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La boda secreta de la princesa
La boda secreta de la princesa
La boda secreta de la princesa
Libro electrónico484 páginas6 horas

La boda secreta de la princesa

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El emocionante final de “LA BODA SECRETA DE LA PRINCESA”.
Más de 3 millones de lecturas en WATTPAD
Ganadora del premio Wattys 2016 de lecturas voraces

¿Hasta dónde llegarías para salvar al amor de tu vida?

“Cerré los ojos al oír la explosión de las bombas y unos tiros como fuegos artificiales. También oí sirenas, pero no pude distinguir si eran de ambulancia o de policía. Habría puesto la tele de la habitación para saber cómo estaba la situación, pero no estaba preparada para recibir esas noticias. No todavía. No quería saber quién había muerto, cuántas bajas había habido... Era demasiado doloroso.”

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento18 ago 2023
ISBN9781667461823
La boda secreta de la princesa

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    La boda secreta de la princesa - Manu Valcan

    La boda secreta de la princesa

    Manu Valcan

    ––––––––

    Traducido por Audrey Hawes Mayayo 

    La boda secreta de la princesa

    Escrito por Manu Valcan

    Copyright © 2023 Manu Valcan

    Todos los derechos reservados

    Distribuido por Babelcube, Inc.

    www.babelcube.com

    Traducido por Audrey Hawes Mayayo

    Diseño de portada © 2023 Manu Valcan

    Babelcube Books y Babelcube son marcas registradas de Babelcube Inc.

    Índice

    Prólogo

    Capítulo 1

    Capítulo2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Capítulo 21

    Capítulo 22

    Capítulo 23

    Capítulo 24

    Capítulo 25

    Capítulo 26

    Capítulo 27

    Capítulo 28

    Capítulo 29

    Capítulo 30

    Epílogo

    Lee ahora un fragmento de mi próximo libro

    Sígueme

    COPYRIGHT © 2019 MANU VALCAN

    LA BODA SECRETA DE LA PRINCESA - PARTE II

    1º Edición — Brasil

    Todos los derechos reservados a Autora.

    Producción Editorial

    Revisión: MANU VALCAN

    Portada: DÉCIO GOMES

    Maquetación: BRUNO LIRA

    Datos Internacionales De Catalogación De la Publicación (cip)

    Valcan, Manu;

    La boda de la Princesa - Parte II

    1. Ed. — São Paulo — SP — 2020

    1. Literatura Brasileira. 2. Romance I. Título

    CDD. B869.3

    Queda prohibida la grabación y/o reproducción de cualquier parte de esta obra a través de cualquier medio, ya sea tangible o intangible, sin el consentimiento previo por parte de la autora.

    La violación de los derechos de autor es un delito establecido en la ley brasileña n° 9.610/98 y castigado en el artículo 184 del Código Penal.

    Todos los derechos reservados.

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    Prólogo

    M

    e estiré el camisón, ya por tercera vez, delante del espejo de cuerpo entero de al lado de la cama. Tenía las manos sudadas, me latía rápido el corazón y sentía la boca seca. Había bebido tanta agua para ver si así mejoraba la sensación de sequedad que después de vaciar la jarra que estaba en la mesa también tuve que ir unas tres veces al baño. Qué pena.

    Eché un vistazo al reloj de encima del cabecero de la cama. En realidad ya había perdido la cuenta de las veces que lo había mirado. Me di cuenta de que llevaba un buen rato esperándole y Hugo no había dado señales de vida. Iba de un lado para otro, y otra vez me paré delante del espejo para arreglarme el maldito camisón de nuevo y ver cómo estaba mi pelo y las pintas que tenía.... Me vi demasiado pálida, así que me pellizqué varias veces la mejilla. Estaba tan preocupada por parecer guapa que seguramente la hermana Carolina me hubiera echado el sermón con eso de que las chicas de familias respetables como la mía no deben preocuparse por su aspecto.

    En parte yo no estaba de acuerdo con eso.

    Estaba casada, y no quería que mi marido se quejase después de nuestra noche de bodas. Quería estar guapa para él, y para nadie más.

    —Porras. —Alisé por milésima vez la tela de seda del camisón, que hubiese jurado que estaba arrugado. Pero no lo estaba, solo eran imaginaciones mías. Y sin embargo no pude evitar volver a hacerlo al cabo de unos minutos.

    Me fui a la cama y me senté a esperar, pero no sucedió nada.

