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Somos constelación
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Libro electrónico532 páginas7 horas

Somos constelación

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¿Cuál es el verdadero significado de las constelaciones?
La oscuridad se ciñe a la figura de mi cuerpo. Se desliza por cada recoveco de este. Lo aprieta, lo desgarra, lo agrieta. Me hace gritar, me causa sufrimiento, me encoje de dolor. La oscuridad me ciega, me hace ver lo que no existe. Lloro, sollozo, clamo. Me lamento por mirarme y no hallar visión, por preguntarme y no encontrar respuesta, por vaciarme y contemplar que no hay nada que vaciar. No me siento, no me encuentro, no me hallo, solo soy oscuridad. No fui siempre así. Una vez reí, otra vez canté, otra vez bailé, otra vez corrí sintiéndome libre. Te hallo a ti, mi estrella. Noto la luz creciendo en mí. La siento aparecer cuando creí haber llorado su muerte. Siento cómo crece, cómo crezco yo. Me enfrento al espejo y logro visionar una leve luz que cada vez aumenta más. Las risas, los bailes, los cantos, se apoderan de mis traumas, ganan la batalla y mi reflejo se plasma en mis pupilas. Soy yo, me veo, me siento, me rozo, me huelo. Ahora, dime, ¿qué son las estrellas sino supervivientes en la oscuridad? ¿qué son las constelaciones sino el hogar de las estrellas? Hogar… ¿qué es el hogar? Desconocidos conectados sin lógica ni razón, sin explicación coherente ni pruebas, sin raciocinios válidos. Qué es el hogar, sino personas desconocidas con almas conectadas. Qué es sino la ayuda sin explicación, sino el suspiro de seguridad, de apoyo, de amor. Qué es sino soñar, vivir, respirar. Qué es sino recobrar la fe, la esperanza, el aliciente. Qué es sino poder extenderte mi mano, mirarte a los ojos y sacarte del abismo.
Estrellas sin alicientes, sin esperanzas, sin motivos, sin luz aparente. Careciendo del significado de la familia en sus almas, del hogar. Un soldado nazi, dos asesinos seriales, un ex drogadicto, ángeles psicópatas. ¿Qué tenían ellos en común? La desesperanza, el dolor, los sollozos… pero también poseen una estrella llamada Astrea que les une, cediéndoles luz, un hogar, una esperanza, una prueba de fe, una familia, una constelación.
¿Hasta dónde es capaz de llegar el poder de la familia? ¿Hasta dónde son capaces de iluminar las pupilas de la familia unida? ¿Hasta dónde es capaz de llegar un superviviente por otro? ¿Sería capaz una constelación de iluminar el mundo entero? ¿Cuán de fuerte debe ser una diferencia para convertirse en rareza?, ¿cuán de fuerte debe ser una opinión para convertirte en terrorista?, ¿cuán de fuerte debe ser una mirada para convertirnos en familia?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 ene 2024
ISBN9788411819893
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    Somos constelación - Jana Ganzo Gutiérrez

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Jana Ganzo Gutiérrez

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1181-989-3

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    La vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos

    Marco Tulio Cicerón

    Las ideologías nos separan; los sueños y la angustia nos unen

    Eugène Ionesco

    Capítulo I

    La noche del 15 de enero

    Me despierto un día más, repitiendo la misma historia. Las pestañas pesan y tratan de impedir que mis pardos ojos amanezcan, aunque las fuerzo a abrirse y finalmente lo consigo, pudiendo observar que tal y como ocurrió ayer, sigue siendo media noche y la oscuridad permanece ceñida a cada rincón.

    Poso los pies sobre la cálida madera del suelo, aunque un repentino escalofrío recorre mi cuerpo al escuchar el estrepitoso ruido proveniente del armario situado frente a mí. Esto no me sorprende, pues solo es uno de los muchos ruidos que resuenan en esta solitaria casa. Camino hacia el baño y al momento noto el frío contacto de las blancas baldosas del suelo. Continúo hasta situarme frente al espejo, el cual se empaña inexplicablemente al tener mi silueta reflejada en él, no puedo verme con claridad, pero sé que estoy ahí. Tan solo he venido hasta aquí para verme reflejada y comprobar que sigo estando yo al completo, mente, cuerpo y alma, pero esto salió mal y tan solo pude ver el vaho que invadía el espejo. Salí del baño y cuando mis piernas se disponían a bajar las escaleras, fuertes arañazos rechinaron en mis oídos, arañazos provenientes de la pared lisa, que, al no tener dibujos, parecía no ocultar secretos, aunque si ocultaba uno, el origen de aquel extraño sonido. Lo ignoro de nuevo, bajo escalón por escalón y llego a la planta baja. Cuando estoy frente a la puerta de entrada, siento la mirada de algún extraño ser, por lo que rápidamente me doy la vuelta comprobando que mis sospechas eran ciertas, allí había alguien más.

