El Anciano Y La Silla
Por Álvaro López
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Álvaro López
Álvaro López nació en el Departamento Jutiapa, Guatemala de padres guatemaltecos orgulloso de su descendencia, escritor de nacimiento. A los ocho años participó por primera vez en un concurso de poesía, donde ganó el primer lugar en su escuela primaria. Fue así que empezó a practicar más en la; poesía, dramas, comedias, pero siempre resaltaba más en la poesía. A los diez años escribió en el salón de clases su primer poema “Amor.” Y a los dieciocho años emigró por primera vez de su natal Guatemala, en busca de un mejor futuro. Trabajó en barcos turísticos viajando por; Canadá, Alaska Estados Unidos, Islas de Caribe y México. Durante el tiempo libre uno de los lugares favoritos del autor era la proa del barco donde contemplaba; la grandeza del mar, el amanecer y ver como el sol se ocultaba en el atardecer. Aquellos momentos lo utilizaba para inspirarse y escribir sus poemas. En uno de esos viajes mientras escribía conoció a su amigo, quien le apoyó a que escribiera un libro. 1993 llego al estado de New Jersey, donde continuo sus estudios en; Mercer Country Community College, Spanish Easter Bible Institute of the Assemblies of God, Omega Vega School of Urban & Globlal Mission, Radio Manantial en Cristo. Lo que más resalta como poeta es su sinceridad, al momento de escribir un poema. Dándonos a conocer en su primer libro publicado “Poemas de lo Profundo del Corazón.” 1999 conoce a Claudina Azogue de Ecuador, su gran amor con quien está felizmente casado y tienen tres hijos; Álvaro Javier, Kayla Sarai y Adriel Yair, en la actualidad reside en el estado de New Jersey, Estados Unidos.
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El Anciano Y La Silla - Álvaro López
Copyright © 2020 por Álvaro López.
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Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
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Fecha de revisión: 03/12/2020
Palibrio
1663 Liberty Drive, Suite 200
Bloomington, IN 47403
431268
CONTENTS
Dedicatoria
Introducción
Presentación
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
DEDICATORIA
Dedico este libro en primer lugar a Dios, quien nos da la fuerza para seguir adelante y nos ilumina en nuestro diario caminar.
A mi amada y asombrosa esposa Claudina, mi compañera, mi amiga, la que siempre me brinda su apoyo y su amor.
A mis hijos Álvaro, Kayla y Adriel López. Gracias por todo su apoyo, su amor y comprensión, los amo.
INTRODUCCIÓN
El sendero de la vida es corto y termina en un suspiro, mientras la tierra cuelga sobre nada, ¿quién sostiene tus días? Hoy desato mis pensamientos como torrentes de agua sobre la avenida de la vida, recorro los recuerdos prendidos en las paredes del tiempo en que navego. Voy veloz como la brisa atravesando las calles de la vida.
En la decadencia del silencio, la angustia aprieta el corazón y hace brotar lágrimas de mis ojos tristes que se ocultan como el sol en el atardecer. Te busco entre mis noches claras de días errantes, amada mía. La soledad me hace pedazos y el mar de la tristeza agita sus olas, pero aún mi velero está dispuesto a recorrer otros mares y a cruzar nuevos horizontes, y mi alma hastiada de sinsabores está dispuesta a mantener vivos tus recuerdos. Hoy sin rencor les cerraré la puerta, mientras los días van y vienen, y no hay fuerza humana que los detenga.
La vida del ser humano se va como el ocaso. ¡Cuán breve es mi suspiro y cuánta fatiga en esta noche triste! Mi dolor se agiganta; mi agonía quedó en el valle de la melancolía con mi corazón afligido, pues la vida se va como una vigilia de la noche. En verdad solo sé que mis días pasan tan leves como la nube y desaparecen en un leve y pálido reflejo de la vida misma.
PRESENTACIÓN
En este libro usted encontrará consejos, experiencias vividas de un anciano a quien, con el transcurrir del tiempo, le han servido para reflexionar y buscar una sabia decisión. Son sueños prendidos en las paredes del recuerdo que hacen que su corazón palpite fuerte al recordar a su amada entre versos, poemas y pensamientos. En el murmullo del silencio, entran en el abismo del corazón y tocan los hilos, las fibras del alma, y arrancan lágrimas y sollozos en el callejón estrecho de la agonía.
