SAMANTA y ELIEL Una Guerra entre el CIELO y el INFIERNO
Por Natasha Vargas
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Samanta y Eliel se conocen en el sitio menos imaginado, cuando estan en ese sitio viven unas aventuras que los acercan cada vez mas. Pero una serie de eventos desatan una Guerra que ha estado latente por millenios.
Una lucha de poder, amor y sobre todo rencor se ha perpetuado a traves de todos los tiempo. Este mismo amor haras que te entregues a esta Novela.
¿Donde crees que se conocen Samanta y Eliel? Atrevete a descubrirlo YA...
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SAMANTA y ELIEL Una Guerra entre el CIELO y el INFIERNO - Natasha Vargas
Natasha Vargas
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Tabla de contenido
Capítulo I: El lugar que todos soñamos
Capítulo II: Mi mejor amigo
CAPÍTULO III: No todo es lo que parece
Capitulo IV: 4 años atrás
Capítulo V: Una guerra se inicia
Capítulo VI: Batalla final
Epílogo
Capítulo I
Era una tarde lluviosa, de viento y aire húmedo. El ruido de la lluvia estremecía los techos casi hasta el miedo; pero me gustaba la lluvia, a pesar de que muy lejos se escuchaban los relámpagos.
— Samanta ven ayudarme a limpiar el agua —me llama mi madre con un grito.
Su nombre era Juana, de piel pálida, casi amarillenta, sus ojos eran grandes y expresivos decían tanto con su mirada; su cabello era ondulado y castaño; no era muy alta, pero su figura era como una escultura, hermosa como ella sola.
Mi madre mantenía su aire joven, su sonrisa era muy peculiar. Todos reían cuando mi madre lo hacía. Su temperamento era muy dulce, podía conquistarlos a todos.
—Samanta, apúrate que el agua se mete por debajo de la puerta. Si llega tu padre se va a molestar.
Mi padre era alto; tenía un bigote particular, nunca le he visto uno igual a otra persona. Era moreno oscuro; su cabello era ondulado y se le pegaba al cuero cabelludo. Casi nunca sonreía y cuando lo hacía, era porque había bebido alcohol. A veces llegaba muy tomado en la noche. Nadie quería hacer provocar a papá, porque se enojaba más; cuando llegaba todos guardábamos silencio.
Mientras cavilo todo esto, voy ayudando a mi madre a sacar el agua que se había metido en casa, busqué un trapo lo recorrí por la geografía del suelo y luego lo exprimía en un balde.
Mi madre se acercó y me susurró, mientras yo estaba con el balde y haciendo la labor:
—Gracias Samanta, vamos a apurarnos más, para que tu papá no se vaya a molestar viendo toda esta agua.
Sin duda mi padre era toda una autoridad en casa. Si llegaba y veía esto, haría muchas preguntas y sin duda, viendo el rictus de mamá, terminaría enojado.
Yo no quería ver que él le pegara a mi madre. No otra vez.
Esa misma tarde, dejó de llover y quedó el clima muy fresco. Al oscurecer jugaba con mis hermanos en la habitación, era una habitación conjunta para todos. Nuestra casa era muy pequeña, mis hermanos se llamaban Juan y Pedro, eran los mayores de la casa, cada uno se llevaba un año de diferencia, Juan era el mayor de nosotros tenía 14 años y Pedro 13 años.
Éramos cinco en total, dos varones y tres mujeres: Ana tenía 8 años, María 5 años y yo era la mayor de mis hermanas, tenía 10 años.
Esa noche jugamos Adivina el personaje. Yo simulaba ser un elefante, ninguno de mis hermanos acertó, porque donde vivíamos no había elefantes ni animales de la selva, solo los perros de la calle y los gatos de algunos vecinos. Nuestro momento de juego acabó cuando escuchamos unas vajillas quebrarse, vasos, golpes de violencia en la casa, de la alegría pasamos al miedo. Nos quedamos encerrados en el cuarto. Mi mamá entró para calmarnos.
—Todo está bien chicos, acuéstense a dormir.
Era muy temprano, apenas acababa de anochecer. Pero le hicimos caso.
