importante para la economía fue la moneda. Algunos estudiosos, como el etnohistoriador Waldemar Espinoza Soriano (Economía política), han defendido la existencia de una moneda prehispánica, consistente en hachitas de cobre o conchas de abanico que se han hallado en grandes cantidades en las tumbas de las autoridades indígenas, pero su uso como moneda permanece todavía en el campo de la especulación. Su presencia puede obedecer a ideas religiosas o al pensamiento de la población prehispánica acerca de las propiedades de dichos objetos. Las monedas de oro y plata para el intercambio comercial, el pago de tributos al Estado y el ahorro, así como para tener una unidad de cuenta o cálculo, llegaron con los españoles.

    En verdad, físicamente llegaron muy pocas monedas con ellos. En los inicios del siglo XVI en Europa escaseaba el dinero; precisamente los españoles habían llegado a América por la búsqueda de metales preciosos con que fabricarlo. Los conquistadores manejaron el dinero sobre todo como unidad de cuenta, de modo que celebraban contratos de venta de caballos o de armas en los libros notariales por determinadas cantidades de dinero, cuya entrega efectiva quedaba todavía pendiente. Saqueos como los de los templos incas de Pachacamac o del Cuzco, o tesoros como el rescate de Atahualpa, así como el inicio de la explotación (o labranza, como decían ellos) de las primeras minas de oro y plata en Zaruma, Carabaya y Potosí, diez a veinte años después de la conquista, pusieron a su disposición barras de plata o tejos (pedazos) de oro, los que, grabados con un sello de las autoridades, circularon como monedas de la tierra. En 1565, el gobierno español ordenó la apertura de la Casa de Moneda en Lima para la acuñación local de numerario. Esta comenzó a operar tres años más tarde, emitiendo los primeros reales de plata.

    Las monedas eran acuñadas sobre todo en plata. El oro tenía un valor mucho más alto, lo que hacía a las monedas de este metal poco apropiadas para el uso cotidiano. En el siglo XVII la Casa de Moneda de Lima llegó a acuñar monedas de oro, conocidas como escudos, pero su producción habitual fueron los reales de plata. El real vino a ser la unidad monetaria del Perú virreinal, aunque propiamente no existió el concepto de una unidad monetaria oficial, usándose para las cuentas tanto el real como el peso, cuyo valor equivalía habitualmente a ocho reales. Un real tenía de todos modos un alto valor cancelatorio; en el siglo XVI compraba, por ejemplo, el trabajo diario de un jornalero. Históricamente, el problema de las monedas de metal precioso ha sido que no prestaban buenos servicios para las transacciones menudas, de poco valor. La Casa de Moneda de Lima fabricaba también monedas de medio y un cuarto de real (llamadas medios reales y cuartillos, respectivamente), pero por su pequeño tamaño eran muy difíciles de fabricar. Hasta mediados del siglo XVIII, las monedas se hicieron a mano, con la ayuda de martillos, prensas y tijeras. La Casa de Moneda prefería fabricar monedas de ocho reales (pesos), cuatro y dos reales, antes que medios o cuartillos.

    Bildergebnis für moneda macuquina

    Monedas de plata de ocho reales del siglo XVI, acuñadas en la ceca de Lima durante el reinado de Felipe II. Arriba, los rincones (por el ensayador Alonso de Rincón), primera generación de monedas acuñadas a partir de 1568; abajo, los escudos coronados, acuñados entre 1577 y 1588.

    Fuente de la imagen: <https://www.bcrp.gob.pe/museocentral/museo-numismatico-del-peru.html>.

    Las monedas entonces eran usadas básicamente por los comerciantes, autoridades y grandes propietarios. La gente del común las empleaba poco, por no acomodarse a sus transacciones cotidianas. Para estas recurrió a sucedáneos de la moneda, como semillas, huevos de gallina u ovillos de algodón. Los inconvenientes que traía el uso de estas monedas bloquearon y retrasaron la mercantilización de su economía. Probablemente era mejor practicar la autarquía, tratando de producir uno mismo todo lo que necesitaba, antes que arriesgarse a recibir esas malas monedas, o intentar hacer compras con ellas.

    A cambio del defecto de no facilitar las transacciones de pequeña envergadura, la moneda de metal precioso tenía algunas cualidades. Primero, difícilmente se devaluaba, haciendo que su valor fuese muy estable a lo largo del tiempo. Durante la época colonial, los precios se movieron relativamente poco en el largo plazo: las variaciones eran más bien estacionales. Las excepciones ocurrieron a raíz de problemas en la oferta de los bienes, ocasionados por sequías, plagas o terremotos, antes que por razones imputables a la moneda. Dicha estabilidad reforzó la vigencia de los precios de costumbre, lo que volvía todavía más difícil que estos pudiesen variar, incluso ante problemas en la oferta o demanda de los productos. Las estadísticas de precios durante el periodo colonial publicadas por el historiador Pablo Macera revelan una marcada estabilidad de la mayor parte de los bienes.

