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Cristales Rotos: Raíces
Cristales Rotos: Raíces
Cristales Rotos: Raíces
Libro electrónico397 páginas5 horas

Cristales Rotos: Raíces

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Mi historia no es fácil pero superaré cada obstáculo que se me presente.

Con esta novela se pretende recrear un recorrido histórico de la sociedad en la cual estaba sumergida España, desde el 1930. Por distintas épocas y generaciones, con el objetivo de visibilizar el papel de la mujer. Narrando las vivencias de tres familias republicanas, convergiendo en un único linaje. Contado desde la perspectiva de una pequeña niña, Montserrat.

Todo ello se relata a través de acontecimientos y experiencias reales, que reflejan la sociedad patriarcal, la cual está tintada de abundantes rasgos católicos que hemos interiorizado de manera innata a lo largo de distintas generaciones en España, con una cultura heredada a través de la educación.

La novela está basada en varias historias reales.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento30 oct 2020
ISBN9788418203794
Cristales Rotos: Raíces
Autor

Nuria González Hurtado

Nací y crecí en Barcelona, en un barrio obrero de la ciudad condal, junto a mi querida madre y adorada familia. Estudié auxiliar técnico de veterinaria para trabajar con animales, que es mi gran pasión desde chiquitita, pero me tuve que reciclar debido a la falta de trabajo y, en la actualidad, sigo formándome en la rama de la educación. Donde descubrí hace algunos años que me apasiona, y es donde he trabajado con personas de distintas etnias, culturas, sexos y edades, lo cual me ha permitido conocer y entender diferentes puntos de vista, algunos de ellos socioculturalmente enfrentados entre sí. Todo ello me ha enriquecido como profesional, pero si de algo estoy segura, ha sido todo lo que me ha aportado a nivel personal a través de mis propias experiencias y los diversos relatos que me han explicado acerca de experiencias personales y reales. No siempre han sido positivas ni alegres, pues esa es la realidad con la que vivimos. Esos son los relatos que me han marcadoy motivado a escribir éste libro, cambiando mi forma de ver el mundo y desarrollando una empatía hacia las situaciones de injusticia social que son más habituales de lo que me gustaría. Es por ello que tengo la obligación moral de compartir el que será mi primer relato. Puedes ponerte en contacto conmigo a través de mi correo (lasletrasdenuria@gmail.com) para explicarme qué te pareció la novela, si tienes preguntas, una experiencia personal que quieras compartirme, etc.

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    Cristales Rotos - Nuria González Hurtado

    Cristales Rotos: Raíces

    Nuria González Hurtado

    Cristales Rotos: Raíces

    Segunda edición: 2021

    ISBN: 9788418203336

    ISBN eBook: 9788418203794

    © del texto:

    Nuria González Hurtado

    © de las ilustraciones de los árboles genealógicos:

    J. R. Guzman; @joseramon.jr88

    © del diseño de esta edición:

    Penguin Random House Grupo Editorial

    (Caligrama, 2021

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com)

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Este libro es mi homenaje A todas aquellas personas que se sienten cristales rotos, que sufren en silencio...

    Las estrellas se merecen brillar, así es como os quiero ver yo…

    Prólogo

    PREGUNTAS

    Alumno/a: Montserrat Pérez García Edad: 10 años

    —De mayor, ¿qué quieres ser? No lo sé. Me gustaría ser cantante o actriz. Lo que nunca haría es hacer como mis compañeras: amas de casa y tener hijos. Aunque la profesora se empeñe.

    —¿Qué es para ti el tiempo? No lo sé, el reloj lo dice.

    —¿Qué es para ti la bondad? Esforzarme y hacer las cosas bien.

    —¿Qué es para ti el amor? ¡Lo que siento por mamá!

    —¿Qué es para ti el respeto? Cuando salgo a la pizarra me da miedo, los y las compañeras solo ven mis errores. Tengo miedo a equivocarme.

    —¿Qué es para ti la igualdad? Que los niños y las niñas puedan hacer las mismas cosas.

