Una herencia para compartir
Por Carolyn Zane
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Heredar la casa de su antiguo jefe fue un verdadero milagro para aquella modesta estudiante, pero el regalo tenía un precio llamado Rick Wingate. Su familia era la heredera legítima de la nueva propiedad de Cynthia y él estaba convencido de Cynthia no tramaba nada bueno.
Ella sabía que debía considerarlo su enemigo, pero solo podía ver en él a un hombre empeñado en proteger a su familia, un hombre que con rozarla le provocaba escalofríos por todo el cuerpo. De pronto, ninguna herencia le parecía tan valiosa como la posibilidad de convertirse en la cenicienta de Rick...
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Una herencia para compartir - Carolyn Zane
Editado por Harlequin Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Carolyn Suzanne Pizzuti
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Una herencia para compartir, n.º 1786 - agosto 2014
Título original: The Cinderella Inheritance
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2003
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4704-0
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Sumário
Portadilla
Créditos
Sumário
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
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Capítulo 1
Cynthia Noble observó a su prometido, Graham Wingate, a través del ramo de lirios blancos. Estaba coqueteando con la abogada, una rubia guapísima de cuerpo escultural.
¡Y en el funeral de su abuelo!
Cynthia suspiró.
¿Maduraría Graham algún día?
Cynthia se masajeó las sienes. Conociéndolo, seguramente, no. Sus dotes de seductor eran parte de su encanto y una de las cosas que, de hecho, a ella la habían atraído en un principio. Era carismático, listo, trabajador, guapo, divertido y buen amante.
Todo menos fiel.
Y eso se estaba convirtiendo en un problema.
Cynthia se acercó a los ventanales de la mansión que los Wingate tenían en Seattle Heights y fue dando las gracias y despidiéndose de las personas que se habían acercado hasta allí para presentar sus condolencias por la muerte de Alfred Wingate, un hombre que en vida había sido millonario, filántropo y encantador.
Katherine, la madre de Graham y nuera del fallecido, estaba demasiado afectada como para ejercer de anfitriona.
Como Cynthia consideraba que, hasta que terminara aquel día, seguía siendo la secretaria personal de Alfred, tomó aire y siguió adelante.
—Muchas gracias por haber venido, señora Meier —dijo estrechando la mano de la heredera de un enorme emporio de peppermint.
—No habría faltado por nada del mundo —contestó la señora—. Alfred Wingate era un hombre muy guapo de joven, ¿sabes? Solía pretenderme antes de casarse con Jayne.
—Su mujer se llamaba Elaine —la corrigió Cynthia.
—Gracias, cielo, pero me llamo Martha.
Cynthia sonrió con paciencia y le abrió la puerta. El viento procedente del lago Washington soplaba con fuerza y el cielo estaba negro. Se avecinaba tormenta.
Continuó despidiendo al distinguido círculo de amigos de los Wingate mientras veía que Graham y su nueva «amiga» se lo estaban pasando muy bien.
La tenía acorralada contra la pared y se estaban riendo.
Menos mal que quedaba poco para que todo aquello terminara.
Todo.
Llevaba un mes trabajando sin parar para dejar los papeles de Alfred en orden y quedaban pocas horas para poner punto final.
Pronto, se encontraría sola ante el mundo. La idea le gustaba y le daba miedo a la vez. Ya no podía aguantar más el comportamiento de Graham, así que había decidido romper su compromiso aquel mismo día.
Suspiró al ver que seguía coqueteando con la abogada. No creyó que le fuera a importar mucho que lo dejara, la verdad.
Seguro que le costaba mucho más a ella rehacer su vida.
Daba igual.
Tenía la universidad, su nuevo trabajo de media jornada y... a su perra. Se mordió el labio inferior. Lo que más deseaba en la vida era tener a alguien con quien compartir un amor tan bonito como el que se decía que habían compartido sus padres.
Por fin, los últimos invitados se fueron con palabras emocionadas que la pusieron al borde de las lágrimas. Perder a Alfred había sido para ella mucho más que perder a su jefe. Había perdido, además, a su mentor, a su familia.
