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Mujeres de familia
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Libro electrónico247 páginas3 horas

Mujeres de familia

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Novela ambientada en los años sesenta y setenta que cuenta la historia de Esperanza y Michelle, madre e hija, que son golpeadas en diversas ocasiones por el destino caprichoso y las hace vivir altos y bajos narrados a través de estas páginas.

Esperanza es cantante de ópera y está separada y por problemas de su separación y con su madre decide viajar durante un tiempo a Buenos Aires, sin embargo, el viaje se complica cuando su tren transandino, por efecto del terremoto de 1960, se descarrila en la Cordillera de Los Andes. El destino la lleva a ser la regenta de un prostíbulo, en donde sufre diversas cosas, entre ellas una violación que gatilla el deseo de liberarse. Esperanza logra escapar de las manos de su supuesto marido que, en realidad, es un captor. Y ayuda a otras mujeres a liberarse, pero cae herida en el hospital de Buenos Aires y conoce a Alberto, quien es cirujano en el hospital y las vueltas de la vida los llevan a enamorarse.

Al otro lado de la cordillera, Michelle y sus abuelos dan por muerta a Esperanza por error del registro civil y la niña se queda sola con sus abuelos en donde termina su adolescencia y se enamora del único pololo que ha tenido en su vida casándose unos años más tarde. En contra de todos, decide estudiar enfermería en el primer instituto de enfermeras de Buenos Aires en donde conoce a su gran amiga Valeria. Su matrimonio con "el amor de su vida" fracasa y luego de separarse, destrozada cae en una vil depresión y pierde a su hijo. Michelle se vuelve drogadicta y alcohólica luego de sus penas. Y tras pasar los años, vuelve a reencontrarse con su madre y la familia que esta le brinda.

El destino trae a Michelle devuelta a Chile en 1973 y es detenida por error de sus papeles por militares chilenos. Está tras las rejas, desaparecida. Y su tío, detective, está dispuesto a traerla de vuelta a Buenos Aires.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 sept 2021
ISBN9789566131243
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    Una novela Romántica, pero a la vez muy real e intensa mezclando las vidas y realidades de dos países.

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Mujeres de familia - Lolo Izaza

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MUJERES DE FAMILIA

© Lolo Izaza, 2021

© Pehoé ediciones, octubre 2021

Pehoé ediciones

San Sebastián 2957, Las Condes

Santiago de Chile

ISBN Edición digital: 978-956-xxxx-xx-x

Diagramación digital: ebooks Patagonia

www.ebookspatagonia.com

info@ebookspatagonia.com

La reproducción total o parcial de este libro queda prohibida, salvo que se cuente con la autorización del editor.

A mis abuelos, hermanos, padres

y mi amiga Valeria, qué creyeron en mí,

y me dieron los argumentos e ideas de esta mi novela.

Dedicada a Uds. dos que son los amores de mi vida, Alex y Viviana.

LIBRO DE MICHELLE

1

La vida empezó a transcurrir en la nueva casa en forma tranquila, las semanas transcurrían mientras mis abuelos hacían los planos y mejoras a la casona a la cual habíamos llegado.

Esta casa había sido pensada para realizar muchas reuniones ya que tenía ocho habitaciones, dos salones, salas de baños, biblioteca y un piso pequeño para los empleados. Los salones eran hermosos y mis abuelos pusieron grandes lámparas siempre prendidas luego del crepúsculo. Al mirar hacia afuera mi vista se perdía en jardines muy verdes, mi madre me decía que se parecía a los campos elíseos, siempre me pregunte si Esperanza conocía Francia. Ella no hablaba mucho conmigo de sus viajes.

En esa casa con el comienzo de los arreglos y mejoras también comenzó la tormenta que enluto el corazón de mis abuelos, y el mío.

La abuela bajó a la primera planta, donde estaban los salones y la biblioteca con su gran chimenea que a Michelle le encantaba, el día estaba tibio y gris, presagiando la lluvia que caería y se escuchaba el ladrido de los collie. Regalo de Esperanza a sus padres.

Llegue al salón que se encontraba al lado de la cocina donde trabajaba mi abuela y la nana, que había estado con ella desde hacía más de treinta años. Y tirándome al primer sillón cómodo que encontré le dije:

− Abuela, quiero hacer una fiesta para mis catorce años, con mis compañeras y dos novicias que llegaron al internado hace unas semanas.

