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En la boca del corazón
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En la boca del corazón
Libro electrónico364 páginas5 horas

En la boca del corazón

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El Amor, la Vida y el Más Allá, un triángulo mágico que te atrapará en esta novela de personajes de tinta y hueso emanando emociones.

La vida color rosa no es nada más que una canción; la vida son múltiples colores salpicados en la boca del corazón.

Las tormentas, los sueños, las esperanzas y los laberintos de dos jóvenes mujeres y el muchacho de la mochila verde se cruzarán por el siempre delicado y a veces tortuoso camino de ida y vuelta del amor; una senda llena de escenas cotidianas y emociones a flor de piel que acabará con el descubrimiento de una mirada en el misterio de lo eterno.

Clara, auxiliar de hospital, coincide a diario en el metro con un joven emigrante peruano por el que se va interesando, sueña con enamorarse, este a su vez trabaja en un bazar con la espada del paro pendiente de su cabeza y sale con Cecilia, cuya relación no pasa por su mejor momento. Alentada por sus compañeras de trabajo y amigas, Clara establece contacto vía email con el hombre por el que suspira. Finalmente, el encuentro entre ambos se producirá en el lugar más inesperado y sus consecuencias irán más allá del amor.

"Hay algo que vaya más allá del amor. Sí, los ojos del alma viajera".

Descubre una de las nuevas voces narrativas del panorama español, Manuel Sierra Mora.

Su novela de personajes de tinta y hueso te salpicará de emociones.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento2 dic 2015
ISBN9788491120087
En la boca del corazón
Autor

Manuel Sierra Mora

En un lugar de La Mancha, de la generación baby boom. Después de su paso por el colegio fue formado en Las Escuelas de La Calle licenciándose en Supervivencia Urbana. #Escuchador# de profesión, se lanza a la bella aventura de escribir en plena era digital, que las musas y los hados no le dejen nunca.

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    En la boca del corazón - Manuel Sierra Mora

    En la boca del corazón

    Manuel Sierra Mora

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    Título original: En la boca del corazón

    Primera edición: Diciembre 2015

    © 2015, Manuel Sierra Mora

    © 2015, megustaescribir

    Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España

    El texto bíblico ha sido tomado de la versión © EL NUEVO TESTAMENTO por ELOÍNO NÁCAR FUSTER y ALBERTO COLUNGA CUETO, O.P. Biblioteca de Autores Cristianos, de la Editorial Católica, S.A Madrid 1975 Con censura eclesiástica

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    ISBN:  Tapa Blanda          978-8-4911-2007-0

                Libro Electrónico  978-8-4911-2008-7

    Contenido

    TIERRA

    AZULES

    ÁMBAR

    GRIS

    NARANJA

    OCRE

    FUCSIA

    KAKI

    GRANA

    VAINILLA

    PLATINO ORO

    MORADO

    MAGENTA

    TURQUESA

    VIOLETA

    CARMESÍ

    PERLA

    VERDE ESPERANZA

    CLAROSCURO

    AMARILLAS

    ROSA ROSA

    MARRÓN

    PLATA

    HIELO

    NEGRO Y BLANCO

    ROJO

    CENIZA

    A mi padre, alma viajera,

    donde quiera que vaya.

    TIERRA

    –¿Quién eres tú que borras con tu mano refrescante las arrugas de mi frente alisando las preocupaciones que la pueblan alejando los fantasmas que nublan mi cerebro?

    –Soy viento que con mi soplo suave me llevo tus pesares.

    –¿Quién eres tú que enjugas mis lágrimas sin que me dé cuenta evitando que regresen al corazón y vuelvan a inundarlo?

    –Soy una gota de agua que solo aspira a reunir unas lágrimas más.

    –¿Quién eres tú que mi sudor limpias, que incluso en las madrugadas estás a mi vera lavando mi piel y aliviándola de su carga de pesadillas y diabólicos sueños y permites que mi mente despierte fresca?

    –Soy una mano amiga que con un lienzo fresco limpia de tus noches la suciedad que las puebla dejándolas impolutas.

    –¿Quién eres tú, que en mis peores momentos, cuando la náusea me domina y me invaden mil angustias al pensar en este mundo y el vómito se agita en las paredes de mi estómago, con una caricia elimina mis espasmos?

    –Soy un cuerpo dolorido, curtido por el sufrimiento que sabe como sanarte.

