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Las huellas del terror
Las huellas del terror
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Libro electrónico246 páginas3 horas

Las huellas del terror

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 Las Huellas del Terror  es la triste ficción de una amplia realidad. Cuenta la lucha encarnizada de la Doctora Salinas por sobrevivir al calvario de la agresividad conyugal. Cuando pensamos en el amor solo nos acordamos del rojo pasión, de viajes, sentimientos, emociones y de cosquilleos en el estómago producidos por el síndrome del amor, solo que en ocasiones, es el dolor el culpable de tal sensación.
La Doctora Salinas se enfrenta a la maldad encarnizada, a la maldad y al egoísmo de un compañero de vida sin escrúpulos, deberá sobreponerse si quiere que su final, pueda ser un final feliz.
IdiomaEspañol
EditorialExlibric
Fecha de lanzamiento29 may 2017
ISBN9788416848508
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    Las huellas del terror - José Antonio Domínguez Parra

    LAS HUELLAS DEL TERROR 

    JOSÉ ANTONIO DOMÍNGUEZ PARRA 

    LAS HUELLAS DEL TERROR 

    EXLIBRIC

    ANTEQUERA 2017

    LAS HUELLAS DEL TERROR

    © José Antonio Domínguez Parra

    Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric

    Iª edición

    © ExLibric, 2017.

    Editado por: ExLibric

    C.I.F.: B-92.041.839

    c/ Cueva de Viera, 2, Local 3

    Centro Negocios CADI

    29200 Antequera (Málaga)

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    su contenido está protegido por la Ley vigente que establece

    penas de prisión y/o multas a quienes intencionadamente

    reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria,

    artística o científica.

    ISBN: 978-84-16848-50-8

    Nota de la editorial: ExLibric pertenece a Innovación y Cualificación S. L.

    JOSÉ ANTONIO DOMÍNGUEZ PARRA 

    LAS HUELLAS DEL TERROR 

    Sebastián Araujo y Corominas, empezó la mañana como era su costumbre desde hacía más de un año cuando, se acogió a una jugosa jubilación anticipada.

    Era el tercer hijo de una acomodada familia de Sevilla. Su hermana mayor, Patricia, era directora de una famosa editorial en Madrid y consejera de un importante banco. Doctorada en Economía en una prestigiosa universidad inglesa, inició su trabajo entre Nueva York y Londres para la British Petroleum. Sin embargo, sus ganas de vivir en España, le hizo aceptar una jugosa oferta en Madrid que le aportaba una gran cantidad de beneficios tanto económicos como de comodidad. Le gustaba la vida de la alta sociedad guiada por la experta mano de su marido, con un alto cargo en el Ministerio de Asuntos Exteriores.

    Armando, el segundo de los hermanos, era un famoso cardiólogo, se había casado con una de las mujeres más rica de Madrid y, como a su hermana Patricia, le encantaba codearse con la alta sociedad madrileña.

    Sebastián por el contrario, parecía ser el garbanzo negro de la familia. Era liberal y su vida, transcurría entre la gente corriente de Sevilla, a pesar de gozar de una gran posición. Bastante más inteligente que sus hermanos mayores, cursó todos sus estudios en su ciudad natal. Se licenció en Derecho y luego en Economía, y, desde que terminó sus respectivas carreras, trabajó en el Banco de España donde ocupó un alto cargo.

    A sus cincuenta y cuatro años, aún se encontraba soltero, aunque no exento de haber tenido una buena serie de romances con chicas muy bien elegidas y todas de una belleza extraordinaria. Se podía decir que el hombre, era un verdadero Don Juan y siempre, evitó la posibilidad de comprometerse en el matrimonio, lo cual, le causó tener varias trifulcas con algunas de sus bellas novias.

    El elegante y atractivo cincuentón, vivía en la coqueta plaza de Los Farolillos del encantador barrio de Triana. Era propietario de una bonita casa de dos plantas con casi trescientos metros entre vivienda, garaje y jardín. Desde su jubilación, se había acostumbrado a dormir bastante, por lo que, como es natural, no era precisamente madrugador. Solía levantarse sobre las nueve de la mañana, se metía en la ducha y acto seguido, se preparaba un buen vaso de zumo de naranja, que se tomaba mientras se dedicaba a regar las flores del bonito jardín que daba a la calle y que con tanto esmero cuidaba.