    Segundo, las monedas acuñadas y emitidas en el Perú podían circular por el mundo entero sin necesidad de cambiarlas por divisas. Dado que contaban con un respaldo en su propio soporte físico, ellas mismas eran divisas. Las monedas de Lima y Potosí (adonde se trasladó la Casa de Moneda desde 1572 hasta 1684, cuando volvió a reabrirse en Lima, manteniendo vigente también la de Potosí), así como las de México o las emitidas en otros lugares del imperio español, circularon por toda Europa, alcanzando a llegar a lugares tan lejanos como la China.

    4/ La propiedad privada y la esclavitud

    Otra institución económica introducida por los españoles fue la propiedad. No se conoce bien el sentido que alcanzó la propiedad bajo los incas. Historiadores como María Rostworowski y John Rowe detectaron la existencia de tierras reales bajo ellos; es decir, la existencia de un régimen de propiedad privada sobre la tierra, pero que habría sido privativo del Estado o de la nobleza. Los indios del común (los runas) podían tener sus propias ropas, menaje o viviendas, pero no la propiedad de medios de producción, como las tierras que cultivaban, a la vez que la posesión de animales estaba controlada. De acuerdo con el profesor John Murra, los ganados en gran escala eran también un atributo del Estado inca. En el régimen prehispánico, los indios, pues, podían usar las tierras, pero no venderlas ni arrendarlas. El profesor Héctor Noejovich (La transición: 23-24) llamó a este régimen una asignación transitoria del recurso, un derecho de usufructo que duraba mientras el hombre tuviese mujer e hijos. Los cronistas del siglo XVI averiguaron que cuando los pobladores tributaban al Estado inca no lo hacían por las tierras que recibían, sino por razón de las personas.

    Los españoles introdujeron el sentido europeo de la propiedad, como el derecho exclusivo y personal a gozar de los beneficios de tierras, animales, máquinas u hombres. La propiedad quedaba garantizada por el protocolo notarial en que se asentaba la compra del bien o su asignación perpetua por parte de alguna autoridad. Gracias a los mismos protocolos, esta propiedad podía ser transferida a terceros, estableciéndose el derecho de venta como una cualidad inherente a la de ser propietario. La propiedad permitía, o le daba sentido, a su vez, a la acumulación. Un hombre podía adquirir varias tierras sin trabajarlas personalmente. Para que ello cobrase más utilidad, desempeñó un papel decisivo otra institución que trajeron los europeos: la esclavitud.

    La propiedad de hombres implicaba la esclavitud. Los conquistadores trajeron esclavos africanos, quienes llegaron a participar en las guerras de conquista. Hasta las Leyes Nuevas de 1542 existió la esclavitud indígena, pero en el Perú no llegó a tener gran desarrollo dado el carácter relativamente tardío de la conquista del país, iniciada apenas una década antes del dictado de dichas leyes. Los esclavos indígenas fueron usados sobre todo como cargadores de los bastimentos y armas de los conquistadores, durante la fase inicial del arribo español, a la que el historiador argentino Carlos Sempat Assadourian se refirió con el término de desatesorización. Los indios esclavizados fueron llevados a las entradas en la Amazonía, así como a la dantesca conquista de Chile por la expedición de Diego de Almagro entre 1535-1537. Para esta, Almagro llevó 1500 yanaconas que habría recogido de la zona circundante del Cuzco. Los yanaconas fueron indios desligados de sus ayllus, que los españoles adoptaron como sirvientes. Su estatus como esclavos no resulta del todo claro, pero sí el hecho de que fueron reclutados por la fuerza y trasladados a otras regiones sin consultar su voluntad.

    Las Leyes Nuevas limitaron la esclavitud a los africanos. El número de esclavos trasladado al Perú no ha llegado a precisarse, pero no parece haber alcanzado las grandes cantidades a las que se llegó en regiones como el Caribe o Brasil. Su porcentaje dentro de la población habría sido de apenas unos pocos puntos, aunque con ser unas pocas decenas de miles, llegaron a ser importantes para actividades económicas, como la agricultura y la producción artesanal urbana. La disponibilidad de mano de obra indígena y, sobre todo, la posibilidad de su enrolamiento laboral aprovechando instituciones existentes de la era prehispánica, redujeron la necesidad de mano de obra esclava en otros sectores.

    "Negroes like creoles"

    En este dibujo de la Nueva corónica y buen gobierno, de Huamán Poma de Ayala, puede verse a un negro entregándole una moneda a una india. El texto dice: Cómo los criollos negros hurtan plata de sus amos para engañar a las indias putas, y las negras criollas hurtan plata para servir a sus galanes españoles y negros. El negro le dice en quechua: Aquí tienes plata, india, y ella le responde: Señor, muy señor. Huamán Poma tenía la idea de que los esclavos y el dinero habían corrompido a la sociedad indígena.