    –¿Quién eres tú que como una luz estallas en mi cerebro e iluminas la noche de mis pensamientos dándole la claridad necesaria para afrontar valientemente los problemas que me acosan?

    –Soy una estrella lejana que desde los confines del universo vi la oscuridad que te rodeaba y decidí disiparla.

    –¿Quién eres tú que cuando te sueño involuntariamente me estremezco de placer y haces que cada músculo, cada fibra de mi ser y cada gota de mi sangre se enerve y me ponga en pie llamándote con todas mis fuerzas a punto de entregarme y ser tuyo como nunca lo he sido?

    –Soy la esencia pura del placer carnal y en mi blanco y turgente cuerpo te esperan mil delicias.

    –¿Quién eres tú, en fin, que alivias mis problemas, limpias mis lágrimas, ahuyentas mis pesadillas, mis malos sueños, que atenúas mis molestias destrozando las arcadas que me deshacen, que das a mi mente y corazón claridad suficiente para seguir día a día adelante, que me estrechas poniendo un nudo en mi garganta, lágrimas de emoción en mis ojos, temblor en mis manos y deseo, furioso deseo en todo mi ser?

    –Soy una mezcla de tantas cosas… Tengo en mi composición viento que agita las preocupaciones y alisa esas arrugas que surgen al pensar demasiado. Hay agua en mí para atraer las lágrimas de desconsuelo y vaciar los estanques de pena que tan lentamente se llenan y tan raudamente se vacían. Poseo la facultad de aliviar durante las noches la desesperanza que se desprende de los sueños, evitando que se apoderen de ti y te desgarren. Tengo un cuerpo dolorido por tantos pesares que me ayuda a comprender el dolor y me permite evitarlo. Mi mirada es una inmensa estrella que allana todos los caminos, todas las dificultades, iluminando hasta los más insignificantes detalles que ayudan a triunfar. Mi estructura es un templo donde el placer tiene un trono que puede derrocar al más frío e insensible haciendo que se consuma en las llamas de su propia pasión. Di, ¿me conoces ya?, ¿sabes quién soy?

    –Te recuerdo, recuerdo tu silueta a través del tiempo, pero mis imágenes son imprecisas, se contorsionan y desfiguran de un modo extraño que no me da tiempo para componerte de un modo permanente y real. Al intentarlo mi corazón acelera su pulso, mi sangre fluye más aprisa y en mi mente despiertan ecos alborozados rememorando un tiempo mejor. ¿Quién eres?

    –Soy quien siempre anduvo contigo caminando invisible a tu lado. Soy tu amor…

    AZULES

    Verano del 2009

    ¡¡¡Piiiiii!!!

    Sonó el pitido agudo de aviso para el cierre de puertas. Al oírlo realizó una acción muy común por la mayoría de los viajeros de esta ciudad en cualquier estación y a cualquier hora, como si el que avisa fuese el último tren del día, de la noche, ¿de la vida? A pocos les da tiempo pensar: Otro vendrá. Desgraciadamente vivimos en la urbe de las prisas, corre, corre, corre, acelera; pues eso, aceleró la marcha y echó a correr las cinco, seis o siete zancadas que la separaban del acceso al vagón, y entró de costado mientras las puertas se cerraban esquivando ser pillada en el último momento del apurado sprint.

    ¡¡¡Clash!!!

    Al entrar tropezó con un hombre que con una de sus manos estaba agarrado a las barras de sujeción y en la otra llevaba el libro que iba leyendo plácidamente el cual al producirse el choque plegó páginas cancelando su interés.

    –Perdón, perdón… –dijo torpemente la mujer ajustándose las gafas y subiéndose la bandolera del bolso deslizada al antebrazo.

    El hombre no contestó, solamente la miró de soslayo asintiendo con la cabeza a modo de captar la disculpa, volviendo a buscar la página por donde se interrumpió su lectura.

    El vagón no se encontraba lleno a pesar de ser lunes y primera hora de la mañana.

    Voy a sentarme, no sea que me venga otro obús de este tipo y me tire al suelo –pensó el viajero lector después de recibir el choque y buscó un sitio para acomodarse y evitar futuras embestidas sorpresa.

