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Inocencia perdida
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Libro electrónico148 páginas2 horas

Inocencia perdida

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¿Cómo iba ella a contarle su secreto ahora que había conseguido que él volviera a confiar?
Rosie Lambert se había propuesto conocer al rico aristócrata que la había abandonado a su suerte al nacer. ¿Y qué mejor manera de averiguar cosas sobre su padre que trabajar en su enorme propiedad? Sebastián García era rico y orgulloso, por eso le sorprendió tanto sentirse atraído por la muchacha que limpiaba la casa de su tío. Quizá lo que lo atraía de ella era su inocencia y lo diferente que era de todas las cazafortunas que solían perseguirlo. Sebastián no tardó en conseguir que la joven fuera su amante y le entregara su virginidad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 dic 2017
ISBN9788491704706
Inocencia perdida
Autor

Diana Hamilton

Diana Hamilton’s first stories were written for the amusement of her children. They were never publihed, but the writing bug had bitten. Over the next ten years she combined writing novels with bringing up her children, gardening and cooking for the restaurant of a local inn – a wonderful excuse to avoid housework! In 1987 Diana realized her dearest ambition – the publication of her first Mills & Boon romance. Diana lives in Shropshire, England, with her husband.

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    Inocencia perdida - Diana Hamilton

    HarperCollins 200 años. Desde 1817.

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2003 Diana Hamilton

    © 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Inocencia perdida, n.º 1441 - diciembre 2017

    Título original: The Spaniard’s Woman

    Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-9170-470-6

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 4

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    SEBASTIÁN García miró de muy mal humor la fachada de Troone Manor, una mansión del siglo dieciséis. Sus ojos grises se achicaron y luego brillaron con rabia y decisión. Se arrancaría el corazón de cuajo antes de dejar que la arpía de Terrina Dysart metiera sus manos en la extensa propiedad de su padrino.

    Por primera vez en sus veintinueve años de vida la visita a la vieja mansión, que había sido como un segundo hogar para él, no tenía nada de placentero.

    El viento frío de marzo enfriaba su cabeza de cabello negro, recordándole que su casa familiar en el sur de España y el pueblo de Hope Baggot en las tierras altas de Shropshire eran dos lugares completamente opuestos.

    Apretó la mandíbula y sacó un maletín de piel del asiento de atrás de su Mercedes plateado. Luego caminó hacia la entrada de la mansión, donde Madge Partridge lo estaba esperando para saludarlo.

    –¿Está todo en orden? –preguntó él con gesto decidido.

    Al oír sus palabras, la mujer dio un paso atrás, como amedrentada.

    Sebastián García se maldijo internamente por haber perdido su temple y sonrió. Con alzar su ceja era suficiente para que sus empleados respondieran a lo que exigía. Pero la vieja Madge era el ama de llaves de su padrino, y solo cumplía órdenes de Marcus, igual que él, aunque fuera reacio a hacerlo. La pobre Madge no tenía la culpa de que Marcus Troone no viera quién era realmente Terrina.

    –Lo siento –se disculpó con una sonrisa–. No he querido ser tan brusco. He venido conduciendo toda la noche, debe de ser eso, ¿me perdonas?

    –Por supuesto –dijo Madge y le tocó levemente la mejilla con su mano áspera de trabajar–. Debería esperarte un chófer en el aeropuerto para traerte hasta aquí –los ojos de la mujer brillaron con afecto–. La primera vez que estuviste aquí sin tus padres, deberías tener unos seis años, decidiste que bajar a desayunar saliendo de tu habitación por la ventana era mejor que bajar por la escalera. Siempre quieres hacer las cosas a tu manera. No has cambiado nada, ¿no crees?

    Sebastián recordó que en aquella oportunidad su tía Lucía lo había regañado mucho y que él se había sentido muy mortificado. Marcus Troone y el padre de Sebastián, Rafael, habían sido socios en los negocios y Marcus se había casado con la hermana menor de Rafael, Lucía. Habían sido una familia muy unida. Sebastián había pasado muchos veranos en Troone Manor, una época llena de bonitos recuerdos, un tiempo en que su vida había sido feliz y placentera.

    Luego las sombras habían oscurecido la escena. Sus tíos no habían podido tener hijos, y algo inesperado había irrumpido en la vida de su tío Marcus y su esposa: su querida tía Lucía había sufrido esclerosis múltiple, y había quedado confinada a una silla de ruedas, tan indefensa y dependiente como un bebé.

    Hacía dos años había muerto Lucía, y ahora Marcus, solo y sin hijos, estaba a punto de casarse con una mujer a la que solo le interesaba su dinero.

    –Como no sabía a qué hora venías exactamente, no he preparado la comida. Estará lista dentro de una hora. ¿Te apetece un café antes de que pases a refrescarte?

    Sebastián asintió con la cabeza, intentando controlar la rabia mientras subía los escalones de piedra siguiendo al ama de llaves hacia la cocina.

    La casa olía a nuevo. Sebastián se estremeció. No se trataba solo del olor a pintura fresca. Si Terrina metía las manos en aquella mansión, lo que había sido una auténtica casa de campo inglesa sería convertida en algo totalmente diferente.

    No era que le negase la felicidad a su tío. Él sabía muy bien que su tío había dedicado veinte años de su vida a cuidar a su tía y que su papel de marido había quedado reducido prácticamente al de enfermera o niñera, y que se merecía algo mejor. ¡Pero casarse con una mujer interesada y ambiciosa que solo buscaba su riqueza y que luego le rompería el corazón sin el más mínimo reparo!