Cuando la puerta se cerró, un miembro del despacho de abogados llamó la atención de los pocos presentes golpeando con un cuchillo en una copa de vino.
—Damas y caballeros, ha llegado el momento de proceder a la lectura del testamento. ¿Les importaría pasar a la biblioteca, por favor?
Mientras los abogados sacaban los documentos, varios parientes lejanos y amigos interesados del fallecido observaban los cuadros y comentaban lo buena persona que era Alfred. Estaba claro que todos esperaban que se hubiera acordado de ellos a la hora de repartir su fortuna.
—Alfred era un hombre fabuloso.
—Un filántropo.
—Un mecenas.
—Un hombre generoso.
—Y cariñoso.
—Un verdadero santo.
Cynthia frunció el ceño. ¿Dónde habían estado todas aquellas personas cuando el generoso, cariñoso y santo había estado enfermo a lo largo de un año? A excepción de los padres de Graham y ella misma, nadie iba a verlo. Se había quedado solo en aquella mansión de la colina.
Tragó saliva y se sentó en una silla al fondo de la estancia. Graham llegó oliendo a perfume y, acalorado, se sentó a su lado y le tomó la mano. Lo que más le gustaba de él era su familia.
Empezando por Alfred y siguiendo por Harrison y Katherine.
Hizo un esfuerzo para no ponerse a llorar cuando pensó en lo mucho que los iba a echar de menos. A todos, menos a su hermano mayor, Rick. No lo conocía en persona porque siempre estaba viajando, pero no había ido a ver a su abuelo ni una vez durante toda su enfermedad y no había acudido tampoco a su funeral, así que no merecía la pena.
Rick Wingate dejó la maleta sobre el suelo de mármol de la mansión de su abuelo y cerró la puerta. La tormenta era inminente y dio gracias por que su vuelo hubiera podido aterrizar antes de que cerraran el aeropuerto.
Sorprendentemente, en el vestíbulo no había nadie. Reinaba el silencio. No estaba ni el servicio aunque olía a café recién hecho.
Se pasó los dedos por el pelo, que llevaba un poco más largo de lo normal. Si no hubiera sido por culpa del tiempo que le había hecho perder el anterior avión habría podido llegar el funeral de su abuelo y a la recepción que se había celebrado en honor del hombre que más había influido en su vida.
Suspiró y se metió la camisa por los vaqueros para estar un poco presentable.
Oyó voces en la biblioteca y supuso que estarían leyendo el testamento. Entró en silencio y observó a un abogado alto y serio situado ante un majestuoso retrato de Alfred.
—Gracias a todos los presentes por haber venido. Sé que es un día muy duro para todos...
Se sentó sin hacer ruido y observó a los presentes, que asentían y se llevaban los pañuelos a los ojos. Maldijo en silencio. A excepción de sus padres, todos los demás estaban allí solo por el dinero y no habrían visto a su abuelo en años.
No era que el fuese el más indicado para hablar, la verdad, porque la última vez que lo había visto había sido en las Navidades de hacía dos años, pero, al menos, no estaba allí para ver si le había dejado algo en el testamento.
—... su generosidad. Por eso, es una pena tener que proceder a la división de sus efectos y bienes...
Rick miró a su madre, que tenía la cabeza apoyada en el hombro de su marido. Estaba más pálida que de costumbre. Al ver a su hijo, sonrió y lo saludó, haciéndole una seña para que fuera a verlo cuando hubiera finalizado la lectura. Rick sabía que sus padres querían de verdad al abuelo y que lo iban a echar de menos.
No como su hermano, que, por la cara que tenía, ya estaba calculando lo que iba a heredar y cómo gastarlo.
—... vamos a comenzar con las acciones... —dijo el abogado ajustándose las gafas—. A mi hijo Harrison, le dejo quinientas mil acciones de Systems Points West...
Rick observó a la llorosa belleza que estaba agarrada a la mano de su hermano. No la conocía más que por las fotos que le había enviado su madre.
—... doscientas cincuenta mil acciones para repartir a partes iguales entre mis