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El Hijo del Pecado
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El Hijo del Pecado
Libro electrónico202 páginas2 horas

El Hijo del Pecado

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Información de este libro electrónico

Santos de 15 años de edad, conoce todas las historias de los demás; excepto la de su padre, llamado Pablo, a quien ve dos veces al mes. Un hombre que fue manchado por una mala decisión.

Sin embargo, tanto Santos como Pablo conformarán una nueva historia, comenzando a vivir juntos. Siendo una relación entramada por la culpa, injusticia y oculto afecto.

Una nueva vida se avecina y los fantasmas del pasado regresan con recuerdos sepultados.

La existencia del perdón, y la determinación de creer que no es un error, será el aprendizaje de Santos. Decidiendo si continuar o no como el hijo del pecado.

IdiomaEspañol
EditorialAllwin Cyrus
Fecha de lanzamiento8 ene 2018
ISBN9781370393794
El Hijo del Pecado
Autor

Allwin Cyrus

Allwin Cyrus nace el 10 de diciembre de 1995, en la pequeña población de Palo Negro, lugar de las Fuerzas Aéreas del estado Aragua, Venezuela. Pueblo de vida tranquila a excepción del rugido de los aviones.De puertas hacia adentro una familia amante de las bellas artes, creciendo entre la poesía, canto y pintura. Todo este bagaje cultural forman el carácter creativo de Allwin, permitiéndole, no sólo ser un prolijo escritor, sino que ha podido conjugar sus dotes de ilustrador con la misma facilidad con la cual maneja la pluma.A temprana edad tuvo éxitos en el ámbito pictórico, más tarde en el Diseño Gráfico, pudiendo graduarse con Mención Publicación del Instituto Universitario de Tecnología “Antonio José de Sucre”, gracias a su obra inédita “Azul y Sus Matices”, en la cual demostró el amplio espectro de sus cualidades creativas.

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    El Hijo del Pecado - Allwin Cyrus

    Primera Parte

    Concepción

    Formación de una cosa o una

    Idea en la imaginación

    O el pensamiento.

    Capítulo 1

    Juntos y Separados

    Por la autopista, pasando los pocos árboles y las colinas a ambos lados de la vía, apoyaba la cabeza sobre la ventana del viejo Mercedes Benz. En ocasiones me golpeaba la frente contra el vidrio cuando el conductor no esquivaba los huecos. Me daba vergüenza el que notara el impacto, porque fue más de tres veces que me pasó.

    Ya estaba camino a Morichal, donde vivía Pablo. El día de hoy había esperado cerca de las rejas de la entrada de la Casa Hogar, con mi maleta entre las piernas. Habían sido las 6 de la mañana y tenía frío por cargar puesta las bermudas, hasta que finalmente había llegado el vehículo por mí. Pablo había enviado a alguien para buscarme, un amigo de él del pueblo. Creo que su nombre era Francisco, porque me dijo que lo llamara Pancho.

    Él cree que ahora somos amigos. Por supuesto que no.

    Estaba cansado y agotado en la vía, ya quería llegar a Morichal. Mientras miraba los campos inmensos y pequeños lagos al lado derecho de la autopista, logré ver mi propio reflejo en la ventana. Tenía bolsas debajo de mis ojos y se distinguía el color castaño gracias a la luz del sol que iluminaba mi cara.

    — ¿Ya llegaremos? —pregunté a Pancho mientras me recostaba sobre el asiento con fastidio. Estaba como copiloto, recibiendo todo el calor del sol y el auto sobre las piernas desnudas.

    — ¡Ya llegaremos Santos! Tranquilo hombre —exclamó Pancho con demasiado entusiasmo. Tenía puesto unos lentes de sol que no le favorecían en nada a su cara redonda y cachetona—. Te encantará Morichal, hay grandes terrenos para jugar, una plaza muy bonita y además una piscina. Seguro serás muy buen amigo de Andrés.

    — ¿Y quién es Andrés?

    —Mi hijo. Andrecito es un ángel. —Me dio gracia como dijo eso, había ensoñación en sus palabras y de repente estaba pensando en mi padre Pablo.

