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Intocable: Intocable. La Saga
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Intocable: Intocable. La Saga
Libro electrónico447 páginas6 horas

Intocable: Intocable. La Saga

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SOLO SU SANGRE PODRÁ SALVARLES DE UNA ETERNIDAD RODEADA DE TINIEBLAS ...

Daphne Norwich è una chica de dieciocho años. Está cursando su último año en el instituto y piensa que es como cualquier chica, sin ninguna dote particolare ... pero sus conviciones se hacen añicos en el instante en que se cruza con Adam, una misteriosa criatura de la noche que despierta en su sangre la sombra di una antigua maldición.
El destino de Daphne cambia de rumbo, y la catapulta a un'oscura aventura poblada por entidades sobrenaturales. El veneno inmortal que la está convenzio in un leggendario quiere arrêtar su humanidad y reclama la atención de todos los vampiros que claman por su poder.
En vez de salvarle, el amor que siente por Adam podría ser su condena, pero ya se sabe que no podemos mandar en el corazón.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 abr 2019
ISBN9781547573455
Intocable: Intocable. La Saga

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    Intocable - Federica Leone

    Federica Leone

    Intocable

    Copyright © 2016 Federica Leone

    Copyright © Cover Federica Leone

    Primera  Edición del original junio 2012

    Segunda Edición del original junio 2016

    Queda prohibido cualquier tipo de reproducción total o parcial de esta obra.

    Este libro es una obra de fantasía. Los personajes y lugares citados son una invención de su autora, con el fin de aportar veracidad a la narración. Cualquier analogía con hechos, lugares o personas reales, vivas o muertas, es casual.

    A quien aún es capaz de soñar y de creer que el destino se puede construir solo con la fuerza de la determinación y el empeño.

    No dejes nunca de luchar por aquello en lo que crees... el sueño está ahí, al alcance de tu mano, solo tienes que alargar el brazo, agarrarlo y tenerlo cerca del corazón.

    Quién quiere vivir para siempre...

    "No hay tiempo para nosotros

    No hay lugar para nosotros

    ¿Qué es aquello que construye nuestros sueños pero se escapa?

    ¿Quién quiere vivir para siempre?

    No hay posibilidad para nosotros

    Ya está todo decidido

    Este mundo tiene solo un momento dulce guardado para nosotros

    ¿Quién quiere vivir para siempre?

    ¿Quién se atreve a amar para siempre

    si el amor está hecho para morir?

    Pero toca mis lágrimas con los labios

    Toca mi mundo con la punta de tus dedos

    Y podremos tenernos para siempre

    Y podremos amar para siempre

    Para siempre será nuestro hoy

    ¿Quién quiere vivir para siempre?

    Para siempre será nuestro hoy

    De todos modos, ¿quién espera por siempre?"

    Queen

    1

    Y... ¡oh, esa aceleración del corazón, ese latido! ¡Cuánto nos va a costar! Cada pulsación en aumento Y tan suave en su causa y en su efecto que la Sabiduría, siempre de guardia para rapiñar la Alegría del su alquimia (...)

    de Lord Byron, fragmento de Don Giovanni, canto II, sonetto 203

    Nunca habría podido imaginar que aquel día pudiera tener un final tan extraño, tan fuera de lo común... Sí, porque había empezado como cualquier otro día, pero, a diferencia de los demás, ese lo recordaría para siempre.

    Volvía a casa del trabajo a pie, como de costumbre, porque el trayecto era bastante breve. Los fines de semana trabajaba por las noches para juntar algún dinero en un pequeño restaurante de nuestra pequeña ciudad, Coupeville, y apenas había pasado la medianoche cuando puse un pie en la calle.

    Cuando ya estaba cerca de casa, me llamó la atención un chico que fumaba un cigarrillo apoyado en una vieja farola con la mirada fija en el vacío. Al principio no le di importancia al asunto, pero según me acercaba a él crecía el ansia dentro de mí y me puse a maldecir el hecho de vivir en una pedanía completamente aislada del resto del mundo -eso es bueno cuando te quieres sacar una espina que se te ha clavado hasta el fondo, pero nada tranquilizante cuando resulta que vas completamente sola por la calle y te encuentras con individuos desconocidos-.

