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La fuerza de un anhelo
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Libro electrónico304 páginas4 horas

La fuerza de un anhelo

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¿A dónde nos lleva nuestro anhelo?
A la doctora Marta Villar la llevó a dejar la gran ciudad, a dejar el puesto de trabajo en un Hospital de tercer nivel y marcharse a ejercer la Medicina rural a Valdivieso, donde cree que podrá vivir una vida más feliz.
Corría la segunda mitad de los años setenta y el médico rural apenas disponía de recursos sanitarios. Marta totalmente sola en un terreno para ella desconocido no solo tendrá que aprender a practicar otro tipo de medicina, sino que luchará para aumentar los recursos sanitarios en Valdivieso.
Un testimonio de esfuerzo, abnegación y sensibilidad, que deja traslucir una profunda trasformación personal. Una inmersión en la compleja red de los intereses y ocultos secretos de que está entretejida la aparente sencillez de la vida rural. Una historia de amor de difícil comienzo e inesperado final. Un anhelo de superación que sigue empujando a la protagonista hacia nuevos retos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 oct 2023
ISBN9788411815727
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    La fuerza de un anhelo - Julia Crespo Benito

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Julia Crespo Benito

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1181-572-7

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    A todos aquellos que han impulsado

    algún anhelo en mi vida,

    y especialmente,

    a mis padres, abuelos,

    esposo, hijos

    y nietos.

    CAPÍTULO I

    Cuando Marta aparcó su R5 frente al viejo caserón familiar, un profundo escalofrío recorrió todo su cuerpo. Eran las siete de la tarde de un gélido día de febrero. El humo de las chimeneas de las casas vecinas y el desértico estado de las calles, daban cuenta de ello.

    Marta bajó del coche y se ajustó fuertemente el cinturón de su abrigo bata.

    —¡Caramba! ¡Aquí hace frío de veras! —musitó, mientras su cuerpo se estremecía.

    Al llegar junto a la puerta sintió un nudo en la garganta. Había llegado la hora de la verdad. Su traslado a Valdivieso había sido fruto de una profunda reflexión. Había pasado muchas horas sopesando pros y contras, pero una vez decidida lo había organizado todo con mucho entusiasmo. Ahora sin embargo el temor a lo desconocido la embargaba totalmente.

    Miró hacía atrás y se angustió al ver lo cargado que venía el coche. Pensó que no era el momento de descargarlo y metió el coche en el corral adjunto a la casa, que su abuelo había habilitado como garaje. Allí rebuscó entre el manojo de llaves una que abriese aquella robusta puerta cuyas vetas ennegrecidas denotaban cierto abandono. Tras cierto forcejeo la cerradura se abrió. Marta respiró hondo. ¡Allí dentro le aguardaba su nuevo destino! 

    Atravesó la estancia contigua al garaje, que sus abuelos solían utilizar como almacenaje en la época de recolección. La recordaba indistintamente llena de sacos de nueces y almendras, de banastos de uvas o de cestas de frutas y hortalizas. Ahora la sala estaba vacía y olía terriblemente a humedad. Por fin llegó a la entrada principal de la casa y respiró satisfecha. Las luces se encendían correctamente y todo el mobiliario estaba limpio.

    Había sido un acierto del bueno del primo Lucas buscar a alguien que ventilase y limpiase un poco la casa. Se detuvo, como si por un momento esperase que sus abuelos saliesen presurosos a recibirla con los brazos abiertos y los ojos chispeantes de alegría. Para Marta sus abuelos fueron los eternos cómplices de sus aventuras en los veranos de su niñez. Aquellos meses, en que rodeada de cariño y sincera aceptación podía escaparse del corsé de las normas impuestas y campar libremente por el pueblo. Con ellos vivió momentos indescriptiblemente felices, llenos de sonrisas secretas, caprichos y travesuras que nunca más se repetirían en su vida. Ellos le transmitieron de manera espontánea y natural, su sencilla forma de vida, su espíritu de sacrificio y su paciencia. Despertaron su gusto por la vida rural, su afición por el campo, por la naturaleza y le enseñaron a cuidar de las plantas y de los animales como si se tratase de uno mismo. Siempre recordaría aquellos cuentos repletos de enseñanzas que con tanta ternura le contaban. Ellos dejaron en su memoria los más entrañables recuerdos y las más enternecedoras anécdotas, pero sobre todo dejaron una estela encendida en su corazón que siguió siendo luz y brújula siempre en su camino…