    Mientras regaba y cuidaba cada una de las plantas del pequeño jardín, no cesaban los saludos a las numerosas madres que pasaban con sus pequeños para llevarlos a la cercana escuela infantil, situada en la calle Valladares donde, quedaban al cuidado de unas simpáticas educadoras que los mimaban hasta las tres de la tarde. También saludaba a otras muchas mujeres que con sus carros de la compra, se dirigían al cercano mercado donde harían la compra en los distintos puestos de venta repletos de productos de primerísima calidad.

    Terminada la hora de tomarse el jugoso zumo y las bonitas plantas bien regadas, marchaba a la cercana calle de San Jacinto, para tomarse un buen desayuno en la cafetería de su amigo Felipe Hinojosa, situada en la parte peatonal de la concurrida calle. Siempre pedía lo mismo, una tostada de pan casero, aderezada con un exquisito aceite de oliva que hacía las delicias de Sebastián junto a un buen vaso de café con leche. Conversaba con su amigo Felipe y otros compañeros y luego, daba un repaso muy superficial a la prensa del día, aunque él, se daba por bien informado con las noticias en radio y televisión.

    Una vez terminado con el ritual de su apetitoso desayuno, se daba un largo paseo si no tenía que hacer ninguna compra en el mercado. El resto de la mañana, se sentaba en una cómoda butaca instalada en su querido jardín y se disponía a seguir con la lectura de su novela de misterio que tanto le gustaba. Llegado el medio día, se colocaba su delantal y daba comienzo la cotidiana tarea de la cocina, en la que se consideraba un experto. A ratos, se asomaba a su jardín para continuar con sus habituales saludos a las numerosas vecinas y conocidas que cada día pasaban por la acera, algunas de las cuales, le proponía entre bromas hacer un cambio con su marido. De esa forma, ganaban un buen cocinero y un hombre que causaba una gran admiración entre ellas por su extraordinario porte.

    Algo más tarde, empezaban a desfilar los colegiales todos muy juguetones con los que siempre andaba bromeando. Justo frente a su jardín, había un banco con ambos lados disponibles para poderse sentar. Un lado que miraba a la plaza y otro lo hacía en dirección a su casa. Como siempre, el dichoso banco se encontraba ocupado. Unas veces por ancianos que se enfrascaban en discusiones sobre fútbol, otras veces por mujeres con sus pesados carros de la compra y muchas otras con los niños saltando de un lado a otro y las mochilas por los suelos.

    Casi todas las mañanas, transcurrían con la misma cantinela, saludos, ratos de charlas y el cuidado de su querido jardín.

    Una de esas mañanas y ya a finales de Marzo a las puertas de la Semana Santa, después de regar sus plantas y tomarse su buen desayuno, se acomodó en su butaca para disponerse a seguir con su novela de intriga, que se ponía muy interesante. Se encontraba totalmente absorto en la lectura cuando, levantó la cabeza alertado por el estridente sonido de un claxon. En ese momento, se fijó en la mujer que sentada en el banco, solitaria, miraba en dirección a su jardín.

    De manera disimulada, se dispuso a inspeccionar a la bella mujer que se encontraba a escasos metros de él. Enseguida, se dio cuenta de que era una mujer de una belleza extraordinaria. Calculó que tendría entre cuarenta y cuarenta y dos años, no más. El pelo rubio recogido con una sencilla coleta y no muy largo. Unos ojos grandes y azules, la piel muy blanca con algunas pecas en las mejillas, un bonito y sencillo vestido azul con lunares blancos, cinturón azul y zapatos también azules. Tenía las piernas cruzadas y mantenía una pose elegante, que a Sebastián, le pareció un poco provocativa, siendo ese detalle lo que más le agradó.

    Miraba al cielo, a los árboles y se fijaba en unos gorriones que correteaban a su alrededor, sin embargo, parecía estar ausente. Con toda seguridad, su pensamiento se encontraba muy lejos de aquel lugar, dando la sensación de encontrarse bastante preocupada.

    Hubo un momento en que se cruzaron las miradas. Sebastián, parecía haberse quedado hipnotizado al sentirse observado por aquellos preciosos y grandes ojos azules. Tras varios segundos bajo la fija mirada de aquella mujer, ella, agachó la cabeza y miró a su reloj. A pesar de haber mantenido aquella mirada donde parecía inspeccionar, se le notaba que estaba ausente, algo muy extraño, ocurría con aquella bella y elegante mujer.

    Casi una hora estuvo sentada y en la misma posición. A hurtadillas, Sebastián seguía observándola y creía que ella, hacía lo mismo. Finalmente, se levantó y tras dedicarle una sonrisa, se marchó.

