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La liposucción vacuna
La liposucción vacuna
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Libro electrónico192 páginas2 horas

La liposucción vacuna

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Que las vacas se hagan liposucciones es cosa de todos los días, es moneda corriente en un mundo donde los espejos dictan las normas y leyes, pero que con la grasa que les quitan creen moldes de bebés, y tengan que verse afectadas por el ritual de la "famosa bienvenida", además del hecho de coleccionar sapos y ranas en la panza, conforma una extraña afición por responder a los cánones de belleza enfermizos.
Desde que una vaca nace debe darle la bienvenida, debe gritar con todas sus fuerzas: "Bienvenida culpa".
Sin embargo, la protagonista no entiende por qué ellas deben vivir en corrales, por qué las gacelas, estilizadas y esbeltas pueden recorrer shoppings y pasarelas.
No entiende por qué las vacas no pueden salir de esa etiqueta que les han adherido a la existencia, con millones de eufemismos que las condenan. No entiende, especialmente, por qué las vacas no pueden volar, si según ella el peso es solo un recordatorio que el alma inventa para no desaparecer en un planeta de superficialidad. Es ahí cuando se propone volar, despegarse del suelo, del límite que le impusieron, mientras crea lazos con el molde del bebé que está creando, mientras siente a su propia grasa escaparse del cuerpo, mientras se somete una y otra vez, al avance y retroceso, a liposucciones que la harán más bonita, y sobre todo, más propicia para ser aceptada y querida.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 mar 2023
ISBN9789878734972
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    La liposucción vacuna - Antonella Corallo

    1

    Es la primera vez que lo hago, me dijeron que tengo que respirar hondo, y no pensar en lo que está pasando. No sirve para nada porque estoy cada vez más nerviosa. Es por los demás, gracias a esto otros van a poder respirar, tener la certeza de que das algo tuyo y eso que das se convierte en vida, se llama tranquilidad. Entonces me pongo contenta, ¡radiante! Y olvido que están quitándome la grasa con un torno.

    —¿Siempre utilizas tornos? Pensaba que eran cosas de odontólogos…

    —Sí, tranquila, no va a dolerte, y si llegara a pasar el dolor vale la pena, contás hasta diez o… ¡hasta mil! Y se va —me advierte—. Cuando sientas al ardor recorriéndote, justo ahí me vas a agradecer.

    Definitivamente no le enseñaron ninguna forma efectiva de tranquilizar a sus pacientes. No puedo cuestionar, solo acepto lo que está por pasar, si todas lo hacen, ¿qué podría salir mal?

    —Sus palabras son tan adecuadas Doctor, espero que me duela mucho entonces.

    —Así será —se aleja, pone cara de asco, retrocede. Olvida lo que está por hacer, se coloca alcohol en las manos.

    Más tarde terminaría de entender que no era alcohol sino gel, y que solo se estaba peinando. No sabe sobre higiene, deja varios de sus cabellos negruzcos, me pregunta tarde si quiero ir al baño. Recuerda que todos están mirando, toma una cortina, tapa el desastre para no impresionar con la sangre al resto del ganado, ignora que la cortina es transparente.

    —Vamos a realizar varias incisiones, con suavidad.

    —¿Suavidad?, ¿y cuánto va a durar?

    —El tiempo requerido es entre una o dos horas, pero todo depende del tamaño, en tu caso, por ejemplo, podemos estar como quince días. Claro… eso sí tomara los recaudos necesarios.

    —¿Y no los tomás?

    —Solo si la paciente vale la pena, pero lamentablemente no es tu caso.

    —Qué respetuoso…

    —Muchos te van a comentar que hago mala práctica.

    —¿Mala práctica? Puede ser, quizás les desagrada tu trato —grito, mezcla de furia y dolor, siempre enfocada en continuar con la conversación.

