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Esclava del amor del jefe de la mafia
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Esclava del amor del jefe de la mafia
Libro electrónico237 páginas3 horas

Esclava del amor del jefe de la mafia

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Información de este libro electrónico

Yo, Margarita Alfonso, una universitaria común, había sido forzada a casarme con el heredero del mayor sindicato mafioso a nivel mundial, Osirio Iker. El me impuso 4 reglas:


1. Prohibido entrar en su dormitorio.


2. No se puede tener contacto físico con él.


3. Prohibido dirigirle palabras sin permiso.


4. Debo obedecer sus órdenes pase lo que pase.


"¿Y si rompo una de estas reglas?", pregunté.


"Entonces, tomaré una parte de tu cuerpo como mía," respondió él.


"¿Qué? ¿Por qué no te quedas con todo mi cuerpo? ¿No lo deseas?", cuestioné con incredulidad.

IdiomaEspañol
EditorialPublishdrive
Fecha de lanzamiento16 nov 2023
Esclava del amor del jefe de la mafia

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    Esclava del amor del jefe de la mafia - PopNovel

    Chapter 1  Penetrando en la guarida del monstruo

    **Toc, toc, toc, toc**

    Bien, veamos qué sucede. Llamé firmemente a su puerta tres veces, pero no obtuve otra respuesta que el silencio total. ¿Estaría dormido... o le habría sucedido alguna desgracia?

    Me mordí el labio inferior mientras volvía a llamar a su puerta, pero esta vez con mayor fuerza. Una vez más, el silencio fue absoluto; no percibí ni siquiera el más leve sonido que indicara movimiento al otro lado de la puerta.

    Osirio... ¿te encuentras bien?

    Tuve la sensación de que el tiempo se había detenido; era como si la acción se desarrollara en cámara lenta al momento de extender mi mano para agarrar el pomo de la puerta. Inhalé profundamente y contuve el aliento mientras lo giraba con lentitud; la puerta no tenía el seguro puesto.

    Osirio estaba al otro lado de aquella puerta.

    En un movimiento lento y silencioso, abrí la puerta solo lo suficiente para poder ver el interior de la habitación.

    ¡Osirio!, exclamé.

    Me quedé atónita al ver la escena que tenía ante mí. Abrí más la puerta y, sin la menor vacilación, me precipité al interior de la estancia. Osirio yacía inconsciente en el suelo; una gran estantería que había caído al piso estaba muy cerca de su cuerpo. Afortunadamente, no le había caído encima. ¿Por qué estaba dormido en el suelo? ¿Acaso se había desmayado antes de que lograra llegar a la cama?

    No me explicaba cómo una estantería tan grande podía haber caído al suelo. Ahora los libros que reposaban en ella estaban esparcidos por todo el piso. ¿Acaso él había chocado con ella estando ebrio?

    En cualquier caso, lo primero que debía hacer era comprobar que él estaba ileso. Abrigaba la esperanza de que solo estuviera dormido. Me agaché, procurando hacer el menor ruido posible, y acerqué mi cabeza a la suya mientras miraba su rostro durmiente. Parecía estar perfectamente bien, así que no tenía nada de que preocuparme. Dejé escapar un prolongado suspiro de alivio; no me había percatado de que había estado conteniendo el aliento, expectante. Por fortuna no estaba herido; mi reacción al verlo allí, tendido, había sido algo exagerada.

    Podía ver claramente su rostro mientras me agachaba junto a él. Jamás había visto su rostro durmiente; tenía un aire de gran inocencia y ternura. En marcado contraste con el demonio que era durante la vigilia, ahora que dormía pacíficamente ofrecía el aspecto de un inofensivo ángel. Sus pestañas, de color rubio claro, eran largas; sus cejas, hermosas y elegantes, y su cabello parecía suave.

    Posé la mirada en sus labios e inmediatamente evoqué la sensación de esos hermosos labios sobre los míos, fundidos en un beso apasionado. Me resultaba imposible apartar la mirada de su rostro; no sabría decir cuánto tiempo estuve allí, sentada, absorta en la contemplación de su rostro durmiente y sereno. Fascinada por su adorable aspecto angelical, sentí el impulso de tocar su cabello rubio. Instintivamente, extendí con lentitud mi mano hacia su cabello…

    ¡Ah!, grité, sorprendida.

    Con una velocidad asombrosa, él extendió su mano y aferró mi muñeca. ¿En qué momento había despertado? ¿Había estado despierto todo ese tiempo… o sus reflejos eran verdaderamente extraordinarios? De repente, esa mano que sostenía mi muñeca comenzó a tirar de mí hacia abajo. Dejé escapar un grito no muy fuerte al sentir que mi cuerpo se movía hasta quedar directamente encima del suyo.

