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Se Vende Sin Receta
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Libro electrónico164 páginas2 horas

Se Vende Sin Receta

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Este libro representa el deseo honesto de transmitir y
compartir las emociones que he sentido al imaginar
los personajes. Quiz podra decirse que son cuentos.

Diez historias que han estado rondando mi cabeza y mi computadora desde hace cinco aos. Historias inventadas que espero disfruten y que tienen detalles que
se asoman hacia lo sobrenatural, y que nos entretiene a algunos. Desde lo que le ocurre a un muchacho que por
circunstancias no mencionadas se encuentra viviendo
en la soledad de un taller abandonado, donde comienza a experimentar cosas extraas, relatos que reflejan la tragedia humana, uno lleno de coincidencias romnticas
y se cierra con un breve intento de ciencia ficcin.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento31 mar 2016
ISBN9781506512983
Se Vende Sin Receta
Autor

Víctor Manuel Chacón Reynoso

Víctor M. Chacón, nació Febrero de 1974. Licenciado en Ingeniería Electrónica en la Universidad Autónoma Metropolitana. Lo que comenzó como una actividad de entretenimiento al asistir a un taller de creación literaria, le agregó orden a la tarea de escribir relatos, enriqueciendo la actividad de tener divertidas pláticas sobre historias ficticias, que desde adolescente ha tenido con sus muy buenos amigos.

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    Se Vende Sin Receta - Víctor Manuel Chacón Reynoso

    ÍNDICE

    El taller abandonado

    El poeta boxeador

    La última coincidencia

    Poco a poquito

    La vida sigue

    La lista

    Conectados

    Si me sacara la lotería

    Maldita maleta

    Un nuevo explorador

    EL TALLER ABANDONADO

    M E DI CUENTA de que había olvidado las llaves del coche justo cuando intenté abrirlo. Ya no podía esperar ni un minuto más antes de salir a comprar comida. Mientras corría a buscarlas, de regreso al interior del taller abandonado, caí en una coladera abierta al centro del patio, quedando con mi pierna derecha dentro de ella.

    Dolor instantáneo en la ingle y un tronido espectacular, como si algo se rompiera por dentro. Tanto dolor, que el raspón en todo el largo de mi brazo parecía sólo un pellizquito. Dos segundos eternos que me hacen sentir un estúpido por haber roto la regla de nunca correr a oscuras en un lugar con coladeras abiertas; después, más dolor que un mar de dolor, dolor que le dolería al dolor mismo y se transforma luego en frío en todo el cuerpo.

    Del frío pasé a no sentir mi pierna y a resignarme, pensando quizá que la había perdido. Después, a sentir palidez y debilidad como si estuviera a punto de desmayarme.

    Intentando razonar un poco, pensé que quizá la pierna estaría fracturada y que el cerebro estaría protegiéndome del dolor. Sentí poco a poco como regresaba la sangre a mi cabeza y pensé que cómo en tan poco tiempo estaba hundido en un gran problema. ¿Pedir ayuda? Ni siquiera podía recordar donde tenía mi celular; revisé las bolsas de mis pantalones y lentamente sentí que todavía tenía mi pierna. Tan sólo al tocarla, sentí como recobraba vida en forma de dolor. En situaciones tan difíciles, el dolor hace sentir mejoría, como un padecer aceptado. ¿Ahora gritar? ¿Esta situación sería merecedora para tal agitación? ¿Escucharía algún vecino? ¿Alguien pasaría por la calle en ese momento?

    Esperé aproximadamente 15 minutos, sintiendo como el dolor iba disminuyendo, lo que me indicaba que no estaría fracturado, ya que por lo que entendía, el dolor de una fractura nunca va disminuyendo. Vi pasar un par de cucarachas del tamaño de un hueso de aguacate, andando indiferentes en su eterna búsqueda, ajenas ante la tragedia en la que estaba colocado el humano. ¡Cómo habría querido que los papeles estuvieran invertidos y que quien estuviera atorado en la coladera fuera alguna de ellas! Yo, caminando indiferente, subiéndome al coche para ir por algo para cenar y regresar a mi recámara improvisada.

    Y en medio de la tragedia, después de todo: ¿qué me hacía mejor o peor que una cucaracha? Tenía que luchar. No me podía quedar ahí más tiempo, sobre todo después de estar pensando tanto en cucarachas y con la posibilidad de que quizá alguna de ellas estaría recorriendo mi pierna atrapada en la coladera.

    Recorrí mi cuerpo hacía adelante y girándolo levemente sentía el dolor en mi pierna con intensidad. De centímetro a centímetro y descansando un minuto cada vez, esperando a que el dolor regresara al nivel de dolor que se siente en estado de reposo, quedé inclinado sobre el costado derecho como si me quisiera acostar.