    Mi respiración se detuvo dejándome sin habla, tan solo trato de girar el pomo de la puerta y huir, pero esto es inútil y me encuentro frente al ser que araña las paredes de mi hogar, frente al ser que no me deja verme, frente al ser que golpea los armarios y el que lucha contra mi tratando de ahogarme en el mar de mis pensamientos. Ese ser que tanto tormento me causa, ese ser que siembra oscuridad en mi hogar.

    Cualquier persona que me viera pensaría que mi locura es excesiva, pues frente a mí tan solo había un espejo que me reflejaba a la perfección, pero yo sé que ese espejo no solo proyectaba mi apariencia, también reflejaba al monstruo nacido el mismo día que yo, la noche del 15 de enero.

    Al terminar de leer mi relato, levanté la cabeza observando cómo aquel conjunto de oraciones había dejado perpleja a la gente de mi alrededor.

    —¿Qué os parece? —les pregunté.

    —Eh… Bien, está muy bien. ¿Alguien quiere opinar algo más? —No entendía por qué no me decía nada más, en mi opinión, el relato era más que un texto, era mis sentimientos, mis pensamientos, era yo, y aquel hombre ni siquiera podía decir qué le había parecido, tan solo un mísero está bien, por lo que insistí.

    —Pero ¿qué le ha parecido? —insistí.

    —Ya te dije, está genial

    —¿Nada más?

    —Te podría decir muchas cosas, pero no me salen las palabras, así que tan solo te diré que está bien. Chicos, ya hemos terminado por hoy. —Pueden irse a sus casas y seguir meditando sus pensamientos.

    Mis compañeros decidieron abandonar la sala, pero yo permanecí allí a esperas de algún comentario a modo de enseñanza, pero puesto que no recibí ninguno, decidí irme.

    Caminé y caminé hasta que de pronto mi cuerpo se paralizó sintiendo alguna presencia. Era difícil de explicar, pues no era el tipo de presencia que solía notar a menudo, era distinto. Mi corazón comenzó a acelerarse y un fuerte fulgor resplandecía en mis ojos. Una sonrisa sincera quiso dibujarse en mi rostro sin explicación alguna, como si debiera estar feliz por algún suceso que desconocía. El viento acariciaba mi cabello y mi rostro fuertemente como si tratara de avisarme de algún extraño acontecimiento del que todavía no me había percatado.

    —Sh… Tranquilo, ya lo sé —dije extendiendo mis brazos y deslizando mis manos por las corrientes de aire.

    Perpleja, aunque decidida, me di la vuelta y continué mi camino notando como alguien observaba cada movimiento que mi cuerpo efectuaba. Debo ser sincera, tan solo una vez había sentido aquel conjunto de emociones, pero mi corazón no podía recordar aquello, así que tan solo seguí caminando a pesar de mis sospechas y certezas.

    —¿Cómo está la niña? —preguntó una voz proveniente de mi espalda, yo reí notando su presencia.

    —Bueno, estoy viva que eso es más de lo que muchos pueden decir.

    —No seas borde, te traje un regalo.

    —Sorpréndeme.

    —Cierra los ojos. —Yo lo hice.

    —Ya está.

    —Bien, ahora ábrelos. —Al abrirlos pude observar una bella flor frente a mis pies. Reí mostrando mi ilusión.

    —Vaya… El azulado se me ha puesto tierno, ¿acaso es un milagro? ¿Ha venido Dios a socorrernos?

    En mi defensa diré que azulado no es un mote que le puse por poner, sino que le llamo así por el tono azulado de sus ojos que conjuntan con sus rubios cabellos.

    —No esperes más, solo ha sido un brote psicótico que me ha dado y me temo que Dios no ha venido porque no le necesitamos para salvarnos, tan solo estamos tú y yo, solos contra el mundo.

    —Ya, claro, me parece bien. ¿Qué es lo que necesita el acuario de mi vida? —pregunté sonriendo por inercia.

    —Bueno… necesito algo…

    —¿No me digas? Y eso es…

    —Cartas. —Yo mostré mi descontento.

    —No.

    —Venga… Astrea…

    —Escucha, las cartas las utilizo para los demás, para ayudar a los demás, no para mí misma, compréndelo.

    —Solo una tirada, va.

    —Nein.

    —Pero necesitas saber algo.

    —Pues dímelo.

    —Cabezona, sabes que no puedo, pero si lo descubres por ti misma… Con ayuda de las cartas… —Su insistencia causó mi desesperación, pero no acepté.

    —Nein, tema zanjado.

    —Bien, pero sabes que tarde o pronto las vas a utilizar, ¿no?

    —Pero no de momento.

    —Sí, claro, si tú lo piensas… Bueno, y dime ¿cómo estás?

    —Ya te lo dije, viva.

    —Ja, ja, ja, no me refería a eso, borde, ¿qué te dijo el profesor del relato?

    —Él no dijo nada, tan solo me dijo está bien y nada más.

    —¿Por qué necesitas que te diga algo más?

    —Pues porque quiero saber si lo he hecho bien o no, quiero saber si lo que he hecho tiene valor o no. Es un taller de escritura creativa, debería decirme algo.

    —Linda, cuando lo hiciste, ¿plasmaste tus sentimientos?

    —Sí…

    —¿Contaste tu verdad?