    En esos momentos se sintió satisfecha de reconectarse de nuevo con ellos volviendo a sus raíces. «Desgraciadamente —pensó—, nuestra familia se ha reducido mucho en los últimos años. Sospecho que la soledad seguirá acompañándome también aquí, pero me agrada que sean estos viejos muros los callados testigos del comienzo de mi nueva vida».

    Subió de dos en dos lo escalones que la conducían hacia el piso de arriba, buscando la habitación en la que solía instalarse en aquellos felices meses de los veranos de su niñez. Dejó caer al suelo la bolsa de mano y se sentó en el coqueto balancín que había junto al balcón. Al levantar la vista sus ojos se encontraron con aquel retrato de la abuela que presidía la sala, Marta al mirarlo esbozó una leve y melancólica sonrisa mientras comentaba.

    —No puedo permitirme estar triste, ¿verdad, abuela? Estos días voy a necesitar toda mi fortaleza y mis energías y espero que tú me ayudes una vez más.

    Ya ubicada y más tranquila se dio cuenta de que no había tomado más que un bocadillo en todo el día y tenía hambre. Entonces recordó lo que el primo Lucas le había recomendado: «Si alguna vez te da pereza cocinar, no dudes en irte a la fonda de Fermín, está muy cerca, en la misma plaza y aunque quizás no tengan exquisiteces, comerás buena cocina casera».

    —¡Exquisiteces!, cualquier cosa que me den me parecerá estupenda —musitó Marta en sus adentros.

    Media hora más tarde se había aseado un poco y tras enfundarse su abrigo largo camel, un gorro y una bufanda se dispuso a desafiar aquella primera y gélida noche en Valdivieso. Iba tan distraída que al llegar a la plaza entró en la fonda por la puerta del bar, que por cierto estaba muy concurrido. Junto a la barra, media docena de hombres tomaban probablemente la que sería la última cerveza del día, en las mesas otros tantos jugaban a las cartas y dos o tres chicos jóvenes jugaban al billar. Marta sintió que todas las miradas se clavaban en ella. Algo cohibida y haciendo acopio de todo su aplomo esbozó la mejor de sus sonrisas y les dijo con cordialidad:

    —Muy buenas noches.

    —Buenas tenga usted —contestaron varios de los presentes, visiblemente sorprendidos.

    Luego en la barra preguntó al camarero-

    —¿Es posible que me sirvan algo para cenar? —Y se sintió muy aliviada cuando este asintió con una franca sonrisa.

    —Pase usted por esa puerta al comedor, que ahora mismo la atenderá mi hija Carmela.

    Cuando llegó al comedor se sintió aliviada al ver que no había nadie. Se sentó en una pequeña mesa junto al rincón y volvió a enfrascarse en sus pensamientos. Muy pronto apareció una jovencita de ágiles movimientos y acogedora sonrisa.

    —¿Va a quedarse a cenar la señorita?

    —¡Pues sí! Te quedaría muy agradecida si pudieras servirme alguna cosa.

    —Desde luego —contestó Carmela—, de noche no tenemos carta, porque a diferencia del mediodía hay pocos clientes. Tenemos un par de huéspedes fijos en la fonda, que son como de la familia y comparten nuestra cena familiar. Hoy precisamente tenemos una apetecible sopa castellana y después le podemos preparar lo que le venga de gusto: unas chuletas, huevos con chorizo…

     —¡Perfecto! —respondió rápidamente Marta—, tráeme la sopa y después huevos fritos con chorizo. 

    Mientras esperaba la cena Marta volvió a abstraerse en sus pensamientos. ¿Debía decirle de alguna manera a aquella simpática jovencita que era la nueva doctora y así empezar a abrirse camino, o era mejor mantenerse en el anonimato hasta el día de su presentación oficial?