− No Michelle, aún no están listos los jardines, y quiero celebrar tus cumpleaños con un baile.

Me paré y me acerqué a mi abuela haciendo pucheros y le contesté.

− Pero abuela ¿por qué? Si podemos hacerlo en los jardines de atrás.

− No me hagas repetirte las cosas Micaela toma, lleva esto al comedor. (Pasándome un alto de mantelería dio por terminada la discusión).

Cuando mi abuela me decía Micaela. Era porque venía mala discusión, y yo lo sabía.

− Pero abuela (volví a insistir). Y la mirada de ella cayo seco sobre mí. No quise seguir insistiendo, ella era dulce, pero yo sabía cuándo se molestaba.

La única capaz de soportar esa mirada era mi madre, pero ella no se encontraba, pues en ese horario atendía la butic que se había comprado al divorciarse de mi padre, y además dude que en ese momento ella se metiera a defenderme y ponerse en contra de mi abuela.

Esperanza siempre trataba de no tener enfrentamientos con ella. Por ultimo me di media vuelta y seguí a nana para ayudarla a preparar la mesa del comedor para la cena de cuatro personas, había logrado escaparme de esta obligación durante el periodo del internado, aunque en vacaciones había de hacerlo a diario.

Era sagrado para mi abuela cenar o almorzar en el comedor grande, solo por el hecho de que su familia se le había inculcado a ella, a su madre y a su abuela por generaciones. Esta obligación ella lo materializaba como una orden dentro del matrimonio, que significaba para mi algo absolutamente distinto, yo pensaba que era casi como un jarabe muy dulce de tomar y tan embriagador que por lo menos los hombres nunca dejarían de llamarme, adorarme y quererme, como lo hacían con mi madre, y que esto no tenía nada que ver con obligaciones de cubiertos, cenas y mantelería. Para mi abuela era tradición, ordenes, rutinas que nunca cambiaban. Para mí sería un ir y venir de paseos interminables y dulces besos.

No había un solo día, en que mi madre llegara a la hora de la cena, en un auto distinto o con una persona distinta, siempre traía diferentes regalos en sus manos y a veces también distintos perfumes, yo decía perfumes de magnates, algunas veces la observaba a hurtadillas cuando llegaba tarde desde la escalera hacia el pasillo de los salones, era obvio que unas horas antes mis abuelos habían tenido que cenar solamente conmigo, ya que ella no había llegado aún. Mi abuela jamás aceptaba los atrasos. Era inevitable que mi madre no respetara las normas. Era como si a mí mamá, le gustara ser absolutamente distinta de su hermana, mi tía Enriqueta que estaba hacia años en Estados Unidos junto a su esposo y mis primos, era cinco años mayor que Esperanza y cinco veces más dócil que mi madre, aunque según las malas lenguas de la nana el temperamento de mi tía era tan o más orgulloso que el de mi abuela. Con la diferencia que el matrimonio de ella funciono y el de mi madre no, y eso era algo que mi abuela no podía perdonar en Esperanza.

Esa noche luego de cenar sin la presencia de mamá y después que mis abuelos se fueran a su dormitorio, sentí el motor de un auto y era raro a esas horas de la noche, que yo supiera, solo mi familia y cinco o seis de mi curso tenían vehículos, pero ninguno tenía un cupe como el de mi madre. Salte de mi cama sin ponerme pantuflas y corrí al descanso de la escalera para verla entrar, mi madre jamás entro a hurtadillas, como yo solía espiarla, ella no se inmutaba por el ruido que hacía, en verdad era como si desafiara a mis abuelos en todo momento. Me arrodille en el suelo y lo sentí muy helado, me dolieron las rodillas, comencé a mirar a mi madre mientras ella prendía un cigarrillo y lo fumaba con elegancia, luego fue a la cocina y arrojo al cesto de la basura el ramo de rosas que traía en la mano, alcance a ver esto porque me incline casi pegando mi mejilla al suelo para obtener un mejor ángulo visual.