    Me esforcé por convencerme de que aquella reacción era absurda e intenté relajarme hasta que desapareciese, pero apenas dos metros me separaban de él y el corazón me latía en el pecho cada vez más rápido.

    Aquel chico tenía algo extraño, y en ese momento lo percibí claramente.

    Lo recuerdo todo como si hubiese sucedido a cámara lenta, pero sé seguro que fue cuestión de algunos segundos... de un solo instante...

    Se volvió hacia mí con maneras aburridas y me escudriñó un rato de la cabeza a los pies con los ojos entornados. Unos ojos de un color azul intenso, cosa que me sorprendió, ya que al hallarse en la penumbra era casi difícil conseguir captar todos esos detalles.

    Cuando nuestras miradas se cruzaron, me quedé inmóvil por un momento, y de pronto, sin darme cuenta, me encontré tirada en el suelo.

    Con un salto ágil, tan fulminante que ni siquiera me di cuenta de sus movimientos, se me echó encima, me retuvo con la fuerza de una sola mano y me inmovilizó en el suelo.

    Aterrorizada, intenté deshacerme de él, pero todo esfuerzo parecía inútil contra él.

    Yo me removía bajo la presión de su mano, que cada vez me aplastaba más mientras con la otra me agarraba la cara y la aprisionaba, con su mirada clavada de nuevo en mis ojos. Se me heló la sangre con todo lo que estaba viendo. Sus iris azules se habían vuelto negros como la pez, con un inquietante matiz rosado, y entre sus labios ligeramente entrecerrados se adivinaban en ese punto dos colmillos afilados.

    Petrificada por el terror, no conseguía desligarme, ni siquiera lograba emitir ningún ruido: me quedé mirándole desconcertada, y tras un instante de desfallecimiento, fue como si me hubiesen hipnotizado.

    Estaba clavada en sus brazos, horrorizada, pero mi cuerpo ya no respondía a mi voluntad y, aunque habría deseado escapar para ponerme a salvo, no conseguía mover ni un dedo.

    Estaba allí, indefensa, mirando fijamente a los ojos de mi verdugo mientras esperaba la muerte.

    Cuando de pronto advertí el frio que me penetraba en los huesos, comprendí enseguida lo que estaba sucediendo al percibir la presión de sus manos, que me apretaban la garganta con una fuerza sobrenatural para preparar mi cuello para poder hincar los dientes. 

    Creí que en unos segundos estaría muerta, pero, más allá de toda esperanza, no sé cómo, al cabo de un rato me dejó ir y, tras soltar un grito angustiado, tomó mi cara entre las manos y la acercó a la suya.

    En ese momento, se puso a olisquearme igual que un perro olfatea a su presa, y un instante después se echó lentamente hacia atrás para verme mejor y adoptó una expresión de incredulidad.

    Finalmente susurró:

    ‒¿Pero qué rayos eres?

    Después de seguir mirándome fijamente un rato más, me posó con delicadeza en el suelo y, con un destello, se desvaneció en la nada.

    Pasaron varios minutos antes de que volviera en mí y consiguiese levantarme, tenía el cuerpo entumecido y no me entraba en la cabeza qué era exactamente lo que me había pasado.

    Recorrí los escasos diez metros que me separaban de mi casa tambaleándome como si estuviera borracha, a duras penas conseguía mantenerme en pie. Solo me tropezaba una y otra vez hasta que, con un esfuerzo enorme, conseguí atravesar la puerta de entrada. En cuanto la cerré a mi espalda, me caí al suelo desfallecida.

    Fue una noche marcada por la oscuridad absoluta de mis sueños, con la única presencia de una sensación constante: el miedo.

    Me desperté al alba del día siguiente con el cuerpo totalmente dolorido, no había ni una sola parte que no me doliera.