    Seguro que ahí afuera había terminado ya la fiesta y todo el mundo se habría recogido, pero hasta ese momento mi marido no había venido a buscarme y yo estaba a punto de comerme las uñas. Hugo parecía haberse olvidado de mí, o puede que hubiera encontrado algo más interesante que hacer en su noche de bodas.

    No pude evitar reírme. Hugo no me haría algo así, él no sería capaz de dejarme plantada; no después de la conversación que habíamos tenido. Parecía que yo le importaba de verdad... Sabía que le importaba, de lo contrario no se hubiera casado conmigo...

    Pero... ¿dónde estaba?

    Seguro que lo sabía... ¡pues claro que lo sabía, obviamente! Tenía que saber que esa era una noche muy importante para mí. Sí, ya sé que para un hombre con tanta experiencia como él no iba a ser algo diferente...

    Dios... Acababa de casarme y ya estaba juzgando a mi marido, qué horror.

    Crucé los brazos, me puse de pie y volví a caminar de un lado a otro.

    —Espero que no pretenda dejarme plantada toda la noche... —Me paré.

    Por suerte obtuve respuesta a mi pregunta cuando por fin se abrió la puerta y Hugo Hilton entró. Seguía llevando el uniforme, ya un poco arrugado y con algunos botones abiertos que dejaban ver la camisa blanca por debajo. Cerró la puerta y se me quedó mirando serio.

    Por un momento sentí que las piernas me flaqueaban.

    Ahora él estaba aquí y la espera había terminado. Había llegado el momento.

    «Sé una buena esposa y procura que no te desagrade», me pedí mentalmente.

    Respiré hondo cuando él se me empezó a acercar a paso lento sin apartar la mirada de mí, y sentí que me ardía la cara de vergüenza cuando me miró de la cabeza a los pies. De repente me sentí desnuda.

    No voy a mentir, su mirada me intimidaba, y mucho. Ahora que le tenía más cerca, me parecía más mayor, más alto, más fuerte. Su expresión austera daba miedo, y cuando estiró la mano para tocarme di un paso atrás en un impulso.

    —Yo... —Sabía que había actuado mal y que él me lo iba a recriminar.

    —¿Tú qué? —Hugo bajó la mano; su tono era serio y no parecía nada satisfecho.

    —Yo... —Juro que podía oír los latidos de mi corazón—. Yo... No puedo —le solté. Estaba temblando y tenía las piernas como de gelatina, no sé cómo me mantuve en pie—. Lo siento mucho, te pido que lo comprendas.

    Sabía que Hugo sería razonable; él ya me había mostrado su lado amable algunas veces y sabía que entendería mi nerviosismo.

    Pero por desgracia no fue eso lo que me encontré.

    Hugo puso mala cara y cerró la mandíbula; tenía la cara roja y le salía una vena de la cabeza arrugada. Parecía furioso.

    —Hugo...

    De repente sentí el peso de su mano en mi cara, tan fuerte como si hubiese dado con la cara contra un muro. Ahí me cedieron las piernas y terminé en el suelo.

    Miré hacia arriba, con los ojos llenos de lágrimas y una mano en la cara. Hugo Hilton estaba todavía más por encima de mí, que me quedé encogida.

    —Es nuestra noche de bodas.

    Hugo se llevó la mano al cinturón del pantalón y lo soltó lentamente. Yo le observaba como hipnotizada hasta que se me acercó. Cuando por fin entendí lo que aquello significaba, me arrastré por el suelo hacia atrás en un ridículo intento de huir. Él me agarró por los tobillos, tiró de mí hacia él y después me puso boca abajo. Sentí el peso de su cuerpo sobre mí. Sentí la presión del suelo contra mi cara mientras gritaba y me removía, pero era prácticamente imposible librarme.

    —Puedes estar segura de que no vas a decepcionar a tu... marido.

    Oí cómo se rasgaba el camisón desde detrás. Mi cuerpo quedó totalmente expuesto. Hugo me agarró un mechón de pelo y tiró de él hacia arriba, y yo grité de dolor.

    —¡¡¡Por favor!!! —supliqué, presa del llanto—. ¡No!

    Pero él me ignoró. Y de un movimiento rápido me dio la vuelta para ponerme boca arriba y terminó de rasgar mi camisón de seda. Luché con todas mis fuerzas, pero de nada sirvió; Hugo era más fuerte y pesado.

    —¡Zorra! —Me dio un bofetón en toda la cara que fue suficiente para minar mi resistencia. Me volví a caer al suelo, y solo veía que el cuarto daba vueltas—. ¡Os voy a dar una lección a ti y a tu hermana!