    Vaya cara, casi me fulmina con la mirada, está esto prácticamente vacío y tiene que ir de pie, menudo fastidio, podía haber ido sentado como todo el mundo y no me habría chocado, se decía la acometedora ladeando la vista de izquierda a derecha comprobando que al ser época estival y mucha gente andaba fuera de vacaciones había varios asientos libres. Fue a sentarse en uno de la esquina del fondo. Apoyó el bolso sobre las piernas sacando un iPod y unos auriculares que acopló a sus oídos conectando el aparato y meneando la cabeza ligeramente al ritmo de la música; mientras, de reojo, alcanzaba al hombre del tropiezo el cual quedó ubicado en medio del vagón en oblicuo hacia ella.

    Echando un vistazo por encima del libro sus ojos entraron en confusión –o lees o la miras– al escudriñar, en un acto reflejo, a aquella coincidiendo que cambiaba la posición de sus piernas, el clásico cruce, y se fijó en estas –bronceadas, depiladas y con un generoso muslo al descubierto– y en las sandalias azules con cuña de yute que cubrían sus pies. Era un modelo que casualmente tenían en la tienda donde trabajaba, estaban de moda y su venta en alza: Lo mismo se las he despachado un día de estos, pensó.

    Siguió disimuladamente el escruto con los ojos hacia arriba: llevaba una faldita corta estampada en azul con unas cruces pequeñitas muy esparcidas, en un tono beige claro tirando a marfil, y una camiseta blanca de tirantes azules y escote cuadrado con un corazón a la altura del pecho formado por una especie de piedrecitas brillantes.

    La mujer iba bastante vistosa, resultaba atractiva, de figura un poco rellenita, la típica talla 42, con curvas y sugerente. Tenía el pelo a media melena, castaño con mechas rubias, su cara era dulce, en la que destacaban y atraían –detrás de aquellas gafas con la montura roja, también de moda– unos preciosos ojos canela.

    Ella, haciéndose la distraída, captó la observación del leedor curioso desde su inicio y fantaseó: Te lo dije, con estos zapatos, la falda nueva y este escote, triunfas. Lo ves cómo te observa, te está devorando con las pupilas encendidas, si estuvierais solos en el vagón seguro se lanzaba a por ti como un león salvaje.

    Acto seguido, sin saber por qué, clavó su mirada en el sentido a él con una expresión agresiva de: ¿Tú qué miras?, y este, cortado e interpretando acertadamente: ¿Qué estás mirando? Te estoy viendo, machito, rehusó la exploración anatómica volviendo la vista al libro, pasando varias páginas de golpe para no volver a levantarla hasta llegar a su destino.

    Ella saboreó una sensación de contrariedad, entre el asombro, el triunfo y la decepción: Cómo son los tíos, te devoran de arriba abajo, por delante y por detrás de manera descarada, sin embargo, lanzas un reto a los ojos y mírale, se esconde, me esquiva, tiene miedo… ¿A qué?.

    A continuación se dijo: No te envalentones tanto, tampoco eres tan brava, que no ha dado tiempo a nada, ha sido más bien fugaz, si me la llega a aguantar seguro que me pongo colorada y todo. Cómo he podido reaccionar de esa manera, no tengo tanto descaro ni por asomo, es impropio de mí. ¿Qué habrá echado mi mamá esta mañana en el cola cao? Cuando vuelva a casa se lo pregunto, y con una oculta sonrisilla miró su iPod seleccionando una de sus canciones favoritas deseando llegar a la conclusión de su trayecto.

    El traqueteo del tren era el único sonido producido en aquel mundo de submundos, interrumpido poco antes de la llegada a cada parada con un: Próxima estación: …, y el destino de turno.

    Los viajes en metro en las primeras horas de un día de sufrida función laboral son un canto a la monotonía, pintando un paisaje de andenes y vagones con gente metida cada uno en su burbuja: burbujas transparentes, turbias, dulces, agrias, oscuras, ingrávidas, glóbulos de fantasía y esperanzas a punto de explotar: ¿Cuándo seré libre? ¿Cuándo seré feliz? ¿Cuándo me querrá?... Emergen, salen, flotan esos submundos donde sus habitantes van enredados entre sus infiernos y cielos derivados a lo real y lo irreal: el trabajo, el amor, el fin de semana, el aborrecible lunes, los herederos con chupete, las letras, la hipoteca, la futurísima, la familia, las averías, los programas, las averías programadas, el jefe, la compañera envidiosa, o la envidia a secas, el tiempo –que hace, que pasa, que gastas en no hacer nada–, el maldito dinero, el fútbol, la vecina del quinto, y la del tercero, el dentista, la revisión del coche, la circense y voraz política, las vacaciones, los exámenes…

    Desde luego, a esas horas, las caras de gran parte del gentío no delatan ninguna alegría, ni ninguna tristeza, excepciones mínimas aparte, allá van montones de rostros impasibles, todo el mundo parece concentrado en alguno de sus temas, como si en ellos se les fuera la existencia; a un sinnúmero por lo general se les va; ¿realmente se les va?