    Acomodé las palmas de mis manos de forma que pudiera hacer una lagartija, al mismo tiempo que logre acomodar la rodilla izquierda en el piso junto a la coladera. El dolor ya no cesaba. Ya no había marcha atrás. ¡Sólo una lagartija! ¡Sólo una lagartija! Me empujé con fuerza y giré entonces a mi costado izquierdo y quedé por fin acostado fuera de la coladera. Ahí esperé a que regresara el dolor de estado de reposo y poco a poco me pude levantar nuevamente para apoyar la rodilla izquierda y me fui arrastrando hasta el interior de la oficina abandonada.

    Lo primero que vi, como burlándose de mí, fueron las llaves. ¡Cómo un detalle tan insignificante me podría haber afectado tanto! Me arrastré junto a mi cama donde tenía una caja de medicinas de la última gripa. Naproxeno y paracetamol ayudarían. Quizá lo suficiente para poder manejar hasta un hospital. Agua. Alivio de agua fresca tomada a gatas. Manos grasientas de haberme arrastrado todo el patio del taller abandonado. Me quedé estoico, con el dolor en reposo que al ser aceptado ya sólo es observado.

    *     *     *

    ¿Dormir? Me tendría que levantar a apagar la luz. ¿Más analgésicos? Dicen que hacen daño. Sólo uno más.

    Cierro los ojos con una calma que me hace buscar en mi cuerpo algunos otros lugares sin dolor. Si pienso ahora en mi brazo, lo siento como quemado por los raspones. Eso quiere decir que estoy mejor. El dolor de la pierna está cediendo y me deja sentir dolor en mi brazo.

    Con mucha dificultad me siento en la cama para intentar levantarme para apagar la luz y ya dormirme. Al sentarme, siento ganas de orinar, y hambre otra vez. ¿Qué hora será? Empiezo a hacer cuentas y adivino que será alrededor de media noche. Grillitos saludando y el descanso del tráfico de las calles que ya ha cesado hace un buen rato.

    De pie, encuentro la posición en que puedo apoyar mi pierna derecha sin sentir que se me va a desgajar. Al hacerlo, tengo ya mi propio diagnóstico – aunque no he estudiado medicina formalmente – siempre he tenido la capacidad de razonar sobre las reacciones de mi cuerpo con respecto a lo que se ve en la televisión. ¿Fractura, esguince o luxación? Definitivamente fractura no es: debe ser un esguince o luxación, como cuando se tuerce uno el tobillo. Sólo que la articulación que se salió de su lugar fue la que tenemos entre la ingle y la cadera, que mantiene el movimiento del bíceps femoral. Es como si los tendones se hubieran extendido para detener mi pierna y que no se desprendiera. ¡Sí, eso fue! ¡Qué buenos tendones tengo, pero cómo duele!

    Entre el deseo optimista de querer que todo esté bajo control, los analgésicos y el razonamiento aturdido por el esfuerzo y el sueño, acepto mi diagnóstico y encuentro la forma de caminar hacia el refrigerador y sacar una bolsa de brócolis congelados que me den un poco de alivio.

    El alivio me da fuerza y tranquilidad, para levantarme y meter a congelar un par de bolsas de agua dentro de un plato para que les de forma. Reviso el celular y veo que ya es la una de la mañana. Ya no tengo sueño. Tengo paz interior de la que se siente cuando uno está a salvo, - aceptando el daño – pero con la tranquilidad de que al menos todo tiene que mejorar porque lo peor ya pasó.

    Camino lentamente hasta la ventana que da al patio, que se alcanza a dibujar con la poca luz que llega de las lámparas de la calle. Ahí están los lugares por los que me arrastré, camino lentamente y veo la coladera esperando pacientemente a que me vuelva a caer. ¿Cuánto tiempo ha estado esa coladera destapada aquí? ¿Cuántas veces pasé con precisión por la orilla sin caerme? ¿Por qué estoy viviendo aquí en un taller abandonado?

    Sin respuestas en mi mente, guardo silencio y veo pasar otra cucaracha. Digo en voz alta:

    - ¿Qué haces aquí? ¡Asquerosa! ¿Por qué no me ayudaste a salir?

    Al mismo tiempo, como respondiendo, se oyen ruidos en el interior de la oficina, como si alguien estuviera ahí.

    - Ya te oí, ¿y ahora qué?, ¿ya te hiciste grande y te metiste?

    Seguí el juego con la mente, como si estuviera hablando con la cucaracha, pero sentí un escalofrío en la espalda porque en realidad no sabía el origen del ruido. ¿Sería un gato y se metió sin que lo viera? Seguramente eso fue…

    Camino lentamente hacia el cuarto y tan pronto estoy adentro, siento la mirada distante con valentía respetuosa de un minino combinado en blanco y negro. Firme, calculando mis movimientos para salir sin pelear. Yo no le despego la mirada y voy recorriendo centímetros en movimientos laterales, para permitirle la salida al patio. El gato sale corriendo como perseguido; ya estoy cerca de la cama, me dejo caer en ella y digo suspirando:

    - ¡Gatos! ¡Gatos! ¡No hay fantasmas!