    Sólo me limité a una sonrisa forzada y alzar las cejas, para ser agradable. Crucé los brazos y esperé que los campos verdes dieran paso a la civilización que tardaba en llegar. Cuando me di cuenta luego de una hora, me había quedado dormido. Abrí los ojos de golpe y me incliné sobre el tablero del auto. Más adelante había un desvio hacia la derecha de la autopista Regional del Centro. En la lejanía se encontraban un conjunto de casas y pequeños edificios.

    Estábamos llegando finalmente a Morichal y sin desearlo, mi corazón me golpeó el pecho con nerviosismo. Bajé la ventana y asomé la cabeza sintiendo la brisa sobre mi rostro. Las calles de pavimento cubiertas de mucha tierra clara y las casas de paredes coloridas en donde las familias se congregaban en los frentes.

    — ¡Bienvenido a Morichal muchacho! —Pancho soltó una carcajada de emoción, orgulloso de su pueblo. Yo quería parecer muy frío, pero no pude evitar sonreír ante la emoción de un nuevo lugar.

    Pasamos por una plaza medianamente grande con muchos árboles y una pequeña fuente que apenas daba agua, yendo directo hacia el final de la calle donde había una gran pared naranja y asimismo un portón de rejas blancas que se fue abriendo por un hombre mayor que tenía la gorra de los Magallanes.

    Mis ojos brillaron de excitación ante lo que estaba delante de mí. La inmensidad del edificio de 2 pisos, parecía una escuela elegante con paredes de pintura blanca brillante y ventanas por doquier. La edificación estaba en medio del extenso terreno cubierto de grama y adornado de árboles frondosos.

    Pancho por fin se estacionó cerca del paredón que cubría el terreno y por el rabillo del ojo vi la silueta de alguien acercarse a él para estrecharle la mano y darle palmadas en la espalda.

    — ¿Estuvo bien el viaje de regreso? —preguntó el señor que se había acercado.

    —Excelente. Le di de comer unas empanadas, ya ese está listo —contestó Pancho, refiriéndose a mí.

    Salí de ocultarme de detrás del auto, estando mi padre: Pablo, frente a Pancho. Era mucho más alto que él, y más que yo por supuesto. Siempre cuando me visitaba tenía que verlo hacia arriba. Mi tamaño era apenas medio, pero Pablo me decía que mantuviera las esperanzas de ser tan alto como él.

    —Santos —musitó Pablo con una casi imperceptible sonrisa como si temiera hacerlo—. ¿Cómo estás?

    —Con mucho sueño —dije al acercarme a ellos. Pancho de inmediato se apartó hasta la maletera del Mercedes para entregarme la pesada maleta.

    — ¿Le agradeciste a Pancho? —Pablo se puso las manos a la espalda. Se paraba recto, bien vestido como siempre con una camisa a cuadros y vaqueros limpios.

    —Gracias Pancho. —Sonreí y Pancho me dio un fuerte abrazo que me tomó desprevenido.

    —Nos veremos más tarde Pablo, tenemos que hacer que nuestros hijos se conozcan —dijo montándose en el auto con una carcajada ruidosa que producía en mí ganas de reír también.

    El auto azul marino salió del terreno, con la mano oscura de él agitándose fuera de la ventana.

    —Es algo entusiasta —mascullé entre dientes.

    —Espero que lo hayas tratado bien —dijo mi padre con algo de reproche en la voz. Sus ojos eran demasiado negros como para ver a través de ellos y saber lo que pensaba. Tenía un rastro de barba en la cuadrada quijada y se veía mucho más moreno que las veces anteriores.

    Fruncí el ceño. ¿Ya iba a comenzar a regañarme?

    —No empieces. —Resoplé y cargué con mi maleta para adelantarme—. Aja ¿y dónde me quedaré? —Vi el edificio de 2 pisos, al que correspondía como seminario católico llamado La Trinidad, para la formación del ministerio sacerdotal.

    —En la casa de allá. —Pablo señaló a la izquierda del edificio, mucho más atrás contra el paredón, una pequeña casa que conectaba un camino de piedras desde la entrada hasta una de las puertas laterales al plantel del seminario—. Puedes pasar, la puerta está abierta. Tu cuarto es el último del pasillo.