    Para paliar algo toda esta vorágine emocional matutina muchos se reenganchan a sus móviles, con sus chats, juegos, mensajes, etc. Ya nunca podremos vivir sin ellos, hay inventos que son para toda la vida. La prensa, la gratuita sobre todo, es un buen acompañante para que las mentes se evadan y de paso canalicen lo más relevante acontecido –aunque a veces no lo sea o apeste a mentira– en el último giro de la importancia de estar presentes. La chica de las sandalias azules con cuña de yute opta por la música, la cual es una buena elección para amenizar el trayecto; bastantes la imitan, sobre todo los jóvenes. Rara vez se oye una conversación, es el transporte de los solitarios, la correría de los mudos.

    Algunos duermen o intentan dormir, o simplemente cierran los ojos para no ver el desolador panorama. Otros, y cada vez gana más adeptos, como el hombre del choque, prefieren los libros. Los libros no muerden, son amigos y normalmente entretienen, enseñan y divierten. Hay que leer más que no es nada dañino y nuestra psique nos lo agradecerá.

    En fin, viajar cada mañana en metro es como si estuvieras atrapado en un túnel y esperas salir al exterior, a la atmósfera, al claror del día o de la noche y sentir la rutina realidad con su cielo, asfalto, cemento, cristal, coches, parking, pasos de cebra, comercios, bancos donde atracan tipos trajeados, también bancos para sentarse, semáforos, oficinas, sol, lluvia, carteles, de rebajas y vacaciones, calles, cruces –de caminos y de ataúdes–, quioscos de prensa, chuches y lotería, perros, gatos, escombros, parquímetros, sexo, drogas, mentiras, farolas, contenedores, cables, tejados, humo… en definitiva, la urbe, la jungla, el circo, el teatro, cada uno le pone un nombre, y una nueva grabación, esta vez en tu mente, vuelve a sonar al pisar el escalón número setenta y tres que da con tus pies en la calle, anunciando: Señoras y señores, bienvenidos o malavenidos –cada uno se sienta como quiera– al mayor espectáculo del mundo, con ustedes, veinticuatro horas más, la maravillosa y a la vez descarnada supervivencia, ¡sálvese quien pueda!

    Al ir llegando a su parada la muchacha de las gafas de montura roja y el iPod desconectó el aparato y se levantó viendo reflejada su silueta en el cristal de la puerta. Se colocó el pelo incrustándose los dedos y miró de reojo para un lado y otro. Nadie la observaba, todo el mundo andaba atrapado en su propia telaraña rutinaria calcándose otra jornada más.

    Inconscientemente buscó al avasallado del golpetazo y visualizó su asiento vacío: Ni me he enterado cuando ha bajado. De todos modos, solo era un viajero, un extraño. Que alelada estoy, en qué pienso, estos lunes deberían de borrarlos del calendario.

    El tren paró y la mujer, escaleras mecánicas arriba, tomó la salida que daba al hospital, su centro de trabajo.

    Clara entró en los vestuarios dando los buenos días a cuatro compañeras que se enfundaban el uniforme de faena. Todas, menos Pilar situada de espaldas a la puerta, giraron sus cabezas y respondieron al saludo observándola con cierto interés. Al volverse aquella no dudó en acercarse a ella para decir en tono socarrón:

    –Muy buenas, ¡qué interesante te has puesto!

    –Lo ves, me he calzado estas sandalias que…

    –¡Ay, que guapas, me gustan mucho! –soltó Lola metiéndose por medio de las dos.

    –Preciosas, ¿verdad? Pero me van a rozar seguro, lo estoy notando. Y luego total para nada. Te metes en el metro y cada uno va a su bola, como si no estuvieras, y los que te miran lo hacen en plan devorahembras.

    –Niña, ponerte así para venir a bregar aquí al hospital…, no lo veo, no pega, digo yo –reprochó Pilar.

    –Pues por qué no, tampoco voy de punta en blanco, voy normal.