    —¡Sí! El trato y... si te preguntan…todo lo que utilizo está en buen estado —mi última imagen fue el torno ensangrentado—. ¡Arriba! ¡Vamos! —Me mueve con violencia—. Resulta que yo no puedo hacer milagros, falta un poco más, vamos a confiar en que podés cambiar. La anestesia local es la forma más segura.

    —¡Ah!, supongo que no vas a utilizar esa.

    —¡Bien! Ya me estás conociendo, imaginate cuando vengas a diario…

    La grasa que siempre se recicla es la de la zona abdominal, la más requerida. La que sirve para crear. ¿Qué creamos? ¿A qué le damos vida? No sé, pero nos preparan para esto, para dar. Sabemos que hacerte la liposucción es amar, el amor al prójimo, un amor especial que se rige en ofrecer, en regalar, en obsequiar, sobre todo en esa palabra, en donar. Tener mucha grasa en una está mal, porque te genera culpa. La culpa de tener mucho y no regalar, la culpa de la avaricia, la indiferencia y la frialdad. Entonces repartís por todos lados, pedazos de vos que no sabés a dónde van a parar. Si te dejás la grasa te congelás, te volvés dura, tiesa, inmóvil, como si hubieras comido un sapo infectado. ¡Lo aseguro! Sentís que hace en tu interior estragos, ¡salta! Se pasea por tu estómago, interrumpe con el paisaje mágico, arruina la fisonomía de tu panza, escupe tus expectativas, y provoca asco, no de vos misma, sino de todo aquel que te está mirando. El sapo crece y el abdomen se hincha, ¡el sapo eructa! Se alejan, por la actividad escandalosa que este practica. Algunas van a hacerse la lipo tarde y su creación nace deforme o demasiado exuberante, y ahí ya no pueden encontrarle forma. Sin forma no hay vida, solo un trozo de cuerpo, desarmado, arrancado e inerte, puede ser la pieza de algo, pero nunca alguien.

    Sigo muy nerviosa, respiro hondo e imagino que en dos horas voy a estar riéndome de este momento, conversando con mis tías sobre qué modelo seguir, cómo crear el círculo y luego las piezas. El doctor me dice que ya está, que no realice ningún movimiento de más, que tome aire, que me quede quietita jugando con el pasto, claro… le hago caso.

    —¿Y te sentís normal ya?

    —¡No! —le contesto.

    —¡Qué bueno! Porque aunque te sometas a todo este procedimiento nunca lo vas a ser. Voy a ser bueno y como es tu primera vez… voy a darte un vendaje limpio y sin sangre, tenés que estar muy agradecida, pocas pacientes pueden experimentar semejante osadía, lo lógico es que reposes.

    —Bueno, descanso entonces.

    —Sí, hay muchas formas de reposar, la que a mí me gusta es la manera mental —me comenta.

    —¿Y cómo es?

    —Tenés que pensar lo siguiente estoy descansando y repetirlo en tu mente muchas veces mientras trabajas.

    —¿Trabajar?

    —Sí gorda, así hacen todas, y vos no sos diferente a las demás.

    —Entonces no estaría reposando.

    —No entendés nada, reposas pero de mentira, y mientras tanto dañas las zonas deprimidas. La verdad no puedo comprender que sean solo zonas. Si fuera vos tendría el cuerpo entero deprimido —asegura riéndose—. ¡Dale! Andate, que afuera tengo a un ganado interminable, ya no doy más. ¿Sabes lo que es ser testigo de tanta deformidad? Al fin del día yo tengo que ir a operarme, ¡pero de la vista! Para ser completamente sincero no me importa cuidarlas, las aprecio mucho…

    Finalizado el gesto bello de solidaridad el cirujano se prepara para su próxima paciente, por último nos hace elongar, creo que solo es para que suframos más.

    —Esperá gordita, estás olvidando tu grasa —me grita mientras mueve de lado a lado el frasco.