Su cabello estaba hecho todo un nudo, y un poco más despeinado de lo normal. Cerró la puerta y mientras estábamos metidos en la cama, en silencio escuchábamos a lo lejos los gritos de ella.
Yo cerré los ojos, los apreté durísimo. Al no escuchar más ruido me atrevo y abro poco a poco, veo a alguien que está parado justo enfrente de mí, no lo podía creer parpadee varias veces, para ver si no estaba soñando. Pero no, estaba una mujer que no era mi madre, tenía el cabello largo, negro, con una luz que irradiaba colores alrededor de ella, vestía de blanco impecable, su cara no me parecía conocida, era como de otro lugar, era de piel blanca y sus ojos eran azules casi como el mar.
Mis hermanos parecían dormidos, ¿de dónde había salido? Si mi mamá había dejado la puerta cerrada.
Me levanté llena de temor y a la vez valor, para preguntarle ¿quién era, y cómo había entrado a nuestra casa? Ella me sonrió como si me conociera y puso su mano en mi frente. Me dijo en voz muy baja:
—Soy Anahera y vine a ver si estaban bien ustedes.
—Estamos todos bien.
Ella se fue alejando con una sonrisa, entonces le susurré:
—Espera, espera Anahera.
Pero no me atendió, se alejó más y más hasta desaparecer.
¿Será que estoy soñando despierta? Era la única que había visto aquella mujer que entró a la habitación sin tocar la puerta. Anahera parecía alguien que no circulaba comúnmente por mi barrio. Cerré mis ojos y me quedé profundamente dormida.
Al amanecer, nos levantaron el canto de los gallos, y luego los gritos de mi mamá, para que fuéramos a la escuela, todos a la misma hora convertía en un caos el usar el baño y cepillarse los dientes, entrabamos en fila apurando siempre al otro. Pensé en contarles a mis hermanos lo que vi, pero seguramente era producto de un sueño, además conociéndolos iban a pensar que estaba loca, por lo cual decidí callar.
Mi mamá había hecho el desayuno, nos hacía siempre lo mismo, arepas con huevos y queso y café con leche, un café que perfumaba toda la casa con su aroma divino, solo de olerlo, podías levantarte sin ningún grito de mamá o canto de gallos.
Fuimos a comer, mi padre estaba en la mesa con un cigarro y tomando café.
—Le agradezco que se mantengan callados —Fue lo único que dijo.
Nos sentamos en silencio y comimos, a pesar de que éramos muy ruidosos. Mi madre se sentó de nuestro lado, se le veía con un ojo oscuro.
—Me tropecé anoche con la puerta, cuando llegó papá, fui muy torpe.
No hicimos preguntas, solo intercambiamos miradas; al terminar, agarramos nuestras mochilas, teníamos que ir a la escuela, nos despedimos con un beso a mamá, a papá solo nos despedíamos a lo lejos, no lo besábamos nunca. Nos fuimos.
Todos íbamos a la misma escuela, en salones diferentes. Mi maestra se llamaba Sonia, su tono de voz era dulce y cariñosa con todos; nos daba clase desde la mañana hasta el mediodía. Yo cursaba quinto grado; mi maestra era muy especial, decía que yo era muy linda y coqueta, porque usaba un pañuelo amarrado en el cuello, no sé por qué lo hacía, solo un día se lo vi a una chica en una revista y pensé que también podía usar uno, así que corte un vestido viejo y me hice una bufanda de colores que me ponía todos los días para ir al colegio.
Yo no era la mejor estudiante; a mi madre la llamaron un par de veces porque a pesar de que la maestra me decía cosas lindas sobre mí, también le afirmaba a mi madre que me distraía con mucha facilidad.
Al salir de clases la maestra Sonia se me acercó para decirme que quería hablar con mis padres, le dije que mi mamá había enfermado y no podría asistir. Pensando en su ojo morado, y que no le gustaría que la vieran así. La maestra insistió en que había una reunión con todos los padres, enseguida la excusé. Me despedí y sonó la campana de salida. Esperé a mis hermanos, ya que todos regresábamos juntos a casa.