Mi madre volvió a sentarse al salón y yo volví a mi antigua posición, puesto que me dolían mis piernas con la fría losa, fue cuando mi madre comenzó a hablar mientras daba varios paseos cortos en la sala. Se notaba que venía enojada

− Imbécil, piensa que con rosas me puede enamorar, los hombres son todos unas bestias. Arrogantes, presuntuosos, estúpidos.

Luego se recostó en el sillón y levanto la mano derecha, yo mire y algo brillaba en su dedo, aunque la visión de mi madre en ese sillón me hacía sentir cada vez más fea con los alambres en la boca, mi cara llena de pecas y mi figura escuálida. Mi madre estaba envuelta en un largo abrigo de visón negro, que rozaba su cuello, dos brazaletes de oro, uno en cada muñeca y un rodete de perlas en el cabello peinado hacia atrás, pero con una onda suave en la frente. Yo la miraba y pensaba que era increíble que ella fuera capaz de reírse en la cara de aquellos hombres que la venían a buscar y que la llamaban sin cesar. Ni siquiera a mí se me ocurriría cerrarle la puerta a uno de aquellos tipos como ella lo hacía. Logré ver desde mi escondite, como mi madre observaba su muñeca y pude ver un nuevo anillo de esmeraldas más grande que él último que observé, de pronto lo miró como se mira a una cucaracha, luego de un movimiento rápido y brusco, lo saco de su dedo y lo tiro al piso, ahí supe que debía volar a mi dormitorio. Mi madre se incorporó y fue a acostarse no sin antes pasar a mi dormitorio y darme el beso de las buenas noches, que francamente era el de buenos días; pero algo estaba cambiando, la mirada de ella al arreglar mis colchas como todos los días era distinta, con la luz de la luna logre ver a través de sus pestañas unas pequeñas lágrimas, tenía el maquillaje corrido y temblaba y me hablaba a mí, suponiendo que yo estaba dormida, ni siquiera respire ya que quería escucharla, era tan raro que ella se dirigiera a mí directamente que no moví ni un solo músculo. Mi madre nunca me hablaba directamente.

− Michelle, si pudieras entenderme, tu abuela me ahoga, me tiene en un juego que no quiero jugar, hija si pudieras tan solo comprender que tengo treinta y dos años y me siento sola, rodeada de reglas y muros que me ahogan, no es que no te amé, eres lo que más amo en esta vida, pero siento que debo vivir y tu sin querer me lo impides, te quiero mucho Michelle, pero estoy tan cansada de pensar que llegare a mis cuarenta años sintiendo que mi juventud se me fue entre los dedos, ¡si tan solo pudieras comprender chiquita!

Sentí su aliento cargado a menta, a mi madre se le habían pasado las copas, se le callo su careta y se puso a llorar, abrí los ojos y la miré.

− Estas despierta chiquitina (me dijo mi madre)

− Sí, te escuche llorar

− Michelle debemos hablar, levántate amor.

Me levante y nos dirigimos a la biblioteca, los tacones de mi madre resonaban en el parquet, el rostro de esperanza estaba muy pálido, sus ojeras se le marcaban inclusive bajo la capa de maquillaje, se acercó a la chimenea y los matices de las brasas que aún quedaban, hacían que sus ojos verdes se vieran brillantes.

− Sé que estas muy pequeña aun, pero creo que me entenderás.

La voz de mi madre me tomo por sorpresa, pero igual le conteste.

− No lo creas, en unas semanas más cumplo catorce años

− Hum... catorce... La misma edad que tu abuela dio mi mano en matrimonio a tu padre.

No había dolor en la voz, solo en su rostro, era increíble lo hermosa que ella era, me hacía sentir casi como un patito feo.

− Ya lo sé mamá, y tú estabas muy enamorada (logre decirle).

− Si lo estaba, lo estuve y mucho, en algún momento estuve loca por él.

− ¿Y qué tiene que ver eso ahora mamá?

− Mucho Michelle, fue el comienzo de la manipulación de tu abuela, de las reglas e imposiciones y ahora quiero que termine, así que me marcho.

En ese mismo momento estaba jugando con las cintas de unos de mis chapes y sentí que mis dedos se congelaron, sabía que ese momento llegaría tarde o temprano.

− ¿Adónde y por qué?

