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Desde el corazón de un hombre: Su legado para el mundo
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Desde el corazón de un hombre: Su legado para el mundo
Libro electrónico163 páginas2 horas

Desde el corazón de un hombre: Su legado para el mundo

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Información de este libro electrónico

Desde la ciudad más grande, hasta el pueblo más pequeño. El acosador busca donde le permitan vivir. Al tocar este tema del abuso sexual, lo hago con el propósito de alertar y ayudar a los padres, niños y jóvenes a saber detectarlo y hablarlo a tiempo Basado en mis propias experiencias y respaldado por estudios que demuestran que el abusador vive

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento7 sept 2023
ISBN9781685744618
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    Desde el corazón de un hombre - Cristina Hernández

    Desde_el_corazonport_ebook.jpg

    DESDE EL

    CORAZÓN DE

    UN HOMBRE

    Su legado para el mundo

    cuando las palabras suenan
    como campanas para hacer justicia

    Cristina Hernández

    Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    El contenido de esta obra es responsabilidad del autor y no refleja necesariamente las opiniones de la casa editora. Todos los textos e imágenes fueron proporcionados por el autor, quien es el único responsable por los derechos de los mismos.

    Publicado por Ibukku, LLC

    www.ibukku.com

    Diseño de portada: Ángel Flores Guerra B.

    Diseño y maquetación: Diana Patricia González Juárez

    Fotografías de portada e interiores: Cristina Hernández

    Copyright © 2023 Cristina Hernández

    ISBN Paperback: 978-1-68574-460-1

    ISBN Hardcover: 978-1-68574-462-5

    ISBN eBook: 978-1-68574-461-8

    Índice

    INTRODUCCIÓN

    PREFACIO

    DEDICATORIA

    EL VIEJO MARTÍN

    LOS HIJOS DE MIS TUTORES

    TINO Y GENARO

    EL HERMANO DE LA SOBRINA

    ALLÁ POR LA CARRETERA

    EL CHOFER DE UNA CIUDAD FEROZ

    LOS VAGONES DEL METRO

    MI NOVIO

    EL DOCTOR

    COMO PERRO HAMBRIENTO

    QUINCEAÑERO

    LA ESTUDIANTE

    QUÉ SALUDO TAN CORTÉS

    ENYESADO DEL BRAZO

    CONSECUENCIAS DE BEBER BEBIDAS ALCOHÓLICAS

    HACIÉNDOSE PASAR COMO TURISTAS

    LO QUE SUCEDE MIENTRAS SE AUSENTA

    CÓMO PUEDE SALVAR UNO O VARIOS NIÑOS

    NOS HACE MUCHA FALTA QUERERNOS A NOSOTROS MISMOS

    CONVIÉRTASE EN UN ISAÍAS

    PREGUNTAS Y RESPUESTAS

    SUGERENCIAS

    DEL CORAZÓN DE LA AUTORA

    GLOSARIO

    INTRODUCCIÓN

    EL HOMBRE ALCANZARÁ LA FELICIDAD CUANDO CONTROLE SU SEXUALIDAD, CAUSA DE TODOS SUS MALES.

    Cristina Hernández

    PREFACIO

    El acoso y abuso íntimo se presenta en una y mil maneras. El acosador tiene como meta abusar sexualmente si no se le pone un alto. No es fácil para los afectados descifrar y reportar un abuso ante las autoridades. Al dar detalles y presentar pruebas, se puede presentar confusión, vergüenza, culpa, miedo. Especialmente si la víctima no tiene idea e información de lo que significan los tocamientos indebidos.

    Nadie debe ser abusado íntimamente. Para que esto sea posible, debemos comenzar a trabajar con los nuestros desde temprano, tanto en nuestras casas como en las escuelas, lugares de trabajo y públicos.

    El silencio es un arma poderosa para el acosador y mortal para la víctima, le prohíbe hablar para después ser atacado con más violencia. Esta enfermedad no hace distinción familiar, lugar, estado económico, sexo, edad, discapacidad, religión, como lo veremos a continuación.

    DEDICATORIA

    Este libro lo dedico con mucho cariño y respeto a la memoria del señor ISAÍAS MARTÍNEZ, ciudadano distinguido de mi comunidad, QEPD, a quien llevaré siempre en mi corazón.

    Al señor Isaías, de oficio labrador, no le hizo falta ningún título universitario para darse cuenta de que lo que estaba sucediendo era aberrante, sucio y cruel. Orgullosamente cuajimoloyense, no dudó en rescatarme de mis agresores.