    Se inclinó sobre mí y me agarró las muñecas, un brazo a cada lado de la cabeza.

    Seguía llorando. Solo cerré los ojos y grité confiando en que alguien me oyese y viniese a salvarme. Pero no, nadie vino...

    Capítulo 1

    Sin pensarlo dos veces, simplemente agarré al hombre por la muñeca en un intento de impedir que avanzase, pero en un movimiento rápido me acertó un fuerte puñetazo en la cara que hizo que le soltase y me cayera hacia un lado. Sentí el pulso en la cara, que me ardía. El golpe fue tan fuerte que me dejó medio aturdida. Al intentar sentarme de nuevo, me volví a caer. La cama se movió debajo de mí. Oí gritos y gemidos dentro del cuarto, miré hacia un lado y vi que Sebastian se había levantado y ahora estaba luchando contra su agresor. El hombre era grande y fuerte, e igual que el duque poseía ciertas habilidades de combate. Sebastian se defendió como pudo de los golpes, y de hecho él también le acertó al otro unos cuantos en la cara. En un momento llegué a ver cómo la sangre le salía explotando por la boca y la nariz, pero él no se paró; parecía una máquina.

    Desesperada, me quedé observándoles. Sabía que no iba a ser de gran ayuda y que si me metía terminaría herida. Pero no podía quedarme solo mirando. Así que salté a la espalda del agresor e intenté detenerlo, ya me daba igual que la sábana se hubiese caído dejándome casi desnuda. Eso sirvió para darle cierta ventaja al duque, pero por desgracia no duró mucho. El desconocido me pegó con el codo en el estómago y me lanzó con una facilidad terrible encima de la cama.

    Herida, me volví a levantar para ver cómo Sebastian desfallecía. Él llegó a acorralar al hombre contra la puerta, los dos se tiraban contra los muebles e iban destrozando cosas. El puñal se perdió en el suelo mientras se iban propinando puñetazos y patadas el uno al otro. Con cada gemido de dolor de Sebastian yo sentía que se me cerraba más el corazón; llegué a pensar y a esperar lo peor. Sebastian no parecía que fuese a aguantar mucho tiempo si nadie hacía nada, y ahí solo estaba yo. Pues vaya una ayuda.

    El hombre lanzó a Sebastian contra la pared con facilidad, le dio en la tripa con la rodilla varias veces y después le rodeó el cuello con sus enormes manos y empezó a apretar. Sebastian no conseguía librarse de él, era como si el desconocido tuviese cuatro brazos.

    ¡Haz algo, Nicol!

    —Mierda.

    Me obligué a levantarme, solté la sábana, que no hacía más que estorbarme, y fui hacia la lamparita de noche de al lado de la cama, lo único que iluminaba la habitación. La agarré, me acerqué a los dos en la penumbra y le di al agresor en la cabeza con la parte pesada de metal.

    Solté la lámpara y se cayó al suelo, y entonces la luz se apagó y nos quedamos a oscuras.

    Corrí a encender el interruptor, que estaba delante de mí en la pared.

    En cuanto volvió la luz me encontré con un Sebastian cansado, apoyado contra la pared, la cara roja y la cabeza baja mirando fijamente al hombre que había caído a mis pies en el suelo. Sus ojos se encontraron con los míos por un breve instante antes de que él esbozase una sonrisa traviesa y cayese en el suelo deslizándose por la pared.

    —¡Bash! ¡Ay, Dios! —Me acerqué y me arrodillé delante de él mientras le agarraba la cara con una mano temblorosa—. ¡Bash! —Él me miraba de una manera extraña—. ¿Estás herido? —Miré hacia abajo en busca de algo. Fui palpándole el pecho hasta llegar al lateral de su cuerpo. Él gimió. Había sangre, mucha sangre. Entré en desesperación—. ¡Te ha herido!

    —Estoy bien. Me ha dado de refilón —dijo Sebastian en voz baja—. Dame la sábana, anda —me pidió, y yo obedecí.

    —Eso es mucha sangre, Sebastian.

    Después de entregarle la sábana, le observé mientras él la usaba para taponar la herida y enrollar la tela blanca alrededor de su cuerpo. Al ver que tenía dificultades, le ayudé a terminar de apretarla y le hice un nudo.

    —Estoy bien. —A pesar de estar tan débil, seguía encontrando fuerzas para seguir hablándome—. Me ha hecho daño. —No era una pregunta, probablemente el puñetazo le había dejado marca.

    El duque me miró a la cara; tenía una expresión seria que daba miedo.

    —No es nada grave, pero necesitas ayuda.

