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Mefisto, príncipe de las tinieblas
Mefisto, príncipe de las tinieblas
Mefisto, príncipe de las tinieblas
Libro electrónico111 páginas1 hora

Mefisto, príncipe de las tinieblas

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Rafael Andrés Suárez Vázquez. Mexicano de izquierda y ambientalista, vive entre Ciudad de México y Querétaro. Ingeniero Bioquímico Industrial por la UAM, ha desarrollado gran parte de su vida profesional en torno al negocio de los restaurantes y turismo como con- sultor. Formado desde joven en teatro y música, tiene también estudios de cine y creac
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 sept 2021
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    Mefisto, príncipe de las tinieblas - Rafael Andrés Suárez Vázquez

    Mefisto.jpg

    Primera edición, 2021

    © 2020, Rafael Andrés Suárez Vázquez.

    © 2020, Par Tres Editores, S.A. de C.V.

    Fray Anton de Montesinos 241, colonia Quintas del Marqués,

    Código Postal 76047, Santiago de Querétaro, Querétaro.

    www.par-tres.com

    direccioneditorial@par-tres.com

    ISBN de la obra 978-607-8656-46-2

    Diseño de portada

    © 2020, Diana Pesquera Sánchez.

    Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito de los titulares de los derechos correspondientes.

    Impreso en México • Printed in Mexico

    Rafael Andrés Suárez Vázquez. Mexicano de izquierda y ambientalista, vive entre Ciudad de México y Querétaro. Ingeniero Bioquímico Industrial por la UAM, ha desarrollado gran parte de su vida profesional en torno al negocio de los restaurantes y turismo como consultor. Formado desde joven en teatro y música, tiene también estudios de cine y creación literaria.

    Participa regularmente en redes sociales como parte del colectivo Desde la Izquierda y en el noticiero A Barlovento informa que se transmite por radio en el 620 de AM en la Ciudad de México y por YouTube. Anteriormente fue columnista en los medios digitales Futboleno.com y SDPNoticias.com. Tiene publicado su poemario Por los lados del umbral (Palibrio, 2011) cuya presentación fue en la FIL Guadalajara 2013. Mefisto, es su primer novela.

    A la memoria de mi padre,

    a quien siempre llevaré en mis pensamientos y actos

    como un referente de ética, liderazgo y bondad inmensa.

    Julio 2020.

    Tuxpan, Veracruz.

    Capítulo I

    Exorcismo Primero

    «Quizá yo, a propósito,

    entre el amasijo humano,

    no muestro un rostro más nuevo.

    Aunque yo,

    quizá,

    sea el más hermoso

    de todos tus hijos».

    Vladimir Maiakovski.

    La nube en Pantalones.

    La noche espesa, que siempre he soñado para mi muerte, me envuelve apacible. Nuevamente, dentro de las ruinas del viejo almacén, bajo el alto techo donde la luna asoma por sus huecos, mi figura siniestra se arrastra por el suelo sucio, delirando, hasta que una repentina aparición luminosa socorre mi sórdida existencia. Esa misma imagen murmura mi nombre y me arrulla con su canturreo acompasado. De nuevo, siento que me invade esa sublime sensación embriagante, como en cada una de las ocasiones anteriores, cuando he sentido que muero y comienzo a desprenderme de mi cuerpo durante un ensueño absorbente.

    Vaya…, ¿cuántas veces habré dado un paso a la muerte, y la habré sentido de tal manera y tan cerca, aunque finalmente no llega a suceder? Varias veces, ni duda cabe por su fácil recuerdo, donde siempre he vuelto a vivir, resuelto y con un conocimiento innato que voy confirmando. Antesalas previas que son evolutivas, pues incrementan mi consciencia, disminuyen el aturdimiento, el dolor y el tiempo incluso, en la progresión de cada una de ellas. Ésta, sin embargo, no parece una más de las aproximaciones anteriores.

    Volteo, contemplo el panorama y advierto que es diferente en detalles importantes los cuales antes captaban mis sentidos sin mayor esfuerzo y que ahora faltan. Es esa particularidad de cuanto acontece en esta ocasión: la ausencia de alguna fuerza inusitada o ráfaga de acción que cambie la situación a mi favor. Sin esa ayuda, puedo inferir que será la partida definitiva. Mientras me arrastro hacia la luz, siento un alivio y permanezco ocupado en ello. Ya no me quedan rastros de vigor en el cuerpo, ni espíritu de talento en la mente, que guíen algún salto abrupto y necesario para aferrarse a la vida, para urdir un escape intrépido con remotas posibilidades de éxito, y aún, con el conocimiento pleno de él. ¿A dónde podría escapar? Por lo menos, sería una paradoja: pensar huir de un destino avasallante, a pesar de saber que no hay lugar a salvo contra este dictado maldito, en tanto, yo, quizás…

    –Finalmente, creo que eso no importaría para tu historia –acotó la presencia recién llegada desde el resplandor.