− Adónde, es mejor que no lo sepas, conozco a mi madre (y se sonrío) – ¿y por qué? – Porque quiero vivir Michelle.

− Porque necesito olvidar muchas cosas...

− ¿Olvidarme a mí?

− A ti jamás linda.

Al decir esto se volvió de cara hacia mí, vi su rostro que se encontraba empapado en lágrimas.

− Tu hija, me recuerdas una etapa muy dura y quiero vivir para poder entregarte algo más que amargura el día de mañana.

Me abrazó y sentí el perfume en su abrigo, mi madre usaba un perfume muy dulce que me producía vértigo, se llamaba Royal, pero no supe si en ese momento lo que me producía la náusea era eso o el hecho de entender que mi madre se estaba despidiendo de mí para irse. Levante los brazos a su cuello y sentí los finos hombros de ella, la tela de su blusa era muy suave, me miro y uno de sus bucles se soltó del rodete de perlas de su moño, mi madre saco su medallón y me lo puso al cuello.

− No llores nos volveremos a ver pronto por qué yo te buscare, te amo.

− Mamá, no te vayas ahora... mañana, hazlo mañana

Traté de retenerla, pero no pude hacer nada.

Luego de esto se levantó, se deshizo de mi abrazo y salió en dirección a la entrada yo oí sus tacones bajar por la escalera y cerrar la puerta principal, corrí y salí a la entrada, ella se dirigía a su cupe, el último lanzamiento de mercedes, mi abuelo se lo había regalado en sus cumpleaños número veinte y nueve

El cupe salía de la villa, y se dirigió rumbo a la carretera, mi madre se dirigía a los límites de la ciudad, y luego según su pensamiento en el tren trasandino a Argentina y de ahí finalmente a París. No sé el dolor que experimentó en esos momentos, dado que hasta el ambiente que la rodeaba lo hacía más difícil aún, el cielo se terminó de nublar por completo y solo los focos del cupe negro se veían por la carretera, como dos ojos de gatos siameses, y justamente los únicos gatos que le gustaban a ella.

Sentí en mis plantas desnudas la aspereza del cemento, aunque era invierno no me importaron las primeras gotas de lluvia que caían y se quedaban en mi camisón, corrí a la reja, la vi partir, me miro solo una vez, su cabeza iba envuelta en un pañuelo de seda negra, su pañuelo voló con la intensidad del arranque, y cayó en el asfalto.

Abrí la reja, y lo tomé, mi madre se perdió en la oscuridad, levanté el brazo y apreté el pañuelo contra mi cara, no me sorprendió, que se humedeciera.

− Te quiero mamá, buena suerte....... Di media vuelta, y entré a la casa, estaba en silencio, me dirigí a mi dormitorio mire el pañuelo, lo guarde donde guardaba mis tesoros. Sentí que el pecho se me apretaba.

− Mi abuela mañana se muere de un síncope al corazón...

Se metió bajo las mantas se acurrucó y el sueño la venció.

No se dio cuenta que mientras dormía sus ojos seguían llorando, Michelle se durmió con el aroma de esperanza estrujado entre sus dedos, era la única forma de sentirla cerca en ese minuto, el perfume Royal que usaba esperanza empezó a impregnar el subconsciente de Michelle mientras esta empezaba a sentir un sueño más y más profundo, en el cual sentía los fuertes abrazos de esperanza y su risa que la envolvía mientras jugaban, miraba los ojos risueños de su madre, verde intenso como los de ella. Y así llego el nuevo día.

La cinta negra se extendía kilómetros hacia delante, Esperanza casi no veía por efecto de las lágrimas el viento y la lluvia. Sus manos iban aferradas al volante casi con furia y sus uñas incrustándose en su piel

− Michelle, perdóname hija... Decía mientras aceleraba en una curva y continuaba la marcha.

Esperanza llevaba en la guantera todas las boletas de los depósitos que había hecho en su última semana de trabajo en la boutique, había enviado todas las libretas a Francia a su abogado de confianza, el cual le había aconsejado no viajar con demasiado efectivo, este abogado era el mismo que la había ayudado a anular su matrimonio, más tarde su hija se enteraría que había sido el mismo abogado que había divorciado a sus padres, puesto que había estado en todos los periódicos el bullado divorcio del capitán mayor Louis Wiscain R. Y la heredera y cantante de ópera del magnate en aceros Kabir Justab Akhan, su segunda hija Esperanza Akhan C. De tan solo 22 años.

