Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Porque sí
Porque sí
Porque sí
Libro electrónico232 páginas3 horas

Porque sí

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Lleva como una hora observándome desde su sitio y yo no puedo hacer otra cosa más que estremecerme bajo su atenta mirada.
Cuando Vera decide ponerle punto y final a la relación con su exnovio, lo único que quiere es vivir el día a día sin compromisos. Está decidida a vivir su nueva vida de soltera, centrarse en su nueva trabajo y disfrutar de la compañía de sus dos mejores amigas con las que comparte casa. Sin relaciones, sin complicaciones. Esa es la teoría, y la tiene muy clara, pero será una tarea muy difícil cuando sus ojos se crucen con la intensa mirada de Mario, un hombre con un atractivo innegable y un secreto que no lo deja avanzar.
¿Cuánto puede transmitir una mirada?
La suya… demasiado.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 jul 2018
ISBN9788417499990
Porque sí

Relacionado con Porque sí

Libros electrónicos relacionados

Romance para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Porque sí

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Porque sí - Jessica López Villanueva

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Jessica López Villanueva

    Edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes.

    Diseño de portada: Antonio F. López.

    ISBN: 978-84-17499-99-0

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    Prólogo

    Estaba harto de esa situación. Me frustraba y sabía que aquello me acabaría explotando; yo explotaría.

    No podía creer que eso tuviese que pasarme a mí, pero lo que más me costaba entender era por qué cojones ella lo permitía.

    —Dime, ¿qué narices vas a contarme hoy? ¿Un torpe accidente contra la silla? ¿O esta vez —hice un pequeño silencio pensando— fue la mesa? —pregunté sin poder ocultar mi cabreo.

    —No, solo me he caído —me explicó convencida de que, como siempre, yo tragaría.

    —¿Crees que soy gilipollas, Marta? —grité furioso por sus patéticas excusas.

    —Mario… no pasa nada. Lo arreglaré, en serio, estaremos bien.

    —¿Lo arreglarás? —pregunté indignado—. No tienes nada que arreglar. ¡Estoy hasta las pelotas de ver cómo un maldito hijo de puta maltrata a mi hermana! Y ¿sabes lo peor? —Marta me miraba con temor, pero no hacia mí, sino hacia su marido—. Lo peor es que tú se lo permites. Esto acabará, eso te lo aseguro, no pienso dejar que sigas así. Pero escúchame bien: si no eres tú quien pone fin a esto, seré yo quien lo haga y no sé por qué, pero será mucho peor.

    —Mario…—hipó—, él dice que me quiere. Él quiere estar conmigo y con nuestra pequeña. Solo está pasando un mal momento y yo…

    —Pero ¿ te estás oyendo? —espeté casi fuera de mis casillas. No podía creer lo que salía de su boca. Estaba justificando sus dementes actos—. ¡Ese tío no te quiere! Ningún hombre que quiera a su mujer le pondría una mano encima para dañarla. Si te quisiera no te haría esto. —Puse la mano con cuidado sobre su hinchado pómulo. Me dolía ver a mi hermana herida por ese maldito cabrón. Tenía que hacer algo—. Déjalo ya —supliqué—. Hazlo o te juro que la próxima vez que te vea algo así lo moleré a palos. No voy a consentir que siga con esto, Marta. Ya van dos veces y no habrá tercera.

    Mi querida hermana rompió en llanto y yo la envolví en un abrazo. No soportaba verla de esa manera, pero por desgracia ya era la segunda vez que me tocaba ver las marcas del maltrato del malnacido de Jorge. Muy a mi pesar sospechaba que no eran las únicas que había marcado con su ira el cuerpo de Marta. Siempre supe que esa relación no andaba bien, pero nunca me había imaginado la magnitud del problema. Apenas llevaban tres meses juntos cuando la dejó embarazada a propósito (lo sé porque ella misma me lo contó) y cuando estaba en el octavo mes de embarazo escuché una bronca monumental. Me pareció muy subida de tono, pero, claro, ¿quién era yo para meterme en sus problemas de pareja? No sabía a santo de qué venían esos gritos y, en realidad, no pasaba de ser solo eso: gritos. Cuando mi preciosa sobrina Erica tenía diez meses mi hermana se presentó en mi casa con ella en brazos. Estaba asustada, pálida y con los ojos ahogados en lágrimas. En aquel entonces me dijo que habían discutido. Por lo que me contó, Jorge había llegado bastante borracho a casa y, tal y como averigüé después, puesto de cocaína hasta las pestañas. Pasados los días, cómo no, se reconciliaron y pensé que solo había sido una discusión de pareja. ¿No pasaba eso en las relaciones? La verdad es que no estaba seguro; nunca me había interesado tener relaciones más allá de un buen sexo que me proporcionase placer.