    Él me tomó la mano libre y apretó.

    —Nicol, no tenemos tiempo. En cualquier momento se va a despertar. —Me temblaba todo el cuerpo, no sé bien si de frío o de miedo. O las dos cosas—. ¿Vale? —insistió. Yo solo asentí con la cabeza—. Ahora necesito que te calmes y que cierres los ojos.

    —¿Y eso por qué?

    —¡Tú solo ciérralos!

    Observé atónita cómo Sebastian se movía lentamente hacia el agresor y, sin dudar un instante, lo levantó y se lo echó al cuello.

    —Sebastian, ¿qué piensas hacer?

    No podía dejar de mirar, pero Sebastian solo siguió a lo suyo. Con cierta dificultad para mover su cuerpo, sujetó la cabeza del hombre y con un giro rápido le rompió el pescuezo. Oí como el estallido de alguna cosa que se rompía, y creo que por un momento se me paró el corazón.

    —¡Nicol! —se oía por alguna parte la voz de Sebastian llamándome—. ¡Nicol! —La urgencia en su voz me trajo de vuelta. Ya había abandonado el otro cuerpo a un lado y ahora me estaba mirando—. ¡Tenemos que actuar ahora! —añadió en tono rudo pero seguro—. ¿Entiendes? Probablemente este hombre no esté solo.

    Yo asentí con la cabeza.

    —Claro. —Me costaba respirar. Me latía tan fuerte el corazón que se me iba a salir en cualquier momento por la boca—. Voy a buscar ayuda, ¿vale? —Él asintió con la cabeza y se apoyó contra la pared soltando un largo suspiro que no consiguió esconder su mueca de dolor—. Te pondrás bien. —Por fin conseguí despertarme del todo y me acerqué a él para besarle en la cara varias veces—. Voy a buscar ayuda.

    Hice ademán de levantarme.

    —¿Nicol? —Me quedé mirándole, sobresaltada—. Será mejor que te vistas primero.

    Miré hacia abajo. Sí, estaba desnuda, y en cualquier otro momento eso me habría cohibido, pero ahora no era momento para eso.

    —Pues sí, será mejor. —Me puse de pie y casi me tropiezo con el individuo tirado en el suelo—. ¡Joder!

    Fui hasta el sillón, donde tenía preparado un camisón blanco y una bata de seda larga. Oí un silbido, y luego la risa ronca de Sebastian resonó por todo el cuarto.

    —Así que me he muerto y estoy en el Paraíso... —Sebastian se reía al observarme.

    Típico de él, bromear en un momento como ese.

    —¡No tiene gracia, Sebastian! —dije enfadada mientras me vestía a la velocidad de la luz. Me seguía doliendo la cara, pero no hice caso. Me movía en modo automático.

    —Ahora mismo vuelvo. —Me até el cinturón con un nudo y di un último vistazo al duque de camino a la puerta—. Voy a traer ayuda, ¿vale?

    —Ahá —dijo casi en un gemido.

    —Bash... —le llamé con voz llorosa.

    Sebastian solo levantó la cabeza y me miró con determinación.

    —Estoy bien —dijo, y añadió con voz firme—: Vuelve pronto.

    —Por supuesto. —Me despedí con la cabeza y me lancé por la puerta al pasillo, toda desaliñada y casi tropezándome mientras respiraba con dificultad como si estuviese corriendo una maratón.

    Por desgracia, en cuanto puse los pies fuera me di cuenta de que que había algo que no cuadraba para nada. Estaba todo en penumbra y no había ni rastro de ninguno de los guardas. Ignoré el nudo en la garganta y el estómago revuelto y seguí caminando por el pasillo hasta que me paré unos pasos más allá al ver la figura de dos hombres tirados en el suelo, con los cuerpos apenas iluminados por las lámparas de la pared.

    No se movían. ¿Y si estaban muertos?

    Constaté que los dos parecían llevar el uniforme de la guarda real.

    Pensé en acercarme para estar segura, pero me paré inmediatamente al oír unas voces que se me acercaban, voces masculinas. En ese momento me quedé congelada, me temblaban las manos. Di un paso atrás y después otro; de nuevo estuve a punto de tropezar, pero me di la vuelta y corrí hacia la habitación, cerrando la puerta con llave tras de mí.

    —Bash. —Arrodillada delante de él, luchaba contra las lágrimas y el miedo.

    —¿Qué pasa? —preguntó, ya sin fuerza.

    —Los guardas... Están muertos en el pasillo —dije lloriqueando con la voz embargada , incapaz de contener esos temblores involuntarios—. Están llegando.

