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Apokalypse
Apokalypse
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Libro electrónico251 páginas3 horas

Apokalypse

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Información de este libro electrónico

Una gran aventura cuántica en la que el bien y el mal dependen del observador...
Superhéroes, conspiraciones, leyendas, extraterrestres y mucho, mucho más...
¡No te la pierdas!

El planeta Tierra se encuentra al borde del colapso, a causa del hombre y su inconsciencia.
Necesita a un héroe que lo libere de la enfermedad que amenaza con destruirlo: ¡la humanidad!

Cuando Gábriel oiga voces en su cabeza pensará que se está volviendo loco. Al fin y al cabo es tan solo una persona normal,
un ciudadano más sin nada especial luchando por sobrevivir. Pero cuando descubra que todo lo que esa voz le ha dicho es cierto
deberá decidir si acepta o no la misión, salvar al planeta a costa de destruir a su propia raza...

Mr. Luz es el gran héroe que defiende la ciudad de Sumadia, un deboto de la justicia e idolatrado por el pueblo. Cuando se entere
de los planes de este nuevo villano, luchará por salvar a la raza humana a cualquier precio....

El futuro del planeta y de la humanidad depende de una decisión, ¡la tuya!

IdiomaEspañol
EditorialBenji de Lara
Fecha de lanzamiento19 abr 2020
ISBN9780463792681
Apokalypse
Autor

Benji de Lara

Autor independiente de obras variadas especializado en ciencia ficción y fantasía, así como en cuentos infantiles que transmitan valores positivos.Me gusta dotar a mis obras de mensaje y profundidad psicológica, para que no solo sean solo un entretenimiento, sino que dejen pequeños posos de sabiduría en el lector y que contribuya a que viva con mayor plenitud su experiencia de vida.

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    Apokalypse - Benji de Lara

    Causalidad

    Caminaba apresurado con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha, evitando cruzar la mirada con ninguno de sus vecinos ya que lo último que le apetecía era tener que dar explicaciones. Las voces habían ido cesando, al parecer al mismo tiempo que pasaba el efecto de los medicamentos, pues notaba como iba recuperando sus sentidos gradualmente. Sin embargo, por más que lo intentaba, no podía dejar de pensar. No podía evitar darle vueltas una y otra vez a esa conversación. Debes matarlos a todos... Recordaba esas palabras con una nitidez asombrosa. ¿Fue real? Esa era la pregunta que no podía dejar de hacerse una y otra vez. ¿Acaso, todo lo que le contó, podría ser cierto? La cabeza le daba vueltas y él solo deseaba llegar a casa y poder darse una ducha caliente.

    Gábriel vivía en un bloque de pisos, bastante decadente, situado en las afueras de Sumadia, en un barrio humilde de trabajadores pero lidiando con los barrios más marginales y con mayor índice de delincuencia. Por fortuna para él, sus hábitos de vida solitarios le habían permitido pasar inadvertido y no buscarse problemas. No era un buen sitio para vivir, pero le resultaba un lugar asequible para su reducida economía. Al llegar frente a la puerta de su apartamento, tuvo que lidiar con su nerviosismo, en forma de tembleque, hasta que al fin logró atinar la llave en la cerradura. Miró por última vez a su alrededor asegurándose de que nadie le observaba antes de entrar apresuradamente y cerrar la puerta tras de sí.

    Era un piso pequeño y austero en el que el orden reinaba por su ausencia. Avanzó cruzando el comedor mientras se quitaba la chaqueta para tirarla con pesadumbre sobre un pequeño sofá desgastado. Abatido se echó las manos a la cabeza, como si intentara que todo el ajetreo interior se quedara inmóvil. Pasó junto a la mesa, en la que aún quedaban los restos de la cena del día anterior. Se quitó los zapatos, lanzándolos lejos, y se dirigió hacia el aseo, que era una de las dos únicas puertas que tenía el comedor. La otra era su habitación. Se desvistió en un desordenado baño y abrió el grifo de la ducha, deseando poder poner a remojo sus ideas, esperando que eso le relajara un poco. Cuando el agua hubo cogido buena temperatura se metió, quedándose con la cabeza bajo el chorro de agua.