    5/ La encomienda y el tributo

    La irrupción hispana ocurrió a través de una guerra de conquista en la que el gobierno inca fue derrotado y sus jefes apresados y ejecutados. Capturado el inca Atahualpa en la plaza de Cajamarca, adonde había acudido para una entrevista con la hueste de Pizarro, fue presionado a pagar un rescate en oro y plata. Cumplió con ello, pero fue sometido a un juicio, como resultado del cual fue ejecutado en 1533. Sus generales y lugartenientes corrieron la misma suerte; otros murieron en batallas o como víctimas de intrigas políticas. Una vez que los españoles refundaron el Cuzco en 1534 y que Manco Inca (un miembro del linaje real indígena) fracasó, dos años después, en el cerco que simultáneamente organizó sobre la antigua capital inca y la ciudad de Lima, podía decirse que del Estado inca no quedaban sino las ruinas y que un nuevo poder se había erguido en las regiones andinas.

    La capitulación de Toledo que Francisco Pizarro había firmado en 1529 con la corona de Castilla lo facultaba a fundar ciudades y conceder encomiendas. La encomienda era una institución de la reconquista católica contra los musulmanes, mediante la cual la población de las regiones rescatadas de los infieles era encomendada a un capitán cristiano para que la adoctrinase en la religión católica y la protegiese de posibles contraofensivas de los enemigos de Cristo. A cambio de estos servicios, el capitán cristiano tendría el derecho a percibir un tributo de la población encomendada, quien así lo reconocía como nuevo señor, a quien debía obediencia y fidelidad.

    El sistema de la encomienda como forma de recompensa a los jefes militares y guerreros destacados en las operaciones de conquista, se instaló en América en el siglo XVI. En el Perú, Francisco Pizarro comenzó a nombrar encomenderos entre los hombres que lo habían acompañado desde la isla del Gallo y habían estado presentes en la emboscada de Cajamarca. Estos recibían un lote de indígenas tributarios (varones entre los 18 y 50 años), a los que se identificaba básicamente a partir de su curaca o cacique. La población de la encomienda podía reunir a unos cuantos cientos o a varios miles de habitantes, pero los únicos obligados al pago del tributo eran los varones de la edad señalada (o menores, pero que ya tuviesen mujer e hijos), a quienes podía identificarse como la población económicamente activa o cabezas de familia.

    La encomienda promedio tenía medio millar de tributarios y una población total de entre dos mil y tres mil habitantes. Para adoctrinar a esta población, el encomendero debía contratar a un especialista: un cura doctrinero, y facilitarle el instrumental exigido por la evangelización, que incluía desde levantar un templo y una casa cural hasta conseguir instrumentos musicales para el coro y casullas y cálices para los altares. Teóricamente debía también mantener una guardia armada, preparada para responder ante un ataque inca, pero, después de 1542, cuando Manco Inca fue ultimado en Vilcabamba por unos almagristas a los que había acogido, las posibilidades de que eso ocurriera fueron cada vez menores.

    La encomienda fue la primera empresa española en el Perú. Su base era el tributo que los indios encomendados debían entregar al encomendero, que era una imposición política y no un acto voluntario. Dicho tributo conformaba el ingreso de la empresa, mientras que los gastos de la evangelización, la defensa armada y las relaciones con las autoridades y otros hombres influyentes, a quienes habitualmente había que agasajar y regalar, representaban los gastos. Cuando la esclavitud indígena fue proscrita, los encomenderos pasaron a ser los únicos que disponían de la mano de obra indígena. Gracias a ella iniciaron la explotación de las primeras minas de oro y plata hacia 1540, construyeron las primeras ciudades que fundaron como residencia e introdujeron en sus inmediaciones los sembríos europeos.

    A la fundación de las ciudades más tempranas, como San Miguel de Piura en 1532, y Jauja y Cuzco en 1534, siguió, en la costa, la de Trujillo (1534) y Lima (1535), y en la sierra, la de Chachapoyas (1538), Huamanga (1539), Huánuco (1539) y Arequipa (1540). Los encomenderos eran sus principales vecinos; levantaron sus viviendas en la plaza principal o en las calles aledañas y fueron percibidos como el origen de una nobleza local indiana que poco a poco debía echar raíces y erigir una tradición señorial que la proveyera de legitimidad como élite gobernante.

    El número de encomenderos fue en aumento desde la década de 1530 hasta la de 1570, cuando se acercó al medio millar; a partir de entonces decreció, hasta extinguirse por completo en los inicios del siglo XVIII (véase cuadro 1.1). En cualquier caso, incluso considerando el hecho de que los españoles nunca alcanzaron a ser una población masiva en el Perú, manteniendo en el siglo XVI quienes entre ellos eran varones adultos un número promedio de diez mil, los encomenderos fueron una élite pensada en el proyecto colonizador original como la base de una nueva nobleza de la tierra.