    –¿El señor Marcus ha vuelto a la normalidad? –preguntó Madge, acompañando a Sebastián al viejo sillón que había a un lado de la inmensa cocina, mientras ella preparaba el café–. Me chocó que se desplomase antes de navidad… Desde que falleció la pobre señora Troone estaba un poco parado…

    –Está mucho mejor –dijo Sebastián, mientras aceptaba el café solo, sin azúcar, como le gustaba a él–. Unas semanas en la costa, con los cuidados de mi madre y conmigo de socio desde la muerte de mi padre han hecho maravillas con Marcus.

    –Debe de encontrarse muy bien para haberse ido y comprometido.

    Sebastián notó el tono escéptico de la mujer, la ansiedad que había por detrás de sus palabras, pero prefirió no darse por enterado. Aunque la vieja ama de llaves fuera leal y fiel a su amo, la pobre no podía hacer nada. Habría sido poco amable de su parte confesarle sus propias preocupaciones, porque hubieran aumentado las de ella. En realidad era su problema, y aunque fuera desagradable, sabía cómo arreglarlo. Aunque de momento accediera a los requerimientos de su padrino.

    –¿Han terminado los decoradores? –preguntó Sebastián, cambiando de tema a propósito.

    –Ayer –Madge se sentó a la mesa de pino macizo y puso azúcar en su café con leche–. Las instrucciones del señor fueron que le dieran una lavada de cara a la casa simplemente. Pero sin duda su nueva esposa querrá decorar la casa a su manera.

    Sebastián se imaginó una casa sofisticada y sin alma.

    –¿Y el personal temporal?

    –¡Ah! Respondieron solo dos al anuncio, así que fue elección de Hobson. Sharon Hodges del pueblo… La habrás visto por aquí, ¿no? Una muchacha grandona, de boca grande. Como conozco a esa familia de holgazanes, he insistido en que viva aquí durante las seis semanas en que esté al servicio, para asegurarme de que se levanta temprano y empieza el trabajo en horario. La otra chica viene de Wolverhampton. Es poquita cosa. Da la impresión de que se la va a llevar el viento. Yo le expliqué que había que hacer mucho trabajo físico, pero no dijo nada. Ahora que lo pienso no dijo nada de nada, solo que su madre había muerto hacía unos meses y que quería un trabajo hasta que decidiera qué quería hacer. Se llama Rosie Lambert. Cumple veinte años pasado mañana, se pone colorada solo con que la miren, y agacha la cabeza como si tuviera algo de qué avergonzarse. Pero habrá que aguantarse –Madge Partridge suspiró profundamente–. Las dos se han mudado ayer aquí, y han empezado con las habitaciones, quitando las manchas de pintura que dejaron los decoradores. Sinceramente, no creo que ninguna de las dos valga demasiado.

    –Déjamelas a mí –sonrió Sebastián.

    Si alguien sabía cómo sacar lo mejor del personal contratado, era él. Madge ya tenía bastantes cosas de qué ocuparse. Hasta que decidiera cómo quitar la venda de los ojos de su tío provocándole el menor daño posible, seguiría sus instrucciones.

    –La casa ha estado viniéndose abajo durante años –le había dicho Marcus–. Madge no puede sola con un sitio tan grande, y los empleados del pueblo que han venido a ayudarla a diario no alcanzan. Es culpa mía. Debí contratar a una empresa de limpieza regularmente, pero Lucía, que Dios la tenga en la gloria, aborrecía la idea. No soportaba que unos extraños tocaran sus cosas. Así que, contrata a unos cuantos empleados domésticos internos para que dejen la casa impecable antes de que vaya con Terrina para organizar la fiesta de compromiso que quiere celebrar. Una vez que nos casemos, ya verá qué quiere hacer con el personal doméstico –había sonreído Marcus, con un gesto de total adoración hacia su amada, que le habría ganado el título de imbécil, según Sebastián–. Lo primero que pondrá en su lista de prioridades será una niñera.

    A la manera de las mujeres interesadas, y Sebastián las reconocía fácilmente, puesto que tenía suficiente experiencia en ello, Terrina había descubierto rápidamente el talón de Aquiles de su prometido. Marcus siempre había lamentado no haber podido tener hijos. Y Terrina había aprovechado aquella debilidad para confiarle su deseo de tener una familia numerosa.

    Sebastián intentó no seguir pensando para no amargarse más y dijo:

    –No te preocupes por ello, Madge. Me quedaré bastante tiempo por aquí para quedarme tranquilo de que todo va bien.

    Dicho esto, Sebastián se marchó a la habitación que siempre ocupaba.

    Rosie Lambert se quitó un mechón de cabello rubio de los ojos con el guante de goma. Se mojó el costado de la cara. Y por si fuera poco, dos lágrimas recorrieron su mejilla. Sentía que un enorme llanto se estaba formando dentro de su estrecha cavidad torácica mientras intentaba secarse en la manga del enorme mono marrón que la señora Partridge le había dado para que se pusiera.

    Deseó no haber ido jamás allí, deseó no haber encontrado nunca la carta por la que se había enterado de quién era su padre, ni haber escuchado a su amiga y antigua jefa, Jean Edwards.

    Había ocurrido una mañana de un lunes en el pequeño supermercado que Jean y Jeff Edwards tenían en una esquina de la calle. Rosie había estado trabajando allí todo el día desde la muerte

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