    Despistada, miré a mi alrededor sin entender muy bien en ese momento por qué estaba tumbada en el suelo, pero en cuanto rememoré lo que me había sucedido pocas horas antes, me puse a temblar como una loca y rompí a llorar. Después de un rato, intenté sacar fuerzas para levantarme. Cuando conseguí ponerme en pie, di un par de pasos tambaleante y tuve que apoyarme en la pared para no acabar de nuevo en el suelo. Lentamente, llegué al espejo grande del pasillo: me aterrorizaba la idea de lo que podría ver, pero, al mismo tiempo, tenía curiosidad por constatar si aquel ser me había dejado alguna señal de su tremenda agresión en mi cuerpo además de las psicológicas.

    Dejé que rodara por el suelo la camiseta que llevaba puesta, me quité también los zapatos, los vaqueros y finalmente me decidí a mirar. 

    Como no sabía qué esperar, lancé una ojeada rápida y giré un poco de lado la cabeza. Me alivió mucho constatar que no tenía ninguna herida.

    Sin embargo, cuando posé la mirada de nuevo en mi figura reflejada y observé con mayor atención la imagen que el espejo me devolvía me asusté mucho. Estaba lívida, y el cuello era la parte de mi cuerpo que había quedado peor: tenía claramente la forma de sus dos manos impresa sobre mi piel.

    Me puse pálida y me eché a temblar, rocé las huellas violáceas con la punta de los dedos y una especie de náusea me invadió.

    Había sobrevivido.

    Todavía no me lo podía creer, pero había sobrevivido.

    Llegué hasta uno de los sofás del salón y me senté con cuidado en el borde del cojín, después me masajeé la cabeza con las manos y cerré los ojos un buen rato.

    Sin levantarme, alargué un brazo y aparté un poco las cortinas con los dedos para echar un vistazo al exterior, pero, en cuanto vi la farola en la que unas pocas horas antes estaba él, me entraron escalofríos. Inmediatamente dejé caer el trozo de tela que estaba agarrando con los dedos y sentí temblores a lo largo de toda mi espina dorsal.

    Presa del desánimo, me arrastré hasta la habitación y me hice una bola en la cama, cubierta con las sábanas.

    Cerré los ojos en un intento de dormirme, pero en vez de ayudarme a coger el sueño mi mente solo era capaz de evocar una y otra vez la imagen de aquel muchacho terrorífico.

    Pero, ¿quién era? Mejor dicho: ¿qué era?

    Entonces, ¿qué era?

    Suena increíble, pero el hecho es que no parecía un ser humano normal.

    Intenté concentrarme en lo que podía recordar y me sorprendí de lo claro y nítido que era ese recuerdo: Se trataba de un chico alto, de figura esbelta y atlética, y tenía un rostro de una extraña belleza. Su piel era increíblemente pálida y todavía lo parecía más por el pelo castaño. Bajo los ojos se adivinaban dos sombras oscuras, las facciones eran más bien delicadas y el color de sus ojos le hacía resultar más guapo y armonioso. Un color que no había visto nunca hasta esa noche. Pero de pronto recordé con horror también el cambio repentino de esa mirada... Lo de los ojos azules, vale, pero era imposible que alguien tuviese unos ojos tan negros con matices rosados. Además, había que ver esos colmillos con los que había intentado morderme el cuello...

    Tomada por fuertes escalofríos de los pies a la cabeza, me levanté del asiento de repente y sacudí enérgicamente la cabeza, pero ya en mi mente solo se aparecía un pensamiento, un pensamiento que ya no quería abandonarme.

    ¿Y si él fuese... si él fuese un... un... vampiro?

    No quería seguir el curso que habían tomado mis pensamientos, pero era la única cosa que me parecía plausible.

    De pronto recordé que había un libro que tal vez me podría echar una mano con eso, así que me levanté de repente y me dirigí a la librería.

    Observé todos los volúmenes por un instante, y después alargué una mano para coger un pequeño texto desvencijado que estaba colocado en el fondo del último estante.

    Aquel libro me lo había regalado mi abuela unos años antes de morir. Abrí la primera página y me fijé en una frase que había escrito con esa letra tan ordenada justo debajo del título:

    "A ti, Daphne, porque eres especial, un poco como yo..."

    ¿Se refería a mí? ¿Yo soy especial?

    No, nunca he creído que lo fuese... y de hecho nunca entendí por qué mi abuela me regaló ese libro, un libro que hablaba de vampiros, ni por qué encima me había dedicado una frase tan llena de incógnitas.