    Maldita sea... ¿Qué me está pasando? —se lamentó amargamente—. ¿Por qué yo? Como si no tuviera ya suficientes problemas...

    Apoyó la cabeza contra la pared soltando un suspiro y se quedó pensativo bajo el agua caliente.

    —Sara... Si al menos estuvieras aquí... Te echo de menos amor mío...

    En ese momento la melancolía se apoderó inevitablemente de él, haciendo que las imágenes cobraran de nuevo vida en su mente...

    Se vio a sí mismo arreglándose frente al espejo, peinándose hacia atrás su melena negra, como solía hacer. Entonces apareció Sara, que sin mediar palabra le abrazó por la espalda, dándole un beso en la mejilla.

    —Va, que tenemos que irnos... Tardas más que yo en arreglarte —le recriminó con un gesto burlón.

    —Claro, tú desde que te has cortado el pelo acabas muy rápido —se quejó él—. Pero si, tranquila, ya estoy.

    —Y muy guapo que has quedado —le sonrió ella.

    Él la observó con admiración. Siempre le había encantado esa carita, con rasgos dulce y redondeados, una pequeña y delicada nariz sobre unos jugosos labios y coronada por unos enormes ojos verdes rebosantes de jovialidad. Además debía admitir que, al contrario de lo que él pensaba, ese corte de pelo, de media melena con las puntas delanteras más largas y peinadas hacia delante, la favorecía aún más, realzando su mandíbula de ángulos perfectos.

    —Vamos —le dijo ella al verle embobado.

    —Perdona, perdona... Es que he quedado extasiado por tu belleza —bromeó tras reaccionar.

    —Qué adulador eres...

    Se acercó a ella y la abrazó con ternura.

    Estando bajo la ducha, con el agua cayendo incesante sobre su cabeza, respiró profundamente, recordando el olor tan particular, esa embriagadora dulzura que producía el perfume al mezclarse con su propio olor... Recordando el tacto de sus finos cabellos humedecidos al rozar en su mejilla, sintiendo ese abrazo piel con piel, el latido de su corazón junto al suyo. Intentó que ese instante durara eternamente en su mente, mientras hacía una larga y profunda inhalación. Pero nada es para siempre...

    Finalmente exhaló lentamente, volviendo al triste y solitario presente. Con la cabeza apoyada en la pared cerró el grifo y el agua dejó de regar su cabellera. Cogió la toalla, se secó un poco y después se colocó firme frente al espejo y esperó ahí, mirando su rostro difuso e informe en el empañado cristal. Amargamente pensó que aquel Gábriel desapareció junto a Sara, ahora solo quedaba eso, un cuerpo sin rostro, sin identidad ni sentido de vida...

    Las voces habían cesado, pero le quedaba aún fresco el recuerdo de sentirlas dentro de su cabeza. Jamás antes había sentido nada parecido y, aunque puede que fuera provocado por el efecto de los sedantes, le había dejado una sensación muy extraña que no podía olvidar. Sin contar, por supuesto, con el mensaje... Esa voz le había contado algo terrible... Y lo que le pedía: que para evitar el trágico futuro que esperaba, debía matarlos a todos...

    Sintió un escalofrío que recorrió su cuerpo. Seguramente había sido solamente eso, una alucinación, sin embargo la sensación había sido diferente. Era como cuando haces un descubrimiento revelador que ya no puedes olvidar jamás. Y el simple hecho de pensar que no fuera una alucinación, que fuera real, le daba escalofríos... Por eso no tuvo más alternativa que intentar aclarar sus dudas. Si tan solo fue una alucinación fácilmente lo descubriría, pues esa voz le contó cosas muy concretas, le dio el nombre de ese objeto.. ese que debía conseguir, y jamás antes había oído. Él no pudo habérselo inventado.. Así que allí estaba, en una esquina de la habitación, sentado frente al ordenador en un viejo escritorio iluminado por la única ventana de la sala. Encendió el equipo informático, se arremangó y clavó su mirada en la pantalla, dispuesto a adentrarse en la red, ese enorme mundo informatizado que conectaba a todos los equipos del mundo entre sí mediante filamentos de datos, y que se había convertido en la mayor fuente de información que jamás hubiera existido, en busca de toda la información posible, para desmentir de una vez esa locura y poder quedarse tranquilo, poder decirse a sí mismo que solo fueron los sedantes.