    De hecho, Marta había llegado al pueblo unos días antes de lo acordado con don Cosme, el viejo médico del pueblo al que venía a sustituir, para preparar un poco la casa y empezar a organizarse. Había conocido a su colega gracias a su primo Lucas, cómplice de su decisión de trasladarse a Valdivieso, cuando acudió a opositar en Madrid. Le cayó bien, era aún uno de aquellos médicos a la vieja usanza. Había visto nacer a la mayoría de los vecinos y para ellos era mucho más que un profesional, era un amigo, un consejero y un compañero de tertulias en el viejo casino. Cuando Lucas hizo las presentaciones, don Cosme abrazando a Marta le comentó.

    —¿Así que tú eres nieta de Julia, la de los Parrilla?

    —Sí, mi madre que en paz descanse era hija suya.

    —Recuerdo perfectamente a tu abuela, era una mujer con carácter. Una gran mujer, también conocí a tu madre, aunque se fue muy joven a Barcelona donde al parecer trabajaba tu padre. ¡Creo que a tu madre ya le gustaba la ciudad antes de nacer!, siempre fue una urbanita. —Y continuó diciendo—. No veas cuánto me satisface que me releve alguien que tiene sus raíces en Valdivieso, eso ayuda a comprender las cosas. También me alegra que seas tan joven. Aquí ya se iba necesitando savia nueva. ¡Hija mía!, aprovecha para modernizar un poco todo aquello y realizar los cambios que yo ya no tengo fuerzas de llevar a cabo. ¡No te rindas, lucha! la Seguridad Social no soltará un duro, pero intenta conseguir cosas a través del Ayuntamiento, es lo que se va haciendo por estos pueblos, hasta que la Sanidad Pública mueva ficha.

    —Haré todo lo que pueda, don Cosme —le respondió Marta comentándole que cuando habló por teléfono con el alcalde tuvo la impresión de que no le entró por el ojo derecho.

    —No pienses eso, hija, quizás él no esperaba que el nuevo médico fuese una mujer. Esteban es también joven y emprendedor, es una gran persona. Claro que es muy suyo, pero si le demuestras que vales y le das confianza te ayudará en lo que pueda. Valdivieso es un pueblo pequeño, la gente es sencilla, pero tampoco creas que todo es miel sobre hojuelas, también tiene sus complicaciones…

    Marta estaba tan abstraída en sus pensamientos que no se percató de que alguien acababa de sentarse en la mesa contigua. Miró distraídamente hacia allí y vio a un hombre relativamente joven, le sorprendió que su piel estuviese tan bronceada en aquella época del año. A pesar de tener el pelo castaño oscuro, sus enormes ojos eran de un verde intenso, pero lo que más le llamó la atención a Marta era que iba con la camisa arremangada hasta el codo y desabrochada hasta la mitad del pecho y ella que ni siquiera se había atrevido a quitarse su grueso abrigo. Se quedó un momento mirándolo y sus miradas se cruzaron como un relámpago.

    Por suerte llegó la joven camarera.

    —Aquí tiene, señorita, si necesita algo me llamo Carmela. —Y prosiguió—. ¿Va a quedarse por aquí mucho tiempo?

    Marta pensó que su oportunidad había llegado.

    —Confío en que sí —respondió—, de hecho soy la doctora Marta Villar, la nueva titular que sustituirá a don Cosme.

    Sin dejarle terminar Carmela dio media vuelta y llena de euforia se volvió al comensal de la mesa contigua.

    —¡Don Esteban! ¿Sabe usted que esta señorita es la nueva doctora? —Y luego volviéndose a Marta le señaló—. Doctora, este es don Esteban, nuestro alcalde.

    A Marta se le encendieron repentinamente las mejillas, pero no tuvo más remedio que mirar hacia su vecino de mesa. Esteban también la miró y con un ademán correcto pero algo frío se levantó y le tendió la mano sin apenas inmutarse.

    —Encantado de conocerla, doctora, tenía entendido que vendría usted la semana que viene. 

    Marta pasado ya el sofoco, le respondió con naturalidad y la misma formalidad.