    Sonreí apretando los labios.

    —Gracias señor Pablo —canturreé.

    Escuché cuando gruñó.

    Al entrar contemplé la bonita casa, con un pequeño mueble contra la pared a mi lado izquierdo y un pasillo al sentido contrario. Al fondo podía ver la cocina, la luz entrando a raudales. La sala olía al fuerte perfume que usaba Pablo, algo que me decía que ese era su lugar y que ahora yo estaba en él.

    Mi habitación… era mucho más que el viejo depósito donde había estado. Era tan agradable que no pude tolerar el cosquilleo en el estomago. Sonreí, tenía que hacerlo, tampoco era alguien sin sentimientos. La cama era pequeña pero reconfortante, con una cabecera de metal que me lastimó la cabeza apenas salté sobre ella.

    De verdad me dolió.

    La ventana era anchísima, las cortinas se ondeaban por la brisa y había tanta claridad que me hacia entornar los ojos. Un verdadero cuarto para mí.

    — ¿Te gusta, Santos? —Mi padre se apoyó en el marco de la puerta, viéndome detenidamente—. Allí está un armario para que pongas toda la ropa.

    —Sé para qué es un armario —dije sonriendo con sarcasmo.

    Pablo alzó las cejas y recogió los labios apretándolos.

    —Cierto. —Tenía ganas de sonreír pero lo evitó—. Bueno, cualquier cosa que te falte… ehm, me dices. De verdad no supe qué meter en la habitación.

    —Está bien. —Me encogí de hombros—. Todo me parece en orden.

    —De acuerdo, saldré unos minutos, ya vuelvo.

    Palmeó el marco de la puerta y se fue, desapareciendo por el pasillo. Yo sólo me lancé de nuevo en la cama, muy lejos de la cabecera y disfruté del cómodo colchón. Suspirando con intensidad.

    * * *

    Me desperté después de varias horas, ya rayando la noche. Detrás de los parpados, antes de abrirlos, me había fijado en que había demasiada oscuridad como para ser de día. El sueño me había dominado totalmente y luego me estiraba haciendo ruidos.

    Estaba mirando al vacio cuando percibí el aroma a carne en salsa. De inmediato mi estomago rugió con claridad. Hasta yo mismo me asusté. Sin embargo me dirigí hasta la cocina, asomando la cabeza por la puerta de madera que me delató con su chirrido.

    —Santos —exclamó Pablo concentrado en la cocina delante de las hornillas—. Iba a ir a despertarte. Ya vamos a cenar.

    — ¿Te ayudo con algo? —dije entrando con timidez, removiendo las manos dentro de los bolsillos de mis bermudas.

    Las cosas no se tornaron tan incomodas como imaginaba, sólo bastaba con guardar silencio mientras ponía los platos ya servidos sobre la mesa. Colocando los vasos de agua y cubiertos.

    Pasamos la cena de esa misma manera, sin mencionar palabras en la mesa que estaba en la sala muy cercana a la cocina. Pablo se inclinaba en ese momento para tomar un pedazo de carne de mi plato; lo había dejado allí porque estaba lleno. De cerca pude ver una cadena de plata que se ocultaba debajo del cuello de su camisa y también las pocas canas que tenía en el cabello pardo.

    Él no era tan mayor, tan sólo tenía unos ٤٤ o ٤٥ años. Lo único que delataba su edad era ese disimulado rastro blanco en la cabeza. Por lo demás se veía joven y fuerte, como siempre lo había estado durante cada mes que me visitaba. En esos días en los que únicamente me preguntaba por mi monótona semana y me contaba pequeñas anécdotas de Morichal. Las cuales no me interesaban del todo, pero resistía el impulso de dejarlo con las palabras en la boca.

    En aquellos días había hecho un esfuerzo por hablarme, sin embargo durante la cena… no parecía tener el interés. Sin esperarlo, me sentí desmotivado a la idea de quedarme con mi padre.

    — ¿Te gustó la cena? —Pablo me miró directamente a los ojos, esperando mi respuesta.

    Solamente asentí. Sin saber si pararme de la mesa o permanecer allí hasta que me dijera.