    Las encomiendas fueron más numerosas en la región del Cuzco, donde llegaron a sumar 191 repartimientos en la década de 1570, seguida de las regiones de Trujillo y Lima, con 65 y 54 repartimientos en la misma década. Las restantes regiones tuvieron un menor número de encomiendas, lo que, por lo general, coincidió con su menor densidad de población indígena. Según el estudio que el historiador norteamericano Noble David Cook hizo de la Visita del virrey Toledo en la década de 1570, en la región de Huamanga, aunque el número de encomiendas era reducido, un tercio de ellas contenía más de mil tributarios, lo que las volvía particularmente grandes y codiciadas. Cuzco y Arequipa se caracterizaron, en cambio, por tener un número apreciable de encomiendas pequeñas, de menos de cien tributarios.

    Cuadro 1.1. Evolución y geografía de las encomiendas en el Perú, 1540-1720

    Fuente: J. de la Puente Brunke, Encomienda y encomenderos en el Perú. Estudio social y político de una institución colonial. Sevilla: Diputación Territorial de Sevilla, 1991, p. 141.

    Para hacerse merecedor a una encomienda, había que haber hecho méritos en la guerra de conquista y en las luchas políticas que sobrevinieron entre la corona española y los conquistadores. Quienes aportaron caballos, armas o dinero, quienes sobresalieron por su papel en las batallas o demostraron fidelidad y compromiso con la corona, obtuvieron el premio de una encomienda. Las de mayor número de tributarios y mayor capacidad de pago (que los españoles solían distinguir por la riqueza de sus rebaños de alpacas y llamas) eran reservadas para los capitanes sobresalientes o bien relacionados, como el propio Francisco Pizarro, sus hermanos, y otros como Alonso Álvarez de Hinojosa, Juan de la Torre, Alonso Ramírez de Sosa o Amador de Cabrera.

    La encomienda era pues un premio político: concedida por el Estado a los beneméritos, daba la posibilidad de enriquecerse gracias al tributo de los indios y al acceso a su trabajo. Según el estudio de Cook, las autoridades más diligentes en el otorgamiento de encomiendas en el Perú fueron el Pacificador Pedro La Gasca, que gobernó el Perú entre los años de 1546-1550, y el quinto virrey: Francisco de Toledo, con gobierno entre 1569 y 1580. El primero fue quien debió lidiar con la rebelión de Gonzalo Pizarro contra la corona. Presionado por ganar aliados, hubo de premiarlos tras la victoria con la concesión de encomiendas, sobre todo en el Cuzco, donde tuvo lugar la lucha final contra los rebeldes. El virrey marqués de Cañete (segundo virrey del Perú, con gobierno entre 1556 y 1560) y el marqués Francisco Pizarro (con gobierno entre 1532 y 1541) fueron otras autoridades activas en la concesión de encomiendas. En total, La Gasca concedió 105 encomiendas; Toledo: 73; Andrés Hurtado de Mendoza (el marqués de Cañete): 53 y Pizarro: 31. Es interesante constatar que algunos descendientes de la realeza inca, que habían sido aliados de los españoles, también llegaron a figurar entre los encomenderos, como fue el caso de Paulo y Carlos Inga, designados encomenderos de Yauri y Pichigua, en la región del Cuzco.

    Antes de La Gasca, el tributo de la encomienda no estuvo tasado por el gobierno. Los encomenderos lo recogían como mejor les conviniere o como mejor pudieran. El historiador Carlos S. Assadourian (Transiciones) ha postulado la tesis de que, durante esta fase temprana, que habría durado aproximadamente hasta 1550, el tributo les habría sido cobrado a los indios fundamentalmente en trabajo. Por un lado, era la forma a la que ellos habrían estado acostumbrados bajo el gobierno inca; el cambio consistía en que en vez de ser conducidos a mover piedras para levantar fortalezas como las de Paramonga o Tambo Colorado, acudían a labrar minas o tierras, bajo la conducción de capataces y mayordomos españoles. Las minas de oro en Carabaya, Puno, y en Zaruma, en el actual Ecuador, comenzaron a trabajarse en 1542, mientras que las de plata de Potosí, en la actual Bolivia, en 1545. Los encomenderos también podían optar por alquilar los indios de su encomienda a otros españoles necesitados de su mano de obra.

    Presionado por las denuncias del fraile dominico Bartolomé de Las Casas y otros observadores, que alertaron acerca de la destrucción o despoblación que venía ocurriendo en las Indias por el abuso de los encomenderos y de los soldados españoles en general, el gobierno del rey Carlos V se propuso limitar el poder de los encomenderos en América, introduciendo corregidores (representantes del rey) en el gobierno de las provincias. Las Leyes Nuevas limitaron la duración de la encomienda al tiempo de vida del encomendero y ordenaron fijar el tributo que los indios habrían de entregar anualmente a sus encomenderos. La tasación de los tributos debía servir, tanto para limitar el coeficiente de explotación que los encomenderos hacían de los indios (Assadourian), cuanto para que la corona pudiese controlar el tributo que, a su vez, los encomenderos debían transferirle por concepto de quinto real, una norma que dictaba que de todos los tesoros recogidos en América, una quinta parte debía cederse al gobierno español.

