Seduciendo a la niñera
Por Cindy Kirk
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Vivir tres años con el guapísimo viudo Dan Major había sido una fantasía hecha realidad para Amy Logan… aunque sólo hubiera sido en calidad de niñera de su hija de seis años. Pero Dan acababa de dejarla de piedra con una propuesta que toda mujer habría soñado… una propuesta que no podía aceptar. Dan necesitaba una esposa y Amy parecía la candidata ideal. Lo único que tenía que hacer era conseguir que se enamorara de él. Pero ella tenía otros planes. Aquel padre adicto al trabajo no tardaría en aprender las nuevas reglas del amor…
Cindy Kirk
Cindy Kirk is a Booksellers’ Best Award Winner, a National Readers’ Choice Awards finalist and a Publishers Weekly bestselling author. Cindy has served on the Board of Directors of the Romance Writers of America (RWA) since 2007 and currently serves as President. She is a frequent speaker at national and regional writing conferences. Website: www.cindykirk.com Twitter: @CindyKirkAuthor
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Seduciendo a la niñera - Cindy Kirk
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2007 Cynthia Rutledge
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Seduciendo a la niñera, n.º 1699- mayo 2018
Título original: Romancing the Nanny
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-9188-169-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
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Capítulo 1
Fue lujuria», decidió Amy Logan mientras apretaba la masa sobre la corteza del pastel con fervor adicional. «Pura y simple lujuria».
Después de todo, sería antinatural vivir durante tres años con un hombre tan atractivo y no experimentar el impulso ocasional de verlo desnudo.
Con sonrisa irónica, pensó que probablemente tampoco ayudaba llevar años sin sexo. Ni el hecho de que al subir esa mañana a recoger la mochila de Emma, lo había sorprendido saliendo de la ducha.
Había estado perfectamente presentable con una toalla grande enroscada alrededor de la cintura. Y ya lo había visto sin camisa. Cada verano iba a la piscina del club de campo con Emma y ella al menos un par de veces.
Pero había algo diferente en saber que sólo unos momentos antes había estado desnudo. Algo en ver las gotas de agua deslizándose por su ancho torso, en oler esa deliciosa mezcla de jabón, champú y limpia piel masculina.
Respiró hondo. Incluso en ese momento, si cerraba los ojos, aún podía…
—¿Queda algo de café?
Abrió los ojos de golpe y se quedó quieta, agradecida de estar de cara a la pared. De lo contrario, el objeto de sus deseos podría pensar que tenía una experiencia sensual con una masa de tarta.
Con lo que esperaba que fuera una expresión ecuánime, se volvió.
Dan Major se hallaba en el centro de una cocina moderna y grande con el traje que era el favorito de Amy. El corte resaltaba sus hombros y las caderas estrechas, al tiempo que el azul marino enfatizaba el azul brillante de sus ojos. Todavía húmedo de la ducha, el pelo corto y oscuro le caía en una onda descuidada sobre la frente.
Superaba en unos cinco centímetros el metro ochenta y era, de lejos, el hombre más atractivo que jamás había conocido. Era lógico que quisiera verlo desnudo. Lo que no tenía sentido era por qué dicho deseo había tardado tanto en emerger.
El viudo apuesto y ella llevaban viviendo juntos casi tres años. Amy siempre había considerado a Dan un buen amigo. Pero en los últimos seis meses, había empezado a pensar en él de manera diferente, viéndolo no sólo como su jefe y amigo, sino también como un hombre deseable.
—¿Amy?
Lo vio sonreír y, con un sobresalto, se dio cuenta de que había estado mirándolo fijamente.
Sin decir una palabra, alargó la mano y levantó la cafetera.
—¿Te sirvo una taza?
—Puedo hacerlo yo —protestó él al retirar una silla y sentarse a la mesa.
Amy sonrió. Dan era el prototipo del hombre moderno, con una importante excepción. A pesar de tener sólo treinta y cuatro años y haber sido criado en una familia progresista en la que trabajaban los dos padres, rara vez ayudaba en las tareas de la casa.
Por desgracia, ella era la única culpable de eso. Había rechazado tantas veces sus ofrecimientos de ayuda, que él había dejado de preguntarlo. La verdad era que le encantaba mimarlo, igual que a Emma. Mantener su casa impecable y su ropa en perfecto estado la llenaba de una satisfacción inmensa.