    ¡Hizo que muriera de vergüenza! Menos mal que todas éramos vacas, tomé el recipiente y limpié los bordes. Me traumó un poco, pero no tanto, lo más impactante fue descubrir que me mintieron por años, lo que habitaba en mi interior… ¡era una rana! Y no un sapo, tenía el sueño de que esta escaparía saltando, pero… ¡estaba muerta! Con la lengua para afuera, y entonces comprendí lo que siempre me explicaron, cuando comés estás asesinando, dejás muerto a un reinado de ranas, ¡y en un solo rato! ¡Cuántas habremos matado! Ahora me enfrentaba al momento más importante de mi vida… primera vez que sentiría la gloria, gloria que se metería en mis huesos, que me perseguiría. Me habían enseñado cómo darle completamente feliz la bienvenida.

    —¡Bienvenida culpa!

    Esa palabra quiere decir alegría. Cuando te quitan grasa el mundo está a tu favor, te transportas de lado a lado sintiéndote así, liviana, una cuarta parte del viento está en tu cuerpo, entras en cada pequeño recoveco, no lastimas al suelo con tu peso, no llamas la atención por ser egoísta, llamas la atención por ser amable. Y ahí el ejemplo a seguir de lo que debemos hacer y sentir. Cuando te quitan grasa todo es perfecto, tanto que es imposible que dure mucho tiempo. Resulta que aparece la dependencia, empezamos a extrañar al sapo/rana necesitamos comer, nos obligan a masticar para que regrese a nuestro estómago. Nutrirnos de la culpa, aventurarnos en el incendio. ¿Para qué? Para volver a sentir el momento grato, se repite el mecanismo hasta al cansancio.

    —¡Que se reitere! ¡Que vuelvan a operarnos! —lo rogamos.

    Me acaban de sacar la grasa y tampoco me siento tan así, admito que es cómodo, pero no me llena el alma, ni tengo ningún brillo estúpido en la mirada, mucho menos estoy emocionada, mamá dice que es porque todavía no la toqué. Tocar la grasa es lo más bonito que puede haber, claro… si ya no está en una. Ahora fuera de mí voy a verla y al mirar esa formación viscosa y hermosa (según todas), se me ocurrirán algunos diseños; lo primero es el rostro. Aprendí hace poco que el rostro puede ser redondito o cuadrado, triangular u ovalado, pero lo mejor es que esté a la moda, y la moda es la del rostro succionado, ausencia de cachetes, inestabilidad en la posición de los lentes. Espero ser habilidosa, pero… ¿y si no me gusta diseñar de esos? ¿Qué hago?

    2

    Llevo mirando hace una hora y media esa especie de arte, que llena al mundo de locura, que parece tener sentido puesta en sectores y al salir de mí solo está vacía. Es fea, no me gusta, ¡brilla! Pero es una obra de arte sin dudas, porque no la entiendo, no comprendo nada de ese estúpido fanatismo que tienen con la grasa, si la quisieran tanto no se la quitarían. Claro, supuestamente es para ayudar a los demás. La idea es que se me tiene que ocurrir algo, no me animo a tocarla, aunque… me la pusieron enfrente, y al lado de jugar en el pastoMe concentro para ver que sale de este asco, es pegajosa se queda en mí. Ahora es el momento, el momento de darle forma a esta cosa chirla, que parece un escupitajo, ¡una basura! Paso número uno: hacer el rostro. Recién ayer la profesora me enseñó:

    —Se trata de agarrar un pedacito de grasa y hacer una pelotita —habla todo así, porque para ella todo es miniatura—. Entonces agarramos la pelotita, la empezamos a girar, muy suavecito con mucha ternura y… ¡plaf! La aplastamos, tiene que quedar bien chatita —nos comunica.

    —¡Profe! ¿Así está bien? —pregunta Manuela.