    —Sí…

    —¿Te esforzaste en ello?

    —Sí…

    —¿Tú crees que tu relato tiene valor?

    —Sí…

    —Pues entonces ya está

    —Pero…

    —Pero nada, te esforzaste en ello, expresaste tus sentimientos y contaste tu verdad. Por lo tanto, aunque esté pésimamente redactado, tiene valor, tiene el valor que tú le des. Porque solo tú puedes darle valor, solo tú puedes decidir su valor, nadie más, ¿vale?

    —Vale. —Le sonreí ilusionada por sus palabras y caminamos hacia la casa.

    El azulado y yo compartíamos casa desde tan solo unos meses, pero él conocía mi rutina y mis aficiones, aparte de mis miedos y mis vergüenzas. Llegamos a casa y un fuerte dolor de cabeza retumbó en mí.

    —¿Te encuentras bien? —preguntó mi chico colocando su mano sobre mi hombro.

    —Sí, es solo que ¡ah! —Me sujeté la cabeza y la frente con ambas manos tratando de acallar el dolor, pero esto fue inútil.

    —Espera, siéntate. —Ambos nos sentamos en las escaleras a esperas de que el intenso dolor cesara.

    —Solo… no puedo…

    —¿No puedes qué? —preguntaba él preocupado.

    —Lo noto cada vez más cerca…

    —¿El qué?

    —No lo sé, pero cada vez está más cerca y va a llegar, va a pasar, va a pasar ya… —Al decir aquello el dolor cesó y mi cuerpo reposó en la columna del porche.

    Capítulo II

    El libro

    —¿Qué ha ocurrido? —pregunté extrañada y confusa, pero al mismo tiempo enfadada porque no me respondiera.

    —Ya sabes que no te lo puedo decir, Astrea.

    —¿No sabes o no te da la gana?

    —Sabes de sobra que debes averiguarlo por ti misma, yo no puedo decirte qué es lo que ocurre, por mucho que lo deseé. —Al oír aquello simplemente desistí.

    —Me voy. —Agarré mi mochila y con mi walkman me dirigí hacia la puerta.

    —Bien.

    —¿Bien? ¿Es que ni siquiera vas a tratar de llevarme la contraria? —cuestioné enfadada ante su falta de atención.

    —Puedes elegir qué hacer, son tus decisiones, tu camino, no el mío.

    —Pero no puedes dejar que me vaya así, no puedes abandonarme.

    —Yo no soy el que te abandona, eres tú la que se abandona a sí misma.

    Con lágrimas retenidas y un gesto de rabia crucé el umbral de la puerta y dejé el lugar. Caminé y caminé una larga distancia a través de un bosque que debía cruzar si quería cumplir mi deseo. Sabía que él tenía razón, pero no podía reconocérmelo a mí misma, porque de hacerlo sería una realidad que tendría que aceptar y prefería inventar otra realidad distinta en la que viviera cegada antes que afrontar la actual. Muy en el fondo de mi corazón sabía lo que me ocurría, sabía lo que pasaba, pero no podía creerlo, porque era mejor pensar que estaba enloqueciendo antes que aceptar su regreso, y con él, el regreso de sentimientos, emociones y sensaciones antiguas que había trabajado para dormirlas.

    Llegué a mi destino. Mi cabello color chocolate bailaba junto al viento siguiendo el ritmo de las gaviotas que cada vez cantaban más alto, porque, aunque algunos dirían que no cantaban, sino que gritaban, para mí eso era lo mismo que escuchar una bella canción del famoso grupo QUEEN, aquello significaba vida. Me encontraba frente a un inmenso mar. Junto a él me sentía en casa, me sentía yo, porque él era igual a mí, profundo, misterioso, con secretos ocultos. Me acerqué a la orilla y con mis dedos logré sentir el frescor del agua. Sentía cada sentimiento, cada sensación, cada palabra que las olas llevaban junto a la arena que arrastraban. Me senté en la arena seca y saqué un libro que guardaba en mi mochila azul de Spiderman, que por si alguno lo dudaba, es un superhéroe admirable. El libro, otro misterio, al igual que yo, desapareció antes de que pudiera encontrarlo. ¿Dónde? Era la pregunta, aunque el mar y yo no conocíamos la respuesta. Debo confesar que en ese momento la idea de que el azulado me había robado el libro para que volviera a casa antes de que algo me ocurriera en el ocaso de la noche, era una idea perfecta, así que tal vez por orgullo, o tal vez por cabezonería, decidí no regresar a casa hasta el día siguiente. ¿Hacía frío? Mucho. Como mi abuela diría, es de ese frío que se te cuela en los huesos, pero no era suficiente frío para apartar mi orgullo, así que tal y como me lo había propuesto, me dejé caer sobre la juguetona arena y lo último que mis luceros vieron fueron las estrellas que se hacían notar entre tanta oscuridad, junto a la Luna, que como siempre brillaba sin necesitar a nadie más que ella misma.

    Corría y corría sintiendo la intensidad del viento en mi cuerpo. Mis pies no podían más, pero aun así seguían corriendo. Me paré al borde de un precipicio en el que se podía observar el mar, él venía detrás de mí y frenó al ver mis intenciones.

