Casa De Terror
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Tres relatos de terror recopilados en un libro, una combinacin entre realidad y fantasa narrada por la autora que te mantendr en suspenso.
Las almas de aquellos que no descansan en paz y reclaman tranquilidad desde el ms all, regresando al plano terrenal a pedir justicia.
Cecilia Maya Mosquera
Cecilia Maya Mosquera nació en Daule, Ecuador en 1970. Estudió en Guayaquil, en el Colegio Nacional Guayaquil, graduándose de Químico-Biólogo, para posteriormente estudiar una carrera corta en Turismo y Hotelería. Viajó a california a sus 21 años donde conoció a su futuro esposo con el cuál contrajo matrimonio en 1993, procreando dos hijos Eddie y Kimberly.
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Casa De Terror - Cecilia Maya Mosquera
Copyright © 2014 por Cecilia Maya Mosquera.
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Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Fecha de revisión: 23/01/2014
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ÍNDICE
Dedicatoria
CAPÍTULO 1. Gritos a la media noche
CAPÍTULO 2. La nueva casa
CAPÍTULO 3. Mentes malévolas
10765.pngDEDICATORIA
A ti……. que fuiste parte de mi vida siempre
A ti……..que alegraste nuestros días
A ti……..que te ibas desvaneciendo en el aire mientras yo escribía
A ti…..…que te extinguiste un día de pronto; dejando mucho dolor
Sí; te lo dedico a ti, mi hermana Mónica.
Te extrañaremos por siempre…….
10770.pngCAPÍTULO 1
Gritos a la media noche
El día estaba soleado cuando Mercedes decidió ir al pueblo más cercano para comprar las cosas necesarias para preparar el almuerzo; era una mujer bajita de estatura, cabello negro y lacio hasta los hombros, guapa; a pesar que casi no se arreglaba, sólo se dedicaba a trabajar y cuidar de sus dos hijas desde que quedó viuda.
No había aprendido a leer o escribir, su padre jamás se lo permitió, ya que en su ignorancia de campesino pensaba que si ella aprendía eso sólo serviría para estar enviándose cartas con enamorados, que la mujer estaba hecha sólo para aprender los quehaceres del hogar y nada más
.
Muy jovencita fue pedida por un hombre ya mayor al cual su padre aceptó entregársela, pero después de algunos años murió de un paro cardíaco quedando desprotegida y lo único que pudo hacer es buscar trabajo como empleada doméstica, pues tenía que darle de comer a sus pequeñas; Dalila de 9 años y Maritza de 14.
La menor era de ojos negros y cabello castaño y lacio que le llegaba hasta los hombros, delgada y muy activa, propio de su edad; Maritza también tenía cabello castaño y largo pero siempre lo llevaba recogido como una cola de caballo, ojos grandes y un lunar coqueto en su mejilla izquierda que lo heredó de su padre.
Una prima que trabajaba en la ciudad le consiguió el trabajo allá, le dio algunas recomendaciones de como era el trabajo de empleada en casa y se presentó; trabajaría de lunes a sábado, sólo podía salir los domingos y no podía traer niños al trabajo.
Ese día despertó temprano, puso a calentar agua en el fogón hecho de madera y piedras; preparó café.
En su cocina apenas tenía un par de plátanos verdes, los ralló y puso la sartén para freír las tortillas.
Despertó a sus hijas y después de desayunar contó el dinero que le habían pagado de la quincena de trabajo.
—78 dólares con 30 centavos—
Fue lo que le quedó después de pagar su pasaje de regreso a su casa.
Tenía que alcanzarle hasta el fin de mes, ¡Una miseria! pero no había podido conseguir ningún otro trabajo, por lo menos una tía le ayudaba en el cuidado de las niñas mientras ella trabajaba.
Apresuró el paso, quería regresar pronto para compartir con sus hijas ese domingo; después de 20 minutos llegó a la carretera donde pasó el bus que la llevaría al pueblo.
Entró al mercado y pidió algunos vegetales, llevó naranjas para hacer un jugo y las frutas favoritas de las niñas, siguió recorriendo el mercado y cuando tuvo lo que necesitaba caminó a la siguiente calle con sus bolsas en la mano cuando pasó un motociclista y por poco la atropella, las naranjas salieron volando por todos lados, se repuso del susto y empezó a recoger del piso lo que pudo, el motociclista ni siquiera volteó, siguió su marcha.
¡No comentó nada!
No quería asustar a las chicas que la recibieron sonrientes y felices.
Dalila fue la primera en saltar a las bolsas, encontró lo que buscaba chocolates
— sabía que su mamá jamás lo olvidaba.
Tuvieron un rico almuerzo esa tarde, pero lo que más les gustaba es pasar el día con ella.
Cada lunes regresaban a casa de sus parientes y en la cual ya no se sentían bien recibidas, todo había sido tan difícil desde que murió su padre hace unos meses.
Después de ayudar a lavar los platos a su madre, Maritza abrió la puerta y salió a jugar. —Dalila la siguió, su madre las observaba por las rendijas de las humildes paredes de caña de su vivienda.
No era peligroso, la casa más cercana estaba ubicada a por lo menos 5 minutos caminando, pero habían vivido allí ya por muchos años y todos alrededor se conocían.
Fue lo único que tenían de herencia de su padre:
¡Esa casita y 2 cuadras de terrenos para sembríos!
Mercedes cosechaba algunos vegetales lo cual le ayudaba para sobrevivir.
La vecina más cercana era doña Luzmila: una mujer mayor como de 60 años que vivía con su esposo, un hombre sencillo dedicado a las tareas del campo, nunca tuvieron hijos, cuando Mercedes pasaba por su casa siempre estaba sentada en una hamaca y las saludaba con la mano desde lejos cuando las veía acercarse, le gustaba mucho ver a las niñas corretear por allí y les invitaba tarta de manzana y les preguntaba como les iba en la escuela siempre, les tenía mucho cariño.
Ambas niñas eran bien educadas y siempre agradecían a doña Luzmila por el delicioso postre.
A las seis y media de la tarde ya empezaba a oscurecer en el campo, Maritza sabía que era hora de regresar a casa, se habían alejado un poco en dirección hacia el río, ¡Dalila vamos! —Dijo a su hermana menor— que estaba muy entretenida cortándole el paso a una gran hormiga roja, ignorando a su hermana.
Después de unos minutos Maritza insistió, pero Dalila no la obedeció sino hasta cuando sintió la picadura del insecto.
Regresaron corriendo pues ya los mosquitos empezaron a aparecer en grandes cantidades y espantándolos a manotazos entraron a la casa.
Mercedes ya había barrido la casa y ordenado todo.
Encendió la vieja radio de pilas que tenía cubierta con una funda de almohada para que no le entre el polvo, no se podía ver los botones pero ella sabía perfectamente donde estaba cada uno de ellos;
¡No te tardes! —Le gritó su madre—. ¡No quiero que Dalila se duerma antes de darse un baño también! —agregó.
La cama era de dos plazas, allí dormían las 3 en el cuarto de su madre, desde que Leandro falleció las niñas no quisieron dormir en el otro cuarto, tenían todas sus cosas allá pero en la noche jamás querían estar solas. Mercedes las había regañado varias veces para que regresen a su cama durante el último mes pero no había conseguido hacerlas cambiar de idea.
Una noche les explicó que no había motivos por el cual tener miedo, que las personas cuando mueren se van al cielo y desde allá estan cuidando a las personas que quieren. A pesar de sus 29 años, era una mujer valiente, no le tenía miedo a la soledad en la