    –¿Normal? Normal es ir un poco más discreta, más de sport, como venimos todas –replicó Pilar.

    –Vale, ¿y si me apetece arreglarme, qué?

    –Ya, lo que pasa es que vas provocando y no te hacen caso, ni te miran. Tú misma lo has dicho, y eso fastidia, ¿verdad? ¡Pues hale!, sigue así, criaturita, que llegarás lejos –continuó con su son envenenado Pilar dirigiéndose a la salida y abandonando el vestuario.

    –¡Bueno, bueno!... Estamos como siempre para no variar –soltó Clara visiblemente enojada, añadiendo mientras se desvestía–. Te tiras media hora arreglándote, crees que vas a tener un buen empiece de semana y al final siempre hay alguien, que se ha caído de no sé donde y no sabe por qué está aquí con esos pitones retorcidos, dispuesto a fastidiártelo. Además, voy normalita, que dice de que si voy provocando y demás estupideces. ¿La habéis visto?

    –Anda, vamos, termina de vestirte y vayámonos a la planta, que no tengo hoy ganas de festejo, no ha sido mi mejor fin de semana precisamente –le dijo Avelina mientras cerraba su taquilla.

    –¡Es que vamos! ¡¿La has oído?! Va a lo que va, tirando a dar. ¡Y encima hay que pasarlo! En igualdad de condiciones la metía con la mano abierta –señaló Clara levantando y abriendo su palma.

    –Y yo con el puño cerrado –secundó la compañera–. Venga, no te enfades que es víspera de martes y nos queda mucha semana como para empezarla así.

    –¡Si es que no para de estar encima mía! Me tiene quemada.

    –Déjalo, Clara, tira para adentro –insistió Avelina tomándola de la mano dejando atrás el vestuario.

    Al llegar al control, Esperanza, la supervisora saliente del turno de noche daba novedades y acaecimientos a Pilar, la entrante; auxiliares y enfermeras hacían lo propio con las compañeras de relevo.

    Clara se dirigió al mostrador y ojeó el parte evolutivo de la noche sin mucho afán. Miró a Pilar con cara de pocos amigos y esta devolvió el gesto con una mueca burlona.

    Pero que se habrá creído la gorda esta, cualquier día la parto…, iba rumiando cuando sus enajenaciones fueron interrumpidas por la omnipresente Avelina que cogiéndola del brazo dijo:

    –Venga, Clara, a currar, y no te hagas mala sangre, pasa de la bruja esa.

    –Vamos, Ave –asintió, tratando de eliminar a Pilar de sus pensamientos, tarea en la que llevaba embarcada desde que aterrizó en la Unidad Polivalente del hospital.

    ¡En qué hora…!, era el machaqueo que la sacudía una y otra vez cuando alguno de estos incidentes le llevaban los demonios, no conseguía evitarlo, pero la crisis y la oleada de paro sacudiendo todos los sectores del país impedían a Clara cambiar de aires.

    Y es que Pilar no era ni una buena jefa, ni mucho menos una buena compañera. Abusaba desmesuradamente de su jerarquía. A Clara la tenía enfilada, siempre se metía con ella y buscaba la menor incidencia para mandarle las cargas más pesadas y desagradables, no paraba de recriminarle cualquier acción o comentario que hiciese. Así llevaba desde que entró en la planta, y habían caído casi cinco veranos desde entonces. Desde el primer día mostró siempre descaradamente una hostilidad con Clara, puede decirse que la había tomado manía sin motivo alguno, pues no la conocía de nada. Pero por lo visto este hecho era muy común en el hospital y aunque la planta era algo especial –el compañerismo y las buenas maneras debían imperar–, Pilar marginaba y siempre hacía advertencias delante de las compañeras para dejarla en evidencia. La pobre Clara, en su lejano estreno, vio en la supervisora a una persona madura –ahora tenía 52 años recién cumplidos, le doblaba la edad– y su educación exigía tratarla con cierto respeto, cosa que cumplió, pero seguía sin entender muy bien esa actitud agresiva, despectiva y discrepante con ella, y aunque alguna que otra vez intentó pedirle una explicación al respecto, Pilar tenía su disco grabado para esas ocasiones y no dudaba en pinchárselo las veces que fuesen necesarias, rechazando el diálogo conciliador que Clara trataba de establecer, diciéndole:

    –Anda, niñata, déjame en paz con tus necedades que tengo cosas más importantes a las que dedicar mi tiempo, vete a sudar la gota gorda y no me molestes, si no estás a gusto coge la puerta y vete, ¡hala, aire!