    ¿Cómo había llegado a encontrarme en esa situación?

    Osirio…, lo llamé, pero no obtuve respuesta.

    Entonces comencé a luchar por levantarme, pero mis esfuerzos se revelaron inútiles, pues él comenzó a rodear mi cintura y mi espalda con sus brazos, abrazándome fuertemente contra su cuerpo; lo sentía, cuan largo era, contra el mío. Ahora yacía sobre él, nuestros cuerpos muy juntos. Podía sentir el calor de su cuerpo y la firmeza de sus músculos debajo de mí.

    Osirio... suéltame... por favor, dije en tono suplicante, mientras intentaba liberarme de su brazo.

    Pero fue un esfuerzo inútil; me abrazó con más fuerza. Ahora me resultaba imposible moverme. Lo miré a la cara y vi sus ojos cerrados; aún dormía. Coloqué mis manos sobre su pecho firme y musculoso e hice presión, tratando de apartarlo, pero él no se movió un ápice. Sus poderosos brazos me sujetaron con tanta fuerza que no logré liberarme.

    Entonces decidí abandonar aquella lucha, claramente infructuosa. ¿Cuándo iba a despertar él? De repente, comenzó a acariciar mi espalda. Sentí el calor de su mano deslizarse por mi espalda hasta debajo de mi camisa. Me retorcí al sentir sus grandes manos sobre la piel desnuda de mi espalda.

    Vaya, este hombre definitivamente era un pervertido… ¡incluso mientras dormía me tocaba con un gran atrevimiento!

    Osirio..., lo llamé, y luego dejé escapar un suave gemido.

    Sus manos, posadas en mi espalda desnuda, comenzaron a desplazarse hacia abajo; acarició suavemente la piel sensible de mi cintura, y luego deslizó sus manos todavía más abajo. Dejé escapar un grito no muy fuerte cuando sus manos varoniles presionaron mis nalgas, apretando mi carne y acercando mis caderas a las suyas.

    Ah… gemí, un poco más fuerte esta vez.

    Sus manos calientes se deslizaron dentro de mis pantalones cortos y comenzaron a masajear mi trasero. Ya estaba jadeando y mi corazón galopaba dentro de mi pecho. Sus grandes manos varoniles continuaron apretando mis nalgas, de manera provocativa, mientras presionaba mis caderas contra las suyas. Pude sentir su dureza cuando nuestras entrepiernas se rozaron. Sus caderas se movían, empujando su dureza contra mi zona íntima. Nuestras caderas se juntaban mientras aún estábamos vestidos.

    Sentí que mi cuerpo se debilitaba mientras sus manos me sujetaban; el placer que él me hacía sentir comenzaba a apoderarse de mí. Mi mente se nubló y empecé, de manera instintiva, a presionar mis caderas contra su dureza. Me resultaba increíble que sus avances me hicieran sentir tan excitada. Aunque sus ojos todavía estaban cerrados, sus manos no dejaban de recorrer mi cuerpo.

    ¡Osirio!, exclamé cuando, de repente, el mundo pareció dar un vuelco.

    --Continuará…

    Chapter 2  Seducida por un monstruo

    De repente, con un ruido sordo, quedé atrapada debajo de él. Me había colocado debajo de su cuerpo y ahora estaba sentado a horcajadas sobre mis caderas, mientras sujetaba mis muñecas con sus manos, en el suelo. Gemí fuertemente en el momento en que bajó la cabeza y comenzó a besar y chupar el costado de mi cuello, en un movimiento agresivo que hacía que oleadas de placer recorrieran todo mi cuerpo.

    Fuertes sonidos de besos y succión resonaron en la habitación, junto con mis jadeos y gemidos de éxtasis, mientras él continuaba cubriendo de besos ambos lados de mi cuello. Me besó y lamió hasta que mi cuerpo se sintió débil, como si estuviese bajo el efecto de alguna droga, debido a aquel intenso placer que él me había proporcionado.

    Sentí sus grandes manos deslizarse una vez más debajo de mi ropa y tomar mis senos. Suspiré, extasiada, debido a la sensación de placer que experimenté cuando los masajeó, jugueteando con ellos. Sus manos varoniles presionaron mis senos con tanta fuerza que comencé a sentir un leve dolor; no obstante, el placer nublaba mi mente hasta el punto de que aquel dolor era prácticamente imperceptible.

    Continuó chupando mi cuello mientras sus manos acariciaban mis senos. Sentía que mi cuerpo ardía mientras me retorcía debajo de él. Grité un poco más fuerte cuando sus dedos comenzaron a juguetear hábilmente con mis pezones erectos.