    Escribo recordándolo en agradecimiento por haber intervenido, por haberle dado un cambio a mi vida, y con su proeza cambiarle la vida a más niños y jóvenes. Un señor en toda la extensión de la palabra, dejando con su ejemplo un legado de pulcritud, respeto y dignidad a seguir para la humanidad.

    Al compartir esta historia lo hago con el propósito de expandir por el mundo su mensaje, poner su nombre en lo más alto, para que su hazaña sea recordada por siempre.

    EL VIEJO MARTÍN

    Desde que tengo memoria de mi niñez, siempre había estado rodeada de ancianos. Quizás porque, debido a su lentitud, son los que más me prestaban atención, o quizá porque sus allegados no les tenían la paciencia necesaria; por lo mismo no los incluían en las actividades duras del campo. Se dedicaban por separado a hacer actividades más ligeras de acuerdo con su edad.

    Teníamos algo en común: yo por comenzar a vivir y explorar el mundo que me rodeaba, ellos por compartir con ternura sus conocimientos que irradiaban felicidad. Al estar cansados, buscaban quien los ayudara y escuchara.

    Un día regular era levantarme de aquel petate, que me servía como cama. Dormía al lado de la fogata, que me servía como cobija, dentro de aquella galera sobrepuesta llamada casa. Rodeada de montañas con hermosos paisajes y cerros, que si pudieran hablar testificarían de la doble cara del ser humano. Un lugar de clima frío en verano y heladas en invierno, hasta estropearme y abrirme la piel.

    Cuando me despertaba mis padres y hermanos ya no estaban. El gallo los había despertado para salir a buscar la vida. Entonces entendía que yo también tenía que hacerlo, así que en una ocasión me fui a la subida del pueblo, allá donde le dicen la cruz. Algo me dijo que buscara al señor Ignacio, que le decían de cariño Nachito. Un hombre de avanzada edad, muy conocido porque tenía muchas ovejas.

    Sin temor alguno, me dirigí a su casa para pedirle que me dejara acompañarlo a pastar a sus borregos. El anciano muy entusiasmado aceptó mi compañía, se puso su sombrero y su gabán. Entonces abrió el corral donde no paraban los borregos de balar, esperando se abriera la puerta para echarse a correr.

    Nos fuimos al monte entre los verdes bosques, por donde le dicen la Colorada, donde pasé un día muy agradable con tio Nachito. Con los años entendí que la gente le decía «tio» a las personas mayores en forma de respeto, sin acento en la i, para diferenciarlos de los que realmente eran tíos.

    El día se hizo corto platicando con él, como si fuera mi abuelo, parecía ser que lo conocía desde siempre. Al regresar a su casa me invitó a cenar. Al terminar dijo: «Me tienes que pagar», refiriéndose al costo de la cena, lo que me cayó como lo que era, una broma. Después de una pausa comenzamos a reír junto con su esposa.

    Hoy me fue bien, me había ganado el día gracias a aquel hombre. Con el estómago lleno regresé a casa, donde estaba igual de fría que cuando me fui. Me refiero al calor familiar, al calor de hogar. Todos regresaban muy tarde y se iban al amanecer, cuando todavía estaba dormida, para ganarle tiempo al tiempo, por lo que casi no los veía. Si hay gente que trabaja de sol a sol en el campo, mi madrecita trabajaba ajeno hasta el anochecer.

    En una ocasión me levanté y me fui a parar a la cerca de mi casa, para enterarme de las noticias del día y para que el destino me indicara para dónde tenía que jalar a buscar la vida. En eso pasó mi tía Margarita con sus borregos. El destino me dijo que la siguiera y que me fuera detrás de ella, y así lo hice. La ancianita, al notar que la seguía, se volteó y me sonrió, lo que significaba que aceptaba acompañarla para ayudarle a arrear a sus ovejas.

    Todo estaba bien, hasta que, cuando veníamos de regreso, el rebaño se alocó, parecía que huían de algo o de alguien. Entonces yo también comencé a correr detrás de la estampida, para que no se desviaran y se fueran directo al corral a casa de su dueña.

    Pero esto no fue así, la manada corría y corría, porque, después de un buen pastoreo, querían su postre, pero claro yo no lo sabía, así que por eso se adelantaron. La dueña por su avanzada edad no podía correr tras ellos, además venía cargando un bulto pesado de leña. Yo por ser pequeña no sabía qué hacer para controlarlas.