    —¿Quiénes?

    Abrí la boca para responder, pero unos golpes en la puerta me lo impidieron.

    Sebastian y yo nos miramos en silencio por un instante.

    Estaba asustada y temía por mi vida y la suya, ya que al estar tan débil Sebastian era una presa fácil. Y yo tendría que ver cómo le machacaban. Solo de pensar en ello me salían las lágrimas. Esperaba lo peor. Miré a Sebastian como si fuese la última vez que lo veía.

    Llamaron de nuevo a la puerta.

    ¡Joder! ¿Por qué no entraban de una puñetera vez para acabar con esta agonía?

    Llamaron otra vez. Y alguien dijo mi nombre.

    —¿Nicol? —Ahora los toques eran más suaves—. ¿Nicol? Somos nosotros, Garret y Warren.

    Fue como si me hubiesen quitado un gran peso de la espalda. Respiré hondo y sentí que todo mi cuerpo se relajaba.

    —Abre... —me pidió Garret.

    Ni siquiera con eso me moví. No es que una puerta cerrada con llave les fuera a detener en caso de que no fuesen quienes decían ser si al fin y al cabo no había podido contener al agresor de antes. Pero aun así me quedé quieta, y solo cuando Sebastian me apretó la mano y me hizo un gesto con la cabeza me levanté y descerrojé la puerta, les dejé entrar y volví a cerrarla.

    —¿Qué ha pasado? —pregunté ansiosa.

    —Están muertos.

    Garret colocó una bolsa grande encima de la cama y puso una linterna al lado. Pasó por donde estaba yo y fue hacia Sebastian, que estaba tirado en el suelo en calzoncillos, apoyado en la pared. Tocó el torniquete para ver si estaba bien fuerte, analizó la herida y después apretó más el nudo, cosa que hizo que Sebastian soltara un pequeño gemido.

    —¡Ten cuidado! —Me acerqué alarmada porque Garret parecía ignorarme y seguía con su exploración—. ¡Que le vas a hacer más daño! —Me daban ganas de empujarle lejos del duque—. ¿Y qué has querido decir con eso de «muertos»? — pregunté mientras él agarraba la cara de Sebastian y le examinaba los ojos.

    —Han matado a los guardas de los pasillos principales. Han asaltado las habitaciones y matado a los invitados.

    —¿Qué? —dije con un hilo de voz. Me llevé la mano al pecho; me costaba respirar—. ¿Y eso?

    —Estamos siendo atacados —respondió Warren con una calma envidiable—. Cuando ha terminado la fiesta, todo el mundo se ha recogido. Nosotros dos hemos seguido bebiendo después de que Brant desapareciera con una de las damas de honor. Al volver a la habitación, hemos visto los primeros ataques, pero solo nos ha dado tiempo de pillar algunas cosas para defendernos.

    —Nos han atacado según veníamos para acá —dijo Garret serio; nunca le había visto hablar así. Se puso de pie y se me quedó mirando—. Hemos matado a esos hombres y hemos venido hacia aquí. —Miró al intruso en el suelo y esbozó una sonrisa—. Vaya, así que también han venido a por vosotros... por lo visto están queriendo repetir lo que sucedió con el rey Laurent hace unos años.

    Al oírle mencionar el ataque al rey anterior a mi padre, reaccioné:

    —¿Qué? No puede ser.

    —Pues es. Tal cual. Han herido a Sebastian; no parece grave, pero seguro que la hoja del cuchillo estaba envenenada con alguna sustancia aturdidora para que si había pelea sus movimientos fuesen más lentos. —La mirada de Garrett se movió de su jefe al hombre tirado en el suelo—. ¿Quién le ha abatido?

    —Nicol —respondió un Sebastian grogui, sin esconder una sonrisa de orgullo.

    —Muy bien, princesa. —Garret me miró sorprendido—. Al final no vas a ser una arrogante convertida en bestia.

    —¿Qué? —Ya solo me faltaba eso, que me ofendiesen en un momento como ese.

    —¿Ves el tatuaje que tiene en la mano? —Garret empujó la mano del intruso con el pie, y entonces me llamó la atención la calavera con la lengua larga hacia afuera que tenía dibujada en la piel, en el dorso de la mano—. Pertenecen a un grupo de mercenarios que se hace llamar «Fantasmas». Nadie les ve venir y no juegan limpio. Los tíos a los que hemos matado también tenían unas idénticas a estas tatuadas en las manos.