    —¡Ay pero qué preciosidad! ¡No puedo creerlo! Las marcas, el tamaño, la medida, la sutileza… —contesta la experta en enseñar y también en conseguir todos los adjetivos del mundo. Ahora cuando la profe tenía que ser un poco más dura se le complicaba—. Carmen te está quedando muy… —no puede pronunciar palabra, se pone nerviosa, traga saliva, se pasea por todo el corral. Piensa, y de pronto lo encuentra, ¡un insulto con mucha delicadeza!—. Qué pelotita tan… ¡bella por dentro! ¿Les había explicado que la belleza no solo es externa?

    —Sí profe, muchas veces.

    Resulta que daba ese discurso cada vez que se presentaba una obra de arte fea, le buscaba millones de sinónimos; especial, diferente, exótica, original…

    —La belleza puede ser interna, cegarte, obnubilarte, comprender la magia que la caracteriza, que no necesita de restricciones ni medidas, que es plena libre, ¡entera! —reflexiona mientras aplasta las bolitas mal hechas, las escupe, las mira con cara de asco y finaliza el discurso con un aplauso—. Aplaudamos a Carmen porque se animó.

    —¿A qué se animó profe?

    —A hacer un desastre.

    Practicábamos con grasa ajena, y la grasa ajena no es la misma que la propia, a la ajena no la miras tan detalladamente, la miras quizás una vez y ya está. En cambio a la propia… ¡es todo un tema! Vas en busca de los defectos, de las grietas, del tamaño, ¡porque es tuya! Y de alguna forma te genera ese sentimiento de posesión que rápidamente debe ser reprimido. ¡Esa maldita grasa no es nuestra! Es para otro, es para ser generoso. Empezás a pensar en el día de la lipo, y… el punto es que hay que hacer una pelotita. Rostro: había memorizado muy claramente el significado, pero lo principal es que ahí van los ojos, la nariz, las cejas y las orejas. Sin embargo no es tan simple, el rostro es lo más bonito y preciado, tiene que ser perfecto, ¡delicado! Saber el manejo de la grasa, entenderla, dialogarle, sentirla, ¡besarla! Quererla al mismo tiempo que se la mueve, se la moldea y se la trabaja. No dejar que se escape, está prohibida tirarla, debemos ser dominantes, ¡debemos saber controlarla! Controlar la grasa con cariño, ¡hay que amarla! ¿Y luego qué? Y luego olvidarla, no debemos tomar conciencia del rostro que diseñamos. No debemos aferrarnos a las caras, debe haber una conexión sutil, porque es terrible lo que sucede si nos gusta en demasía una cara; la copiamos en todo diseño, en toda oportunidad, a cada rato y eso... eso es como utilizar siempre el mismo estampado.

    Empecé a hacer el circulito, la supuesta pelotita, pero mi círculo era ovalado. Lo seguí intentando (no tenía mucha ductilidad), se dice que hay que charlarle.

    —¿Grasa qué sentís?

    —Siento que son una manga de inestables, que me echan y después me llaman, ¡que me detestan! —me contesta harta.

    —Mirá, conmigo no te vengas a hacer la buena, que no sos ninguna víctima, sos una cosa…

    ¡Cosa asquerosa e ingrata! Que goza al ver a todas las personas angustiadas, nacida para lastimar, para tener que vivir a través de los demás. ¿No sentís culpa de ser tan detestable? Sos mi esclava, yo no soy ninguna esclava tuya, que te quede bien claro, ¡eh! Por tu causa tengo que matarme haciendo esas bolas de porquería, ir a someterme a la liposucción de mierda, rechazarte y después bancar que vuelvas diciendo: No podes controlarte, te lo dije. ¡Estúpida!

    ¡No! No tenía ganas de establecer una conexión tan profunda, porque no estaba tan loca como todas mis amigas. Hay una diferencia entre lo que querría expresar y entre lo que termino expresando… Ellas me comentaron que entablan este tipo de charlas, se descargan, se dicen sus cuantas verdades y finalmente consiguen una relación amorosa, y muy cordial. La mía

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