    —No lo hagas —exclamó.

    —Reconócelo, no me amabas antes y no lo harás ahora, así que no tengo nada que perder, en cambio, si tú estuvieras en mi vida, sí tendría algo que perder, sí tendría un punto débil, y no merece la pena arriesgarte a perder cuando sabes que vas a perder. —Observaba el azul de sus ojos mientras trataba de acercarse a mí.

    —No perderás, porque, aunque no ganases, jamás perderías, pues siempre queda el aprendizaje adquirido tras el dolor.

    —Mierda, no me vengas con tus palabras y tus cosas raras, no quiero escucharte, no quiero verte, no quiero…

    —¿Qué es lo que no quieres? —me preguntó extrañado.

    Antes de que pudiera responderle, me dejé caer al mar para que mi cuerpo y él se fundieran en un único ser. Al sentir los picos de las rocas clavarse en mi espalda, me desperté levantándome bruscamente del sofá. Mi respiración agitada me cortaba el habla y pude notar cómo una cristalina lágrima deseaba deslizarse por mi rostro, pero antes de que eso pasara, la hice desaparecer con mi mano.

    —¿Te encuentras bien? —me preguntaba el azulado extrañado.

    —No, no estoy bien, ¿qué hago aquí?

    —Pues dímelo tú, cuando salí del cuarto ya estabas aquí, no quise despertarte y te dejé cumpliendo tu rutina de marmota.

    —¿Y el libro?

    —¿Qué libro?

    —¿El mío dónde lo tienes? Dámelo, no estoy de broma, hablo en serio.

    —Escucha, no sé de qué me hablas, no he visto ningún libro y cuando vine ya estabas aquí.

    —¿No has sido tú?

    —No, ¿qué ha pasado? —preguntaba mi chico preocupado.

    —No lo entiendo… Estaba en la playa, abrí la mochila para leer mi libro y no estaba. Luego, decidí dormir allí porque pensé que tú me lo habías quitado y al despertar me encuentro aquí, de vuelta.

    —Astrea…

    —No, es que no lo entiendo. Estaba allí y ahora estoy aquí. Madre mía, estoy perdiendo la cabeza… —Mi respiración se agitaba cada vez más.

    —A ver, a ver, a ver… Tranquila, no estás perdiendo la cabeza.

    —¿Cómo sabes eso, sabelotodo?

    —Pues porque de estar perdiéndola ya la habrías perdido hace años, así que, si no la has perdido ya, no la vas a perder ahora. —Yo le fulminé con la mirada y proseguí.

    —Esto es una mierda. —Intenté levantarme y al hacerlo, algo cayó sobre mis pies—. Jope, qué golpetazo, es que ni Alicia al caerse por la madriguera del puñetero conejo.

    —Astrea…

    —Ahora no azulado, estoy demasiado preocupada tratando de que mi dedo chiquito no necesite ser amputado.

    —Escucha, que no escuchas.

    —Es que para lo que hay que escuchar y que ver, ya casi prefiero ver Titanic ochenta veces seguidas, que será peor tortura que esto.

    —A ver, Rose, céntrate.

    —Me centro, me centro.

    —Este no será por casualidad el libro que perdiste, ¿no? —Sujetaba en su mano un libro con cubierta blanca, al verlo solo mostré mi sorpresa abriendo mi boca.

    —Definitivamente necesito unas vacaciones, ¿te parece que nos vayamos a Grecia? Sí, Delfos será el lugar ideal, gracias por ayudarme a elegir lugar.

    Ambos nos quedamos abobados observando el libro. Me levanté y me hice un Nesquik, mientras el azulado me miraba perplejo ante mi reacción.

    —Te teletransportas y te tomas un Nesquik con… ¿Qué narices es eso? Ah, las galletas Dinosaurus, claro, cómo no.

    —A ver… Asumamos ya que la sorpresa no me quita el hambre —dije mientras arrastraba una manta de El rey león a mi paso.

    —¿Ya? —preguntó.

    —No. —Me agaché y agarré una botella de agua con forma de Elsa la princesa de Frozen.

    —¿Qué clase de persona toma agua con Colacao?

    —Primero de todo, no es Colacao, es Nesquik. Segundo, yo lo tomo, porque libre soy, como Elsa. —El azulado soltó un suspiro de cansancio ante mi conducta.

    —Entonces… ¿cómo has llegado hasta aquí?

    —Yo qué sé, estaba dormida y simplemente aparecí aquí.

    —¿Nada más?

    —No…

    —¿Segura? No me mientas.

    —Está bien, tal vez tuviera una pesadilla.

    —¿Qué pesadilla?

    —Una.

    —Especifica —exigió.

    —Aparecía él. —Aparté la mirada y terminé de un sorbo mi Nesquik.

    —Perfecto, entonces ya sabemos quién te ha traído.

    —¿Qué? No, a él no le importó, no me ayudaría y mucho menos se preocuparía por mí.