    Aún no comprendía el secreto que encerraba aquella frase, pero tenía entre mis manos un libro que hablaba de vampiros y yo misma había sido atacada por uno de ellos... Porque dentro de mí estaba plenamente convencida.

    Eché un vistazo rápido a las páginas y me detuve en la parte en la que se explicaba cómo distinguirlos de los seres humanos.

    Todo lo que ponía me recordaba a él, todo.

    Leí mil veces aquel capítulo, pero ya no había nada que me llevara a creer que estaba equivocada: aquel chico era un vampiro.

    2

    No hay instinto comparable al del corazón

    de Lord Byron

    ––––––––

    Durante todo el día no saqué un pie de casa, y cuando mis padres, que en aquel momento estaban en Argentina, me llamaron como todas las tardes para saber cómo estaba, no podían imaginar ni de lejos el episodio tan desagradable que había sufrido. Yo misma intentaba pensar lo menos posible en ello, pero, cuando llegó la noche y las tinieblas se hicieron camino entre la últimas espirales de luz, la angustia se apoderó de mí.

    Estaba sola, y aquel ser seguía por ahí afuera, en cualquier parte, preparado para asaltarme de nuevo. Me puse a temblar y, al notar un ligero golpe en la ventana de mi habitación salté en el aire de puro miedo.

    Evidentemente no era él, sino tan solo las ramas del viejo arce que, movidas por el viento, se agitaban y bailaban.

    Me aterrorizaba pensar que pudiera volver para terminar aquello que había dejado a medias, y a pesar de estar encerrada en casa no me sentía segura.

    Sin embargo, la noche transcurrió tranquila aunque no pudiese ni cerrar los ojos.

    Los días siguientes también estuvieron marcados por una calma irreal: ahora con miedo, ahora no; después de tres días en los que no había sacado el culo de casa, me decidí a salir para volver al instituto, porque estaba en último curso y no me podía permitir el lujo de saltarme demasiadas clases. Eso sí, evitaba dar vueltas yo sola una vez que el sol se ponía y, cuando tuve que ir al restaurante el fin de semana, al acabar la jornada convencí con una excusa a una compañera más mayor para que me acompañase a casa.

    Había pasado una semana entera, y ya parecía casi que aquella noche solo había sido fruto de mi imaginación.

    Pero había algo que no me dejaba olvidar...

    En más de una ocasión me pareció ver a mi agresor escondido espiándome, y cada una de esas veces mi corazón perdía un latido.

    Lo intuía detrás de las esquinas de las calles por las que transitaba, en los siempre tenebrosos pasillos del instituto... y la vez que más me asusté fue cuando creí que le tenía a mis espaldas en un momento que estaba abstraída mirando un escaparate, pero cuando me di la vuelta no había nadie.

    Ya habían pasado diez días, y aunque seguía temiendo por mi vida, tenía la esperanza de no volver a encontrármelo y de conseguir olvidar cuanto antes aquel terrible episodio.

    Esa misma tarde, sobre las siete y media, calculé rápidamente qué hora podría ser en Argentina y marqué el número del móvil de mi madre.

    ‒¡Cariño! Iba a llamarte yo dentro de un rato. ¿Cómo van las cosas por ahí sola?

    ‒No te preocupes, mamá. Aquí todo sigue bien... ‒Confié no haberme traicionado y que sonara convincente

    ‒¿Qué quieres insinuar con eso? ¿Que estás mejor sin nosotros?

    ‒No, no, solo que me las apaño bien. ¿Están dando frutos las excavaciones?

    ‒Nada impresionante, por ahora, pero ya se sabe cómo es el trabajo de un arqueólogo... A veces, excavas durante meses para nada y otras sucede que haces el descubrimiento del siglo... Y yo estoy segura de que en breve encontraremos algo realmente importante, lo presiento. Es como un sexto sentido

    ‒¡Claro que sí, mamá! Y dime, ¿qué tal papi?

    ‒Muy bien, como siempre. Es más, me parece que incluso ha perdido un par de kilos... Ya sabes, con este calor...

    ‒¡Genial!