    Apoyó los codos en el escritorio y esperó hasta que el equipo informático se encendiera. La tecnología había avanzado mucho en los últimos años, pero esos avances no estaban al alcance de cualquiera. Inquieto, se echó las manos a la cabeza intentando vanamente aclarar su mente. En cuanto el equipo estuvo listo pensó cuál sería su primera búsqueda. Tetragramatón, así lo había llamado. Introdujo todas las letras y esperó el resultado. Instantes después la búsqueda le devolvió cientos de coincidencias.

    —¿Pero qué...?

    Le aparecieron cientos de resultados en los que se incluía esa palabra, por lo que la palabra existía. Pero lo que le aterró fue a que estaba asociada esa palabra. Entró en una de las páginas. Era un blog llamado Despierta, la matrix te poseé, y hablaba en un artículo sobre un objeto legendario llamado el cáliz de los Dioses. Al parecer en algún momento se utilizaba la palabra tetragramatón para referirse a él.

    Gábriel, con el rostro más blanco de lo habitual, tragó saliva. ¿Podría ser cierto? Su corazón se aceleró.

    El artículo hablaba sobre el cáliz de los Dioses, pero no daba datos concretos, tan solo contaba partes de una leyenda. Comentaba a grandes rasgos que algunas culturas antiguas tenían dibujos de algo parecido a dos triángulos invertidos, y que los pocos descendientes que aún perduran de esas tribus, cuentan a sus nietos la historia de que unos seres divinos les hicieron a los humanos un regalo, el cáliz de los Dioses, para que con él fueran prósperos y felices. Pero, contrariamente, ese regalo hizo que las tribus pelearan entre sí por hacerse con el cáliz y, en medio de todas esas batallas por hacerse con él, se le pierde la pista en algún momento y su existencia queda como una leyenda... Pese a eso, la similitud ya le hizo estremecer. No obstante aún se resistía, así que volvió atrás y buscó más información. Entró en otra página, llamada el conocimiento supremo, en la que se jactaban de ser expertos en las diferentes materias, pero, curiosamente, también mentaban el tetragramatón. En cambio ellos lo hacían desde un punto de vista distinto. Se reían del simple hecho de que alguien pudiera dar veracidad a cualquier leyenda sobre ese asunto. Este hecho le tranquilizó un poco. Alegaban que no hay ningún tipo de prueba de su existencia, lo cual ya por sí mismo demuestra que no haya existido, y que en el supuesto de que un objeto así hubiera podido existir, cosa que contradiría la capacidad tecnológica existente miles de años atrás, habría cientos de menciones sobre él, ya que hubiera sido el objeto más importante y revolucionario de la historia, pero, en cambio, lo único que habían eran cuentos para niños.

    «Es verdad... ¿Cómo puedo creerme esas cosas? Si algo así existiera se sabría... »

    Se vio tentado a desistir, a dejar de buscar, pero, sin saber por qué, siguió. Entró en otra página que le llamó la atención por su nombre, Exo, la verdad está fuera

    La página tenía un diseño curioso y vanguardista y los titulares de los diferentes artículos eran igualmente llamativos: - Los aliens nos observan; -La conspiración del miedo; -La Luna: ¿un satélite artificial?; -¿Corre ADN extraterrestre por nuestras venas?; etc... Pero entre todos ellos encontró el que buscaba: Tetragramatón-El cáliz de los milagros"

    Clicó sobre el artículo y comenzó a leer.

    El artículo explicaba la historia de un objeto entregado a los hombres por los mismos Dioses. Se cuenta que con él se podían obrar milagros, cosas tales como convertir un desierto en un vergel radiante en el que las cosechas crecieran prósperas, o incluso construir ciudades enteras sin el menor esfuerzo. Se rumorea incluso que fue con su ayuda que las primeras civilizaciones evolucionaron. Gracias al regalo de los Dioses fueron prósperas y vivieron en armonía hasta que, en algún momento, todo se torció. La maldad del hombre apareció y comenzaron las envidias que ocasionaron las guerras. Pero, a diferencia de la otra página, el artículo afirmaba que, para evitar que el legendario objeto cayera en malas manos, fue escondido y custodiado. Cuentan que lograron transportar el objeto, escondido de sus perseguidores, y fue llevado a un templo sagrado, y que allí una orden de monjes consagrados al creador lo protegerían, hasta que alguien digno llegara para reclamarlo.