    —¿Qué es para ti el recuerdo? Explico lo que me ha pasado, pero nadie hace nada por ayudarme. Y vuelve a pasar.

    —¿Qué es para ti la inocencia? Aún no se lo que significa, pero los adultos me lo dicen mucho.

    —¿Qué es la felicidad? Depende de con quién esté, siempre, siempre.

    —¿Quién decide lo que está bien o mal? Los adultos.

    —¿El vaso lo ves medio lleno o medio vacío? Lo veo medio vacío, pero como todo el mundo dice medio lleno, me da miedo decir lo contrario.

    —¿Cuál es tu color preferido? ¿Rosa? No me gusta el rosa. ¡Odio el rosa! ¡¿Por qué me lo regalan todo rosa?! ¿Soy rara porque no me guste el color rosa?

    —¿Está sobrevalorada la sinceridad? Jamás, ¡no se debe mentir!

    —¿Te gusta algún chico? Siempre con la misma pregunta: ¡¡¡no!!!

    —¿Crees que la violencia es la solución a tus problemas? Ya no lo sé, no entiendo por qué soy educada así.

    Igual mis respuestas a las preguntas que me hacían los mayores estaban mal hechas, pero esto es lo que aprendí en mi tierna infancia. No entendía nada, me decían una cosa y veía que se hacía otra muy distinta, por lo que he reflejado mi pensamiento real en una selección de preguntas siendo las más socorridas para dar una respuesta inmediata a los adultos con los que crecí.

    Sentía sin saberlo que la actitud que iba forjando dependía totalmente del medio del que me rodeaba y de ello dependía mi felicidad.

    La vida se resume en una serie de actos, actos que determinan la persona que vas a ser el día de mañana, con base en los recuerdos, a las vivencias. Pero, si esas vivencias son las que forjan el futuro aún no escrito, entonces no soy dueña de mi vida, sino de mis marcas, de mis trozos rotos; el dueño es el destino, no tengo elección. No podía controlar nada.

    Por lo que creo que en algún momento, cuando era pequeña, me rompí. Me rompí emocionalmente y ahora, que soy mayor, tengo que intentar recomponer cada uno de los pedazos para lograr, de alguna forma, llegar a convertirme en la persona que quiero ser. Pero sobre todas las cosas quiero, al girar la cabeza cuando sea anciana y mire hacia atrás, hacia mi pasado, sentirme orgullosa de todo lo que he conseguido para alcanzar mi meta, que es ser feliz. Es por ello que, pese al miedo que tengo al rechazo o la estigmatización de la sociedad por la violencia que he sufrido, quiero mostrar lo más íntimo de mi ser, quiero compartir mis vivencias, mi pasado y mis raíces, de forma anónima. Necesito explicar mi historia.

    ¿Por qué? Igual para demostrarle a mi yo niña lo que se merece: la verdad de lo sobrevivido.

    Cuando recuerdo mi niñez, desde mi yo niña, me vienen a la mente las vivencias familiares, íntimas y personales, igual que las sentí en aquel momento. Al cerrar los ojos me veo, no puedo escapar de mi pasado, que daña mi presente y futuro. Me veo, de nuevo, como la pequeña e indefensa Montserrat, siento como las emociones se vuelven incontrolables, el dolor inunda todo lo bueno de mi ser para desgarrarme a su paso, dejándome indefensa ante mis propios recuerdos. Me atrapa como una ola sumergiéndome, sin dejarme emerger, me ahogo. Cuando al fin consigo respirar, apenas tengo unos segundos de falsa calma para intentar coger aire, pero el dolor incesante se clava como agujas alrededor de todo mi cuerpo, recordándome que está ahí, que no me abandona hasta no haber superado el nuevo desafío, al cual soy sometida sin tregua alguna.

    La energía e ingenuidad que anteriormente rebosaba por todo mi ser, lentamente, se va desvaneciendo mientras me sumo en mi lento y agónico agujero oscuro lleno de tormentos.