    Las Leyes Nuevas también pretendieron poner fin progresivamente al régimen de la encomienda, dictando que a la muerte del encomendero los indios fuesen a tributar directamente al rey, pasando a ser una encomienda real. Los encomenderos en el Perú recibieron esta noticia con grave disgusto; como una expropiación de lo que consideraban sus legítimos derechos por haber ganado las nuevas tierras para el imperio español. ¿Qué podrían ahora dejarles a sus hijos, que tan descuidados habían tenido precisamente por ocuparse de la conquista de América? ¿Qué mérito tenía el rey para querer apropiarse de pronto de todo, sin haber arriesgado ni su vida ni su hacienda?

    Bajo el comando de Gonzalo Pizarro, hermano menor del capitán de la conquista, los encomenderos levantaron bandera contra el rey, reclamando los derechos de gobernadores del Perú que le corresponderían a él y sus hermanos por la capitulación de Toledo. Rechazaron al virrey Blasco Núñez de Vela, enviado por España, al que derrotaron y ejecutaron en Iñaquito en 1546. Demandaron la perpetuidad de las encomiendas, la libertad para el cobro de los tributos y la concesión de alta vara en justicia civil y criminal (vale decir, la prerrogativa de administrar justicia dentro de la encomienda). De cederse frente a estas pretensiones, los encomenderos se habrían convertido en una suerte de gobernadores feudales en el Perú. El poder central se habría debilitado, acreciendo el de las aristocracias regionales conformadas alrededor de los encomenderos.

    La corona española decidió el envío de Pedro La Gasca, un sacerdote de fidelidad comprobada al rey, que, mediante hábiles negociaciones con los encomenderos, fue aislando a sus cabecillas. Entre las cartas con que negoció La Gasca figuraron la extensión hasta dos o tres vidas de la vigencia de la encomienda (lo que ponía a salvo la economía de los hijos y nietos de los encomenderos) y el perdón del rey por haber participado en la rebelión. La amenaza de la excomunión y la posibilidad de que el gobierno hostilizase a la familia de los encomenderos que había quedado en España, desanimó a muchos seguidores de Pizarro. Cuando el 9 de abril de 1548 llegó el momento de la batalla entre los dos ejércitos en Jaquijahuana, en las afueras del Cuzco, las fuerzas rebeldes se hallaban muy debilitadas y pronto se desbandaron. Gonzalo Pizarro y Francisco de Carbajal, uno de los pocos que se le mantuvieron leales, fueron apresados y ejecutados. Horas después sus cabezas se exhibirían en la plaza de armas del Cuzco como símbolo de la autoridad real. Los encomenderos habían sido derrotados y, con ello, de acuerdo con el historiador chileno Claudio Veliz, se alejó la posibilidad de un feudalismo andino y un poder más descentralizado.

    En 1553-1554 hubo un nuevo intento de rebelión de los encomenderos en el Cuzco, conducido por Francisco Hernández Girón, pero no logró despegar, siendo sofocado prontamente por las fuerzas leales a la corona. Quienes colaboraron con el rey apoyando a La Gasca y combatiendo a los encomenderos alzados en armas fueron recompensados con encomiendas, las mismas de las que fueron privados quienes militaron entre los vencidos.

    Después de la derrota de los encomenderos, La Gasca inició unas Visitas a los repartimientos de indios, encuestando a los curacas y encomenderos acerca del tributo que habían pagado en tiempo del Inca y del que habían pagado luego al encomendero, y ajustando el que habrían de pagar en adelante. El espíritu de las Visitas era que la cuantía del tributo disminuyese, de modo que los indios apreciasen que el rey tenía voluntad de hacerles merced. Los tributos fijados por La Gasca consistieron sobre todo en cantidades de bienes agrícolas, ganaderos y alguna indumentaria, que debían ser entregados anualmente al encomendero, o al corregidor como representante del rey, cuando la encomienda hubiese vacado.

    El estudio del historiador Efraín Trelles sobre el encomendero Lucas Martínez de Vegazo, afincado en Arequipa, presentó las tasas del tributo fijadas por La Gasca para las encomiendas que aquel tenía en el sur peruano. La tasa de Tarapacá, un emplazamiento que contenía 900 tributarios, nos informa que el tributo se pagaba en dicha región fundamentalmente en fanegas de maíz; asimismo, debían entregar trigo y animales como aves (presumiblemente gallinas), huevos, ovejas, carneros, puercos y pescado seco, además de algunos bienes artesanales, como ropa, cántaros, cueros (¿de las ovejas?) y aceite (¿de oliva?), y minerales, como la sal (véase cuadro 1.2).

    Cuadro 1.2. Tributo fijado por La Gasca para la encomienda de Tarapacá en 1550

    Fuente: E. Trelles, Lucas Martínez Vegazo. Funcionamiento de una encomienda peruana inicial. Lima: Fondo Editorial de la PUCP, 1982.