    ¡Ah! ¡Ahh…!, gemí sin cesar cuando retorció mis pezones calientes entre sus dedos.

    Sentí sacudidas de placer que recorrían mi cuerpo desde las puntas de mis senos hasta la zona caliente entre mis piernas. La forma en que me tocaba hacía que me volviera loca de lujuria y deseo. Sus caricias eran verdaderamente maravillosas...

    Osirio… despierta… detente, logré decir, pero luego mis gemidos prosiguieron.

    Ignorando mis protestas, él continuó explorando mi cuerpo con sus manos. Sentí que una de sus manos se deslizaba entre mis muslos y comenzaba a acariciar la suave carne de la parte interna de mis muslos de arriba abajo, con lentitud y delicadeza. Aquellas seductoras caricias hacían que la piel se me pusiera de gallina.

    Inhalé profundamente y contuve el aliento mientras sentía como su mano se deslizaba lentamente por la parte interna de mi muslo, centímetro a centímetro, hasta finalmente detenerse en el punto al que deseaba llegar. Las yemas de sus dedos se hundieron entonces en la cálida humedad de la zona entre mis piernas.

    ¡Ahh... Osirio...!, exclamé y luego me mordí el labio inferior. Mi cabeza se movía de un lado a otro, mientras me abandonaba al placer.

    Sentí cómo sus dedos acariciaban mi raja húmeda y palpitante, despertando mi calor femenino. El dolor placentero que experimentaba en la parte inferior de mi abdomen se intensificó y sentí cómo mis jugos de amor brotaban de mi abertura ante aquel toque que tanto deleite me producía. Acarició con manos expertas la entrada de mi v*gina, moviendo sus dedos de arriba abajo, pero sin llegar a introducir su mano.

    Su toque era extremadamente placentero y adictivo. Comencé a mover mis caderas, en un intento por guiar sus dedos juguetones hacia el punto sensible situado entre mis piernas. Me odié a mí misma por mi reacción placentera ante sus caricias y por desear que no dejara de tocarme. Sin embargo, en ese momento realmente necesitaba sentir sus manos en mi clít*ris endurecido e hinchado.

    ¿Acaso me sentía así por el hecho de que hacía mucho tiempo no sostenía relaciones s*xuales con un hombre, o era solo que me sentía atraída por él? Cualquiera que fuese la razón, no quería que sus manos inquietas se detuvieran. Ansiaba que siguiera proporcionándome placer hasta que yo llegara al orgasmo...

    Como si fuera consciente de aquel deseo mío no manifestado, él comenzó a presionar mi clít*ris hinchado con sus dedos; lo pellizcó con fuerza, retorciéndolo entre las yemas de sus dedos. Era una sensación realmente maravillosa… incluso mejor que aquella que yo experimentaba cuando me tocaba mi cuerpo mientras me mast*rbaba. Era como si él conociera muy bien todas las zonas erógenas de mi cuerpo. Gemí tan fuerte que tuve que cubrirme la boca con la mano.

    Lo peor que podía pasar en ese momento era que él despertara. Si ello sucedía y él me veía así, atrapada debajo de su cuerpo, seguramente me sometería a un tormento incesante. Sin embargo, pronto dejé de preocuparme por ello, pues parecía haber perdido la capacidad de pensar. Sentí cómo sus dedos separaban los pliegues de mi v*gina y luego experimenté una sensación punzante entre mis piernas.

    ¡Ahhhh...!, gemí, mientras mis caderas se sacudían hacia arriba.

    Él había introducido bruscamente su dedo, largo y grueso, en mi agujero empapado. Sin darme tiempo para acostumbrarme a la sensación de su dedo dentro de mí, comenzó a retorcerlo. Sus dedos frotaron las paredes de mi v*gina, haciendo que mi cuerpo temblara de puro deseo. Yo no podía creer que los movimientos de su dedo dentro de mi agujero me llevaran al éxtasis.

    Pronto sus dedos encontraron mi punto G y comenzaron a acariciarlo y presionarlo con fuerza. Él introdujo y extrajo repetidamente su dedo de mi agujero, desde varios ángulos, estimulando aquella zona erógena con cada una de sus embestidas. Me mordí los dedos, tratando de contener un grito de éxtasis. Mis caderas se agitaban contra su mano, en un movimiento frenético, mientras mi v*gina insaciable apretaba su dedo con desesperación.

    Casi llegué al clímax cuando él insertó otro de sus gruesos dedos dentro de mi agujero empapado, estirando la entrada del mismo y mis entrañas. Experimenté un deleite increíble mientras sus dedos llenaban y frotaban las paredes de mi túnel del amor. Mi cuerpo se retorció debajo del suyo y separé todavía más las piernas para que él pudiera introducir sus dedos más profundamente en mi cuerpo.