    La cosa solo iba a peor. Sebastian casi ni se movía, estaba quieto como nunca en la vida, y eso me aterrorizaba. Le prefería con sus bromas irritantes que en silencio.

    —No se preocupe, Alteza —empezó a decir Garret—. Sobrevivirá. Espero —añadió con una mueca.

    —¿Qué?

    Ese intento de broma fracasó totalmente. Joder, ¿por qué siempre tenían que bromear con las cosas serias? Yo estaba ahí tirándome de los pelos pensando que Sebastian se me iba a morir, y él diciendo que el duque había sido envenenado como si nada.

    —Sebastian ha pasado por cosas peores que esta y ha sobrevivido —añadió Warren.

    —Lo que tenemos que hacer es salir de aquí. —Garret miró la bolsa mientras yo iba hacia Sebastian y me sentaba a su lado—. Tenemos que encontrar una salida.

    —Sebastian no va a poder moverse. —Le abracé y lo apreté contra mi cuerpo, dejando que su cabeza reposara en mi hombro. Noté que respiraba con dificultad.

    —Sí podré. —murmuró Sebastian en voz baja—. Confía en ellos, Nicol.

    En aquel momento, no me fiaba ni de mi sombra, a pesar de saber que Sebastian estaba en buenas manos. En aquella habitación no estábamos seguros, eso era cierto. Nuestra vida estaba en peligro a cada minuto que seguíamos allí esperando. Si Sebastian ya tenía pocas opciones fuera de ahí, ya no digamos quedándose. Sin embargo, moverle podía hacer que la herida fuese a peor. Yo no era médico, pero la situación no le era favorable para nada.

    Pero es que esperar tampoco era una opción...

    ¿Y quiénes eran los que nos perseguían?

    A pesar de lo que Garret había dicho, no sabíamos cuál era la situación real: Si todos estaban muertos y los asesinos ya se habían ido...

    ¡Dios mío! ¡Nos estaban atacando! Hasta ese momento no me había dado cuenta de lo que eso significaba... Nora. Alice. Tía... ¡Todos! ¿Cómo estarían? ¿Dónde estarían?

    Observé la habitación con la mirada perdida y me sentí desolada, cabizbaja.

    —Vamos, Nicol. —Garret se me acercó—. Tenemos que darnos prisa.

    —Vale —dije, aunque la duda me impedía moverme.

    —Vamos —insistió Garret, que se agachó delante de mí—. Le salvaremos.

    —Mi hermana. Alice. Mi familia... — murmuré.

    —Vamos paso a paso, ¿eh? —Garret me tendió la mano.

    Yo le obedecí aun siendo un poco reacia y me aparté de Sebastian sin querer dejarle del todo.

    Me puse de pie y dejé espacio para que los dos Minions trabajasen.

    —Vamos a vestirle. —Garret se rio—. No queremos que vayas por ahí como tu madre te trajo al mundo. Porque si nos pillan no querrás salir así en los periódicos, ¿a que no? No tendría ninguna gracia.

    Ese comentario hizo reír a Sebastian aunque ya no tuviera ganas, y eso me dio a mí esperanzas de que su situación en realidad no era tan mala.

    Ahora venía lo más difícil. Garret y Warren trabajaron en equipo para levantarlo del suelo con mucho cuidado, pero aun así Sebastian se quejó y se quedó encogido de dolor. Me di cuenta de que yo estaba haciendo una mueca y me encogía con él. Me esforzaba por mantener los ojos abiertos porque no quería perderme ni un segundo de lo que esos dos estaban haciendo con él.

    Me acerqué con miedo de que le se les cayera al suelo, pero no, para mi alivio los dos lograron ponerle de pie.

    —Coge un pantalón suyo, Nicol. —Yo obedecí la orden de Garret sin titubear—. Levanta las piernas con cuidado, Sebastian. Y tú, Nicol, vístele.

    —Vale. —Me puse de rodillas y empecé a subirle a Sebastian el pantalón del uniforme de gala por las piernas con sumo cuidado. Terminé de vestirle y volví a ponerle de pie.

    —Coge la linterna, Nicol —me pidió Garret, y yo lo hice. Agarré la linterna con firmeza entre las manos y respiré hondo, a la espera de más órdenes—. ¿Conoces algún pasadizo por aquí?

    —Sí. —Fruncí el ceño—. ¿Por qué? No estarás pensando en llevar a Sebastian por esos sitios inmundos y estrechos, ¿verdad?

    —¿Acaso prefieres tentar a la suerte por los pasillos? Probablemente pensarán que tú estás muerta, pero en algún momento vendrán a comprobarlo, y no les va a gustar ver a su amiguito muerto. —No había ni rastro de humor en la voz de Garret, y eso me hacía temblar. No estaba para bromas.