    —Escucha, quizá quieras creer que no le importabas para afrontar la peor situación, pero ambos sabemos que no era así.

    —¿Ah, no? Entonces dime, ¿por qué me dejó tirada? ¿Por qué me abandonó si yo le importaba? —Lágrimas se deslizaban por mi rostro.

    —No lo sé… —Apartó la mirada.

    —Ya…

    —Pero sí sé que no fue culpa tuya y sé a conciencia que vales más de lo que crees, así que empieza a creértelo. —Nos miramos por varios minutos mientras él me agarraba la mano mostrándome su apoyo.

    —Ich liebe dich —dije finalmente mirándole a sus azulados ojos.

    —Lo sé.

    Debo admitir que su orgullo era demasiado como para decirme palabras bonitas, pero aun así le quería y le necesitaba, pues él era la única persona que había estado ahí, él era mi mejor amigo.

    De pronto, un golpe resonó en mi cabeza y un fuerte dolor se apoderó de ella. Presioné mi frente con mi mano. «Léelo», dijo una voz proveniente de mi mente.

    —¿Te encuentras bien?

    —Ahora sí, espera… —Agarré el libro con rapidez.

    —¿Qué haces?

    —Necesito hacer algo.

    —¿Y eso es…?

    Abrí el libro por la página 4 y leí todas y cada una de las palabras que había en ella hasta que mi vista chocó con una frase. Mi cuerpo y habla se paralizaron y tan solo pude escuchar la voz del azulado que me sacó del trance.

    —¿Qué es?

    —¿Eh?

    —¿Qué pone? —Me quitó el libro para leer la frase.

    —Es él.

    —Confía en mí. Vale, para empezar, ¿por qué has cogido el libro? Para continuar: ¿por qué lo has abierto por la página exacta? Y para terminar: ¿por qué narices sabes que es esa frase y no otra?

    —Una voz me dijo que lo hiciera. El cuatro es mi número favorito y no está subrayada, pero ese conjunto de palabras tiene una energía distinta a la del resto tal y como tú has sentido al leerlo.

    —Astrea…

    —No, no pasa nada, estoy bien, de verdad… —Traté de fingir una sonrisa, pero él me conocía demasiado, muy a mi pesar.

    —Ambos sabemos que no es así, pero necesitas guardarte esas lágrimas y centrarte en qué es lo que vas a hacer.

    —Sé lo que voy a hacer

    Le miré a los ojos y me levanté para dirigirme al despacho. Una vez allí, encendí el velorio negro, el incienso de manzana y saqué las cartas.

    El ambiente se notaba pesado, como si la energía fuera tanta y tan fuerte que se metiera por las grietas de tu mente causándote dolores de cabeza y cansancio. Por un momento pensé en parar, pero levanté la vista, y mi mirada se centró en el resplandeciente Sol que brillaba frente a mí. Esto me dio la energía suficiente para proseguir con mi trabajo y sin pensármelo dos veces, seguí barajeando hasta tener todas las cartas encima del blanco escritorio. Quedé paralizada al notar la presencia del seis y el dos de copas, acompañadas de la justicia, el carro, los amantes y el tres de espadas. El tarot no es algo que tenga un significado en sí mismo. Quiero decir, las cartas tienen un significado base, pero lo que importa es la energía que tú percibas al ver esa carta entre otras, no la teoría en sí de dicha carta. Estas cartas reflejaban cada una lo suyo: el tres de copas, una traición o un profundo dolor relacionado con el amor; el seis y el dos de copas, amor, almas gemelas, corazones conectados; la justicia, algo que viene por derecho, por equilibrio, por justicia divina; el carro, un cambio rápido, un suceso o una persona que viene a ti con rapidez y decisión; por último, los amantes, una carta que refleja pasión y amor, justo lo que yo ignoraba en ese momento. Desesperada decidí hacer el corte para comprobar que me había equivocado y que las cartas tenían otro sentido distinto al que yo le estaba dando, pero no fue así. Para dejármelo todavía más claro, en el corte se apreciaban la Luna y el Sol. En un último movimiento, corté de nuevo y en el corte aparecían la reina y el rey de copas, como si el mundo estuviese en mi contra.

    Esto me daba una idea de lo que iba a ocurrir, aunque no quería escuchar esto, necesitaba olvidar lo ocurrido, necesitaba olvidarle a él. Me levanté precipitadamente y traté de salir de ahí, de alejarme de la energía que aquellas cartas y aquella persona desprendían.

    —¿A dónde vas?

    —Fuera. —El azulado me siguió hasta el porche de nuestra casa. Tan solo me quedé sentada en las baldosas, contemplando el Sol brillar.

    —¿Qué ocurre? —preguntó sentándose al lado mío.

    —He tardado mucho… Ha pasado mucho tiempo. Tiempo en el que he tratado de olvidarle, de olvidar todo lo que me hizo, para que ahora lleguen unas cartas y me digan que me voy a tener que enfrentar a lo que no he podido olvidar en años.