    He llegado unos días antes. Quiero instalarme en una casa que heredé de mis abuelos y como actualmente estaba deshabitada, he pensado que necesitaré algo de tiempo para empezar a acondicionarla.

    Carmela acababa de llegar con el segundo plato: unos suculentos huevos con chorizo casero.

    —Que no se le enfríen, doctora —le dijo el alcalde y en un tono irónico pero menos tenso terció—, supongo que no será esa la dieta que recomienda a sus pacientes.

    —Si tienen alto el colesterol probablemente no. Yo tampoco los como a menudo, pero he de confesarle que me encantan. —Y terció también con ironía—. En fin creo que de momento aún puedo permitírmelo.

    La boca de Esteban se curvó como si intentara contener una espontánea sonrisa.

    Durante el resto de la comida, la dicharachera Carmela acosó a preguntas a Marta y esta no tuvo más remedio que continuar respodiéndole.

    Marta estaba terminando ya su cena, cuando vio que Esteban se levantaba y se acercaba a su mesa. Ahora, de pie, le pareció mucho más alto y fuerte. Cuando llegó junto a ella le comentó.

    —Creo que en Barcelona debe de haber mejores temperaturas. Aquí el invierno es muy frío, doctora, y si la casa lleva tanto tiempo cerrada debe estar como un páramo. ¿Ha pensado ya como caldearla?

    Marta respondió desconcertada.

    —Solo he estado en la casa durante los veranos. Hay un fuego de hogar en la cocina y otro en la sala de arriba, y es posible que mis abuelos tuvieran también estufas eléctricas. Buscaré en la casa por si encuentro alguna. ¿Pero qué tipo de calefacción se suele utilizar aquí?

    —Más o menos como en todas las zonas frías. Se suele instalar una caldera de propano y radiadores, pero no creo que sea lo que a usted le interese, pues es una inversión que se amortiza a largo plazo —le explicó un poco por encima el alcalde.

    «¡Vaya¡» pensó Marta en sus adentros, «el alcalde piensa que mi estancia en Valdivieso será fugaz».

    Carmela que no se hallaba ajena a la conversación terció.

    —Si quiere puede quedarse esta noche en la fonda.

    —Te lo agradezco, Carmela, pero tengo allí todas las cosas y además he de empezar a adaptarme a mi nuevo destino. Buenas noches y gracias también a usted Esteban por sus consejos.

    Salieron juntos del comedor. Esteban se paró en la barra del bar y volviéndose hacia Marta que se ponía el gorro y ajustaba el cinturón de su grueso abrigo volvió a terciar con maliciosa ironía.

    —Doctora, me sabría muy mal que el frío de la primera noche influyese negativamente en su impresión sobre el pueblo. Hay muchas cosas buenas aquí. ¡Cuídese!

    Al final Marta no pudo menos que mirar sus brazos desnudos y replicar también con ironía.

    —Parece que usted sí se ha acostumbrado muy bien a este frío. Yo no pienso tentar a los catarros paseando en mangas de camisa en pleno invierno, pero creo que también sobreviviré.

    Mientras subía el corto trozo de calle que separaba la fonda de su actual casa Marta iba pensando ¿qué habría querido decir don Cosme con eso de que Esteban era muy suyo? Se había mostrado bastante irónico, eso sí, pero a veces la ironía es la forma de solventar situaciones que no controlas. No se había deshecho en atenciones, pero tampoco había sido descortés.

    Cundo ya llegaba a la casa vio a alguien envuelto en una especie de poncho oscuro sentado en el umbral y se asustó un poco. Al verla se levantó rápidamente. Era un chico de quince o dieciséis años de estatura mediana y complexión nerviosa.

    —Buenas noches, señora, me llamo Nico, y soy hijo de la Martina, la que le ha limpiado la casa. Estaba jugando al billar en el bar y don Esteban me ha hecho venir con esto —señaló la carretilla que tenía a su lado— para que le prenda la lumbre. Traigo unos cuantos troncos y unos periódicos para encenderle la chimenea —dijo cogiendo de nuevo la carretilla.

    Marta hizo pasar al chico y este, como si fuera un profesional le encendió los dos fuegos en un santiamén.