    Por más que traté y traté, no las alcancé. Cuando por fin llegué donde estaban, ya habían entrado y se habían esparcido en el terreno del señor Felipe, de donde desde lejos se podían contemplar hermosas flores moradas y blancas del sembradío de papas. Me asusté mucho porque estaban dañando el papal y escarbando las matas con sus patas, para sacar las papas tiernas que estaban naciendo y desarrollándose.

    No podía sacarlas de ahí antes de que mi tía Margarita me regañara. Lo que se me ocurrió fue correr de regreso a casa. Ahora sí vi lo serio que es cuidar de un rebaño. No tengo idea de cómo le fue a la viejecita, ni cómo pagó los daños de tan preciados tubérculos al señor Felipe. Ee día no me fue tan bien que digamos, pero me libré de una buena regañada. Lo mas seguro es que ya no volví a pegarme con aquella tía.

    Es un nuevo día y lo que me hace correr a la cerca son los trotes de los caballos y toros que van pasando veloces, seguidos por mi tío Lupe. No quiero perderme ese momento, esa oportunidad para tener con quien ganarme la vida, pero mi tío pasa muy apresurado, que apenas nos miramos de reojo y me dice: «Buenos días, mija». En lo que me quito el cabello de la cara ha desaparecido dejando nubes de polvo.

    Así que era hora de cambiar de ruta. Ya tiene un buen rato que no voy a la casa de mis vecinos, porque no hacerlo ahora se mira que ahí están, está saliendo humo. La pareja de viejitos tienen una gran extensión de tierras, un tanto para sembrar, otro tanto para recrearse en su amplio llano, aparte el patio grande de la casa, que contaba con una cocina de morillos y varios cuartos de ladrillo, para cuando sus hijos vinieran a visitarlos de la ciudad.

    Son muchas veces las que he cruzado sus trancas. Lo hago casi a diario, y cómo no hacerlo, si es una atracción irresistible. Era como ir a un parque de diversiones. Ahí me divierto jugando con otros niños, ahí encontraba tréboles con sus camotes y flores, que son deliciosas para un aperitivo. Los niños las llamaban chachagudas. Era muy probable que así le llamaban a estas plantas nuestros antepasados, se fue hablando y pasando de generación en generación.

    También había muchos manzanitales. Cortabamos las bolitas para hervirlas y hacer un té. Cortaba pingüicas, comía hasta que los labios y mejillas me quedaran moradas. Cómo no cortar la mostaza que abundaba entre el papal, para hacer un caldo o rescoldo en el comal. No se podía ignorar tan delicioso manjar de flores hermosas y amarillas.

    Por si esto fuera poco, la señora Isabel era un encanto de ser humano, era una viejecita dulce, tierna, y siempre tenía una sonrisa para regalarnos. Se dedicaba a criar aves de corral y a su hogar, no recuerdo haberla visto hacer labores del campo. En compañía de su gato siempre me recibía con mucho cariño y me regalaba huevos de sus gallinas.

    Mientras la leña ardía, sonaba la masa de maíz, que mi vecina repasaba en el metate, se acomodaba su rebozo enrollado en su cabeza y seguía haciendo sus tortillas. Vestía faldas largas y amplias hasta el piso llamadas enaguas. En esos tiempos se utilizó mucho un dicho, que en varias ocasiones cuando las parejas discutían lo utilizaba la mujer para decirle al hombre: «¡Enfrenta los problemas, no te escondas entre las enaguas de tu madre!».

    Cómo no cruzar aquel cerco de mis vecinos, si todavía faltaban las ropas con olor a nuevo, aquellas playeras largas que nos traían sus hijos y nueras cuando venían de la ciudad a visitar a sus padres. Eran dadivosos como su mamá, al ver que llegaban en su coche, no me cabía tanta felicidad.

    No así el viejo Martín, esposo de la señora Isabel. Había veces que cuando cruzaba su cerco estaba excavando un pozo, para guardar la papa semilla que utilizaría para la próxima temporada de siembra. Al menor movimiento que hacíamos para cruzar y pisar su territorio, dejaba de sacar las papas y se enderezaba, se paraba por largo rato apoyado en su achacoa.

    En una de tantas veces, cuando crucé como de costumbre, ahí estaba parado, mirándome pasar entre los morillos por donde cabía mi cuerpo pequeño. Al acercarme más y más para buscar a su compañera de vida, comenzó a empuñar su mano,

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