Dan, que era un arquitecto de éxito en una de las firmas más grandes y prestigiosas de Chicago, alternaba el trabajo en los proyectos que llevaba entre la oficina y la casa.
Su agenda era tan variada, que Amy jamás sabía si estaría en casa, en el despacho o en alguna reunión con clientes. En realidad, eso no le afectaba. Ese año Emma iba a su primer grado y estaba fuera todo el día. La única diferencia era que si Dan se encontraba en casa, le preparaba el almuerzo y quizá le ofrecería un refrigerio por la tarde.
Después de todo, para eso le estaba pagando; aparte de cuidar de su hija pequeña, Emma. Y no sólo le pagaba, sino que lo hacía muy bien. Con el dinero extra que había ahorrado al no tener gastos de alojamiento, había logrado disponer del efectivo suficiente como para montar un pequeño negocio de catering.
El año anterior, al mostrarle a Dan su plan para el negocio, al principio él había quedado sorprendido, y luego se había mostrado preocupado. Le había preguntado sin rodeos si planeaba marcharse. Pero cuando le confirmó que sólo se trataba de algo adicional que quería hacer por su cuenta, le había prestado apoyo.
Poco después, decidió cambiar toda la cocina antigua de la enorme casa. Y lo mejor de todo, le había pedido su opinión y no había parpadeado cuando ella le había solicitado que pusiera electrodomésticos industriales.
Por el momento, limitaba sus esfuerzos de catering a pequeñas fiestas los fines de semana y a proporcionar postres a un par de restaurantes. Pero albergaba muchas esperanzas para el futuro. Algún día ganaría lo suficiente y podría tener su propio hogar…
—No me molesta en absoluto servirme mi propia taza…
La voz divertida de Dan atravesó su ensimismamiento y la devolvió al presente. Bajó la vista a la cafetera que aún sostenía en la mano. Con rapidez le sirvió una taza y la depositó ante él. No hacía falta preguntarle si quería leche o azúcar. Tenía memorizado lo que le gustaba y lo que no.
—¿Un bollo de canela? —preguntó—. Los hice esta mañana. O, si quieres, puedo prepararte unos huevos con beicon. No será más de un segundo…
—Me temo que tendré que conformarme con esto —miró el reloj de pared y bebió un presuroso sorbo de café antes de apartar la silla—. Tengo una reunión en la oficina a las nueve y ya debería haber salido.
Al oír el sonido de las patas de madera contra el suelo, Amy entró en acción. Sacó la taza de viaje del armario y la llenó con la sabrosa mezcla colombiana predilecta de Dan.
Al terminar, él ya estaba en el umbral. Se volvió.
—Debería regresar temprano, a eso de las cinco y media.
Amy lo estudió, como todas las mañanas, y frunció el ceño.
—Espera —tapó la taza y cruzó el cuarto. Pero en vez de darle el café, lo depositó en la encimera y se acercó—. Tu corbata necesita un retoque.
Sujetó la seda, aflojó el nudo y con habilidad adquirida, se lo rehizo. Pero en vez de retroceder, dejó que su dedos se demoraran.
Dan tenía prisa. Se lo había dejado bien claro. Su cabeza le dijo que diera un paso atrás, le entregara la taza y lo despidiera. Pero sus pies no se movían. El aire que los rodeaba se espesó. Era como si una red invisible los encapsulara.
La fragancia sutil de su colonia le tentó el olfato. El calor que emanaba de su cuerpo la bañó.
Quiso acercarlo y besarlo, aliviar la tensión que había crecido en su interior. A cambio, bajó las manos, las plantó en sus caderas redondeadas y lo inspeccionó de nuevo.
—Ya se te ve presentable.
Hacía tiempo que había aprendido los peligros de ser tonta. Y pensar que Dan, atractivo, con éxito, que podía tener a la mujer que quisiera de toda la ciudad de Chicago, pudiera sentirse atraído por ella, era el colmo de la tontería. Le caía bien, la admiraba y la apreciaba. Pero la electricidad que ella sentía era, definitivamente, unilateral.
—Gracias —bajó la mano y recogió la taza que ella había dejado en la encimera—. Y gracias por el café.
De algún modo, Amy logró esbozar una sonrisa relajada.
—De nada.