    —Lo sé, es difícil…

    —No, no es difícil, es una mierda, y no me vengas con es tu destino o deja que fluya, porque es fácil decirlo, pero no puedo dejar que fluya algo que no quiero que pase. ¿Mi destino? Yo qué sé cuál es mi destino, pero cuando llegue ya lo sabré. Mientras tanto, yo tomo mis propias decisiones y una de ellas es no querer volver a verle a él y punto, no resulta tan complicado de entender.

    —Te voy a preguntar una cosa…

    —Ya estamos. —Me agarré la frente con una mano y me apoyé sobre mis rodillas a modo de reprimenda.

    —¿No quieres volver a verle o no puedes?

    —Jod… Mira, yo quiero pensar en mi trabajo, en mi misma, en ti, pero no en él. Así que no entiendo por qué he de hacer algo que no quiero hacer.

    —En otros casos te diría, son cosas por las que hay que pasar para crecer y para aprender, pero en este caso te diré que debes hacerlo porque deseas hacerlo. Todo este tiempo has tratado de ignorar todo el dolor que sentía tu corazón, todo el amor que sentías hacia él, pero el tiempo no ha servido de nada porque aún a día de hoy deseas abrazarle, pegarle, insultarle, besarle, todo, pero con él. Inconsciente o conscientemente tu cuerpo y tu alma han estado buscándole, por eso ahora que ha llegado, no puedes ignorarlo.

    —Deseo hacerlo, pero no puedo… No puedo verle, porque verle sería recordar todo lo que pasó y sentir los mismos sentimientos que he tratado de reprimir por años. Dios… Me ha costado tanto ignorarlos y reprimirlos para que ahora vuelvan creándome ilusiones que cuando se desvanezcan me van a dar otro bofetón.

    —Amiga… Es lo que tiene enamorarse, que debes confiar en que el bofetón nunca va a llegar por mucho que en anteriores veces fueran dos en vez de uno.

    Capítulo III

    Un grito de auxilio

    Al día siguiente me desperté a las nueve como cualquier sábado y me vestí con mi famosa camisa de cuadros, mis pantalones anchos con dibujos de mariposas y las playeras Nike Jordan que mi abuela me había comprado en el mercadillo del pueblo, que por supuesto eran imitación, pues mi cerebro no concebía la idea de pagar más de treinta euros por unas playeras, ni que fueran las únicas playeras sobre la faz de la tierra. Me coloqué el pañuelo azul atándolo a mi cabeza, dejando dos mechones delanteros y el resto del pelo suelto. Agarré mi walkman y sin pensármelo dos veces crucé el umbral de la puerta. Caminaba sintiendo la fuerza del viento removerme el cabello mientras escuchaba una canción, la cual no podía faltar en mi repertorio de los setenta, llamada Night moves. Anduve hasta llegar a distinguir el verde color del campo de fútbol.

    Al verlo, eché a correr hasta que estaba rodeada de madres y abuelos que habían ido a animar a sus hijos y nietos. No sabía qué hacía allí pero allí estaba, rodeada de personas las cuales no conocía, unidos por una misma razón, una única razón.

    Estar allí me hace sentir libre, dejas los problemas detrás de la valla que separa el campo y la calle, y tan solo sientes la felicidad que te invade al ver a los tuyos marcar un gol o la impotencia de ir perdiendo, las lágrimas retenidas, los nervios a flor de piel, los saltos de emoción, los temblores en las piernas... Todo ello era perfecto, pero ninguna emoción, ningún rasgo de felicidad era comparable a la felicidad que sientes al ver la ilusión en el rostro de los jugadores cuando anotan un gol, un gol que demuestra que seguir luchando merece la pena, que demuestra que no importa cuál sea nuestro destino mientras nosotros decidamos por él, que no importa de dónde provengamos o cuál sea el linaje de nuestra sangre porque eso no decide cual será nuestro destino, que no importa lo que otros piensen que nosotros valemos. Lo que verdaderamente importa es el valor que nos demos a nosotros mismos.

    Aquel gol no era un simple gol, era el sudor del esfuerzo, las lágrimas retenidas, la superación, la fuerza, la confianza a pesar de las críticas, la esperanza, la fe en nosotros y en otros… Simplemente era algo que no podía explicarse mediante palabras, tan solo podía sentirse.

    Otras personas pueden no tener el privilegio de entenderlo, pero aquello no eran unos niños jugando un simple deporte, aquello eran sueños logrados, esperanzas reencontradas. Era una unión entre varias personas que no distinguen de barrios, familias o destinos, tan solo comparten ese sentimiento que precisamente es tan fuerte como para unirlos y hacerles más fuertes.

    Allí podías ser tú misma sin importar que alguien te juzgara o no, porque allí no importa la apariencia, allí solo importa el sentimiento. Por eso es que si alguien me pregunta el por qué voy siempre allí tan solo diré que no lo sé, porque su complejidad no es de entender, sino de sentir.

    Al acabar el partido, pude ver cómo todos sonreían y reían al mismo tiempo que me percataba de que una lágrima deseaba deslizarse por mi rostro, una lágrima de emoción, de felicidad, no por mí, sino por ellos.