    Gábriel se revolvió inquieto en el sillón. No quería pensar que pudiera ser cierto pero... ¿Y si lo era? ¿Cómo podría él hacerse con el tetragramatón? ¿Seguiría estando en ese templo? No pudo evitar hacerse la pregunta que rondaba su mente: ¿Era él digno de reclamarlo en caso que existiera? Él, que no era más que un don nadie... Meneó la cabeza.

    —Qué tonterías dices... —farfulló en voz alta, pese a saber que nadie le oía—. No es real. No puede serlo... No son más que páginas de conspiraciones. No hay pruebas de nada de eso, e inventar cosas es muy fácil... Se retiró de la mesa y se puso en pie. Se plantó junto a la ventana mientras se frotaba las manos contra la cara, saturado.

    «¿Por qué me tienen que pasar a mí estas cosas? ¿No hay más gente en el mundo? Como si yo no tuviera ya suficientes desgracias en mi vida...»

    Deprimido se quedó mirando la ciudad que se extendía tras su ventana, gris y fría, llena de gente pero a la vez tan solitaria. Observó como el Sol comenzaba su descenso dejando a la Luna en su lugar.

    ¡¡Riiing, riing ringg...!!

    El despertador comenzó a repiquetear sonoramente. Una mano salió de entre las sábanas y con un toquecito el molesto sonido desapareció. Tras unos segundos en pausa, se oyó un murmullo seguido de un bostezo. Después se desperezó estirándose, haciendo caer la sábana a un lado de la cama. Abrió los ojos y se los frotó con el antebrazo al verlo todo negro, pero no era culpa de los ojos. Se incorporó en la cama, después lo pensó unos segundos antes de ponerse en pie. Dio varios pasos a ciegas hasta palpar la tela de las cortinas. Las abrió lentamente, pero aún así quedó cegado por la deslumbrante claridad del Sol que entraba del exterior. Frotándose los ojos y con paso tambaleante se dirigió al baño para asearse un poco.

    Abrió el grifo y se frotó la cara con agua fría usando ambas manos, lo que le despejó al instante. Cogió la toalla y se secó la cara, después se miró al espejo.

    —Yeah.. ¡Eres sexy! —se dijo a sí mismo guiñándo un ojo. Después se peinó hacia atrás un poco con las manos su pelo rubio, cogió el bote de perfume de la estantería tras el espejo y se roció un par de veces antes de volver a dejarlo, mirarse de nuevo en el espejo, orgulloso, y volver al dormitorio. Abrió el armario, sacó un tejano azul desgastado y se lo puso. Buscó una camisa. Se probó una color salmón, pero finalmente se decidió por otra blanco crudo. Se observó de nuevo, esta vez en el espejo de cuerpo entero del dormitorio, y de nuevo quedó encantado consigo mismo. Desabrochó uno de los botones superiores de la camisa, permitiendo que se le vieran los trabajados pectorales, y posó brazos en jarra. Después sonrió y entornó los ojos practicando su mirada seductora. Tras mirarse un poco más finalmente le regaló una sonrisa al espejo y salió del apartamento.

    Tras bajar los más de veinte pisos en cuestión de segundos, gracias al sofisticado ascensor del que hacía gala el prestigioso hotel en el que se alojaba, llegó al hall principal, en el que un botones ya le esperaba.

    —Muy buenos días, señor Rico —le saludó y comenzó a seguirle mientras este caminaba hacia la salida.

    —Te he dicho que me llames Rafael...

    —Buenos días señor Rafael Rico —repitió el botones.

    —Buenos días Charles... —respondió dándose por vencido.

    —Ya he hecho llamar a su coche señor, le espera en la salida.

    Ambos llegaron a la puerta principal del edificio. Rafael comprobó que efectivamente su coche ya le esperaba aparcado frente a la entrada. Era un bólido de carreras con una aerodinámica basada en los aviones de combate, de un color azul eléctrico metalizado. Era su última adquisición.