    —Ahora solo tiene que ir echando nuevos troncos cuando estos se vayan consumiendo —dijo tímidamente Nico, sin tan siquiera levantar la cabeza y salió de la casa llevándose con él la carretilla.

    «Qué chico más tímido, le cuesta mirar a los ojos y parece estar muy apagado para su edad» pensó Marta cuando Nico se marchó.

    Estaba realmente cansada después del largo viaje, pero ahora el fuego iba templando el ambiente de la sala y se sentía agradablemente reconfortada. Sentada junto a la chimenea se quitó por fin el abrigo y por unos momentos se sintió embargada de una sensación de paz que no había sentido desde hacía mucho tiempo.

    Estaba en la casa de sus abuelos, en el sitio donde nació su madre. Recordaba que cuando era niña aquella casa siempre le había parecido muy especial, blanca, grande, soleada. Situada frente a una amplia calle que conducía a la plaza, tenía vistas tanto a su propia calle como a la que partía de ella. Comparada con su pequeño piso de Barcelona le parecía fascinante. En ella su mente de niña inquieta y fantasiosa había tejido mil historias. Recordaba exactamente cada una de las estancias y los muebles que las vestían. Incluso asociaba en sus recuerdos las distintas vivencias que en cada una de ellas había vivido. Parece extraño, pero la memoria conserva algunos retazos de nuestra existencia con una nitidez impecable y casi todos ellos, los mejores, se remontan a experiencias de nuestra infancia.

    Marta esa noche arropada por esos recuerdos durmió plácidamente.

    CAPÍTULO II

    A la mañana siguiente Marta se despertó temprano. Las blancas cortinas de lino de la sala grande estaban a medio correr. Se asomó al balcón, pero el día apenas había empezado a clarear y la calle estaba aún oscura y silenciosa. Por entre las rendijas de los porticones entraba una ligera corriente de aire. Se volvió hacia la chimenea y vio que las ascuas de la noche estaban a punto de apagarse, las removió un poco y acercó unos cuantos troncos más. Luego se acercó al viejo tocador de caoba y se arregló un poco los cabellos. Mientras lo hacía volvió a pensar en Esteban, el alcalde. «¡Qué hombre tan extraño!», pensó. Fue un gesto muy gentil enviarle la leña, sin embargo tanto por teléfono como en la fonda la forma de recibirla fue un tanto fría y distante…

    Cuando terminó de asearse se colocó un cómodo chándal y decidió ponerse rápidamente a trabajar. Aquella casa llevaba mucho tiempo dormida y había que devolverla a la vida. 

    Se disponía a bajar a la cocina cuando oyó unos golpes que venían de abajo. Se asomó al balcón y vio a una mujer de mediana edad, bajita y de facciones redondeadas, vestida con ropa oscura y bastante ajada que parecía mover nerviosamente la aldaba de la puerta.

    —¿Desea usted algo? —preguntó extrañada Marta.

    —¿Es usted la médica nueva verdad? Yo soy la Martina, que vivo aquí al lado. El señorito Lucas me dijo que le preparase un poco la casa y que luego me acercase por si necesitaba que le hiciese alguna faena.

    —Sí, soy yo misma. —Marta, jubilosa, bajó rápidamente a abrirle la puerta, no podía creerse que el día empezase tan bien y ya tuviese alguien que pudiese ayudarla.

    —¡Gracias, Martina! Tu ayuda me viene como anillo al dedo. ¡Esta casa es tan grande que no sé por dónde empezar! 

    —Señorita Marta, me he permitido traerle unos bollos que hice ayer, por si no le había dao tiempo a comprarse algo pa el desayuno —dijo Martina mientras sacaba de la cesta una bandeja con cuatro preciosas tortas. 

    Mientras Martina sacaba y colocaba el equipaje donde Marta le indicó, ella empezó a recorrer lentamente la casa, para realizar una primera valoración. Hacía tiempo que no se sentía tan eufórica.