    Decidí abandonar el campo cuando la mayoría de personas ya se habían marchado, por lo que regresé a casa de nuevo. Una vez allí, me puse mi sudadera de Marvel que era tres veces yo, me hice mi moño y agarré un libro. Entonces las horas pasaron como si se trataran de segundos y cuando me quise dar cuenta ya era por la tarde y como siempre ocurre en invierno, a las seis ya es de noche, por lo que me levanté del sofá y me hice mi Nesquik.

    —¿Cómo quedaron al final? —me preguntaba el azulado.

    —3—2, ¿por qué?

    —Llámalo curiosidad si quieres.

    —No has venido a eso, ¿qué es lo que quieres? —cuestioné sujetando la taza del rey león.

    —¿Cómo te encuentras? —Me miró apoyándose en la encimera de la cocina.

    —Viva espero —respondí tomando un sorbo del Nesquik y desafiándole con la mirada.

    —Sabes que no me refiero a eso.

    —Ah, ¿no? Entonces ilumíname, ¿qué quiere decir el niño? —pregunté tomando otro sorbo.

    —Cassiel. —Posé el Nesquik sobre la mesa.

    —Él no importa.

    —Sí, importa.

    —Dios mío, cállate, ¿no entiendes? Él no está en mi vida, y hasta que no lo esté, no quiero saber nada de él, en absoluto, porque no es un problema que tenga que afrontar, ya que de momento ni siquiera se ha dignado a mostrar su angelical rostro para mirarme a la cara después de lo que me hizo. —Respiré hondo—. Lo siento…

    —Lo sé, sé lo que te hizo, solo quiero que sepas que no puedes hacer como si no existiera.

    —Sí puedo, al menos hasta que no me le encuentre de frente.

    —Que al ritmo al que vamos no creo que sea dentro de mucho —sugirió mi azulado.

    —Bueno, sea dentro de mucho o dentro de poco, no es ahora y punto, conversación zanjada. —Le miré tratando de callarlo.

    —Bien, pero sé que lo sabes y él sabe que lo sabes.

    —¿Saber el qué?

    —Que cada vez está más cerca, a unos simples segundos, unas simples palabras. Lo sabes, yo lo sé y él lo sabe, por lo tanto, si es algo que tengas que afrontar ya.

    —Se acabó, me voy.

    —¿Adónde vas? Es de noche y hace frío.

    —Por eso me voy, a ver si me congelo y me despierto cuando a vuestros pulmones se les agote el oxígeno. —Pensé por unos instantes—. A unos más que a otros, claro. —Puse mis ojos en blanco.

    —¿Es en serio?

    —Sí, tú quédate aquí con la estufa, no vayas a pasar frío. Ah, y hazme el favor de no colgar esvásticas en la pared que los vecinos se van a asustar y ya es lo que me faltaba.

    —Esa época ya quedó atrás.

    —Lo que tú digas. —Meneé la cabeza y crucé la puerta.

    Caminé a sabiendas de que cruzaría el bosque entre las sombras de la noche, pero no es que me asustara la oscuridad, sino más bien me asustaba lo que habría al hacerse la luz. Pero mientras no lo viese no me asustaba, ya que era como si no existiera. Me había olvidado el walkman, así que iba tarareando una mágica canción de Bob Seger y The Silver Bullet Band, llamada Night Moves. Estoy segura de que parecía loca al ir tarareando a la par que caminaba entre el frondoso bosque de noche, pero no me importaba.

    La gente te dice cosas como no salgas sola a caminar de noche o ten cuidado, de noche puede ocurrirte algo malo, pero yo había sido criada entre asesinos, ¿de verdad se piensan que no sé defenderme? Ingenua la gente, se me pasó por la cabeza mientras reía tan solo de pensar en aquellos estúpidos comentarios.

    Realmente, ¿debía temer a otros o debía temerme a mí misma? Esa es la pregunta que arrastró la sonrisa de mi rostro. Constantemente veía atrocidades, y un día comencé a pensar en qué cosas era capaz de hacer el ser humano, en si yo era capaz de cometer tales barbaridades, y la verdad es que, por una razón u otra, sabía que sí era capaz, tal vez por defender a otros, tal vez por defenderme a mí misma, pero la respuesta era un rotundo y sincero sí, era capaz de hacer cualquier cosa.

    Continué caminando, y la verdad, seguía con la misma idea en la cabeza, ¿las personas se piensan que los asesinos tienen un horario? Es tipo: a las doce y catorce minutos mataré a alguien. La respuesta es que no, sí es verdad que muchos asesinan al caer la noche, pero las personas que asesinan por impulso no esperan a que se ciña la oscuridad, acaban con tu último aliento de vida brille el Sol o la Luna. Por lo tanto, esos consejos de no salir por la noche eran estúpidos, pues tu vida podría acabarse en cualquier momento, tan solo si otra persona lo pusiera en marcha.

