Caos y Muerte: Sueños y Relatos, #1
Por Alpo Karppanen
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Ya no recordaba cuánto tiempo había pasado. Todos los días eran iguales, matando a esos seres como único superviviente de su especie. Hasta ese día en que comprendió el terrible secreto de su existencia…
Relato breve (10,000 palabras / 30 minutos)
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Caos y Muerte - Alpo Karppanen
Uno
La extraña figura estaba de pie, apoyada en un bastón largo, junto a un montón de cadáveres carbonizados, aún humeantes. El viento evitaba que se ahogase con el humo (y el hedor), y hacía que su gabardina oscura ondease como una bandera. Una maltrecha capucha le protegía la cara del resplandor del sol, filtrado por unas nubes grises, espesas.
A estos tres les había matado con fuego. Había días que se sentía inspirado, y utilizaba todo lo que tenía a mano. Hoy, cuando se le habían acercado demasiado, lo único que tenía a su disposición (aparte del limitado arsenal que llevaba escondido en la gabardina, claro) era una pequeña bombona de gas que los seres estaban utilizando para calentar su comida.
Aguantando el dolor (en todo el cuerpo, como agujas que se clavasen por toda su piel, pero también en su interior) que le producían los seres, y con un movimiento rápido, apagó el diminuto fuego, y dejó que la sartén caliente hiciese el resto… con tiempo de alejarse un poco, para observar la explosión desde un lugar protegido.
Así pudo ver cómo uno de los seres prácticamente estallaba delante de él en varios pedazos grandes (muriendo al instante), y cómo los otros dos se consumían en las llamas, tardando un poco más, agonizando entre gritos.
Por supuesto, ayudaba que los seres se moviesen tan despacio. Alguna vez se había visto acorralado, pero siempre había sido (relativamente) fácil escapar.
Era divertido matarlos, y al fin y al cabo parecía ser su destino.
Además, al matarlos cesaba el dolor.
Ya no quedaba ninguno más de los suyos, o al menos hace mucho que no se había encontrado con ninguno. Seguía buscando, vagando por lo que quedaba de su mundo, ahora derruido, abandonado.
Todo estaba lleno de polvo y suciedad, hasta el cielo estaba siempre gris. No recordaba la última vez que vio el sol.
Naturalmente, a veces se cansaba, y se limitaba a sentarse y mirar cómo se movían los seres, casi sin interactuar entre ellos. Cuando estaban lejos, el dolor era soportable.
Con miradas vacías, los seres se cruzaban entre ellos sin apenas percibirse, esquivándose, dándose algún empujón entre ellos de vez en cuando, gruñendo.
Algunos llevaban extraños objetos en las manos, que miraban como si fuesen tesoros, protegiéndolos de los otros seres al cruzarse con ellos. Los menos, arrastraban objetos más grandes, con visible esfuerzo.
Dos
Después de observar el montón humeante durante un rato, decidió irse, y alejarse del humo y del olor de la carne quemada. Además, otros seres comenzaban a acercarse olisqueando el aire, primero dudando y después con paso algo más decidido.
Escupió en el suelo, cerca de una mano separada de su brazo, con los dedos quemados. Levantó la mirada, y estudió la situación, decidiendo que todavía no había peligro. Sin embargo, el dolor volvía. Era la hora de largarse de allí.
Además, seguía teniendo la molestia en