    —Está bien, muchas gracias Charles —dijo Rafael sacando un billete de veinte del bolsillo y ofreciéndoselo al botones.

    —Muy amable, señor —respondió haciendo un gesto de agradecimiento con la cabeza.

    Se giró con una sonrisa y se dirigió al vehículo. Al aproximarse emitió un destello luminoso y la puerta del conductor comenzó a ascender verticalmente. Rafael se introdujo dentro y después volvió a cerrarse sola.

    —Veamos de lo que eres capaz, pequeño... —susurró antes de meter la marcha y pisar el acelerador a fondo.

    El coche salió disparado quemando ruedas.

    Tras dar una enorme vuelta por las periferias de Sumadia, donde pudo exprimir un poquito el coche sin poner en peligro a ningún ciudadano, llegó al centro de la ciudad a bordo de su deslumbrante nuevo bólido, que atrajo las miradas de los transeúntes. Finalmente paró delante del pub Silicio, al que había sido invitado para un evento que organizaba un amigo suyo en el que le había asegurado que habría muchas chicas.

    Dejó que uno de los trabajadores del pub se encargara de su coche, saludó a Frank, el jefe de los porteros, y entró por la puerta VIP, frente a la mirada de los integrantes de la larga cola.

    El ambiente del pub Silicio era inmejorable, la música sonaba alta mientras luces de varios colores centelleaban siguiéndole el ritmo. Eran pocos los días que tenía libre, y no pensaba desaprovechar esa noche. Avanzó entre la multitud que copaba la pista bailoteando entre ellos. Lo bueno de un sitio así, pensó, es que puedes pasar inadvertido. Se mezcló con la multitud y bailó despreocupadamente durante un rato. Después se retiró a su zona VIP privada y se quedó ahí tranquilo observando. Fue cruzando miradas hasta que unos preciosos ojos verdes le cautivaron. La chica, una atractiva morena, le aguantó la mirada. Eso le gustó. Sonrió para sí mismo antes de levantarse e ir directo hacia ella, sin que sus miradas se cortasen ni un segundo.

    —¿Me permites un baile? —preguntó. Sin embargo, sin esperar su respuesta la agarró de la cintura y la atrajo hacia sí. La chica le agarró la cintura y sonrió.

    Comenzaron a bailar, contoneándose mutuamente en bailes muy pegados.

    —¿Quieres venirte conmigo esta noche? —le susurró al oído.

    —Será un placer —murmuró ella con mirada felina.

    Rafael sonrió.

    Todo estaba oscuro. Gábriel miró a su alrededor pero no logró ver nada. No recordaba dónde estaba ni cómo había llegado hasta allí. Cuando el pánico se iba a adueñar de él, notó una mano apoyarse en su hombro. Le transmitió tranquilidad. Al girarse allí estaba Sara. Esta le miraba con sus enormes ojos, pero no le transmitían la alegría habitual. Estaban serios, preocupados.

    —No debe... —murmuró ella negando con la cabeza.

    —Sara... La miró sin entender. De repente la oscuridad había desaparecido y se encontraban en un lugar conocido, pero Sara captaba toda su atención. Vestía una camisa salmón clara y sobre ella llevaba una bata blanca. Vestía la ropa del trabajo. Junto a ellos había una camilla.

    Gábriel miró a su alrededor y descubrió que estaban en un quirófano, y en la camilla se encontraba un cuerpo tapado por una sábana.

    Sara le cogió de la mano y la apretó. Sintió el calor de su tacto.

    —No puedes permitirlo... —le dijo esta con preocupación. Después miró a la camilla. Con la otra mano apartó la sábana mostrando el rostro de una chica. No la reconoció. Entonces oyó el pitido de un monitor cardíaco, acompañando el ritmo de los latidos. Después volvió a mirar a Sara pero, de repente, la situación se tornó más angustiosa cuando el ritmo de los latidos cayó en picado. Sara intentó reanimarla, con un masaje cardiovascular mientras le gritaba pidiendo ayuda, pero se sintió paralizado. Vio como la situación empeoraba y Sara, frustrada, no podía evitarlo, pero él, por más que lo intentaba estaba inmóvil, como un simple espectador que nada podía hacer. La sensación de angustia creció aún más cuando el pitido se volvió continuo. Sara paró en seco.

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