    En ese punto ya me resultaba imposible contenerme; podía sentir que estaba al borde del orgasmo. Si él no dejaba de mover sus dedos dentro de mí de esa manera, me correría… muy pronto.

    ¡Osirio...!, grité mientras me cubría la boca con la mano, en el momento en que alcancé el orgasmo.

    Intenté sobrellevar en silencio el impacto de mi clímax, mientras cerraba los ojos y me mordía los dedos. Mi cuerpo entero se sacudió en espasmos y tembló bajo el peso de aquel hombre, mientras múltiples oleadas de placer me invadían. Mi mente se quedó en blanco y no pude recordar nada más después de eso...

    Cuando acepté el contrato con el padre de Osirio, jamás imaginé que esta sería una de sus consecuencias...

    --Continuará…

    Chapter 3  La boda sin el novio

    **Unos días antes**

    Pobre novia. Ha estado allí durante horas, aguardando la llegada del novio, escuché que decía una mujer con voz susurrante.

    Esta situación es verdaderamente lamentable. No puedo imaginar cuán grande es la tristeza que la embarga, concordó otra en voz baja.

    ¿Crees que al novio ya no le interesa casarse con ella?, susurró luego un hombre.

    Eso sería algo verdaderamente desolador. Por favor, no menciones esa posibilidad…, intervino una tercera mujer, en cuya voz se adivinaba una tristeza auténtica.

    Permanecí de pie frente al altar, sin musitar palabra, ataviada con un vestido de novia blanco, demasiado elegante para mi gusto y tan pesado que no me permitía moverme con soltura. Los zapatos de tacón que llevaba, los cuales eran exageradamente altos, empezaban a causarme dolor en los pies, mientras que las piernas me dolían por haber estado quieta durante un lapso de tiempo muy prolongado. Por enésima vez, apreté y abrí los puños.

    La tela de encaje de lentejuelas de las mangas del vestido me causaba picazón, aunque eso a nadie le importaba. Yo no había elegido aquel vestido; ni siquiera conocía al novio al que aguardaba. Lo más trágico de aquella situación era que no deseaba aquel matrimonio, pues mi verdadero amor era otro hombre.

    En efecto, yo, Margarita Alfonso, había sido obligada a contraer matrimonio, en virtud de un contrato, con el heredero del mayor sindicato mafioso a nivel mundial.

    A pesar de que hacía frío dentro de aquella iglesia de mármol blanco, mi malestar era tan intenso que sudaba copiosamente. Ignoraba cuánto tiempo había estado allí, de pie, esperando a que mi futuro marido se presentara a la ceremonia. En cualquier caso, habían transcurrido al menos un par de horas, por lo que todos los asistentes se mostraban inquietos y ansiosos.

    Si en realidad aquella hubiera sido mi boda soñada, la angustia se habría apoderado de mí ante la ausencia del novio, pero, como ese no era el caso, ello no me preocupaba en absoluto. De hecho, sería mejor para todos nosotros que él nunca apareciera. En tal caso, la boda se cancelaría, y mi abuela y yo podríamos volver a nuestro habitual y pacífico estilo de vida.

    Miré de reojo a mi abuela, frágil y muy enferma, sentada en una silla de ruedas; una enfermera estaba de pie cerca de ella. Ansiaba que ese remedo de boda terminara pronto para que ella pudiera volver a guardar reposo en el hospital. Mi abuela era muy mayor y, recientemente, yo había descubierto que su salud estaba muy deteriorada. Si bien los médicos que la atendían no pudieron decirme con exactitud cuánto tiempo de vida le quedaba, incluso para alguien lego en medicina, como yo, era evidente que no era mucho.

    ¿Dónde está el novio?, preguntó un hombre en voz baja.

    Buena pregunta. Ya llevamos casi tres horas esperando…, intervino otro cuyas palabras fueron acompañadas de un bostezo.

    Shhhh… será mejor que guarden silencio. El jefe los matará si escucha esa clase de comentarios, siseó un tercer hombre a los otros dos.

    ¿Alguien lo ha encontrado?, preguntó otra voz en tono serio.

    Ya envié a un grupo de hombres de mi escuadrón a buscarlo, así que pronto será localizado…, señaló alguien más, aunque no advertí demasiada convicción en su voz.

    No mires fijamente al jefe. Te matará si te sorprende…, siseó uno de los hombres.

    Así es. Definitivamente no está de buen humor, añadió otro, suspirando.

    ¿Qué está haciendo ese condenado hijo suyo?, preguntó el otro, en un susurro.

    "Esto es muy extraño; es su boda y ni siquiera ha

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