    —Mañana podrías pasear por todo el pueblo. Así lo conocerás. La gente es muy agradable aquí —continuó y divagó para buscar otras palabras—. Seguro que haces amigos.

    —Quizás. Sería bueno —dije encogiéndome de hombros.

    —Santos, ¿sucede algo?

    No sé por qué, fue repentino, un golpe inesperado que me hizo tambalearme. Un destello de ira me atravesó el cuerpo, controlando mi boca y expresiones, dejándome a merced de las emociones.

    —Sucede todo. Pablo —exclamé con el ceño fruncido, y él parpadeó ante mi reacción—. ¿Por qué luego de 15 años decides que viva contigo?

    —Santos por favor, no vuelvas esto difícil. —Mi padre apretó la boca y no apartaba los ojos de mí. Era intimidante, pero no sucumbí a ello.

    — ¿Difícil para ambos o solamente para ti? Siempre lo ha sido para ti.

    Pablo se rió con indignación.

    — ¿A qué te refieres con eso?

    —Soy una carga para ti y ahora aún más estando en la misma casa. Tu deber con los curas y la iglesia siempre ha sido más importante. —Quería levantarme y dejarlo allí, pero algo no me lo permitía. Deseaba saber sus respuestas y ver sus expresiones.

    —Si hablamos así no nos entenderemos. —La aflicción arrugaba el rostro de Pablo, haciendo temblar sus ojos ante la confrontación—. No tienes porqué ser tan irreverente.

    Chasqueé la lengua y me fui de allí.

    —Quiero arreglar las cosas.

    Sus palabras me detuvieron en medio del pasillo. Giré hasta estar de perfil sin quererle ver la cara. Sólo podía distinguir sus manos moviéndose entre sí como un borrón. La voz le salía con dificultad de su boca, amargándole la garganta.

    —Santos, te traje aquí porque necesito enmendar mis errores —continuó diciendo—. Sé que tomé malas decisiones que te han afectado directamente a ti, pero quiero recuperar el tiempo perdido. Solamente necesito tu colaboración con eso. ¿No podrías perdonarme?

    Respiré hondo, doliéndome el pecho al recibir el aíre. ¿Enmendar sus errores? Si fuera por ello, yo tendría que desaparecer de su vista, por ser prueba de su más grande error. No podía pensar con claridad y tampoco quería hacerlo.

    —Aún no —respondí y me marché hasta encerrarme en mi habitación y dejarlo solo.

    Capítulo 2

    Dime Tu Nombre

    Me desperté muy temprano por la mañana. Apenas había abierto los ojos y ya no podía conciliar el sueño. Me quejé mientras giraba en la cama, tantas veces como pude hasta que a mitad de la mañana Pablo tocó la puerta. Quise hacerme el dormido, pero opté por mugir.

    —Buenos días Santos —dijo él desde el otro lado de la puerta, su voz sonando amortiguada—. Saldré para la iglesia un momento. Te dejé el desayuno en la mesa y algo de dinero. Puedes darte un paseo por el pueblo si quieres.

    El sonido de sus pasos desapareció cuando se alejó, acompañado de la puerta cerrada de la entrada. Quedándome a solas en mi habitación y meditando mucho en la discusión de la noche anterior. Le había dado muchas vueltas entre sueños, despertándome durante la madrugada, y descubrí que no me sentía muy orgulloso de muchas de las cosas que había expresado.

    Algo de vergüenza me martilló, como una vocecita en mi cabeza diciéndome que había hecho mal. Sin embargo también la rabia palpitaba en mí, haciéndome considerar que había dicho la verdad.

    Suspiré y me dispuse a salir de la cama, apretándome el puente de la nariz. En unos minutos me duché, restregándome la cabeza con mucho jabón, cansado de lavarme tanto el cabello; tenía una abundante mata negra que casi se convertía en un casco.

    Estaba listo y desayunado con mi franela roja de Mazinger Z. Me quedaba un tanto grande, pero no me importaba, era una de mis favoritas. Recuerdo las tantas veces que las monjas de la Casa Hogar me regañaban por tenerla, diciendo que esa caricatura era obscena y violenta.

    Con los billetes en la mano me encaminé al pueblo, fuera de

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