    En ocasiones, sin motivo evidente, la voz me traiciona, se me torna quebradiza, para posteriormente desahogarme con el llanto, resulta incontrolable, necesario para liberarme del dolor. Las desgarradoras vivencias a tan temprana edad me superan. Las imágenes de momentos perturbadores vienen a mí con más fuerza que nunca. Me ahogo en un remolino de culpabilidad que no me deja dormir, comer, disfrutar…

    Desde que tengo recuerdo, he tenido que sobrevivir a la jungla en la que se había convertido mi vida. He tenido que luchar mucho desde bien pequeña. Jamás conocí qué era ser una niña con una infancia sin preocupaciones. Me he sentido desprotegida en múltiples ocasiones. Estaba enfurecida con todo el mundo, dolida, me sentía desdichada constantemente por lo que oía, sentía y vivía, y lo peor era la impotencia conmigo misma por no poder cambiar mi situación. Sentía vergüenza de mí misma, no tenía seguridad ni confianza en mis capacidades. Tampoco un referente, una guía o bastón de apoyo que me enseñase el camino que escoger. Estaba sola frente a las adversidades sin nadie que me protegiese ni de mi peor enemigo, que dormía en mi propia casa...

    ¿Mis padres? Supongo que aquí toca decir: «Lo hicieron lo mejor que pudieron» y, aunque me vuelve el enojo al formular esta frase, en cierta manera, cuando fui mayor, aprendí a perdonarlos y con ello logré perdonarme a mí misma o, al menos, una parte que necesitaba reconciliación.

    Y, si guardo rencor, sé que es porque aún me queda mucho trabajo que hacer. Los necesitaba y no estuvieron… Por lo que aun siendo niña los amaba y maldecía a partes iguales. Tenía sentimientos encontrados, difusos en un mar de dudas que a aquella edad era incapaz de gestionar, tampoco los entendía.

    Debido a las perturbadoras experiencias que tuve, aprendí a infravalorarme como si de una religión se tratase. Mis propios pensamientos, emponzoñados por los sucesos vividos, recurrían a las mismas frases de mi mente infantil, inmadura y torturada: «¿Por qué no me di cuenta? ¿Por qué no hice nada? Si lo hubiese hecho de otra forma… No sé hacer nada bien. No valgo para nada. Si me han hecho algo que me ha dolido, es porque <

    Desde que me alcanza la memoria, recuerdo con desazón que fui creciendo en una eterna soledad atrapada en las cuatro paredes de mi habitación, donde podía simplemente estar bien. Allí veía pasar el tiempo muy lentamente: los segundos me parecían horas; los minutos, días; las horas, semanas; los días, meses; las semanas, años…

    Y, poco a poco, ese pequeño agujero que se creó en mi estómago, por donde todo lo negativo era magnificado sin control, se podía expandir con tan solo fijar mis ojos en él. Me quitaba la energía, sumiéndome en la tristeza, en el abandono, en el desconcierto y la incertidumbre.

    Miraba por la ventana rogándole a un Dios incierto que me ayudase a salir de aquel abismo, pero no conseguía más que escuchar mis propios lamentos. Llamaba a papá por la ventana, pero tampoco él me escuchaba, estaba demasiado lejos, desde hacía demasiado tiempo… y mamá, siempre tan triste… Si hubiera podido hacer algo, cualquier cosa para hacerla feliz, lo habría hecho sin pensarlo un segundo, simplemente por verla sonreír de verdad.

    Mi madre, para mí, era mi mundo entero y, cuando la veía sufrir, aunque ella intentaba ocultarlo con una perfecta sonrisa ensayada, no lo conseguía; yo me derrumbaba, los cimientos y pilares se venían abajo contagiándome su desazón. Pienso que los sentimientos son energía, esa energía se desprende y puede ser captada si sabes empatizar con la persona. Y yo… yo hubiese dado la vida por mamá, por verla sonreír de plena felicidad, no como un simple placebo intentando transmitir lo que uno no siente.