    –¿Qué no importaría? ¿Acaso te vuelves censor de mi propia voz? O mejor dicho, de mi propia mente, la cual estás leyendo.

    –Sólo quise decir que no importaría el lugar a dónde piensas escapar. Es irrelevante porque sería efímero, un engaño incluso –argumentó la figura resplandeciente–. Por otro lado, estoy listo para comenzar a registrar tus memorias.

    –Hazme el favor de guardarte tus comentarios y déjame iniciar entonces.

    –Trataré de omitir ciertos comentarios, mas debo aclararte que tengo la facultad de hacerlos a discreción.

    –¿Es necesario que también registres estos diálogos?

    –Debo asegurarme de la consignación completa de los hechos.

    –Entonces, si ya escribiste cuanto se ha dicho hasta ahora, continuaré si me permites incorporarme, disculpa que te de la espalda, y ya no interrumpas, pues iniciaré con un exorcismo:

    «Hoy día final, cuando me abruman, tanto una gran debilidad física como un tenaz cansancio existencial, es así y aquí, en este mismo momento que abandonan las fuerzas, cuando gana la necesidad de revelar historias hondas y viscerales que se anudan y revuelven del pecho a la garganta en búsqueda de expulsión sanadora. En esta situación terminal donde me encuentro, me arrincona la obligación de narrarlas para mitigar esta angustia creciente que amenaza con seguir perturbándome a través de los tiempos. Necesito, por tanto, desdoblarme y regurgitarlo desde dentro, escupirlo en definitiva».

    «No voy a meditar como método,

    no oraré tampoco, ni suplicaré

    y mucho menos, otorgaré un silencio sepulcral.

    ¡Nada de plegarías porque lo que necesito es gritarlo!

    ¡Gri-tár-te-lo! Desgarrarlo,

    para que arrastre consigo cualquier referente tuyo.

    Aquello que me da vueltas en la cabeza y enferma mi espíritu.

    ¿Cómo es posible que una de las más admirables criaturas

    tenga que padecer tormento tan prolongado?

    Reniego a tener algo que ver contigo y tu parentela,

    o que pueda yo formar parte de tus caprichos.

    ¡Salte por mis poros desde mis entrañas!

    ¡Emerge hacia la nada, aunque sea el todo para ti

    y te revuelvas en tu elemento!

    ¡Exijo un estado de excepción

    porque soy un ser de especial cualidad!

    ¡Déjame fuera de tus planes ordenados

    y permíteme adquirir plenitud en el caos!

    He dicho y así sea».

    –Regreso contigo, una vez terminado lo anterior.

    –Ya más ecuánime, te expresarás más fluido. No me ha parecido un exorcismo tal cual, de cualquier forma, llevaré el proceso completo.

    –No sabes cuánto me he esforzado por mantenerme tranquilo hasta ahora, no puedo asegurar que siempre lo logre.

    –Tenemos música relajante con efecto terapéutico y el tiempo detenido a nuestro favor. Lo conseguirás.

    –De hecho, ya me siento más sereno. También la música me ayudará a ubicarme en momentos precisos de la historia. Al final, intentaré otro auto exorcismo.

    –Sigamos entonces la narración y nuestros propósitos en ese tenor. Comienza por tus motivaciones para estas memorias.

    Entendido, así lo haré. Si bien puede increpárseme cómo es posible que tenga ánimo y capacidad para contarlo, puedo asegurar que si conservo fuerzas, son las de la estirpe, el orgullo y la trascendencia. Por el contrario, puede considerarse normal que al sentirse morir, emerjan los deseos de redimirse con aclaraciones o justificaciones de acciones particulares, y hasta del sentido de la vida misma que se deja. O tal vez, de lavar un poco la memoria de algún negro pasado soluble en ejercicios exculpatorios. O acaso, como un acceso de febril desvergüenza, yéndose al extremo enfermizo de exponer cínicamente actos viles por heroicos, como última y rebelde presunción, en forma de constancia redactada en medio del dolor residente y el sabor a hierro de la sangre, suscrita de último momento con los arrestos sobrantes en el alma.

    Finalmente, poseemos un aura donde se exponen todas nuestras acciones y ésta nos acompaña como carnet de identificación y nos representa a través de la Eternidad, aunque la tengamos empeñada por pactos milenarios, y por más que queramos esconderla, es inútil, resiste y se muestra, nos

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