    Entre los bienes del tributo, llama la atención la presencia de productos de origen europeo, como el trigo, los puercos, las ovejas, así como el aceite y los cueros (en el caso de que fuesen de olivares y de ovejas, respectivamente). Naturalmente, los encomenderos estaban interesados en que los bienes entregados como tributo tuviesen una demanda en el mercado local. Por eso debieron insistir en la inclusión de bienes como la sal, las aves, el sebo, el aceite y los cueros (estos eran usados como envases para el transporte de líquidos o sólidos), y de bienes de origen europeo, como el ganado ovino y las aves de corral, puesto que lo principal de la demanda en el mercado peruano del siglo XVI debió estar conformado por el consumo de los colonos españoles. El maíz tenía demanda entre los colonos españoles debido a que lo empleaban como alimento de corral y como sustituto del trigo.

    Las otras listas de tributo que presentó Trelles, como las de Arica, Ilo y Zarumas, repiten los mismos productos, con algunas inclusiones, como las sogas, alpargatas, mantas, hilo, coca, frijol y ají. Todas comprendieron también un tributo en trabajo como un rubro importante. En efecto, en el caso de Tarapacá, que contenía 900 tributarios, se imponía el trabajo de 30 indios para servicios y guarda de ganados. Se entendía que se trataba de un servicio permanente, por lo que solo dicho rubro ya implicaba una carga fiscal de 3,33%. En el caso de las otras encomiendas (o más bien, lugares de la encomienda), el peso de los servicios personales o tributo en trabajo era aún mayor. En el caso de Zarumas llegaba a ser de 10%; en el de Ilo, de 8,25% y en el de Arica, de 4,96%.

    La dificultad de valorar los bienes del tributo hace difícil calcular cuál era el rubro más importante en las tasas dictadas por La Gasca: si los servicios personales o tributo en trabajo, los cereales, como el maíz y el trigo, los animales o los productos artesanales. La asignación a los bienes del cuadro 1.2 de los precios que aparecieron en la Visita de Francisco de Toledo, de un cuarto de siglo después (véase recuadro Los precios de los bienes del tributo), da como resultado que el valor del tributo en bienes aproximadamente duplica al del tributo en trabajo. De todos modos, aunque las tasas de La Gasca buscaron convertir al tributo, básicamente en una lista de productos, no se rompió completamente con el patrón anterior, de un tributo en trabajo. Un dibujo de finales del siglo XVI o inicios del XVII, de Huamán Poma de Ayala, señala que los comenderos piden china, muchacho, ama, yanaconas, labradores, ortelanos y pongo despenseros de los indios (véase recuadro). Una parte de los indios de servicio cumplía tareas domésticas en la residencia del encomendero, brindándole a este el estatus señorial que ambicionaba (la china, el muchacho, el ama y el pongo), pero la mayor parte desempeñaría su trabajo en las chácaras que los encomenderos formaron alrededor de las ciudades, donde recibieron mercedes de tierras.

    6/ La producción del tributo

    Un tema que ha motivado la investigación histórica ha sido la producción del tributo para la encomienda. ¿Cada familia tributaria aportaba la cuota que le correspondía, o el tributo era producido colectivamente en tierras apartadas y designadas para ello? Tal parece que mayormente ocurría lo segundo. De acuerdo con los testimonios de los observadores del siglo XVI, la tradición entre los indios era acudir a trabajar en beneficio de quien habría de recibir el tributo, hasta el punto de que entendían que el tributo era su trabajo y no los productos que con él se obtenían. El jurista Polo de Ondegardo escribió así que los indios sienten más tomalles un celemín de papas de lo que cada uno hubo de su trabajo que acudir quince días con la comunidad a cualquier hacienda. En tiempos del Inca, las autoridades de los ayllus separaban, así, tierras para el tributo, conocidas como tierras del Inca y del Sol. A partir de las tasas de La Gasca, dichas tierras habrían pasado a ser destinadas a la siembra de los bienes del tributo.

    Aparte del trigo, el nuevo tributo incluía otros bienes europeos, como los cerdos, ovejas, carneros y gallinas; esto, además de la elaboración de aceite y el curtido de pieles de oveja. Para la producción de estos bienes habrían colaborado españoles segundones; mayordomos que formaban parte del séquito de los encomenderos y que conocían los trabajos del campo. El virrey marqués de Cañete calculó en 1556 el número de españoles en el Perú en unos ocho mil hombres, de los cuales únicamente 500 tenían encomienda y otro millar había logrado acomodarse dentro del séquito de los encomenderos, o como escribanos, herreros o en algún otro oficio, entre el que debía figurar el de mayordomo o técnico agropecuario. Fueron estos quienes introdujeron el uso de los arados tirados por bueyes, el beneficio de los cerdos y el empleo de las herramientas de hierro.