    En muchas ocasiones no entendía lo que ocurría, tampoco me daban información. Debía aceptar lo que se me brindaba. Me he sentido desde que puedo recordar desamparada, sumergida en un pozo profundo y oscuro… que, en muchas ocasiones, yo misma creé en mi propia mente, de la que no podía escapar.

    Es difícil explicar lo que he sentido y vivido, pero aún es más difícil sobrevivir con tan amargos recuerdos. Recuerdos que me han ido persiguiendo, acompañándome. Yo, ingenua de mí, le di la mano creyendo que era mi única escapatoria, le di la mano y me dejé arrastrar, sometiéndome a mis marcas, negando la realidad de mis trozos rotos. Aceptando lo que me daban. No sabía que existiese un mundo distinto al que estaba acostumbrada.

    Confieso ante la razón que, si no me hubiese visto obligada a extraer todos esos recuerdos que me empañan, no sé qué hubiese sido de mí.

    He tenido que luchar mucho para poder llegar hasta este punto donde me encuentro. No es fácil para mí relatar mi propio testimonio, retratar cuáles han sido las vivencias de mis seres queridos, de mi niñez, desde mi yo más íntimo y personal, por lo que deseo mostraros lo que pasó. Deseo abrir mi corazón sintiendo el dolor en su forma original: sin rabia. Necesito mostrar, tal vez por rebeldía, lo que realmente ocurrió, lo que sucedió, lo que no me atreví a contar cuando era demasiado pequeña para ser escuchada, pues el miedo es muy poderoso.

    Nada sucede por azar, nada es casualidad.

    Mi destino está marcado.

    1.ª parte

    1

    Los protocolos sociales que los mandamases han instaurado a lo largo de los siglos en España han obligado, desde mi punto de vista cuadriculado y marcado de forma permanente por mis experiencias, a la sociedad a seguir unos dictámenes restrictivos, carentes de inteligencia emocional, de libertad de pensamiento, con la obligación de mostrarse como lo que unos pocos han elegido que es una forma aceptable de vivir, por lo que pienso que, sin darnos cuenta, somos como el ratón de laboratorio que va del comedero a su rueda, de su rueda al bebedero y a dormir. Así, día tras día, sin posibilidad de poder ejercer otro rol que no sea el predeterminado por el sexo con el que naces, en el caso de la especie humana. Obligándonos de una forma u otra a seguir ejerciendo conductas perniciosas y a ocultar otras por el miedo al qué dirán, por el miedo a ser, pensar y actuar de forma distinta al rebaño.

    Eso es lo que aprendí.

    En la historia, por desgracia, muchas mujeres no han podido tener ni voz ni voto en ninguno de los cometidos a los que se las ha sometido sin pedirle opinión, utilizándolas como si de un mero objeto se tratase, simplemente por el hecho de nacer mujer. Por la creencia errónea y con total ignorancia de que el músculo es más poderoso que el intelecto. Pues a base de golpes se han moldeado millones y millones de generaciones en nuestro país.

    De esta forma, conseguían transformar a su antojo al niño para que, en vez de respeto, tuviese miedo y lo inculcara. A la niña y futura mujer, para que, en vez de tener ideas e ideales y objetivos por los cuales sentirse realizada y empoderada, se la despreciara, sentenciándola a una vida carente de libertad. Pudiendo ejercer su único papel: ser presa de los deseos de su marido.

    Por aquella época, cuando una mujer contraía matrimonio con un hombre, obligatoriamente o no, dependiendo de la familia, estaba sujeta a cumplir por defecto los deseos de su esposo en todo momento y, de cualquier forma, aunque no quisiera. Si ella se negaba a cumplir cualquiera de los deseos de su cónyuge, este sin titubear podía utilizar cualquier recurso para conseguir sus objetivos. En esos momentos la mujer no tenía derechos y por ley debía cumplir, aunque sus deseos fuesen reprimidos llevándole a un sufrimiento y agonía aún mayor, destruyéndose como persona.