    Estábamos perdiendo un tiempo precioso ahí parados.

    —Vale. —Contrariada, erguí la cabeza—. Vamos por aquí. —Señalé al fondo de la habitación, en una esquina, donde cualquiera que se fijase con bastante atención podría ver la huella de una puerta en la pared que se mezclaba con la decoración del cuarto, camuflada a la perfección.

    Era casi imperceptible, pero yo ya me había topado con muchas de esas y sabía cómo reconocerlas. También, sin que nadie se diera cuenta, era la primera cosa que buscaba cuando entraba en una estancia de palacio. Una costumbre que había adquirido después de que mi hermano se aprendiera el camino de la puerta de entrada a mi cuarto. Sabía que en los pasadizos tendría ventaja sobre él, y de hecho un par de veces resultó ser verdad.

    —La habitación es nueva, pero todos los caminos llevan al mismo lugar. Sin embargo, para quien no lo conoce es un laberinto —expliqué, volviéndome hacia ellos.

    —Genial, entonces vamos. —Los dos pusieron los brazos de Sebastian alrededor de sus hombros y caminaron hacia el lado para que Warren pudiese agarrar la enorme bolsa negra, que yo no tenía ni idea de lo que podría contener—. Muéstranos el camino.

    —Vale.

    Me volví a girar, preparada para guiarles por el pasadizo, pero de nuevo unos golpes en la puerta llamaron nuestra atención.

    Nos miramos preocupados. Volvieron a tocar.

    —¿Alteza? —Era la voz de un hombre al que yo no reconocía—. ¿Todo bien por ahí? —Intentó abrir la puerta, pero tenía el cerrojo echado.

    Hice además de abrir la boca, pero Garret hizo un gesto con el dedo para que me callase.

    —Es que si no digo nada nos atacará —susurré mientras me acercaba a él.

    Ahí afuera, el extraño me volvió a llamar:

    —¿Alteza?

    —Nicol... —Garret seguía intentando razonar, pero yo no le escuché. Me llené de valor y fui hacia la puerta.

    Respiré hondo y dije:

    —¡Sí!

    El Minion puso mala cara.

    En un primer momento, nadie respondió, y eso no hizo más que aumentar la tensión entre nosotros. No sabíamos quién estaba al otro lado ni si sería amigo o enemigo.

    —¿Está todo bien? —preguntó el hombre.

    —Sí, ¿por? —dije prontamente.

    —Se ha ido la luz de los pasillos, los guardas están investigando. —Y una mierda. Estaba mintiendo.

    Además, parecía demasiado tranquilo para haberse cruzado con los muertos por el pasillo o para ser alguien a quien estuviesen atacando y haber perdido a uno de los suyos.

    —¿En serio? —Intenté sonar lo más natural posible. Seguía sin entender por qué quienquiera que fuese no había derribado la puerta.

    —¿Dónde está vuestro marido? —continuó el hombre.

    —En el baño.

    Se hizo un largo silencio.

    —¿Podéis abrir? Nos gustaría comprobar que todo está bien.

    —Por supuesto. —Garret y Warren pusieron los ojos como platos, Sebastian se volvió serio pero no dijo nada—. ¿Pero podéis esperar a que me vista? —dije, ya más cerca de la puerta.

    Era un riesgo que tenía que correr. No me iban a oír si estaba lejos porque las puertas eran muy gruesas, y si no respondía me atacarían.

    Pero ya que aparentemente no tenían intención de hacerlo, podía sacar partido de ello.

    —Claro, Alteza —respondió el hombre enseguida.

    Me volví hacia los tres que seguían mirándome, quietos en el centro de mi habitación, y les hice señas para que se fuese hacia la puerta del pasadizo.

    —¡Será solo un momento! —dije, casi gritando. Me aparté de la puerta y fui hasta donde estaban esperando los demás, buscando la salida.

    Empujé la pared y se abrió el paso. Les miré primero a ellos y luego a la puerta de la habitación, donde estaría esperando el hombre al otro lado, y dejé que los tres entrasen primero. A continuación me metí yo, cerré la puerta del pasadizo tras de mí y encendí la linterna.

    Enfoqué la luz en la pared de piedra hasta que encontré la pesada palanca de hierro y la bajé sobre los ganchos para sellar el paso. Aliviada, respiré hondo hasta que sentí que el polvo me irritaba la nariz y me aparté.

    De momento estábamos seguros.