    ‒Bueno, cielo, ahora te tengo que dejar porque vamos a coger el jeep y en cuanto nos movamos no tendré cobertura...

    ‒Vale, no te preocupes. ¡Adiós! Y saluda a papi.

    ‒De tu parte. Te quiero, cariño.

    ‒Y yo a ti.

    En realidad ya llevaba dos meses viviendo por mi cuenta. Hasta ese momento mi madre y mi padre no se habían ido nunca más de un par semanas como mucho. Eso sí, cuando cumplí los dieciocho y demostré que tenía la cabeza bien amueblada, mis padres tomaron la decisión de irse durante periodos más largos. Y así, hacía ya dos meses que estaban en Argentina.

    Después de comerme un bocadillo de jamón y un trozo de tarta de manzana, me puse un par de horas a estudiar literatura inglesa hasta que, exhausta, me fui a la habitación a dormir..

    Me desplomé y me quedé dormida durante unos minutos, pero me desperté en plena noche por una pesadilla; sobresaltada, pegué un brinco hacia el suelo y, angustiada, me toqué el cuerpo en busca de alguna herida. Luego, tras un instante de puro nerviosismo, me calmé.

    Me froté los ojos y me acerqué a la ventana con cautela para comprobar que el vampiro no estuviera por ahí porque se me había aparecido en el sueño. Y cuando vi su imagen junto al tronco del arce, casi me desmayo por el horror.

    No quería creérmelo.

    Me tapé la boca para no soltar un grito y, lentamente, retrocedí hasta que me choqué con el borde de la cama. Perdí el equilibrio y rodé por el suelo con un batacazo sordo. Aturdida, me arrastré hacia la pared intentando pegarme lo más posible y, en un intento de permanecer lúcida, me puse a evaluar cuál sería la manera de actuar más acorde con las circunstancias.

    Cuanto más intentaba concentrarme, más se negaba mi mente a obedecerme: es más, me di cuenta de que una pequeña parte de mí quería acercarse a él, hablarle y conocer su historia.

    Atemorizada por mis propios pensamientos, me apreté la cabeza entre las manos y me puse a rezar por primera vez desde hacía siglos, hacía una eternidad que no le pedía a Dios que me echara una mano.

    Fue en ese momento cuando me di cuenta de que alguien me estaba observando. De pronto levanté la cabeza y, cuando me encontré con sus ojos, no fui capaz de contener un grito de terror. Estaba apoyado en una de las ramas del árbol.

    ‒Tengo que hablar contigo, déjame entrar.

    ‒¡No, eso nunca! ¡Vete, monstruo!

    ‒Te aseguro que no te haré ning...

    ‒¡Vete, o te juro que llamo a la Policía!

    ‒¿Y qué crees que me va a hacer la policía? Tú ya has visto de lo que soy capaz...

    Cada vez más presa del pánico, sin darme cuenta me puse a sollozar desesperada.

    ‒Por favor, vete. ¿Por qué quieres matarme?

    Se quedó sorprendido por mis palabras, y con voz dulce se asomó aún más a la ventana, apoyó la palma de la mano en el cristal y después dijo:

    ‒Te juro, Daphne, que no tengo ninguna intención de matarte.

    Cuando le oí pronunciar mi nombre me quedé por un momento estupefacta, y le miré fijamente con más atención a la vez que paraba de llorar.

    Sus ojos eran azules y ya no tenían aquel inquietante color negro rosáceo; ni siquiera vi un rastro de maldad en su mirada, y su boca estaba ligeramente curvada en una bonita sonrisa mientras me observaba desde más allá del cristal.

    Empujada por un sentimiento primitivo, como atraída por algún misterioso e insano motivo hacia él, me levanté lentamente, fui a la ventana y la abrí con un solo gesto.

    Nada más abrirla, me invadió una ráfaga de aire congelado acompañada de un perfume dulzón, tan agradable que lo aspiré a pleno pulmón.

    Él no movió ni un solo músculo, se quedó perfectamente inmóvil observándome sin nada más que esa barrera invisible para separarnos.

    Yo tampoco me moví, y, aun presa del dolor, me quedé como él, quieta y mirándole.