    Desde el punto de vista del patriarcado cultural, se exigía a la mujer que se mostrara frágil y sumisa, pues su estatus inferior en dicha jerarquía le profería un papel inmóvil, dañándola emocionalmente de forma permanente.

    Se encasillaba al hombre en una situación más notable, era el dominante y se le obligaba a serlo, al igual que se le exigía ser fuerte sin mostrar sus sentimientos o debilidades, incluido llorar, prohibiendo su desahogo emocional. Extirpando a los hombres desde pequeños su identidad como persona, por negarles expresar sus sentimientos, reprimiéndolos, siendo estos últimos un arma de doble filo, pues las capacidades en relaciones sociales se degradaban y embravecían, creando a su paso odio y rencor.

    Tanto la mujer como el hombre salían dañados en el reparto de papeles marcados por la sociedad patriarcal que había anidado desde la imposición de la religión cristiana, teniendo una situación de privilegio el hombre por ser el dominante, otorgándose la libertad de liberarse de tareas que le resultasen engorrosas para asumirlas la mujer.

    Dejando claro que un hombre ha de ir a la guerra y defender su patria hasta la muerte o no era un hombre, una mujer debía aceptar engendrar hijos, mejor varones, y ser sumisa de cara a la figura masculina o era una traidora a su patria. Cualquiera que se negara a ejercer su rol podía acabar muerto, además de la correspondiente deshonra familiar. Era preciso cumplir con las obligaciones que imponía la sociedad.

    La vida de mi familia no iba a ser menos, ya que nuestras vivencias están marcadas por nuestra niñez y adolescencia; por desgracia en este caso, la enseñanza es como el pez que se muerde la cola. La educación que a ti te han dado es, en base, la misma que darás a tus futuros hijos e hijas. Implantando cambios en la educación de una generación a otra, aboliendo conductas e insertando de nuevas, surgiendo nuevas discriminaciones y formas de ejercer el control.

    Con todo esto quiero decir que me es imposible hablar de mi historia sin antes mencionar mis raíces.

    Todo comenzó generaciones antes de que yo naciera…

    Hacía un año y tres meses que la guerra civil española había comenzado. Concretamente, el 17 de julio de 1936 para defender a la República que se había elegido de forma democrática por y para el pueblo, tras un nuevo golpe de Estado.

    Marzo de 1937

    Publicado en Hora de España. Ejemplar número 3:

    MÁLAGA, CIUDAD SACRIFICADA

    Nuestro compañero A. Sánchez Vázquez, Director [sic] de la revista Octubre [sic], de Málaga, y testigo presencial del doloroso éxodo de la población civil, nos ha emitido este vivo testimonio.

    Aún nos duelen los oídos y los ojos. Pero quisiera abrir las venas oscurecidas del recuerdo en este cuerpo de pesadilla que se ha desplomado sobre nosotros.

    Durante cuatro días hemos estado perseguidos por el tormento de la interrogación continua, de la esperanza entumecida a cada momento.

    La noche del día 6 la tragedia era un lienzo próximo para todos los ojos. El aire caliente, las esquinas desiertas, las luces congeladas, la delataban por todas partes.

    Y, sin embargo, creíamos en el silencio. En aquel silencio hondo de las calles y de los corazones; en aquel silencio parecía tocarse con las manos. El sábado 6 de febrero el frente se había roto. El enemigo avanzó, desplegando sus mejores elementos. Al anochecer tomaba las alturas que dominaban Málaga.

    La noticia abrió un reguero de fuego en los corazones. Se encendieron las miradas. Se agolpaban los puños, impacientes, a las puertas de los Sindicatos. Los primeros obuses en las calles de Málaga levantaron inesperadamente un muro de angustia. Los tanques sembraban ya la muerte muy cerca.

    Habíamos reducido el valor de nuestra vida al mínimum. Sabíamos que la muerte estaba esperándonos a varios kilómetros. El dolor ya comenzaba a enroscarse en nuestros pulsos.

    Pero las mujeres que transitaban con los ojos desvelados de esperar en vano a sus maridos o a sus hijos, los niños que lloraban con los oídos enfermos y los ojos aterrados, nos sobrecogían de espanto.