    Dos meses más tarde aquella llamada de socorro cambió mi vida. Para siempre.

    Capítulo 1

    «Tengo que dejarle. Tengo que dejarle. Tengo que hacerlo, no aguanto más». Me he repetido esas palabras como un mantra durante las últimas semanas. Una vez tras otra me he dicho a mí misma que no necesito sentirme como me ha estado haciendo sentir el hombre con el que, se supone, quiero compartir mi vida.

    Mi querido novio, Biel, se pasa la vida coqueteando con todas las mujeres «potables» que hay a su alrededor. Siempre dice que me quiere, que soy una exagerada, que está conmigo y que eso debería bastarme para dejar esta actitud tan posesiva. Pero seamos sinceros, si delante de mí es capaz de ser tan zalamero con las mujeres, ¿qué no hará cuando yo no estoy? ¿Qué necesidad tiene de tontear con ellas? Poneros en mi piel, ¿realmente soy yo la posesiva o él es un capullo de campeonato? Más bien pienso que soy una estúpida por tolerar esas situaciones… Y no me apetece seguir tragando con todo esto, así que después de dos años de relación, aquí estoy, a punto de llamar a su puerta para decirle hola y adiós para siempre.

    En cuanto abre la puerta, me sonríe y no me pasa por alto que está tan guapo como siempre: con su metro ochenta de altura, su complexión fuerte, un torso donde podría lavar la ropa si quisiera, el pelo castaño, unos ojos azules que hipnotizan y, en resumen, un atractivo admirable. Sí, seguro que estáis pensando que soy gilipollas por querer dejar escapar a tremendo hombre, pero… ¿de qué me sirve todo ese físico? Estoy segura de que ni siquiera soy la única que lo disfruta. Seguramente ameniza las noches de muchas otras y me llamaréis idiota, pero no me gusta compartir. Así que estoy decidida.

    —¿Cómo estás, cariño? —me pregunta acercándose para darme un beso escueto.

    —Bien, pero tenemos que hablar —escupo antes de que se me vayan las fuerzas para hacer lo que quiero. Me remuevo nerviosa y le miro a la cara.

    —¿Qué pasa? Me tienes preocupado —dice invitándome a entrar. Tomo asiento en el sofá y cojo aire.

    —Quiero dejarlo —suelto sin más y dejo escapar el aire de mis pulmones.

    —¿Dejarlo? ¿De qué hablas? —pregunta como si no me entendiese.

    —De nosotros, Biel. Sé que tienes tu forma de ser, pero yo no lo aguanto. No puedo con esto.

    —No te entiendo, Vera.

    —Estoy harta de que tontees con todas las mujeres. Para ti es algo innato, lo sé, pero yo no quiero esto. No puedo ni quiero cambiarte, pero tampoco voy a conformarme con ello. Llámame celosa, posesiva o lo que te dé la gana, pero ya no puedo más.

    —¿Vas a dejarme por eso? Estoy contigo, ¿qué más quieres? —pregunta indignado. Manda huevos.

    —No quiero nada, Biel. Para mí, que estés conmigo no es suficiente —me levanto para afrontar lo que se me viene encima.

    —Tienes que estar de broma —alza la voz pasándose la mano por la frente. Parece afectado.

    —No lo estoy. Lo he pensado mucho y…no puedo seguir con alguien que…

    —Puedo cambiar —me corta y se pone a mi altura en un intento de besarme. Me giro sutilmente, de espaldas a él. Maldito hombre, cómo sabe disuadirme.

    —No puedes, no funcionará. Por Dios, Biel, ¿cuántas veces hemos discutido por esto? Siempre es la misma historia: durante un tiempo solo tienes ojos para mí, pero enseguida pasa y volvemos a lo de siempre. Sé que eres así y no puedo, ni quiero cambiarte —confieso dándome cuenta de que, pese a que soy yo la que está poniendo fin a esto, me duele. Unas lágrimas empiezan a empañar mis ojos y me giro para que no vea mi debilidad.

    —Cariño, puedo cambiar, lo prometo. —Se acerca rozando su pecho contra mi espalda, abrazándome desde atrás.

    —No puedes, es mejor que lo dejemos así.