    El resto del día, Sebastián lo pasó recordando a la extraña mujer. Parecía estar contemplando sus ojos, la elegancia con la que mantenía sus piernas cruzadas donde se apreciaban unos muslos que despertaron ciertos deseos de Sebastián.

    A la mañana siguiente, siguió con su rutina diaria. Después de tomar su habitual desayuno en el bar de su amigo Felipe, se sentó en su butaca y se dispuso a refugiarse en su novela. Pero no había forma de seguir el hilo de la lectura. Los ojos azules de aquella mujer, seguían clavados en su persona y él, se empeñaba en continuar recordándolos. A veces, se quedaba mirando al banco a la espera de poder contemplar nuevamente a tan bella mujer. Muy a su pesar, pasaba el tiempo y él mismo, se decía que eso, no volvería a ocurrir nunca más.¡De pronto!, sonó el teléfono móvil que se había dejado en el salón, se levantó con rapidez para atender la llamada.Era su hermana Patricia quien tras los correspondientes saludos, le recordaba que lo visitarían para los días de la Semana Santa. El, le comunicó que la planta superior, se encontraba preparada para ella y su marido, que no dejaban pasar un solo año sin disfrutar de aquella semana en la maravillosa ciudad de Sevilla.

    Acabada la agradable conversación telefónica con su hermana, se dirigió a la cocina, tomó una naranja y se dispuso a regresar al jardín y sentarse de nuevo en su cómoda butaca, saborear la exquisita fruta y concentrarse en su novela.

    Al salir de nuevo al jardín, se quedó paralizado. Allí, frente a él y sentada en el banco, se encontraba la bella mujer que mantenía su mente ocupada desde el día anterior. Se dio cuenta que ella, lo miraba, pero él, que siempre tomaba la iniciativa en situaciones que parecían complicadas, se sintió ruborizado y bastante incómodo ante aquella extraña situación.

    Desistió de comer la rica naranja y en su lugar, tomó la novela y como hiciera el día anterior, a hurtadillas admiraba la belleza y elegancia de aquella enigmática mujer. Durante la siguiente hora, se mantuvo alerta de los escasos movimientos de aquella persona que lo tenía cautivado. Hizo en varias ocasiones intento de levantarse y acercarse a ella, pero no llegaba a consumar aquella iniciativa a la que su mente le empujaba. Se encontraba en una situación muy embarazosa, incómoda y con una actitud dubitativa, algo, que jamás le había ocurrido.

    En el momento en que se disponía a pasar una hoja del libro, se le cayó la naranja al suelo y tuvo que hacer un rápido movimiento para recuperarla. Al alzar la vista, se percató de que la mujer, había abandonado el banco y se alejaba por el centro de la plaza.

    Había pasado una semana y la extraña mujer, no volvió a aparecer.

    Sebastián se encontraba nervioso y hasta se reprochaba el no haber intentado dialogar con ella. Aquella persona, despertó en él una extraña sensación muy especial y un enorme deseo por encontrarla de nuevo. Pero eso, tan solo era una ilusión pasajera que lo mantenía en una actitud de intranquilidad y desasosiego.

    Se aproximaba el Domingo de Ramos y tenía que prepararse para la llegada de su familia. Esa mañana, una vez terminadas las tareas de la casa, se disponía a dar una vuelta por el mercado y hacer una buena compra de frutas, verduras y sobre todo de carne y pescado que tanto le gustaba a su hermana, además del marisco que ya estaba encargado de días anteriores. Nada más salir a la puerta, se quedó de piedra. La hermosa mujer, luciendo el mismo vestido del primer día que la vio, se encontraba nuevamente sentada en el banco y como en ocasiones anteriores, con la mente en algún otro lugar. Esta vez, no tenía ninguna duda sobre sus intenciones. Con la elegancia que siempre lo caracterizaba, se acercó a la persona que sin haber intercambiado palabra alguna, conocía, aunque solo fuera de miradas furtivas.

    —¡Buenos días señora!, le habló amablemente.

    —¡Hola caballero!, le respondió con una dulce voz.

    —¡Mi nombre es Sebastián!, en estos momentos, me dirijo a tomar un café y mi deseo, es invitarla, si es que usted acepta.

    Ella, en un principio, no dijo nada. Pasados unos segundos, se levantó le dedicó una seductora sonrisa y aceptó aquella sincera invitación.