    Era todavía más guapo de lo que lo recordaba: simplemente bello. ¿Cómo podía haber tenido miedo de un chico tan fantástico? ¿Cómo podía haber tenido miedo de ese ser, que parecía un ángel?

    Abandoné el último fragmento de lucidez que me corría por el cuerpo, tendí una mano hacia su cara y le acaricié delicadamente una mejilla.

    Como mi gesto le pilló de improvisto, retrocedió un poco, pero, en un santiamén, volvió a acercar su rostro a la mano que aún le tendía y, para mi sorpresa, la frotó de nuevo contra su mejilla.

    ‒No quería hacerte daño... ha sido un error ‒dijo.

    ‒¿Un error? ‒pregunté yo.

    ‒Sí, un enorme error... siento haberme comportado como un animal.

    En el preciso momento en que oí sus palabras, me volvió un atisbo de conciencia, recogí inmediatamente la mano con la que le estaba acariciando y retrocedí algunos pasos.

    ‒Ya, tú eres un monstruo. Yo tengo miedo... ¡tengo miedo de ti! Pero, ¿qué me ha dado! ¿qué estaba haciendo?

    Me devolvió una mirada triste pero, en una fracción de segundo, desplazó su mirada hacia un punto confuso más allá de mis hombros:

    ‒Perdona, es culpa mía, pero no lo hago aposta... es algo que tengo desde que me convertí en vampiro... ‒confesó en un susurro.

    ‒¡Un vampiro! ¡Lo sabía, estaba segura de que no me había equivocado!

    Le sorprendió que fuese consciente de lo que era.

    ‒Sí, pero debería explicarte cómo va esto en realidad...

    Mientras intentaba calmarme, acompañaba sus palabras con un gesto implorante de la mano con la que buscaba una de las mías, pero, en cuanto atravesó el perímetro que delineaba el límite de mi ventana fue lanzado hacia atrás, como si alguien le hubiese dado un buen empujón.

    ‒¡Mierda! Ya no me acordaba de esa estúpida regla... Daphne, no voy a poder entrar hasta que no me des permiso.

    Me quedé muda al obersvarle mientras cambiaba de posición y enderezaba su figura para poder abalanzarse dentro en cuanto me decidiera a pronunciar la fatídica palabra.

    Aquella pequeña y sana parte de mí que continuaba susurrándome al oído que no le escuchara y que huyera mientras aún estuviese a tiempo cedió contra ese extraño pulso que sentía en el corazón y ese pellizco bajo la piel.

    ‒Entra.

    Sus movimientos fueron tan rápidos que ni me di cuenta y, en un abrir y cerrar de ojos, me lo encontré justo delante.

    ‒Gracias, Daphne.

    ‒Espero no arrepentirme de esto...

    ‒No voy a tocarte ni un pelo, te lo juro.

    Le miré con los labios ligeramente cerrados y después por fin me decidí a creerle

    Al contrario que la noche de nuestro primer encuentro, no me sentía en peligro. Esa vez era como si estuviera tratando con una persona totalmente distinta, y no temía por mi salud.

    Le di la espalda y fui hacia las escaleras:

    ‒Sígueme.

    Una vez en el salón, me dejé caer en una silla y esperé a que él hiciera lo mismo, pero él se quedó de pie y lanzó miradas perdidas por la habitación.

    Tras un instante de duda, decidí tomar la palabra y preguntarle aquello que más me preocupaba:

    ‒¿Por qué querías matarme?

    Se dio la vuelta de repente y apuntó sus ojos directamente a los míos, luego bajó la mirada y se sentó a  mi lado en una silla.

    Estaba visiblemente cohibido, pero a mí no me interesaba para nada saber cómo se sentía, merecía obtener una respuesta y entender qué quería de mí.

    Se aclaró la garganta y a continuación dijo:

    ‒No, no, te equivocas. Yo no quería matarte. Hace muchos años que ya no mato a mis víctimas.

    Me quedé en silencio y unos escalofríos me recorrieron la espalda: estaba ante un asesino.

    ‒Así que te alimentas de seres vivos, de personas...

    ‒Los de mi especie no podemos evitarlo, es la única manera que tenemos para seguir existiendo.