    La auxiliar desesperaba oyendo siempre el mismo soniquete que la impedía obtener una justificación al injustificable acoso al que se sentía sometida.

    Y todo porque Pilar vivía amargada, su marido, uno de los más prestigiosos traumatólogos del país, el doctor Mauricio Oleguer, la abandonó en el 2003 por una jovencita veinteañera, administrativa del departamento de compras del hospital. La permuta supuso una guerra abierta entre el médico y su esposa por la cuestión del divorcio, donde Pilar, de entrada, se negó a concedérselo e intentó con un éxito relativo sacarle hasta los ojos, trayendo por otra parte un daño colateral tiempo después, ya que alguno de los allegados a la supervisora que conocieron a la joven que le robó el esposo, e incluso compañeras de planta, habían comentado a Clara su gran parecido físico con la ladrona del marido y tal vez de ahí viniera la manía fundada.

    Efectivamente, el primer día que Clara llegó a la planta, Pilar nada más verla, ajustándose las horribles gafas de culo de botella que usaba, tenía varias dioptrías de miopía, dijo con cara de extrañeza:

    –¿Tú qué haces aquí, niñata?

    –Perdón. ¿Cómo que qué hago aquí? He venido a trabajar, ¿esta no es la Polivalente? –contestó Clara asombrada y asustada por tan desagradable recibimiento.

    Pilar la miró detenidamente acercándose hasta quedar casi tocando nariz con nariz ante la perplejidad de la recién llegada y las compañeras presentes.

    –¿Cuál es tu nombre? –preguntó severamente Pilar.

    –Clara. Soy Clara López.

    –Te había confundido con la pu… –se cortó y añadió sin apartar la vista de la nueva–. Bueno, es igual, arrima el hombro si has venido a eso, dile a Geni… o emparéjate con Marisa, o con Ave, y que te vaya diciendo y enseñando, desaparece de mi órbita.

    Avelina salió en auxilio de la recién llegada que daba la impresión de estar petrificada. Se presentó, la dio dos besos y poniéndole una mano en la espalda la llevó a enseñarle los entresijos y quehaceres de la planta, tratando de restar importancia a las palabras de la superiora. La novata no salía de su estupor, desde luego no era el comienzo soñado y sus perspectivas en la planta quedaron seriamente dañadas. Lo dicho: ¡En qué hora…!

    ÁMBAR

    El cartel pegado en la vidriera impreso con letras de ordenador, claramente visible desde fuera, lo ponía muy claro: EN ESTE SANTO LUGAR ESTÁ PERMITIDO FUMAR Y BEBER HASTA MORIR TODOS ¡SALUD!

    Entró en la cafetería, y entre la humareda y el olor a café tiró hacia una mesa del fondo, la única libre que quedaba. Cogiendo un periódico del mostrador –el Latino Andino que lo traían cada lunes– saludó cortésmente a los dos camareros que afanosamente trajinaban barra arriba barra abajo atendiendo la clientela.

    –¡Esa gente!

    Habla, causita –contestó desde la cafetera Rogelio José, peruano y compatriota del que acababa de saludarles, preparando unos cafés.

    –Todo bien, no más. A por la semanita.

    –¡Qué hay, chavalote! ¿Café y churros, quieres? –preguntó Gervasio, el más curtido de ellos, un hombre canoso y añoso que rondaba los sesenta.

    –No. Ponme un croissant de aquellos que tienen buena cara –contestó indicando hacia un esquinazo del mostrador.

    –¿Plancha, mantequilla y mermelada?

    –Sí. Estoy al fondo, me voy a sentar allá a echar una ojeada al diario a ver el andar de mis peloteros –dijo señalando la mesa a ocupar.

    –Muy bien. Ahora te lo llevo, majo.

    El bar estaba repleto a pesar de ser mediados de agosto ya que otros del barrio cerraron por las vacaciones estivales y este absorbió a los clientes desperdigados. Varios de ellos, en la barra, tomaban sus consumiciones atendiendo a la televisión que emitía el informativo de noticias en su primera edición. En ese momento hacía referencia a la novena víctima de la gripe A en Valencia que los medios desde las altas esferas tanto miedo metían entre la población, y a continuación el secretario de la ONU hablaba de redoblar los esfuerzos para combatir el cambio climático.