− Espero Michelle, que no sigas mi camino, aunque creo que mi madre, también te llevara a un matrimonio hecho a su manera, no me gustaría que pasaras por los dolores míos.......

2

El auto seguía avanzando con la lluvia, mi madre llevaba los nudillos fuertemente apretados para no pensar en el dolor que estaba sintiendo en el pecho y el deseo incontrolable de dar le media vuelta y correr a abrazarme, los minutos empezaron a pasar muy rápidos y ella se dio cuenta de que había llegado a la estación solo con algunas prendas, que estaban en la parte de atrás del auto, su chequera y algo de sus ahorros. Lo demás lo dejo depositado en una cuenta privada. No miró en ningún minuto hacia atrás, le dolía el alma tan solo saber que Michelle en ese mismo instante estaba llorando por ella, pero no podía más, debía hacerlo.

Esperanza ya había salido completamente de la ciudad, se dirigía por la carretera hacia la Terminal en donde había una vía de ferrocarriles que cruzaba la cordillera y la dejaba en Argentina de ahí perderse unos días en Argentina y luego tomar un avión, cuando llego a la Terminal y bajo del auto fue cuando sintió lo empapado que llevaba su abrigo, se le había olvidado por completo subir la capota del cupe.

Efectuó los trámites, para que el auto estuviera en el coche de carga, compró el pasaje y guardo el ticket del auto, no llevaba equipaje, llegaría a Argentina y ahí se preocuparía de comprar ropa para el viaje, luego a París a volver a cantar, a los escenarios, a recuperar el tiempo perdido y sanarse por completo el alma tomó el pasaje y abordo, ubicó un asiento y se quedó quieta, lo único que quería era que ese maldito tren partiera rápido.

Miró a su lado y se dio cuenta que la chica que iba a ser su compañera de viaje era tan joven como ella, ésta la miraba con mucha extrañeza, pero pronto una sonrisa afloró a sus labios, le tendió la mano y se la estrecho.

El viaje en el tren trasandino duraba varios días y había que contar otros tantos más, para preparar el otro viaje. No siempre se cambia una de continente por vía Aérea sintiendo como sentía Esperanza pánico de las alturas, sufría de vértigo. Esperanza llevaba casi nada de equipaje comparado a lo que cualquier mujer llevaría en un viaje tan largo. Todo se reducía a un bolso de mano, su cartera, y las boletas de depósito de todos sus ahorros de tres años de trabajar en la boutique, aparte del dinero de sus antiguas representaciones en la ópera, en resumen, una pequeña fortuna. Su idea al sacar pasaje a Argentina y de ahí trasladarse a Europa, obedecía solo a no dejar ni siquiera una huella de su ruta, contaba con un código postal, al cual mandaría cartas a una amiga que las retiraría y me las haría llegar a mí y a mi abuelo. Esperanza no quería que mi padre tuviera ni la menor idea de cómo encontrarla.

Esperanza quería huir, de eso se trataba todo. Solicito el coche vagón apenas llego al terminal de trenes, para guardar su vehículo, como le dijeron que el camarote se compartía, dejo el poco efectivo en una bolsa plástica adentro del asiento del copiloto, en un bolsillo que estaba oculto a una primera inspección. Lo había diseñado su padre, para llevar documentos importantes, luego de que el vehículo estuvo cargado y guardado, se fue al coche comedor, pidió un café y comenzó a relajarse. Y comenzó a pensar.

Terminado el café se dirigió a su camarote.

Esperanza observaba a través de los vidrios del tren como se deslizaba el paisaje en forma rápida y como a la vez se acrecentaba el dolor por la pérdida de Michelle.

No se dio cuenta que su compañera de viaje la miraba desde que había entrado al vagón con mucha insistencia, ésta era una muchacha argentina que volvía a casa de sus padres luego de haber trabajado en Chile casi dos años, pero la diferencia era que mientras Esperanza vestía muy bien y se notaba a lo lejos su clase y posición social, Jazmín que era

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