    Los pasadizos parecían aún más estrechos en esa parte del palacio. Estaban llenos de polvo como si nunca se hubiesen utilizado y eran muy distintos a los pasadizos reales o a los que estaban cerca de la habitación de Oscar, por los que a él tanto le gustaba pasar cuando venía a visitarnos. Andar por ahí era peligroso y muy difícil. Como se les hacía imposible llevar a Sebastian entre los dos, los Minions acordaron turnarse mientras yo iba delante iluminando el camino, con todo el cuidado del mundo para no despistarme en ningún pasadizo. No queríamos tener sorpresas desagradables por el camino.

    Habría sido más fácil movernos por allí si hubiésemos tenido un mapa, pero como no había, tuvimos que confiar en mi cabeza. Mi memoria ya no era la de antes cuando se trataba de encontrar todos esos caminos escondidos por palacio. Había demasiados como para acordarse de todos y saber donde estaba cada uno. Hacía mucho tiempo que había dejado de ser la niña que vagaba por los pasillos sucios. Es lo que tiene la vanidad, que hace que sea un crimen andar por ahí ensuciándote el vestido.

    Quién me iba a mí a decir que algún día iba a necesitar andar por los laberintos de piedra... Si lo hubiese sabido, habría pegado mapas en las paredes para hacer más fácil el camino, o al menos un par de lámparas, y por supuesto habría tirado esas ratas que cada dos por tres me estaban asustando y las telas de araña que se me quedaban pegadas al pelo.

    ––––––––

    De vez en cuando me iba girando hacia Sebastian para saber si seguía vivo. Por raro que parezca. echaba de menos sus charlas. En ese momento solo podía contar con Garret, que intentaba mantener una conversación de cualquier tipo con el duque con tal de mantenerlo despierto.

    Los gemidos de dolor de Sebastian al pasar por lugares estrechos o cuando se tropezaban con algo eran angustiantes, y cada vez que los oía perdía la concentración. Les miraba preocupada y enfocaba con el haz de luz a la cara de Sebastian para asegurarme de que todo estaba bien.

    —Creo que llevamos unos cinco minutos caminando —susurró Garret cerca de mí—. ¿Estás segura de que vamos por el lugar correcto?

    —No sé.

    —¿Nos hemos perdido? —Era evidente su tono indignado.

    —Perdona, si quieres la próxima vez me traigo un GPS —repliqué enfadada, hablando también en voz baja.

    —Tenemos que salir del palacio —dijo Warren—. Es peligroso. Podrían entrar desde los pasillos.

    —No pienso salir sin Alice, Nora y todo el personal —dije.

    Todavía tenía esperanzas de que la situación estuviese bajo control y la ilusión de que las fuerzas militares hubiesen protegido al palacio y a su rey. Al fin y al cabo, mi padre había vendido a Nora a Hugo Hilton por un motivo, ¿no?

    —No es por ofender, Alteza, pero puede ser que no te guste lo que te encuentres.

    Yo me paré de repente, me di la vuelta y le eché la luz de la linterna a Garret en toda la cara. Él cerró los ojos y puso una mueca.

    —No digas lo que no sabes. Laurent estaba escondido, nadie pudo protegerle porque no sabían dónde estaba. La prensa está ahí afuera y nosotros tenemos a todo un general aquí dentro. No pienso perder la esperanza.

    —Y yo apoyo tu determinación, princesa. —Garret seguía evitando la luz—. Pero aquí nuestro amigo no puede esperar.

    —Lo sé. Hay un médico en palacio.

    —...Que también podría estar muerto —replicó Garret.

    —¿Es que no puedes ser positivo?

    —Podría si no estuviese con la soga al cuello.

    —Sé razonable, Nicol. —Warren se metió en mi foco de luz y también puso una mueca—. ¿Qué vas a hacer si la situación no está controlada? ¿Pegarles hasta que os suelten? Por si no te has dado cuenta, Alteza, han venido a matarte a ti y a tu marido. Así que no quiero que te ofendas, pero creo que deberías confiar en nosotros para que decidamos lo que hay que hacer.

    Me paré a reflexionar un momento sobre sus palabras.

    No sabía qué hacer ni qué pensar.

    Pero ellos tenían razón. Había que proteger a Sebastian a toda costa. Pero por más herido y débil que estuviese, seguía a mi lado, y yo no tenía ni idea de lo que había pasado con mi familia. Si todavía podíamos salvarlos, lo haríamos.

    No saber de Nora, Alice, Ivan y los demás también me estaba matando.

    Quería salvar a Bash

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