    Gracias a que contaban con la poderosa herramienta del acceso a la mano de obra indígena, así como un acceso privilegiado a las autoridades étnicas, los encomenderos se convirtieron en la élite económica del virreinato durante el siglo XVI. Iniciaron el cultivo de productos europeos, como el trigo y la caña de azúcar, de frutales, como los cítricos (que en los primeros años de la vida colonial habían llegado a alcanzar precios de capricho), la crianza de ganado vacuno u ovino, así como la explotación de minas. El encomendero de los Angaraes y vecino de la ciudad de Huamanga, Amador de Cabrera, descubrió las minas de azogue de Santa Bárbara, Huancavelica, en 1563, gracias a la revelación que de ella le hizo un criado indígena de su encomienda y pudo iniciar su explotación con la mano de obra de esta.

    A partir de 1570, el virrey Francisco de Toledo modificó las tasas del tributo, después de realizar una nueva Visita del reino. La tasa toledana trajo como principal novedad la monetización de la mayor parte del tributo. Según los cálculos de Assadourian (La crisis: 91), en regiones como La Plata (actual Bolivia) y Cuzco, dicha monetización alcanzó el 94% y 80%, respectivamente. En los distritos de Arequipa y Huamanga los porcentajes fueron de 71 y 69. A partir de ello, Assadourian sostuvo que la monetización fue mayor en aquellas regiones más comprometidas con el desarrollo de la minería. Como no se han hallado las Visitas que Toledo hizo en las regiones del norte, donde no hubo minería temprana, no resulta fácil comprobar dicha hipótesis.

    Los precios de los bienes del tributo

    En la Visita de Toledo, realizada entre 1570-1575 y en la que volvieron a ajustarse los tributos de las encomiendas para una nueva tasa, no aparecen todos los bienes del cuadro 1.2. Para el cálculo de las proporciones del tributo en trabajo y el tributo en bienes, a los bienes faltantes en las nuevas tasas (como es el caso de los cueros, puercos, sebo, sal, huevos, cántaros y aceite) les hemos asignado valores de bienes aproximados. Los precios que hemos considerado son, en todo caso, para el maíz y el trigo: un peso (de ocho reales) por fanega; para la ropa: dos pesos y medio la pieza; para las gallinas o aves: un real la unidad; para las ovejas y puercos: dos pesos la unidad; para los carneros de la tierra (las llamas): un peso y medio la unidad; para los cántaros: un peso y medio la unidad; las cargas de sal: un peso cada una; los cueros: dos pesos y medio la unidad. Para el trabajo hemos asignado el salario diario de un real.

    Dibujo de Huamán Poma de Ayala, en Nueva corónica y buen gobierno, capítulo Comendero. Aunque esta obra fue terminada alrededor de 1610 o 1615, habría sido preparada a lo largo de unos veinte años. China era una expresión colonial que podría traducirse como chica: muchacha joven que podía apoyar en las tareas de limpieza y cocina en el hogar.

    Las otras modificaciones que trajo la reforma toledana del tributo de la encomienda, fueron: la exención de los caciques de la condición de tributarios, para lo cual se separaba de la masa de tributarios un número proporcional para caciques (una media de 1%, aproximadamente); y la reducción del tributo en bienes a una lista relativamente corta de productos, consistente, básicamente, en maíz, trigo, papas, ropa basta, llamas (denominadas carneros de la tierra) y gallinas (aves de Castilla). Dejaron de figurar animales europeos, como los cerdos y ovejas, así como el aceite y la sal. Los indios habían venido quejándose del daño que ocasionaban los cerdos en sus cultivos o entre sus cuyes, así como del trabajo que les daban su crianza y cuidados. La convivencia de los nuevos animales y productos con los de la tierra no era sencilla.

    Los bienes del tributo fueron tasados en moneda en la Visita de Toledo, asignándole así precios a las fanegas de maíz (habitualmente un peso, aunque varió según las regiones), los carneros de la tierra (dos pesos y medio por cabeza) o las gallinas (un real la unidad). Ello facilitaba el cálculo del quinto que le correspondía al rey, pero también permitía, más adelante, la conversión de este tributo en moneda. Hasta 1550 habría predominado el tributo en trabajo; entre 1550 y 1575 lo hizo el tributo en bienes, y de ahí en adelante el tributo en moneda.

    Siguiendo a Assadourian, la monetización del tributo subrayó el carácter rentista de los encomenderos y los privó del manejo del excedente agrario, un hecho que los perjudicaría a largo plazo. Sin embargo, resulta difícil aceptar que las tasas del tributo pudiesen aplicarse al pie de la letra. Las autoridades españolas eran conscientes de que muchas normas dictadas para todo el territorio de las Indias no eran aplicables en algunas regiones, por diversas razones que tenían que ver con la geografía, las costumbres locales, la situación política que se atravesaba o, sencillamente, la imposibilidad de controlar su cumplimiento. Debieron buscar en dichos casos un punto de conciliación entre el espíritu de la norma y la realidad imperante; una actitud que se plasmó en lo que la sabiduría popular consideró un lema de la administración colonial: la ley se acata, pero no se cumple. Es probable, así, que los encomenderos hayan seguido cobrando el tributo sobre la base de prestaciones en trabajo, por lo menos en ciertas regiones donde el trabajo indígena era muy apreciado. Una serie de reformas aplicadas por el gobierno del virrey Toledo durante la década de 1570 apuntaron, no obstante, a debilitar la capacidad de los encomenderos de disponer de la mano de obra indígena.