    ‒...Pero sí se puede evitar matar, tú mismo lo has dicho; sin embargo, tú una vez fuiste un asesino.

    ‒No estoy orgulloso de mi vieja manera de comportarme, pero ahora he aprendido a frenarme y a no sucumbir al instinto animal que intenta prevalecer y derrotarme. La sangre es como una especie de droga para nosotros, nos embriaga y nos vuelve poco lúcidos... hay que tener un gran control sobre los instintos y una fuerza de voluntad no menospreciable.

    Por su tono de voz comprendí que estaba realmente atormentado por los crímenes con los que manchó sus manos de sangre en otros tiempos, y aun sin quererlo sentí cierta empatía por él.

    Me parecía un alma triste, un ser que andaba en busca de alguien que le rescatase.

    Mientras me concentraba en pensar, sin darme cuenta me encontré con su mano a un par de centímetros de mi cara, y el corazón se puso a latir con furia dentro de mi pecho.

    Una reacción así no es típica de mí, pero cuando le tenía cerca la mente se me nublaba inexorablemente.

    Como se dio cuenta de mi estupor, esbozó una sonrisa y después me apartó un mechón de pelo que se me había resbalado delante de los ojos.

    El contacto con sus dedos me hizo estremecer.

    Su piel era lisa y gélida, parecía tener la consistencia del mármol.

    ‒Qué frío estás... ‒susurré mientras alejaba levemente mi cara de su mano.

    ‒Es uno de nuestros rasgos distintivos.

    Después de que mi mirada se quedara encadenada a la suya durante unos segundos, caí en la cuenta de que aún no sabía su nombre.

    ‒¿Cómo te llamas?

    ‒Adam.

    ‒Adam... ‒pronuncié lentamente su nombre... y me gustó‒. Bonito nombre. Te queda bien.

    ‒Gracias, nadie me lo había dicho nunca.

    Al notar que había empezado a mirar fijamente mi cuello con insistencia, me alejé algunos pasos de él y de repente le hice esa pregunta que me rondaba por la cabeza ininterrumpidamente desde hacía una semana:

    ‒¿Qué te impidió beberte mi sangre aquella noche?

    ‒El latido de tu corazón.

    ‒¿Y qué puede tener de raro el latido de mi corazón?

    ‒No sabría explicarlo, pero no parece que sea un latido normal de persona humana.

    No entendía lo que estaba diciendo, ¿cómo era posible algo así?

    ‒No sé qué pretendes decir, mi corazón es de lo más normal...

    Se dio la vuelta de pronto y se puso a dar grandes zancadas hacia adelante y hacia atrás por la habitación, como si estuviera inquieto.

    En ese momento comprendí que estaba intentando encontrar las palabras justas para explicarme lo que le estaba pasando por la cabeza.

    ‒Tu corazón es como el de algunas criaturas sobrenaturales... como, por darte algún ejemplo... licántropos, brujas...

    Sentí cómo la cabeza me daba vueltas, y me la agarré entre sus manos.

    No, no era posible lo que acababan de oír mis oídos, me negaba categóricamente.

    ‒¿Pretendes hacerme creer que en el mundo existen todas esas... cosas, y que yo pertenezco a una de esas categorías? ‒dije con voz entrecortada.

    ‒Igual que existen los vampiros, también hay otras muchas especies sobrenaturales. No somos los únicos habitantes de este mundo, y no sé qué serás tú, pero estoy casi seguro de que humana no eres... al menos, no del todo.

    Fruncí el ceño y me empecé a morder una uña.

    Todo eso me estaba perturbando bastante, y no sabía cómo podría calmarme.

    Se me acercó, y cuando levanté la cabeza para mirarle se me escapó el hipo, estaba a punto de llorar... No solo había sido víctima de una tremenda agresión, sino que en ese momento descubría también que muy probablemente yo no era aquello que siempre había creído ser, un ser humano normal y corriente... una chica normal.

    ‒No es fácil, lo entiendo.

    Me giré hacia el otro lado porque no quería mostrarme frágil a sus ojos, pero él no se dio por vencido, y con una amabilidad insólita me puso una mano ligera en la espalda y me apretó contra su pecho.

