Excepción 117-B: Sueños y Relatos, #2
Por Alpo Karppanen
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Martti Salonen puede ser, con un poco de mala suerte, el último ser humano vivo. Es el único expectador de la destrucción de nuestro planeta... ¿Queda alguna esperanza?
Relato breve (11,000 palabras / 30 minutos)
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Excepción 117-B - Alpo Karppanen
Para Silvia
UNO
Muy bien, ya está. Soy casi el último ser humano vivo, y creo que (por mi parte) voy a morir en unos pocos minutos.
Las buenas noticias son que ninguna persona me verá morir y, de todas formas, creo que será una muerte muy rápida. Las malas noticias son que ni siquiera estoy en la tierra para dejar un bonito cadáver... y sé positivamente que alguien me observa. No humano, por supuesto.
Claramente, yo no debería estar aquí. Sé que suena a tópico, pero es verdad.
No sé qué sucedió, ni porqué me tocó a mí. Yo trabajaba de algo parecido a técnico de mantenimiento de las cápsulas espaciales de la Agencia Espacial Europea. No es que requieran mucho mantenimiento (cada cápsula se utiliza unas pocas veces), pero sí debe comprobarse que todo está correctamente preparado para su uso cuando sea necesario.
La semana pasada, hice una revisión de rutina en la cápsula diecisiete. Era la siguiente (ya estaba montada sobre el gran propulsor orbital), y se utilizaría el próximo mes para unos ensayos de hidropónica en baja gravedad.
La hidropónica siempre me pareció un tostón (cultivar plantas y ver cómo crecen sin gravedad no me parecía lo más excitante), pero eran investigaciones del tipo que financiaba el programa espacial y, por tanto, mi nómina.
Todos los sistemas eléctricos y electrónicos reportaron diagnósticos correctos, las memorias de estado sólido estaban listas para grabar la inmensa cantidad de datos que se generaban durante los cortos vuelos.
El piloto automático también informó de que estaba disponible. Bueno, normalmente sólo se usaba para maniobras de despegue y aterrizaje en las que la tripulación no era la mejor opción, simplemente por los niveles de vibración y aceleración que debían soportar.
Los sistemas de mantenimiento de vida (vaya nombre) también funcionaban, y la tripulación de turno, normalmente tres personas, tendría oxígeno, electricidad, agua y provisiones para al menos dos semanas.
Las baterías de descarga electrostática asegurarían que cualquier objeto pequeño que se cruzase con la cápsula a baja velocidad sería frenado (o incluso repelido) antes de chocar con la superficie de la misma.
Por supuesto, esto era cierto para objetos pequeños y a baja velocidad. Allí arriba las cosas se podían mover realmente rápido, y contra eso no había protección que valiese. Décadas de carrera espacial no habían conseguido desarrollar escudos como los que podía ver en las películas de ciencia-ficción, de las que era un fan (casi un experto) desde que era pequeño.
De cualquier manera, supongo que estuve en el lugar apropiado en el momento justo (quizá el peor lugar y el peor momento). Estaba sentado en el suelo, al fondo de la cápsula, con mi pequeño ordenador portátil sobre las piernas, conectado detrás de un panel de servicio junto al banco de baterías, cuando oí un sonido fuerte, seco.
Por un momento, no pude identificar el origen del ruido. Había sonado como la puerta de un coche al cerrarse, quizá algo más hueco. Pero en el hangar donde estaban las cápsulas no había corrientes de aire, y de todas formas el portón de la cápsula estaba motorizado. Aun así... intenté levantarme, y me golpeé con la esquina de la tapa del panel en la