    Respiro, me giro, cojo el bolso que he dejado al lado del moderno sofá de cuero y me dirijo hacia la puerta. Al entrar en el ascensor lo veo salir al pasillo en dirección hacia mí y rezo para que se cierren las puertas y baje lo más rápido posible hasta la calle.

    —¡Vera, vuelve! —grita y da un par de golpes en la caja de hierro, pero yo ya estoy dentro, a salvo.

    Después de más de dos semanas sin él, aquí sigo, resistiendo a sus continuas llamadas y mensajes. No sé si os habéis visto alguna vez en una situación similar, pero yo tengo una sensación agridulce. Me explico: le echo de menos, pero en el fondo sé que ha sido la mejor decisión que he tomado en los últimos meses. A ratos me siento sola, pero cuando pienso en todas las posibilidades que tengo frente a mí, se me pasa. Desde luego tener a mi mejor amiga Minerva bajo el mismo techo me ayuda bastante porque al mínimo atisbo de debilidad ella me recuerda por qué puse fin a la relación.

    Debería haberlo dejado antes… ¿Por qué me he complicado durante tanto tiempo? ¿Por qué nos machacamos tanto por alguien que no nos hace ningún bien? Quizá algún día, algún estudio certifique que definitivamente al ser humano le gusta padecer. No me hagáis mucho caso, estoy demasiado reflexiva. Pero, en serio, ¿por qué? Soy la dueña de mi vida y quiero vivirla sin nada que me la complique. Ya es bastante complica por sí sola…

    Vivo con mis dos mejores amigas en una bonita casa a las afueras de Valencia, en una tranquila urbanización. Soy profesora de inglés; me dedico a dar clases particulares y, en breve, entraré a trabajar como maestra en uno de los centros educativos más exclusivos de la zona. Así que… ¿qué necesidad tengo de estar amargándome la vida por un hombre que no me respeta? Ninguna. Todos somos libres para decidir qué queremos en nuestras vidas.

    Cierro el grifo de la ducha, salgo envuelta en una toalla mullida, me seco y salgo directa a mi habitación. En momentos como este me doy cuenta de que valió la pena la discusión que tuve con Isa para poder quedarme el dormitorio con cuarto de baño. Es un lujo no tener que salir por el pasillo medio en pelotas.

    —¡Joder, qué susto! —escupo acordándome de todos los santos habidos y por haber—. ¿Qué haces, Isabel? ¿Quieres matarme? Porque ha faltado poco para que me pete la patata.

    —Lo siento, nena. No quería asustarte. —Pone carita de arrepentimiento y, como parece un angelito, la perdono al instante.

    —Podrías haber hecho un poquito de ruido o decirme que estabas aquí.

    Me mira y frunce su morrito como cuando vas a pedir un favor enorme y no sabes cómo hacerlo.

    —¿Qué pasa? ¿Quieres algo? —pregunto. Seguramente querrá que le preste algún vestido para el fin de semana.

    —Ha vuelto a llamar —me informa esbozando una especie de sonrisita—. Está hecho polvo…

    —Basta, Isa, por favor. Lo tengo muy claro.

    —Lo sé, perdona. Solo… —titubea— me da penita.

    —Isabel y su gran corazón —farfullo harta de que una de mis mejores amigas esté apoyando más a mi ex que a mí.

    —Oye, solo digo que está pasándolo mal —se queja—. No sé si creer eso que dices de que se ha estado acostando con otras. No tienes pruebas, Vera.

    Me quedo pensando un segundo. No, no las tengo, pero a veces mi instinto me basta. El simple hecho de tontear con otras ya me parece una falta de respeto. Habrá quien piense que soy muy posesiva y exagerada, pero es mi vida y no quiero sentirme el resto de ella como me he sentido durante el tiempo que he estado con Biel. No hay vuelta de hoja.

    —Da igual, déjalo —digo quitándole importancia al asunto.

    Un ruidito en la habitación de Minerva me salva del siguiente asalto de Isa para convencerme de lo magnífico que es mi ex. Me acerco a la puerta y veo asomar su cabecita loca por el pasillo.

    —Voy enseguida —anuncia y yo rezo para que no tarde mucho tiempo. No quiero darle la opción a Isa de comerme la cabeza.

    Cojo un vestido de licra de color verde oscuro y un conjunto de lencería súper mono, y me lo pongo.

    —Por cierto, ¿te gusta el color de las mechas que me han hecho las chicas? —pregunto cambiando de tema. Sé que cuando habla de peluquería y estética se olvida hasta de respirar.