La soledad, fiel compañera, aprieta en la oscuridad; el mar de la angustia levanta sus olas y sacude los sentimientos que están anclados en los recuerdos del ayer. Pero a pesar de todo, el anciano encuentra el momento exacto para derramar su llanto y hablar con el Creador de la vida. De esas experiencias toma fuerzas para seguir adelante en el sendero de la vida.
A medida que lea el libro encontrará que, a pesar del dolor, de la tristeza o de la angustia, siempre Dios está a su lado. Él tiene el remedio a nuestros problemas. En cada amanecer nos ofrece una oportunidad para ser feliz, nos da la vida y llena nuestros corazones de alegría.
CAPÍTULO 1
Un día, un anciano se sentó en su silla ya desgastada por el correr del tiempo. En silencio, se dijo:
«¿Qué es todo lo que he vivido? No es más que las sombras del ayer y los recuerdos borrosos que cuelgan de mi memoria. ¿De qué sirve haberse jactado de todo el poderío que he tenido si hoy mis fuerzas me abandonan y mis ojos se esconden como el sol en el atardecer? ¿Dónde están aquellos amigos que decían que iban a acompañarme hasta la muerte? El viento se ha llevado sus promesas quién sabe dónde.
»¿Qué provecho puedo obtener de lo vivido si todo se escapa como el humo, como la neblina entre mis manos? Los huesos de mi cuerpo dolorido rechinan como los clavos que sostienen esta silla, mientras los días van y vienen, y no hay fuerza humana que los detenga. Unos se preocupan por lo que ha de venir en el más allá después de la muerte, otros hacen caso omiso del día de mañana. Sostienen una sonrisa vana, amontonan tesoros y sus almas no se llenan. Así, cada día se olvidan de sus vidas. ¿Acaso no piensan que algún día han de morir o suponen que todos vamos como el río hacia el mar? Alguien dijo que solo hay dos caminos por seguir: cada uno sabe en su interior cuál tomará.
»Ahora bien, ¿qué fue de mí verdaderamente? Lo poco que ha quedado en la memoria. Y lo más importante, ¿qué será de mí? ¿Lo mismo que fue? No lo creo, ahora ya no soy el mismo de ayer: cuento mis días en silencio, se curva mi espalda y las rodillas me duelen por el peso de los años que han caído sobre mi ser.
»Y sé que nada en esta tierra me devolverá los días de juventud pues todo pasa, como el día de ayer. Quizás haya algo que traiga otra vez la juventud, los días mozos llenos de vigor… Solo se vive una vez, así lo ha establecido el Creador de la vida. ¿No queda memoria de los principios establecidos o se ha llenado la mente humana de placeres, de corrupción, de lujuria, de amores prohibidos y lentamente se ha calcinado el tierno destello de la conciencia? Por eso estamos en decadencia y con el espíritu afligido.
»¿De qué sirve tanto tesoro amontonado si no se puede escudriñar lo profundo ni disfrutar del ocaso o del despuntar del día? ¿De qué sirve si no se puede contemplar los hilos del alma donde se tejen aquellos pensamientos en la superficie de la mente?
»En verdad digo desde el fondo del corazón: ¿valdrá la pena tanta fatiga, amontonar tesoros y dejar a Dios a un lado? No lo creo, pues todo pasa y el Creador de la vida nos espera al final del túnel. Del tiempo que vivamos aquí daremos cuentas…».
Luego surgió un silencio y una lágrima rodó por la mejilla del anciano, mientras la brisa movía las hojas del naranjo que estaba a la entrada de la casa. Alzó la mirada al cielo y dijo entre dientes:
En los niveles más bajos de mi travesía,
mis pensamientos volaron,
mis pensamientos volaron
por las calles vacías.
A un paso de mi laberinto mi corazón lloró,
y por poco la vida se me escapó
por las venas rotas de la decadencia del tiempo
en mis últimos días.
Mi dolor se agigantó,
mi dolor se agigantó
y mi cuerpo tembló,
en la distancia
que emerge del olvido.
Me arrastré por el callejón estrecho de la agonía,
confuso y abatido,
con mis ojos llenos de lágrimas.
Grité al Creador de la vida:
Señor, Señor, rescátame,
que perezco en mi agonía.
Así, el anciano se quedó dormido por un instante en su silla. Un joven lo observó durante unos segundos: sus manos arrugadas mostraban el arduo trabajo que había desempeñado en su larga trayectoria; su frente marcada por el tiempo y su cabello blanco delataban la edad. Avanzada la noche, lo ayudó a acostarse. Le dio un beso en la frente y le expresó:
—Buenas noches, que descanse.
—¿Te volveré a ver mañana o solo llevarás