    La ventana se azota y se apaga la luz al mismo tiempo. Ya ni siquiera alcanza a entrar un poco de luz de los focos de la calle. ¡Tengo miedo! Siento escalofríos en toda mi piel, piquetitos que nacen en mi cuello y terminan en mi espalda. Las manos alertas mientras intento escuchar algún otro ruido que me ayude a entender un poquito por qué se azotó la ventana y quedó cerrada sin rebotar si quiera, como si alguien la hubiera detenido.

    Me quedo viendo la ventana, frunciendo el ceño mientras pienso:

    - La luz se fue en todas las casas. Coincidencia. La ventana se movió, quizá por una corriente de aire. Pero ¿por qué no rebotó? Ya se ha azotado la ventana y nunca queda cerrada. ¿Y si la azoto yo para ver cómo queda? ¿Y si lo intento ahorita? Mañana mejor, sería mucho escándalo… No, no voy a dormir a gusto.

    Me levanto de la cama. Me aguanto el miedo y abro la ventana, que estaba quieta y cerrada, como si no se hubiera abierto un rato antes.

    - ¿Abierta?

    La azoto con tanta fuerza simulando lo que paso antes… Rebota, queda abierta a la mitad y pienso que no puede ser… la vuelvo a azotar desesperadamente, intentando encontrar una combinación de fuerza que haga que la ventana quede cerrada. Ahora más espantado, me regreso a la cama, me siento y veo como nuevamente se azota la ventana sola y ahora siento como mis ojos se llenan de lágrimas, no de tristeza, pero sí de miedo. Ya no pienso, ya sólo espero que algo más pase y digo en voz baja que ya quiero descansar.

    Después de unos minutos, se prenden la luz y la televisión a todo volumen. Siento calma porque todo esto ya tiene explicación. Se fue la luz en general y la televisión tiene una falla que ya conozco, que la hace que se encienda con volumen alto cada vez que se desconecta totalmente y se vuelve a conectar.

    Me levanto. Apago la luz. Sufro al intentar quitarme el pantalón grasiento y me resigno a dormirme vestido. Me acuesto y me tapo con las cobijas hasta la cara. Ya son las cuatro de la mañana. No entiendo cómo se ha ido tan rápido el tiempo. Me estoy quedando dormido y ni siquiera creo que me de tiempo de soñar.

    *     *     *

    Abro los ojos sintiendo mucho frío. Me costó un poco de trabajo recordar lo que me había pasado. Al despertar en la mañana no sentía dolor, aunque se me hizo extraño no sentirlo, porque varias veces quise acomodarme en la cama y sentía molestias en la ingle y la pierna.

    Ahora sí, al intentar girar vuelvo a sentir esa punzada como si se me saliera de órbita la articulación de la cadera donde encaja la pierna derecha. Otra vez tengo presente la caída, el batallar, la grasa en mi ropa y manos. Por fin puedo girar mi cuerpo y me decido a enderezarme para tomar agua y otro analgésico. Ya no tengo miedo, más bien perdura esa sensación de heroísmo por resistir un problema tan difícil.

    Sin embargo, la ventana otra vez está abierta. Ya no entiendo nada.

    Alcanzo a mirar el piso grasiento del patio y me quedo pensativo, dudando de haber visto que la ventana se haya cerrado sola varias veces, o que haya sido el aire, o que realmente nada de eso haya pasado.

    El recuerdo de haber estado atrapado en la coladera con tanto dolor era tan extraño, que me hacía inventar más teorías que explicaran todo, de las cuales, la más disparatada sería que me hubiera muerto y en realidad mi espíritu hubiera sido quien cerró la ventana y yo me estaba aferrando a los últimos instantes de conciencia y pertenencia de mi cuerpo. ¡Qué locura!

    Se escucha otro crujido de la ventana al irse cerrando lentamente. Definitivamente la ventana se movía sola o algo que no veía la estaba moviendo. ¿Qué más daría estar hablando sólo? Grité:

    - ¡Espera! ¡No la cierres! – La ventana no se detuvo.

    - Ciérrala – esperé unos segundos y la ventana no se movía, como si estuviera haciendo lo contrario a lo que yo le pedía que hiciera.

    - Está bien, no se trata de que recibas mis órdenes, ya entiendo. ¿Te quieres comunicar conmigo?

    No era así. La ventana se movía lentamente, cerrándose y abriéndose en ciclos constantes de aproximadamente cinco segundos cada uno. Ya estaba

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