    El mismo que hacía unos días había intentado morderme el cuello estaba intentando calmarme... él, que era un vampiro... él, que en las diferentes leyendas urbanas se mostraba como una máquina asesina, un animal en búsqueda constante de su presa.

    Era todo tan extraño y surrealista que no sé cómo, pero aquel gesto me abrió una grieta en el corazón e hizo que aflorase todo lo que estaba intentando contener y que me hacía sentir mal.

    Por mis mejillas resbalaron lágrimas calientes que fueron a mojar el jersey ligero que llevaba.

    Y, poquito a poco, me calmé y dejé también de agitarme.

    Me sentía más ligera. Por fin había externalizado aquello que llevaba incubando en el corazón y ahora me sentía realmente libre de todo el dolor que había tenido dentro.

    Ya no tenía miedo.

    3

    "¡Es triste! Todo es una ilusión:

    el futuro nos engaña desde lejos,

    ya no somos aquello que recordamos,

    ni nos atrevemos a pensar en lo que somos"

    di Lord Byron

    ––––––––

    La noche terminó con un abrazo suyo, y después, sin añadir ni una sola palabra, se fue de mi casa y se volatilizó en la oscuridad en una fracción de segundo.

    Solo cuando ya era demasiado tarde para poder pararle, me di cuenta de que lamentaba que no se hubiese quedado ni que fuese un segundo más.

    Era como si tuviese un tumulto dentro de mí que me hacía cambiar constantemente de humor.

    No terminaba de fiarme de él, y si volvía a pensar en todo lo que me había pasado le odiaba, pero en el fondo, muy en el fondo, sentía cierta atracción por él. Era algo totalmente incoherente, algo que me estaba haciendo enloquecer, pero de lo que no conseguía huir.

    Pasaron los días y las semanas suspendidos, casi irreales, pero de él ni rastro. Parecía que todo se hubiese parado en torno a mí... todo menos el tiempo, que transcurría inexorable y seguía dejándome con esa sensación de vacío en el corazón. Ya no conseguía comprender si realmente había existido: había aparecido y desaparecido a su antojo sin que yo pudiese hacer nada.

    Era una sensación extraña y fuera de lugar, de eso sí me daba cuenta, pero ya estaba casi tan segura de la falta que me hacía...

    Yo solo quería volverle a ver.

    Y fue justo el día después de haber expresado ese deseo cuando volvió a aparecer en mi vida.

    Estaba sentada en el pupitre jugueteando con un lápiz que intentaba sin mucho éxito mantener en equilibrio cuando captó mi atención un olor dulzón que impregnó el aire de pronto.

    Levanté de sopetón la cabeza y miré a mi alrededor con los ojos medio cerrados. Ese perfume... ¡ese perfume era el suyo!

    En ese momento, me pareció que todo iba más lento, y cuando le vi flanquear la entrada de mi clase con ese balanceo elegante y desencantado, con los libros de la profesora bajo el brazo, por un momento casi me desmayo de la emoción.

    ¡Qué guapo era!

    Las personas suelen recordar el objeto de su deseo como algo mejor de lo que es en realidad, pero con él no funcionaba de esa manera.. porque cada vez que volvía a verle parecía que mis recuerdos no le hacían justicia para nada.

    Me di cuenta de que me había puesto de pie y que le estaba mirando fijamente con insistencia solo una vez que Lory, mi compañera de pupitre además de mi mejor amiga, me dio un fuerte tirón en el brazo y gritó mi nombre varias veces.

    ‒¿Qué pasa? ‒pregunté irritada.

    ‒¿Que qué pasa? ¿Te has vuelto loca? Explícame qué coño te está pasando. Pareces hipnotizada... y siéntate, que todos se están riendo de ti, Daphne.

    ‒¿Eh? ‒Miré rápidamente a mi alrededor y la cara se me puso morada de golpe.

    ‒Señorita Norwich, ¿podría hacer el favor de sentarse y comportarse un poco?

    ‒Ehm... perdón, profe, no pretendía... disculpe.

    Mis torpes excusas se ahogaron entre el barullo de la clase, que ya se reía abiertamente de mí.

    Hasta aquel momento nunca en mi vida había sentido tanta vergüenza.

    ‒Señorita...

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