    Si una cosa lleva a la otra, entre todos acabaran con nosotros, panda de mamones asesinos, comentaba un cliente veterano tomándose una copa de anís siguiendo el desarrollo de las crónicas televisivas y a la vez leyendo un periódico deportivo. Dio una profunda calada al cigarrillo que fumaba y sin soltarlo de los labios le dijo a Gervasio mostrándole una gran fotografía de Dani Jarque, futbolista del R.C.Español de Barcelona, recientemente fallecido.

    –Y lo de este figura, qué me dices. En la flor de la vida, en lo mejor de su carrera, con todas las papeletas para ir a La Roja, ¿quién diablos designa nuestro misterioso sino? Anda, ponme otra palomita, Gervi, total, nada ni nadie nos va hacer mejor ni peor cuando doblemos la bisagra, ¿no crees?

    –Y que lo digas, Sebas, somos pasto de olvido, entrañas de si te he visto no me acuerdo –aseveró el camarero cogiendo la botella de Castellana para rellenar la copa.

    La clientela sentada en las mesas era de lo más variopinto. En una de ellas se encontraban una pareja de jóvenes, con caras somnolientas, como si hubiesen dedicado más horas al ocio y la fiesta que al reposo sin importarles la terrible rutina del día siguiente –solo se tienen veinte primaveras una vez–. En otra, un señor con pinta de ejecutivo absorbido y señalando anotaciones en una gran agenda, y a su izquierda una señora de mediana edad desprendiendo un olor a ámbar con un chiquillo de unos doce, mocoso él, debía de ser su nieto, que desayunaban en silencio y miraban a través de la cristalera con vista a la calle a los transeúntes y coches pasar sobre las primeras horas de otro día soleado con amenaza de calor soporífero. Tirando hacia dentro, acomodados en las dos mesas justo delante del televisor, un equipo de operarios de la compañía del gas que apuraban sus tazas y cigarrillos antes de acometer una nueva jornada de registros, canalizaciones, controles y averías, ignorando los acaecimientos de la tele.

    El recién llegado abrió el periódico por el centro extendiéndolo en la mesa, sacó un cigarrillo, lo encendió y al tiempo fue a la página donde venían las ligas de fútbol del nuevo continente. Vio la noticia y el resultado que buscaba: Otra vez la hemos cagado. Esperemos quedar séptimos en la fase par e impar. O Felipe ficha mejores futbolistas, o tarde o temprano volvemos a bajar, y luego en el Fútbol Macho nos costará subir al igual que hace tres temporadas, pensó.

    Y es que el José Gálvez FBC, el equipo chimbotano de sus amores, caminaba de manera irregular por el Campeonato Descentralizado de su país, cosa que hacía que después de cada domingo de este año los cafés supieran más amargos.

    A continuación cerró el noticiario y leyó casi sin interés sus titulares. Ninguno de ellos reseñable para el desarrollo de su propia existencia, nada de lo allí escrito variaría el curso de sus próximas horas y a buen seguro ni de sus próximos días.

    Vuelta total a las hojas, a la contraportada, y desde allí siguió la lectura y comenzó a leerlo de atrás hacia delante; era una manía heredada de su primer jefe cuando llegó a España, el cual decía que las mentiras gordas de los diarios resaltaban en las primeras páginas, las de la política y economía. Después, a medida que las reseñas iban avanzando, en los deportes y cotilleos de sociedad y programación televisiva, se suavizaban y entretenían. Por lo tanto, era mejor empezar a leer desde atrás, porque si no terminabas de llegar al inicio no te perdías nada importante, no sentirías la tarascada de la engañifa. Él pensaba, a veces, que habría de verdad en aquella rareza, si bien ese hombre le dio mucha confianza desde el primer día que se conocieron y le tenía mucha fe, por eso muchos de sus gestos y costumbres los había adquirido, y este era uno de ellos. Daba lo mismo que fuese un periódico de información general, deportivo, de chismes incluso, siempre empezaba desde atrás. Con el tiempo comprobó que más gente tenía esa extraña usanza, pero las teorías del porqué no eran unánimes, no obstante, muchas coincidían con la de su ex jefe.

    Rogelio José le interrumpió la lectura llamándole desde la cafetera.

    –¡Pata, aquí tiene lo suyo! Vente por ello

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