    —Sí, te lo han dejado muy bonito; el color chocolate te sienta genial con esas mechitas. ¿Has ido a Rocío Vega?

    —Pues claro, ¿dónde iba a ir si no? Me encanta cómo me miman cada vez que voy.

    —Por Dios, solo por el masaje vale la pena ir.

    —Sí, ¿por qué crees que voy yo? —me río y ella me sonríe. Sabe perfectamente que le he nombrado lo de la peluquería porque quería dejar el tema de Biel.

    —A ver… —Con detenimiento estudia el esmalte y las florecillas que hay dibujadas en mis uñas—. ¡¿También has pasado por Star-Nails?!

    Me entra la risa y doy un pequeño tirón para recuperar mi mano.

    —¡Joder, qué ojo tienes, jodía! —no se le escapa una—. Sí, hoy tenía ganas de mimarme un poco.

    —No es que tenga ojo, es que ese diseño tan chulo no podía ser de otra que no fuese mi Rosabel.

    —Sí, la verdad es que tiene mucha mano para dejarte unas uñas preciosas.

    Oímos unos pasos y al momento entra Minerva con tres botellines de cerveza con tequila. Como de costumbre, las trae abiertas para que ninguna pueda negarse a bebérsela.

    —Tomad y bebed —dice dándonos a cada una botella.

    —¿Qué celebramos? —pregunto a sabiendas de que no hay necesidad de celebrar nada para tomarnos una birrita.

    —Que estamos vivas, sanas y que al menos nosotras dos —Me agarra del brazo y me pone a su lado— estamos solteras. Tú estás más jodida, Isa.

    —Ja, ja, perraca. Yo estoy muy feliz con Daniel.

    —Claro, porque no tontea con otras. Habría que verte a ti si Dan actuase como Biel.

    ¡Zasca!

    —Ni yo misma lo hubiese dicho mejor —afirmo alucinada con la capacidad que tiene mi mejor amiga para decir exactamente lo que pasa por mi mente.

    Le doy un buen sorbo a mi cerveza y me dejo caer en la cama.

    —Sois malas —se queja Isa dándole un codazo a Minerva.

    —Tengo que defender a mi amiga —se excusa Mine.

    —¿Y yo qué?

    —A ti no sé qué te ha dado para defender tanto al mujeriego ese.

    —Joder… Vale. Perdona, no es que no la apoye. Lo sabes, ¿verdad? —pregunta mirándome a los ojos—. Es solo que no creo que te haya engañado.

    —A veces pienso que estás de su parte y… me jode, Isa.

    Mi amiga se acerca, se tumba a mi lado y me acaricia el brazo con cariño.

    —Lo siento, nena. No quiero que pienses así. Sabes que te quiero y que te apoyo más que a nadie.

    Respiro hondo y le sonrío. En el fondo sé que me apoya en todo, pero su inocente y buen corazón la hacen pensar solo cosas buenas de las personas. Lo ve todo de color de rosa, aunque el verdadero color sea el más negro de los negros.

    —Sé que es porque eres la persona más inocente que existe en el planeta, pero te quiero, petarda.

    Me regala una de sus bonitas sonrisas y me abraza. Siento hundirse más el colchón y al momento tenemos a Minerva tirada encima de nosotras.

    —Venga, parad ya que me pongo tonta yo también —dice poniendo morritos.

    Las tres nos reímos a la vez al vernos tiradas en la cama con los ojos haciéndonos chiribitas. Qué sensibles que estamos, por Dios.

    —¿Qué planes tenéis? —pregunto para cambiar otra vez de tema.

    —¿Cómo que qué plan tenemos? ¿No te acuerdas?

    Me quedo muda y hago un rápido repaso a mis próximos eventos mentalmente. Y no, no encuentro ninguno, salvo el de salir bien mona a tomar algo.

    —Joder, Vera. Te has olvidado —afirma (con toda la razón del mundo) Isa.

    —Eh…—intento recordar lo que se supone que he olvidado. Nada.

    —Eh…—repite y se burla Minerva—. Es el cumpleaños de su querido Daniel.

    —Ah… Algo de eso sí me suena.

    —Te lo dije la semana pasada; sus amigos le han organizado una fiesta en casa de Javier y Teresa.

    Al oír el nombre de Javier salta al instante una alarma en mi cabeza. Recuerdo perfectamente a la encantadora pareja y la relación tan buena que

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1