    Caminaba y caminaba mientras me sentía acompañada por la oscuridad y arropada por esta. El hecho de haber sido dañada o perjudicada me hacía notar la belleza de las sombras y la compañía de la oscuridad. Esta me daba tranquilidad, me sentía arropada, como si cada sombra me produjese una nueva y distinta caricia sobre mi cuerpo. Era algo inexplicable, pero cierto. Mientras que otras personas temían a las sombras, yo las admiraba y caminaba hacia ellas, esperando que me abrazasen como siempre lo hacían. Extendía los brazos y los deslizaba por la delicada brisa que reinaba en el bosque. De repente, pude notar cómo la brisa se aceleraba y comenzaba a transformarse en un fuerte e intenso viento que empujaba fuertemente mi cuerpo hacia el camino de vuelta a casa. Yo no entendía qué ocurría, así que tan solo me detuve unos instantes para pensar.

    Esos instantes fueron suficientes para notar cómo alguien me observaba desde la distancia. Me giré y miré a ambos lados esperando alguna sorpresa, pero allí no se podía observar nada más que oscuridad, aunque yo sabía que no era solo eso.

    La oscuridad se sentía tranquila, en calma, esperando tu presencia. Pero esto no era solo oscuridad, ahí había una sombra distinta, una presencia que aunque se ocultara entre sombras, les quitaba la tranquilidad que estas me transmitían. Es por eso que decidí respirar hondo y tratar de calmarme, pues sabía que la histeria no me serviría de mucho en esos casos. Decidí tragar saliva, aguantar la respiración y caminar hacia la extraña presencia, mientras el viento me empujaba en el camino opuesto.

    Os preguntaréis por qué era tan estúpida como para acercarme al peligro, y la respuesta es que sentía el dolor de aquella presencia, sentía su corazón frío, entristecido y agrietado. Fuera como fuera, ocurriese lo que ocurriese, no podía negarme a ayudar a alguien para salvarme de algo que ni siquiera sabía si pasaría. Así que me acerqué, aún a sabiendas de que podría ocurrir algo malo.

    Estaba a gran distancia cuando me comenzó a doler la cabeza, lo ignoré hasta que el dolor se hizo más intenso. Escuchaba una voz en mi cabeza diciendo que me alejara, diciendo que debía mantenerme a salvo. Sabía que esa voz no era mía, pero aun siendo algún consejo de otro ser externo, no iba a abandonar a aquella persona en medio de un bosque. Así que seguí acercándome. El dolor se intensificaba cada vez más, al igual que la voz, pero ninguno de los dos era tan fuerte como para que me negase a ayudar a alguien que me necesitaba, por lo que colocando mis dedos en mi frente, seguí avanzando. Cuando ya sentía que estaba lo suficiente cerca, decidí preguntar qué ocurría y si necesitaba ayuda.

    —Ayuda

    Una voz femenina se hizo hueco entre el sonido y sentí cómo mi cuerpo se congelaba. No era una voz normal, era otro tipo de voz contra la que había luchado por años. Mi cuerpo comenzó a congelarse y sentía cómo temblaba a causa del frío que de pronto se había hecho dueño de mi cuerpo. Era común que de noche hiciera frío, pero no tanto, y no tan de repente.

    —Tranquila, la ayudaré —dije tratando de extender mi mano para agarrar la suya a sabiendas de que seguía sin saber quién era.

    Logré rozar la palma de su mano y pude notar lo gélida que era. Al segundo en el que mi piel entró en contacto con la suya, escuché hojas rompiéndose por el paso de alguien, un río que sonaba fuertemente y el viento que gritaba horribles cosas. Pude ver las copas de los árboles moviéndose de un lado a otro, las nubes ocultando las estrellas y la tierra temblando. Respiré agitadamente y en ese momento sentí cómo mi respiración se entrecortaba. De repente, noté a alguien a mi espalda, me giré bruscamente y lo último que sentí fue mi mano despegándose de la de aquella mujer.

    Capítulo IV

    Teddy

    Sentía mi respiración entrecortada, el vacío de oxígeno en mis pulmones, mi cuerpo tumbado en la húmeda tierra del frondoso bosque, mi corazón latiendo a gran velocidad y las manos agarrando mi cuello. Quería gritar, pero no podía, tan solo podía dejar caer una lágrima silenciosa por mi rostro. Sentí cómo mi último aliento salía entre mis labios. Rápidamente me levanté del sofá agarrando mi cuello con mis frías y delgadas manos.

    —¿Qué ocurre? ¿Estás bien? ¿Qué pasó anoche?

    —¿Qué? —Traté de respirar.

    —Anoche, ¿qué fue lo que pasó?

    —No… no lo sé…

    —Recuerda…

    —Solo me acuerdo de ir caminando, cantando y bailando mientras pensaba, y de repente… —Corté mi habla.

    —¿De repente, qué pasó?

    —Ella…

    —¿Ella quién?

    —No lo sé… —Me agarré la cabeza con ambas manos y me apoyé sobre mis rodillas.

    —Tranquila, solo relájate y piensa, necesito que recuerdes.

    —Ella era una mujer que estaba en el bosque…

    —¿En el bosque? ¿Qué narices hacía allí?

    —No lo sé. Me pidió ayuda, la agarré la mano y tuve… tuve otra…

    —¿Visión? ¿Otra visión quieres decir?

    —Sí…

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