Desde la puerta lo observó subir al coche. Al alejarse, lo despidió con un gesto de la mano. Luego entró y se derrumbó en el sillón más cercano. ¿En qué diablos había estado pensando?
Dan no estaba interesado en ella. Y aunque hubiera una chispa ínfima de algo entre ambos, era imposible que pudiera competir con el recuerdo de Tess Major y ganar. Otras mujeres lo habían intentado y todas habían fracasado. Eso era lo que necesitaba recordar antes de hacer algo que viviría para lamentar.
El olor a pastel de melocotón llenó la amplia cocina y Amy sonrió mientras limpiaba las encimeras. Algunas mujeres necesitaban ropa elegante o viajes a lugares exóticos, pero lo único que necesitaba ella para ser feliz era una cocina limpia y ordenada.
—Algo huele bien aquí.
Giró en redondo. Dan se hallaba en la puerta que daba al comedor con una sonrisa en los labios.
—Llegas pronto —en cuanto las palabras salieron por su boca, deseó poder retirarlas. Había hecho que sonara como si no fuera bienvenido, cuando no podía haber nada más lejos de la verdad.
Lo que pasaba era que le gustaba tenerlo todo siempre listo y en su sitio cuando él volvía a casa. Pero eran las cuatro y media y no lo había esperado hasta una hora más tarde. La mesa no estaba puesta y Amy seguía jugando en la casa de una amiguita a cien metros de allí.
—Ése sí que es un recibimiento cálido —Dan sonrió y en su mejilla apareció el familiar hoyuelo.
La miró y Amy se obligó a no apartar la vista. Pero le costó. La expresión intensa en sus ojos azules le provocó un escalofrío.
—Dime una cosa, Amy —agregó él—. ¿Piensas alguna vez en mí cuando no estoy aquí?
Esa misma electricidad cargó el aire y ella tuvo que humedecerse los labios resecos. Se movió de un pie a otro, sin saber cómo contestar. Esa mañana la miraba como si la estuviera viendo por primera vez.
Era algo nuevo. En los años que llevaba trabajando para Dan, nunca antes le había hablado de esa manera. Siempre había existido un límite profesional que nunca se había cruzado.
—Claro que pienso en ti —logró responder al final con cierto tartamudeo.
Él sonrió y aguardó como si esperara que se explayara.
Pero ¿qué más podía decirle? Desde luego, no iba a desnudarle el alma y revelarle que le gustaría experimentar cierta acción física. Por no mencionar que el corazón se le había alojado en la garganta, impidiéndole hablar.
Por suerte, Dan no insistió. Cruzó el cuarto, dejó la chaqueta sobre una silla y se aflojó la corbata.
Amy sintió que se ruborizaba. Giró hacia la encimera y limpió una mancha inexistente con la esponja.
Él se detuvo justo detrás de ella, tan cerca que pudo percibir la fragancia picante de su colonia y sentir el calor de su cuerpo.
Se volvió y lo tuvo justo allí. Igual que esa mañana, pensó en lo grande y alto que era. O abrumadoramente masculino en todos los sentidos.
El corazón se le desbocó.
Él la estudió con lentitud y sus ojos se oscurecieron.
—Eres tan hermosa…
El cumplido salió de sus labios como miel templada.
No era cierto, desde luego. Las pecas en su nariz y los ocho kilos de más con los que siempre luchaba la convertían en una mujer saludable antes que hermosa. Pero de pronto, bajo esa mirada admiradora, por primera vez en sus veintiocho años se sintió hermosa.
—Gracias.
—De nada.
Fue a preguntarle si su reunión se había cancelado cuando él dio otro paso adelante y le rozó el cuerpo. En ese instante Amy olvidó respirar, y mucho más hablar.
Con el contacto más leve, Dan deslizó los dedos por la mata sedosa de su nuca, dejando que los dedos pulgares le acariciaran la piel suave debajo de la mandíbula.
La recorrieron unas oleadas de calor hasta quedar casi mareada. Iba a besarla; pudo verlo en sus ojos. Tiró la esponja sobre la encimera sin apartar la vista de él.
Bajó los labios y Amy dejó que se le cerraran los párpados. La anticipación le recorrió las venas…
La puerta de entrada se cerró de golpe.
Se sacudió como si hubiera recibido un disparo. La dominó el pánico. Emma no podía encontrarlos juntos. Alzó una mano para empujar a Dan