    Era preciso oponer un muro de sangre, de carne viva a aquella techumbre que se desplomaba. Un muro así no podía darnos la victoria, pero podía salvar miles de vidas. Miles de voluntarios marcharon al frente. Sabían, al marchar, que la tierra que pisaban a su paso no la pisarían más. Y allí quedaron tendidos en las carreteras, aplastados por los tanques, ametrallados por los aviones, convertidos para siempre en simiente de abnegación y sacrificio. La flor del Partido Comunista, lo mejor de sus cuadros, se sacrificó. Sólo [sic] así se pudo salvar las vidas de miles y miles de hombres, mujeres y niños que marchaban carretera adelante buscando nuevos climas donde el dolor no les golpease tan implacablemente.

    Amanecer del domingo. A las ocho de la mañana los tanques estaban a muy pocos quilómetros de Málaga.

    Entonces, las Juventudes Socialistas Unificadas quisieron detener las máquinas que sembraban la muerte. Era preciso encender de nuevo los ojos desvelados por tanto crimen.

    Todo el que salió aquella mañana, [sic] salía ya con un corazón de héroe. Y hoy recordamos todos a un camarada, casi un niño, que con su muerte levantó un terrible muro de gloria y sacrificio.

    Salió con uno de los primeros grupos antitanquistas. Cuando se le acabó su dotación de bombas, arrastrándose avanzó entre los compañeros ametrallados, arrancando sus bombas a los cadáveres.

    Y así siguió arrojándolas, hasta que quedó tendido para siempre con la sonrisa helada. Varios tanques fueron el precio de su muerte.

    La situación se agravaba por momentos. El cerco se apretaba por tierra. Nos oprimía cada vez más próximo. Y por el mar, los barcos paseaban, esperando lanzar sus disparos. Y por el aire los aviones amenazaban desde el cielo del crimen.

    Al anochecer, hundidos en un silencio impresionante, comenzó el éxodo. Se abandonaba Málaga con el pulso encogido. Las calles tenían la sensación de soledad de la noche pesada. Era aquella soledad la que mordía nuestros nervios. Porque hubiéramos preferido los gritos, los pasos alocados, la algarabía confusa, a aquel dolor subterráneo que nos devoraba por dentro. Ya las ametralladoras sonaban cada vez más cerca. Y los hombres, las mujeres y los niños tomaban el camino de El Palo, carretera adelante, librándose de las horribles ligaduras que encadenaban sus sueños.

    Al anochecer la triste caravana se puso en marcha. Y ya no se detuvo.

    Durante toda la noche del domingo 7 y madrugada del lunes, miles y miles de personas pasaron Torre del Mar. Se entraba en un nuevo clima. Ya el aire no pesaba con tanto aplomo.

    El grueso de la caravana pudo continuar. Y desde entonces Torre del Mar fue un nombre que golpeaba todos los oídos como un llamamiento desesperado. Ya sólo [sic] había una preocupación: avanzar, avanzar… Acelerar la marcha era acercarse a la vida. El éxodo adquiere ahora la categoría de un martirio continuo. Hay pies que se niegan a marchar, y, sin embargo, marchan. Hay ojos que quieren cerrarse, y, sin embargo, se abren dolorosamente, con la mirada fija.

    Y flotando, sin respuesta, siempre la misma pregunta: ¿Dónde está el fin? ¿Dónde termina la angustia?

    Y así un minuto, y otro, y otro…

    La caravana marcha pesadamente. De pronto se ve sacudida, como mordida por un calambre.

    Gimen los niños. Las madres llaman a sus hijos. ¿Por qué tanto crimen? La respuesta está allí. En los estampidos secos de esos barcos que disparan desde 200 metros, partiendo la masa humana en pedazos que sangran.

    La multitud grita, chilla, se desparrama, se tumba, se esconde en los huecos del camino, detrás de la sierra. Pero los cañonazos los persiguen por todas partes.