    La amplia cocina era una de las estancias que Marta recordaba con más cariño. Enfrente de la entrada una gran chimenea en donde había visto cocinar a sus abuelos durante mucho tiempo. El abuelo encendía el fuego y colocaba las diferentes trébedes sobre montoncitos de ascuas, mientras la abuela iba preparando las materias primas del menú del día recién cogidas del huerto: pimientos, tomates, cebollas, berenjenas… Luego ambos se sentaban en sendas sillas bajitas y llevaban a cabo las diferentes cocciones. Entretanto contaban chascarrillos y la abuela reía abiertamente ante los chistes y las bromas del abuelo.

    A medida que iba recorriendo los rincones de aquella casa, los recuerdos agarraban el corazón de Marta y lo arrastraban hacía momentos del pasado en que se había sentido muy feliz.

    La voz de Martina que la llamaba desde el piso de arriba devolvió a Marta de nuevo a la realidad.

    —Señorita Marta, voy a tener que marcharme a preparar la comida a los hombres y si me lo permite le traeré también a usted un plato de pisto con conejo que suele salirme buenísimo. —Mientras decía esto iba quitando el polvo al retrato de la abuela que estaba colgado encima de la chimenea de la sala. Era un cuadro al óleo que parecía corresponder a su edad madura, cuarenta y tantos o cincuenta años. Resaltaba fundamentalmente la expresión de su rostro. El pintor había conseguido utilizando distintos planos de luz crear como una especie de aura que le enmarcaba el cabello, los ojos y el mentón creando un impacto visual que atraía y retenía en él la mirada.

    Cuando Marta subió a la sala Martina comentó.

    —¡Era muy guapa su abuela! Yo era una niña, pero aún recuerdo cuando le pintaron ese retrato. Fue un verano y se lo hizo una prima hermana suya que se llamaba Amparo, que por cierto también era médico de niños en Madrid. Se ve que se llevaba muy bien con su abuela y venía a pasar aquí los veranos.

    —Sí —asintió Marta—, he oído hablar mucho de ella a mi familia.

    —Aunque la prima Amparo era algo mayor que su abuela Julia —continuó Martina—, eran muy amigas. La conocía mucho y por eso la pintó tan bien. —Martina acabó de limpiar el cuadro y se despidió de Marta.

    Al quedarse sola, Marta se sentó en una de las butaquitas de caña de la sala y continuó observando el retrato de su abuela. Emanaba de ella una distinción poco común. Nadie diría mirando aquel retrato que aquella mujer era una sencilla campesina. Marta estaba cansada de escuchar a su abuelo lo agraciada que era su mujer. «Y si la hubierais conocido de joven…», decía. «Era una muchacha esbelta y espigada con una tez blanca y fina como la nácar y unos ojos tan vivarachos que parecía que iban a escapársele de las órbitas». Luego recalcaba: «Pero lo que más me gustaba de ella es que era alegre como unas castañuelas, con todo lo que tuvo que soportar en la vida pocas veces perdió su sonrisa».

    Sí, la historia de sus abuelos era una bella historia de amor que nada tenía que envidiar a la de Romeo y Julieta. Recordaba cuando su madre le contaba:

    —Tu abuela, Marta, era hija del terrateniente del pueblo. Desde muy jovencita se enamoró de tu abuelo que era hijo de una familia de campesinos normales pero que se quedó huérfano muy joven y enseguida tuvo que hacerse cargo de las tierras de la familia, además de cuidar de su hermana pequeña. Tu bisabuelo había dado carrera a todos sus hijos varones, uno fue veterinario, otro hizo carrera militar, otro se hizo sacerdote y el mayor se quedó al cargo de toda la hacienda. A las dos hijas les tenía concertados matrimonios de alto copete. A Encarna la mayor la casó con el veterinario del pueblo de al lado y a Julia mi madre quería casarla con un farmacéutico venido de Madrid. Tu abuela se rebeló y dijo que ella solo se casaría con tu abuelo, su primer y único amor. Su padre le dijo que si le desobedecía, no solo la desheredaría, sino que habría dejado de ser su hija para siempre y así fue. Ella cuando llegó el momento se casó con tu abuelo y por una contundente orden de su padre, nadie de su familia acudió a su boda. Además tal como su padre le había anunciado no le dio nunca ni un céntimo.

    »Tu abuelo era muy inteligente y trabajador y fue prosperando y ampliando poco a

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