    —¡Mi nombre es Irene!, y la verdad, es que me siento halagada con el agradable detalle que con tanta amabilidad acabas de ofrecerme y que por descontado, me va a venir muy bien para matar este aburrimiento en el que me encuentro sumergida.

    Sebastián, estaba encantado. Muy pocas veces en su vida, se había sentido tan satisfecho como en aquella ocasión.

    Se pusieron en camino en dirección al bar de su amigo, donde con toda seguridad sería objeto de algunos comentarios de curiosos compañeros, algo que no le importaría mucho y hasta era posible que resultaran de su agrado.

    Sebastián caminaba orgulloso, en dirección a la calle San Jacinto, acompañado por aquella bella y elegante mujer, casi tan alta como él, a pesar de medir su metro ochenta y cinco. Le preguntó si vivía en Sevilla. Ella, tras unos segundos, contestó que no. Más tarde preguntó si se encontraba de vacaciones o algo así. Irene, le respondió con una evasiva. Ese detalle, fue suficiente para que Sebastián, no volviera a preguntar nada más.

    Felipe Hinojosa, le sirvió un descafeinado de máquina con leche a Irene, que no quiso nada más. Sebastián como siempre, se comió una buena tostada con aceite de oliva y una taza grande de café. Se encontraban sentados en una mesa situada en un rincón, con vistas a la transitada calle. Hablaron sobre la gente que paseaba, el buen tiempo, la cercana Semana Santa y terminaron con las curiosas miradas que se cruzaron días anteriores. En un momento del desayuno, Sebastián, observó que Irene, sintió una tristeza repentina, borrando de su bello rostro la sonrisa que tan atractiva la hacía momentos antes.

    Sebastián, no quiso hacer ningún tipo de pregunta sobre su estado. En cambio, si que la invitó a dar un paseo hasta el cercano mercado, donde tenía que hacer unas compras. Irene, de forma educada y con una nueva sonrisa, declinó la oferta, alegando que tenía cosas que hacer. Él, se dio cuenta enseguida de que su excusa, no tenía fundamento alguno, pero no se atrevió a insistir a pesar de estar deseando seguir en su compañía.

    —¡Hasta pronto!—le dijo Irene, se estrecharon las manos y ella, se dispuso a marcharse. Sebastián, la siguió con la mirada, hasta que aquella elegante y educada mujer, desapareció de su vista. Él esperaba y deseaba verla pronto. Estaba gratamente impresionado con aquel encuentro que hizo nacer algo, para él desconocido hasta el momento.

    Acto seguido se dirigió al mercado, situado casi debajo del precioso puente, sin dejar de saludar a tantos y tantos conocidos del barrio. Nada más hacer su entrada, Juana, la gitana, lo piropeó tomando sus manos y acto seguido, le contó un chiste verde con el que Sebastián se partía de risa. Terminado el chiste y de proponerle relaciones delante de su marido, aunque en broma, Sebastián se sacó diez euros del bolsillo, haciendo las delicias de Juana, que aguantaba con risa los reproches de su marido, que de paso, le guiñaba un ojo a Sebastián.

    Luis el pescadero, ya le tenía apartado su lote. Dos grandes y frescas langostas, cigalas, gambas grandes y blancas de Huelva y dos hermosos rodaballos traídos aquella misma mañana de Isla Cristina y unos cuantos lenguados. Pedro el carnicero, le dio la bolsa con buenos entrecots de ternera, solomillos y un buen lomo de cerdo. Finalmente, se acercó a la frutería y se llevó otra buena ración de productos frescos, la visita de su hermana, le serviría para demostrar sus aptitudes culinarias. Menos mal, que el trayecto hasta su casa era corto, el peso de la compra era demasiado y el fino plástico de las numerosas bolsas, le hacían daño en las manos a medida que transcurría el tiempo.

    En cuanto llegó a su casa, se colocó un buen delantal y se dedicó a preparar el rico marisco. Las dos grandes langostas, serían cocidas, al igual que las gambas blancas que harían las delicias de su hermana. Antes de enfrascarse en la tarea de la cocina, enchufó su gran equipo de música donde empezó a sonar Nessun Dorma en la voz de Pavarotti. Sebastián era un melómano y la ópera, representaba para él, lo máximo en música.

    El agua, hervía acompañada de varios granos de pimienta, unos trozos de cebolla y la sal correspondiente. Las langostas, cocerían el tiempo necesario para quedar en su justo punto como su amigo Luis el pescadero le tenía aconsejado

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