    Cuando el fuego cesa se prosigue la marcha. Pero hay algo que se queda sobre la tierra para siempre: los brazos arrancados, los cuerpos partidos, la sangre vertida a torrentes por mujeres y niños indefensos.

    Torre del Mar quedó allá lejos. Motril no llega. Y ya hay muchos pies abiertos que no pueden seguir. Y muchos cuerpos derrumbados por el hambre y por el frío. Hay niños que tiemblan, que piden pan, que lloran. El hambre, otro aliado de la muerte, va clavando sus garras.

    El descanso no se conoce. Quien se detiene está firmando quizás su sentencia de muerte.

    Y, sin embargo, hay que detenerse. La muerte ronda por el aire…

    El cielo del crimen brilla, sirviendo de fondo a los trimotores que riegan el dolor por la carretera.

    Las ametralladoras suenan sin descanso.

    Crece la ola del sacrificio. La marcha prosigue sobre nuevos cadáveres. Detrás de la caravana vienen los tanques, sembrando de nuevo el calor de la tragedia.

    La voluntad se endurece ahora. Se hace roca viva. Se anda como autómatas hasta caer hundidos, sin sangre. Con los pies llagados, con los pulmones secos, con los costados abiertos, con hambre, van los cuerpos como tallos débiles.

    Se anda. Ahora se oye un ruido de ametralladoras que se acerca, un rodar de monstruos que apagan los oídos. Son los tanques que avanzan por la carretera. Que se acercan ya. Que nos pisan.

    Hay muchas voces que ya no pertenecen al reino de la cordura. Se desploman las columnas más firmes.

    Pero la tragedia crece en esos padres que ven a sus hijos clamando, gritando, mientras suena el tableteo de las ametralladoras. Y así hasta Motril.

    Después la odisea continúa. Los que llegaron hasta Almería con los pies abiertos, el corazón hundido, con la familia deshecha, han levantado para siempre la acusación más firme contra la barbarie del fascismo.

    Adolfo S. Vázquez

    Figura 1. Grupo de mujeres y niños (El Español, 2017)

    Después de aquello el Gobierno republicano tan solo ejercía el control en Almería y algunos pueblos de Jaén. Málaga la roja había sido asediada por las tropas franquistas. La gente asustada informaba de lo que estaba acaeciendo al grito de «¡¡¡que vienen los fascistas!!!». Por consiguiente, toda aquella persona que no tuviera la misma ideología que el régimen que empezaba a dominar el sur salía despavorida de Málaga. La mejor forma de huida era por la carretera de Málaga-Almería, que se estima que más de 300 000 mil personas utilizaron, provocando de esta forma la desbandá, que se había originado en la ahora denominada carretera de la muerte, en las faldas de la montaña, bordeando el mar.

    Familias enteras caminaban durante días por la carretera sin comida ni bebida, sin descanso por aquel paraje inhóspito. En las manos portaban consigo alforjas con lo imprescindible. El suelo que pisaban era de gravilla, desgastando la suela de los zapatos a su paso, dejándolos inservibles. Algunas personas caminaban descalzas, las cuales se vendaban los pies con trapos, otras dejaban las huellas de sus pisadas impregnando de sangre el suelo por las heridas abiertas de sus pies. En el suelo se amontonaban los trozos de carne y grandes charcos de sangre, de los que se dice haber visto a más de una persona beber de ellos.

    La mayoría de familias tuvo que dejar a algún miembro atrás. Desde el mar, con grandes barcos preparados para la guerra, las tropas franquistas ametrallaban a todos los civiles que pasaban por allí, inclusive a la misma montaña para que cayeran grandes pedruscos encima de ancianos, mujeres y niños, sesgándoles la vida. Las personas que podían buscaban refugio hallando únicamente algún pequeño recoveco o, en el peor de los casos, su única protección era cobijarse en la cuneta, quedando totalmente desprotegidos, tan solo les quedaba seguir caminando. A los barcos de asedio se sumaron los bombardeos dirigidos por el aire de italianos y alemanes, matando sin descanso. El viaje parecía no llegar nunca a su fin. Los cuerpos sin vida se amontonaban por doquier, la gente tropezaba con los muertos, parecían no darse cuenta del terror que estaban viviendo, atónitos por la saña con la que se había arremetido contra civiles inocentes, que eran cautivos de su instinto: sobrevivir. Luchaban por salir de aquel infierno. Estaban aterrorizados, atrapados en la carretera de la muerte. Hacinados junto a sus muertos.