    Pin en Peru

    Huamán Poma, Nueva corónica y buen gobierno: Comendero. Que el comendero se hace llevarse en unas andas como ynga con taquis y danzas cuando llega a sus pueblos, y cino le castiga y maltrata en este reyno.

    La ofensiva de la corona en América partir de las Leyes Nuevas había apuntado a limitar el poder de los encomenderos, a fin de que los indios conquistados fuesen más vasallos del rey que de señores particulares, por muy meritorios que estos fuesen. La limitación de la duración de la encomienda, despojándola de un carácter perpetuo, la introducción de los corregidores como representantes del rey, y la reglamentación y monetización de los tributos fueron parte de esta estrategia.

    Al llegar a su término el siglo XVI, el número de encomenderos comenzó a disminuir (véase cuadro 1.1), al tiempo que muchos desertaron de vivir en la ciudad regional fundada como asiento de la élite señorial, para trasladarse a Lima o a la península ibérica. Hacia mediados del siglo siguiente, los encomenderos ya eran solamente unos 200. El resto de encomiendas había venido vacando. Una vez que moría el hijo o el nieto del encomendero, aquella pasaba al rey, lo que implicaba que los indios seguirían pagando el tributo, pero ya no al encomendero, sino al corregidor. En la práctica, quienes recogían el tributo eran los caciques o curacas. Estos personajes fueron claves durante la época de transición entre el orden social y político del Tahuantinsuyo y el del virreinato, para mantener cohesionada a la sociedad indígena y hacer posible la transferencia de su excedente económico hacia otros.

    A mediados del siglo XVII más de la mitad de los encomenderos había dejado de residir en el espacio de la encomienda, como manifestación de que, derrotados por el gobierno español, habían renunciado a ejercer un señorío territorial y directo (véase cuadro 1.3). La emigración de los encomenderos motivó la remisión de las ganancias de la encomienda hacia la península, lo que debilitaba, naturalmente, a la economía local.

    Para los inicios del siglo XVIII sobrevivían muy pocas encomiendas; la mayor parte de ellas en Cuzco y Trujillo. Con la muerte de quienes por entonces las ostentaban en su tercera o cuarta vida (que excepcionalmente llegó a concederse), la encomienda se extinguió hacia 1720. Para entonces eran dominantes otras maneras de acceder a la mano de obra indígena, de modo que el poder y prestigio de los encomenderos eran ya parte de la historia y la leyenda.

    A los encomenderos se les describe en la historiografía como a una élite rentista, que habría sido emblemática de las instituciones extractivas que dominaron la época colonial hispanoamericana. Pero al lado de su innegable papel como perceptores de tributos que la ley, y no el mercado, arrancaban de las manos de los indios, desempeñaron un papel importante como introductores de la producción de bienes europeos y de instituciones del mismo origen. En tal sentido, cumplieron un rol schumpeteriano (es decir, de empresarios innovadores), al aclimatar los nuevos cultivos y especies animales, así como al iniciar la diversificación de actividades productivas, tales como la minería y los obrajes. Fueron encomenderos como Amador de Cabrera o Jerónimo de Oré los pioneros de la minería del azogue o la producción textil en obrajes en las regiones de Huancavelica y Huamanga, respectivamente.

    Cuadro 1.3. El ausentismo de los encomenderos después del siglo XVI

    (en porcentajes)

    Fuente: J. de la Puente Brunke, Encomienda y encomenderos en el Perú. Estudio social y político de una institución colonial. Sevilla: Diputación Territorial de Sevilla, 1991.

    En la medida en que, al menos, una parte importante de los gastos de la encomienda (la defensa militar, la evangelización y las relaciones con las autoridades y la administración colonial) debían hacerse en moneda, y los tributos antes de Toledo se pagaban en trabajo o productos, los encomenderos no tuvieron más alternativa que volverse empresarios, procurando aplicar el trabajo indígena a la producción de bienes que pudieran convertirse luego en moneda, o comercializando los bienes en diversos mercados. Es cierto que pudieron transformarse en la primera élite empresarial del país en virtud de ser los perceptores de una renta originada políticamente, como era el tributo de los indios.

    Las medidas dispuestas por el gobierno español desde mediados del siglo XVI, y continuadas por las reformas implantadas por el virrey Toledo, afectaron la economía de las encomiendas, al limitar el excedente que podían extraer de la producción indígena, restringir

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1