    Se estipula que entre unas 5000 y 10 000 personas civiles, entre las que se encontraba gente de todas las edades, en su gran mayoría mujeres y niños, fueron abatidas. Aún no se ha determinado la cifra exacta de la brutalidad que se ejerció. Irían hacia una muerte para muchos asegurada, creyendo que aquella carretera que daba acceso al Corredor Mediterráneo iba a ser su salvación, pero solo lo fue para unos pocos.

    España estaba totalmente dividida, eran dos los bandos confrontados de forma brutal y sanguinaria. Las personas que no morían de hambre lo hacían en el frente matando a otras que antaño fueron vecinas y amigas fieles de la infancia, con quien pasaron momentos de felicidad y gozo. Ahora todo se había teñido de completa oscuridad. El miedo inundaba los corazones de grandes y pequeños. La sociedad española estaba irremediablemente seccionada, tan solo quedaba escoger la mitad que representaba tus propios valores, aunque una gran mayoría, simplemente por miedo, escogían al general Franco, a estos los denominaban los grises. Otros eran los del bando comunista, llamados los rojos, que combatían por la democracia. Solo tenían en común una cosa: ambas facciones instaban a los hombres a unirse a la milicia para luchar por lo que cada uno creía que era la libertad y el futuro de su próspero país.

    La diferencia más señalada para mí fue que los comunistas instaron también a las mujeres para que se sublevaran ante el régimen franquista, que coartaba limitando a la nada su libertad de decisión hasta para con su propio cuerpo, quedando relegadas al último puesto.

    Era un momento decisivo de la historia, todos habían tenido que posicionarse y mi familia también, por lo que debo decir con gran satisfacción que mis antepasados lucharon, lucharon con garras y dientes, desgastándose las uñas y hasta la propia piel que se abría libremente sin ofrecer resistencia a las impasibles balas que los perseguían. Vivían con miedo y desazón por no ser los siguientes. En las calles era palpable el sufrimiento que causaban aquellos crímenes por personas sectarias al bando franquista, creyéndose con el derecho de imponer su propio régimen del terror.

    Pese al miedo, puedo decir con gran orgullo que, de las distintas raíces familiares que han formado mi linaje, cada una de las savias que recorren las fibras de mi ser y que me han llevado a brotar formando en mí una nueva persona con torrentes infinitos de tinta republicana recorriendo mis venas, no se acobardaron ni amilanaron. Deseo explicar cómo una ramificación familiar se sublevó contra el régimen ayudando a sus iguales de forma discreta y pacífica, creyendo siempre en la no violencia. Cómo otro ramal decidió huir, en ese momento lo mejor que se podía hacer por las ideas y la falta de trabajo era que se marchase para más tarde regresar a España, dejando a su mujer e hijos en una nueva ciudad, pues mi bisabuelo sabía que, si se quedaba, moriría fusilado por sus creencias y con él condenaba a su mujer, hijos e hijas a una muerte asegurada.

    Por último, otros cayeron en el olvido, los desecharon en fosas comunes, como si de simples escombros se tratasen, para que después de ocho década aún sigan sus cuerpos allí. He perdido la esperanza de ver los restos de mi bisabuelo Luis, al igual que los de su hermano. Pero, si en algún momento llegan a desenterrarlos, no creo que queden más que el ropaje y los huesos, sin contar con la vida larga y plena que les sesgaron, como a toda la familia, puesto que le mataron en la guerra civil española. Nunca le conocí, pero sí que conozco su historia y para que, al igual que

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